quarta-feira, 28 de outubro de 2009

Sabino

Supe de Sabino Fernández-Campo en los albores de la Transición. Una cena en «El Pescador» con Don Juan y los Reyes. El Rey, en la despedida: «Llama a Sabino de mi parte. Quiero charlar contigo tranquilamente». La primera vez que oía hablar de Sabino. Después, amigos durante treinta años. El último encuentro, cenando con un reducidísimo grupo de amigos para celebrar los noventa años de Antonio Mingote. En el medio, todo, más que todo y mucho. El Jefe de la Casa del Rey más accesible. Respondía a todas las llamadas. «Me has llamado, estoy en Pekín, ¿es urgente?». Estructuró la Casa del Rey con orden y profesionalidad. Había sustituido en la Secretaría General a Alfonso Armada, y era Jefe de la Casa Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, un segundo padre para el Rey. Pero el peso de la organización lo llevaba Sabino.

Arzallus daba la tostada y se presentaba en La Zarzuela, una semana sí y otra también, enarbolando la bandera de la lealtad nacionalista. Ya había engañado a Suárez, como haría más tarde con Felipe González y José María Aznar. Pero el Rey y Sabino lo tenían calado. «Señor, que está aquí el padre Arzallus»; «pues que te confiese a ti. Después me cuentas». En una de aquellas conversaciones, Arzallus estalló y abandonó su disfraz: «Nos hemos equivocado eligiendo el camino del Estatuto. Nos haríais más caso de haber optado por la “lucha armada”». Sabino, muy educadamente, le acompañó hasta la puerta principal del Palacio. «Aquí no vuelves».

Terminaba de ser nombrado Secretario General de la Casa. Su despacho estaba en la primera planta, entrando a la derecha. La Reina, desde arriba, le llamó. «Sabino, tengo urgencia de hablar con el Rey. ¿Dónde está?»; «Señora, a punto de llegar. Viene de un acto en el Ceseden». El Rey entró en el despacho de Sabino e intuyó que estaba hablando con la Reina. Le quitó el teléfono, y sin decir palabra, empezó a emitir sonoros besos por el auricular. Entonces le devolvió el teléfono a Sabino y abandonó su despacho. La Reina no daba crédito a lo que había oído. «Señora, no era yo. Ha sido el Rey. Ya va para arriba»; «gracias a Dios, Sabino, porque me he creído que te habías vuelto loco».

El 23 de febrero, la terrible gran noche del Rey y de Sabino. Su intuición con Armada. Su participación en la destrucción de la conjura. Tan honda llegó a ser la compenetración entre el Rey y Sabino, que los malintencionados decían que España era una «Binarquía Parlamentaria».

Actuó con el respeto y la cortesía que su cargo demandaba, pero no renunció jamás a sus ideas. En privado, las defendía. Cuando un juego sucio le supuso el cese, Sabino se encerró en sí mismo y mantuvo el silencio de los grandes. La Reina quedó huérfana, porque Sabino también fue su mano derecha. La Casa del Rey era un lugar accesible gracias a la dedicación de Sabino Fernández-Campo. Se volcó en la educación del Príncipe y habló con él duramente cuando éste comenzó sus etapas de enamoramientos. Cesado, fue a despedirse de Don Juan a Pamplona, que allí agonizaba. «Señor, creo que el Príncipe está empeñado en equivocarse. Use de su autoridad». Y lo hizo. Con Sabino todo era diáfano, directo, a la cara y sin tapujos. Le debemos muchísimo los españoles. Que descanse en paz el mejor general del Rey.

Alfonso Ussía
www.larazon.es

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