La propuesta que Ibarretxe acaba de presentar es un cúmulo de desvaríos jurídicos, disparates políticos, contradicciones conceptuales y pésima redacción literaria. Proponer una «consulta» para que sirva más tarde de base a un referéndum inconstitucional es un truco de picapleitos de tercera categoría. Pedir a ETA que «manifieste de forma inequívoca su voluntad de poner fin a la violencia», después de lo que acaba de suceder con su «tregua indefinida», suena a chiste macabro. Y hablar de «proceso de negociación entre todos los partidos vascos, sin excepción, para alcanzar un acuerdo democrático», con unos que llegarán a la mesa de negociación pistola al cinto, es entregarse atado de pies y manos a los pistoleros o estar tácitamente de acuerdo con ellos. Elijan ustedes mismos lo que prefieran.
En muy mala situación debe de encontrarse el lendakari para salirnos con esa propuesta, que no lleva a ninguna parte a nadie, empezando por los propios vascos. Esto no es una huida hacia delante. Es dar cabezazos contra la pared.
Zapatero lo tiene algo más fácil, aunque tampoco crean tanto. Su famoso plan de paz para el País Vasco ha terminado donde empezó, sólo que un poco peor. Con ETA lista a morder como un perro rabioso a quien se ponga a su alcance. El PNV, forzado a competir con ella en quién es más nacionalista, y un desafío abierto al Estado, que no sabemos cómo ni dónde ni cuándo acabará.
Pero nuestro presidente es especialista en resolver problemas que él mismo ha creado, y no le asusta éste. Aunque llamarlo resolver puede resultar un tanto excesivo, ya que sus soluciones son tan vagorosas como sus palabras, que suenan muy bien, pero a la hora de plasmarse en la realidad se esfuman.
El mejor ejemplo es éste del País Vasco. Se ha pasado tres años y medio haciendo carantoñas a los nacionalistas en pos de la paz, pero la cosa ha terminado en bronca, con muertos, heridos y todo el mundo cabreado. En esto han venido a dar la ducha de De Juana con su novia, el Otegi «hombre de paz», la mesa redonda de Loyola, el «accidente» de Barajas, el permitir a los filoetarras presentarse a las elecciones municipales y otras procacidades con que el presidente el Gobierno nos obsequió durante la pasada legislatura. En que aquello esté más encrespado que nunca, con una ETA que vuelve a asesinar, un lendakari dispuesto a pasarse la Constitución por el arco del triunfo y el mayor protagonismo político del Partido Comunista de las Tierras Vascas en su corta pero sombría historia. Para que el presidente del Gobierno pueda anunciar ufanamente que recurrirá ante el Tribunal Constitucional la iniciativa del lendakari. ¡Hombre, podía usted habernos ahorrado todo eso, incluida la ducha de De Juana, simplemente con haber mantenido una línea firme y coherente ante el nacionalismo, en vez de medio meterse en la cama con él y medio hacerle promesas que no podía cumplir por estar fuera de sus poderes!
Pues en una cosa, sólo en una, hay que dar la razón a Ibarretxe. Cuando recuerda a Zapatero la reunión de Loyola y le dice: ¿Por qué estaba usted dispuesto a conceder a ETA el «reconocimiento de las decisiones que sobre su futuro adopte la ciudadanía vasca» y no está dispuesto a concedérnoslo a nosotros? ¿Por que se comprometía entonces a «promover la creación de un órgano institucional entre el País Vasco y Navarra», que ahora rechaza? ¿Por qué reconocía «la identidad nacional del pueblo vasco», de la que ya no quiere saber nada? Repito, hay una lógica funeraria en esta parte del discurso de Ibarretxe, que se convierte en disparate cuando pasa a confundir términos, hacer propuestas irrealizables y cometer ese error típico del nacionalismo que es creer que no hay barreras, ni leyes, ni principios para lograr su nación. Pero que explica la alergia que siente Zapatero hacia aquellas reuniones de Loyola, en el otoño de 2006. En el fondo, tal para cual. Y nosotros, en medio.
José María Carrascal
www.abc.es
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