sexta-feira, 16 de outubro de 2009

Qué debe España a los visigodos

En la historiografía digamos progresista los visigodos tienen muy mala prensa, en proporción a la buena que se ha ofrecido a los moros, probablemente porque el régimen de éstos fue un despotismo oriental, y los despotismos siempre han subyugado la imaginación de nuestras izquierdas.

Se señala, así, que los godos apenas dejaron restos artísticos (fueron arrasados por los árabes), salvo, acaso, el arco de herradura; tampoco vocabulario en el idioma (lo que indica que el suyo original debió de diluirse muy pronto); que fueron una pequeña minoría (también lo fueron los árabes y los moros, tan queridos por esas corrientes). Américo Castro se obstinó en negarles la condición de españoles, mientras que Ortega y Gasset, por el contrario, les atribuía un papel similar al de los ingleses en la India. Ambos enfoques constituyen dos evidentes disparates en cuanto los confrontamos con los hechos reales.

El período romano (seis siglos) hizo de Hispania una nación cultural, conformando lo esencial de nuestra cultura hasta hoy: el idioma, el derecho, la religión, una base literaria, muchas costumbres y actitudes... Luego llegaron los godos o tervingios, originarios probablemente de Suecia, tras peregrinar durante siglos por la Europa centrooriental y meridional, hasta disolverse en la población local nueve o diez siglos después de haber emprendido su migración desde Escandinavia.

La estancia de los visigodos en España duró casi tres siglos, y puede dividirse en tres períodos. De 415 a 507 se extendieron sobre gran parte de Hispania y de la Galia, con el centro de gravedad en esta última y capital en Toulouse. Tras su derrota por los francos, los godos se asentaron en Hispania, reteniendo una pequeña parte de la Galia y con capital oscilante entre Barcelona, Sevilla, Mérida y Toledo. Por entonces seguían formando una casta conquistadora ajena a la población indígena y al propio territorio, del que podían haber emigrado como antes lo habían hecho de tantos otros. Existía un poco estable reino godo, no hispano-godo, aunque aumentó la identificación de los invasores con el territorio y la asimilación cultural a la población políticamente dominada.

La conversión de Recaredo.
El reinado de Leovigildo, a partir de 573, marcó un nuevo período muy diferente, que duraría unos 140 años hasta la extinción del estado, en torno a 714. Leovigildo constituyó un reino hispano-godo renunciando a gran parte de las tradiciones bárbaras, y Recaredo completó la reforma en un proceso muy probable de disolución de la etnia germánica en la hispanorromana. El poder político y militar permaneció en manos de la oligarquía tervingia, si bien debió de haber una interpenetración creciente con la oligarquía hispanorromana, según sugieren nombres como Claudio, Paulo o Nicolaus (tampoco es imposible que hispanorromanos adoptaran nombres germánicos, y viceversa). Simultáneamente, la organización cívico-religiosa romana –el episcopado– adquirió peso y representación creciente en el poder político.

Esta tercera fase marca la constitución política de la nación española, con tinte germánico pero sobre la base cultural heredada de Roma y el catolicismo (aun si persistían restos marginales de paganismo y pequeñas zonas montañosas apenas latinizadas).

Así, políticamente dominadores, los visigodos fueron culturalmente dominados: no fundaron Gotia, sino España, no impusieron el arrianismo, sino que adoptaron el catolicismo, ni extendieron las costumbres germanas, sino que se asimilaron cada vez más las romanas. Por consiguiente, nada tiene que ver con la función de los ingleses en la India, que impusieron su política pero permanecieron como un cuerpo extraño al país, sin asimilarse en absoluto a él. La sugerencia de Ortega podría tener más sentido si lo hubiera comparado con la formación de Inglaterra por los normandos llegados de Francia, pero ni siquiera ese paralelo sirve. Los normandos formaron una oligarquía que impuso sus formas políticas y el idioma francés, pues en tres siglos no se molestó en aprender el inglés. Los godos, realmente, se fundieron con la población y cultura hispanorromanas, conservando solo aspectos secundarios de la suya.

José Ortega y Gasset.
Vale la pena comparar la Hispania goda con la Galia franca. En la historiografía europea suele aceptarse que la nación francesa comienza con la conversión de Clodoveo al catolicismo, antes de que Leovigildo impusiera sus reformas en España. Francia sería por tanto la primera nación fundada en Europa sobre las ruinas del Imperio romano. Pero cabe dudarlo: la dinámica franca consistió en una continua división y reparto de la Galia, que durante mucho tiempo rara vez estuvo unida políticamente; la España visigoda siguió desde Leovigildo una política tenazmente integradora de toda la península, como así llegaría a ser. En ello vemos también otra falsa intuición de Ortega, cuando compara desfavorablemente a los godos, "corrompidos por la civilización", con la fresca e impetuosa sangre bárbara de los francos. Muy al contrario, los reinos francos, aparte de su escasa o nula identificación con la posterior Francia, tuvieron un historial de corrupciones y crímenes de verdadera pesadilla si se lo compara con el de los visigodos –no exento, desde luego, de violencias–. Los godos fueron el primer reino de la Europa occidental post-romana en fundar algunas ciudades, entre otros indicios de su superioridad organizativa y emprendedora.

Lo que hicieron los godos, en suma, fue transformar una nación cultural en una nación política, única en Europa en su tiempo. No lo hicieron solos, sino con el impulso del episcopado, verdadero representante por entonces de la población hispanorromana. La nación trajo consigo logros como el habeas corpus visigodo, primera manifestación de un derecho fundamental, cierta autonomía municipal, una concepción de la libertad personal y una legislación compleja cuyas bases se mantendrían en España hasta el siglo XIX, etc.

Esta nación política pudo haberse venido abajo con la invasión musulmana, y España quedar integrada culturalmente en el islam, como una prolongación del norte de África. Pero, como sabemos, no fue así. Entre los cristianos –mozárabes– bajo dominación islámica pervivió la añoranza de la "España perdida", incluso su legislación particular, y tan pronto los cristianos pudieron organizar una resistencia seria en el norte vindicaron la herencia goda. Algunos historiadores han querido hacer de esa vindicación una invención arbitraria, pero estaba plenamente justificada: como ha indicado el especialista Luis García Moreno, sin la nación hispano-goda previa, España se habría convertido en Al Ándalus y seguido el destino del Magreb; y la Reconquista simplemente habría sido imposible o quedado en la formación de unos cuantos reinos y condados primitivos, dispersos por las montañas del norte.

Debemos a los godos, pues, esa enorme contribución a nuestra historia. Otra cosa es que a unos cuantos –cada vez más, por ahora– les disguste España, su historia y su cultura, y añoren un reingreso de la península –ya no sería España– en el ámbito musulmán-magrebí.

Pío Moa
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