quarta-feira, 3 de fevereiro de 2010

Seis años de estupidez

Nadie va a devolvernos los años perdidos. Van para seis. Y esto no tiene pinta de haber más que comenzado. La estupidez, en política, es rentable. Y ni en la más disparatada de las ficciones pudo ocurrírsele a nadie que una necedad tan alta pudiera tomar el poder. Pero, una vez asentada, la estabilidad de lo necio es temible. En parte, porque consuela mucho en tiempos duros constatar que no existe un solo miembro del gobierno al cual no podamos mirar por encima del hombro. En parte, porque consuela mucho saber que ese que ejerce aquí el mando no daría para bedel en una empresa seria.

Son ya oficialmente más de cuatro millones de españoles arrojados al vertedero del paro. Y no pasa nada. Eso es lo de verdad aterrador: no pasa nada. Y eso es lo que no hay manera de explicar racionalmente: el cúmulo de disparates no deja un solo respiro; en ninguno de los espacios de intervención que definen a un Estado. Y la fiesta sigue.

Política internacional: devastada. Fue lo primero aquella huida grotesca de la fuerzas españolas, sin siquiera respetar los plazos, de la misión que cubrían en un Irak sobre el cual se jugaba el equilibrio mundial; me pregunto qué sensación pudo quedarles a los militares que pecharon con la vergüenza de aquel ridículo. Vino enseguida la humillación ante el Sultán de Marruecos, que fue, al cabo, el primer beneficiario del golpe que se llevó por delante, el 11-M de 2004, a los irreverentes gobernantes españoles que habían osado oponerse a la voluntad del heredero de Mahoma en Perejil; la pronta pleitesía de Zapatero tranquilizó al Sultán: todo volvía a donde siempre. Afganistán fue aún peor: porque enviar tropas al frente de guerra más peligroso del mundo y negarles potestad para el combate, es condenarlas a muerte; al modo exacto que proclamara el primero de los ministros zapateriles del ejército: «mejor morir que matar»; es lo que ha venido sucediendo desde entonces; es lo que sucederá; un ejército no puede negar su condición de ejército y seguir vivo; para funciones benévolas existen otras instituciones; el servicio del soldado es el de las armas; si la actual ministra -como el ministro de antes- juzga poco honorable que las armas -las adecuadas, blindados incluidos- se usen, es mejor que disuelva el ejército; que no lo envíe, en todo caso, a un lugar sobre el cual se libra hoy la guerra más despiadada.

Política nacional: suicida. Fue personalmente Zapatero quien hizo aprobar un estatuto catalán cuyo dislate tiene paralizado al Tribunal Constitucional desde hace ya cuatro años, y cuyo desenlace no puede ser otro que la independencia. Que, tal y como están las cosas, a muchos empieza a parecernos la salida menos mala. Independencia. Con todos sus costes. Y que podamos, de una maldita vez, dedicarnos todos a las cosas serias y no a chorradas. Y que quien quiera pagarse doblajes a una lengua sin mercado, que se los pague. Y que el que tenga tantas ganas de arruinarse, que se arruine. Pero que no debamos pagar su despilfarro todos.

¿Política económica? ¿Qué es eso? Ni está, ni se la espera: de Solbes a Salgado, todo es una obscena burla. Más de cuatro millones de parados. Es lo que imponen las cifras oficiales: no una crisis, un desastre. Esto era, hace seis años, un país que parecía moderno: moderno y aburrido; lo menos malo. Bastó el golpe del 11-M para salir del sueño. Manos en alto. Para que lo peor -lo peor- se plantara en el proscenio. Y la ruina se nos llevara a todos por delante. Seis años de nuestras vidas ya perdidos; nadie va a devolvérnoslos. Y la horrible sospecha de que esto va para largo. La estupidez es rentable.

Gabriel Albiac

www.abc.es

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