quinta-feira, 29 de outubro de 2009

Sabino Fernández Campo o el sentimiento del deber

A raíz de la publicación de mi trilogía sobre la república y la Guerra Civil, Sabino Fernández Campo mostró interés en hablar conmigo y comí con él y algunos otros amigos en varias ocasiones. Me dijo que estaba completamente de acuerdo con mis libros, y hablamos sobre aspectos de la Transición, aunque por entonces yo tenía sólo un interés muy relativo en ella. Desde luego, él no estaba nada de acuerdo con el rumbo que tomaban las cosas en España, ni con la mayoría de los políticos (lo extraño sería lo contrario, solo hay que leer la sarta de oficiosidades hipócritas y vacuas con que le han despedido), y sus prudentes exposiciones traslucían una limitada admiración por el Rey y por el príncipe. La impresión que saqué es que buena parte de su labor había consistido en contener las tendencias frívolas, por decir algo, de uno y de otro, lo cual terminó costándole el cargo.

"Un Rey –comentó–, tiene ante todo que dar ejemplo, esa es la base de su autoridad en una monarquía actual. Una vez quise hacérselo ver al príncipe [El motivo no viene aquí al caso]. Le dije: durante la guerra civil, más de una vez me vi en la tesitura de presentarme voluntario para alguna misión peligrosa, que no me apetecía en lo más mínimo, pero debía dar un paso al frente para dar ejemplo a mis hombres". Parece que este sentimiento del deber no fue demasiado compartido en aquellas esferas.

Son llamativas las declaraciones de los políticos. Bono lo ha considerado un gran patriota –y lo fue, al revés que el propio Bono y los demás políticos del PP o del PSOE, con las pocas excepciones de rigor. Carrillo lo ha calificado de sabio, valiente y bueno, lo que vuelve a ser verdad, muy en contraste con quien lo dice. Gallardón, con su habitual oportunismo hipócrita, ha situado a "Sabino", con "Felipe y Adolfo", como "los tres grandes nombres propios de la Transición. Dudo de que "Sabino" (esta gente es muy confianzuda) se sintiera demasiado a gusto, por lo pronto, al lado de Felipe, que ya empezó la Transición intentando, afortunadamente en vano, la ruptura, para enlazar la naciente democracia con el Frente Popular (¡menuda democracia resultaría!). Esperanza Aguirre dice que propondrá su nombre para algún colegio o instituto. No es demasiado honor cuando otros ostentan nombres como el de Margarita Nelken. También se ha destacado su prudencia, virtud casi inexistente en nuestra desdichada casta política. Carmen Chacó, la de Defensa, lo ha caracterizado como "uno de los mejores militares del país". Ciertamente, durante la Guerra Civil, en el bando nacional, realizó algunas hazañas notables cruzando el frente y capturando una importante posición en la retaguardia enemiga, por ejemplo. En fin, lo mejor que puede decirse de él es que no se parecía en nada a la caterva política actual. Sería excesivo que me considerara amigo suyo, ya que nuestros contactos fueron muy distanciados, pero bastaron para hacerme apreciar estas cualidades, tan raras.

Tiene el mayor interés un artículo, firmado por él hace nueve años y dedicado al 23-F, reproducido ahora por ABC. Empieza declarando que preferiría no recordarlo ni avivar el asunto en aquellos momentos, aparte de que consideraba todavía incompleto el conocimiento del asunto. Hoy sabemos que se trató de un golpe en el que estaba involucrado el PSOE y el propio Rey, que se cruzó con otro que lo echó todo a rodar, aunque los detalles del entrecruzamiento siguen oscuros. Pero el autor también señala:

Antes del 23 de febrero habían sucedido en España muchas cosas, cuyo recuerdo tal vez se haya difuminado con el paso del tiempo: asesinatos por parte de ETA de militares, miembros de las fuerzas de seguridad y ciudadanos civiles; secuestros de personalidades destacadas; ofensa al Rey en la Casa de Juntas de Guernica; nombramiento militares considerados un tanto anormales; reconocimiento del Partido Comunista, necesario en el fondo, pero que se produjo de forma despreciativa para los militares (...); limitaciones políticas para los miembros de las Fuerzas Armadas que no se aplican a otros sectores de la vida nacional (...) Muchas veces caemos en el error de juzgar tan sólo el final de un proceso y dejamos de lado los antecedentes.

Y termina el artículo: "En ocasiones, el que busca afanosamente la verdad corre el riesgo de encontrarla". Párrafos reveladores y que no precisan comentarios.

Dos palabras sobre el Rey. Ayer comentaba con un amigo en Badajoz uno de sus problemas: haberse convertido en buena medida en rehén de la izquierda, sobre todo después de la ley de memoria histórica o como la denominen oficialmente. Esa ley pretende la completa deslegitimación del franquismo, con lo que el propio Rey queda deslegitimado. Igual que Alfonso XIII otrora, el Rey ha caído en la tentación de querer ganarse a una izquierda que siempre fue la mayor adversaria de la monarquía, y pensando que la derecha no tendría más remedio que tragar con todo, como también le decía absurdamente Gil-Robles a Don Juan. Cierto que el problema es muy serio, porque lo peor que podría hacer un Rey es enfrentarse a una parte tan considerable de la opinión como es la izquierda; pero es preciso saber que, como decía Bismarck, quien quiere comprar a su enemigo nunca tendrá bastante dinero para ello. Y que la izquierda en la Transición sólo se mostró complaciente después de haber perdido la batalla por la ruptura, a la que vuelve ahora con su venenosa "memoria" histórica. Manejar una situación tan difícil con tales partidos exige una extraordinaria prudencia, habilidad de trato y sentido del deber y de los principios, que poquísimos han demostrado en estos tiempos. Fernández Campo ha sido uno de ellos.

Pío Moa
http://www.libertaddigital.com

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