La concesión del Premio Nobel de la Paz está forzosamente sometida a diferentes interpretaciones, pero la elección este año del presidente norteamericano, Barack Obama, con menos de un año en el puesto, ha sido mucho más que una sorpresa. Considerado hasta ahora como una de las más altas distinciones del mundo, el Nobel de la Paz debería ser la recompensa a una acción palpable para mejorar el mundo, mientras que en este caso se han invocado las intenciones del galardonado más que sus hipotéticos méritos, que todavía están por venir. Lo justo no es es valorar las promesas de los políticos, sino si son capaces o no de cumplirlas. En el caso de Obama, además, el premio ha llegado precisamente cuando el presidente norteamericano está empezado a recortar las expectativas, acuciado por una realidad mucho más compleja que sus planes de candidato. El Comité Nobel dice que lo que ha premiado es su visión política, lo que obliga a preguntarse cuál será entonces el galardón adecuado en caso de que sus brillantes aspiraciones se llegasen a hacer realidad y, al contrario, qué consideración merecería Obama en el caso de que finalmente se revelase que es incapaz de cumplirlas.
La perplejidad que ha suscitado en todo el mundo esta decisión prueba que ha sido precipitada. La tesis de que es necesario resaltar a los «idealistas que están luchando» por mejorar las cosas puede ser comprensible, pero no lo es tanto asociarla a la concesión de un galardón como el Nobel. Lo que se ha hecho es equivalente a premiar con el Nobel de medicina a alguien que se disponga a trabajar por encontrar una vacuna contra el cáncer, pero antes de que hubiera logrado crearla.
Tal vez el nuevo responsable del Comité Nobel, Thorbjorn Jagland, tiene un concepto muy particular de la paz y al galardonar a Obama ha querido contraponerlo con la figura de su predecesor. No hace tanto que la visión común en Occidente era que nuestros valores estaban siendo amenazados en la guerra declarada por el terrorismo y hemos pasado a creer que basta la inspiración de un presidente que ha hecho retóricos discursos para conjurar un escenario lleno de peligros. Cabe preguntarse qué es lo que entienden por paz los miembros del comité que ha tomado esta decisión, si están pensando en una paz en la que las sociedades libres puedan seguir siéndolo, o si es la paz de la renuncia y del pacto con los que quieren destruir el régimen de libertades.
Editorial ABC
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