segunda-feira, 19 de outubro de 2009

El último asesinado del Muro


Berlín- Alemania recordará el próximo 9 de noviembre el 20º aniversario de la caída del Muro de Berlín. Ese acontecimiento, prólogo de la ansiada reunificación germana, significó el final de la expresión más real y cruel del Telón de Acero: en ningún lugar de Europa fue más palpable y física la división entre las democracias occidentales y la tiranía soviética. Casi doscientas personas, en su mayoría jóvenes, se dejaron la vida en las alambradas tratando de escapar de aquella cárcel con apariencia de Estado independiente, llamada República Democrática Alemana (RDA).

La criminalidad del Muro no menguó a lo largo de sus 28 años de existencia. A comienzos de 1989, cuando la bancarrota económica y la ruina política de la RDA eran más que evidentes, el régimen de Berlín oriental sumó sus últimas víctimas. Según los registros, Chris Gueffroy, un camarero de 20 años, fue el último ciudadano en ser asesinado por la orden de disparar a matar, que imperaba entre los guardias de fronteras germano-orientales.

El asfixiante control estatal, que alcanzaba patológicamente hasta los aspectos más pueriles de la rutina diaria, pronto desesperó al joven Chris. Cuando renunció a iniciar una carrera como oficial en el Ejército por discrepancias ideológicas, las autoridades le negaron el acceso a cualquier educación superior. Gueffroy, un chico deportista que soñaba con ser actor, se vio de la noche a la mañana sirviendo cafés en el aeropuerto de Berlín este, sin otra aspiración que huir en cuanto fuera posible de aquella atmósfera opresiva.

Un día de comienzos de 1989, escuchó una conversación entre clientes. El gobierno había levantado la orden de tirar contra quienes saltaban el muro. Además, el primer ministro sueco visitaría la ciudad durante los primeros días de febrero, lo que aumentaría la atención internacional hacia el creciente problema de los miles de refugiados que trataban de cruzar la frontera inter-alemana. Ambos noticias compusieron en la mente del joven un puente soñado hacia la libertad. «Nadie se atreverá a disparar con una autoridad extranjera en el país», debió de pensar.

A los pocos días, Gueffroy lo intentó. Superó el primer muro, las alambradas y la zona de nadie. Justo cuando trataba de trepar la última pared, de tres metros de altura, activó involuntariamente una alarma sonora. Diez disparos después, caía muerto. Su madre sólo se enteraría a las 48 horas por medio de la temida Stasi –la Policía política–. Fue obligada a incinerar el cadáver –para evitar posteriores análisis– y a despedirse de su hijo («fallecido en un trágico accidente», según la cínica versión oficial) en una funeral clandestino.

Gueffroy fue el último asesinado del Muro, pero no el último muerto. Un mes más tarde, el 8 de marzo, Winfried Freudenberg trató de escapar junto con su esposa en un globo de fabricación casera. Mientras inflaba el aparato en la fábrica de gas en la que trabajaba, la Policía le descubrió.
Con el globo a medio llenar e incapaz de transportar a dos personas, Freudenberg optaría por volar solo. Se elevó, y desde el cielo contempló cómo cruzaba la dramática línea que le separaba de la libertad; pero no conseguió aterrizar. Tras chocar violentamente con el suelo, el joven de 32 años pereció. Sólo unos meses después, el Muro se derrumbaba. Un año después, la RDA dejó de existir.

Aitor Lagunas
www.larazon.es (18-10-2009)

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