¿Recuerdan a aquellos que nos decían que ETA había matado por accidente en el aparcamiento de la T-4 de Barajas? Recordarán sin duda a quienes decían que ETA no volvería a matar. ¿Recuerdan a aquellos que han escrito cientos de artículos y algún librillo proclamando que ETA ya prácticamente no existía? «El fin de ETA» se llamaba una de las publicaciones del frente mediático de Zapatero, en plenas negociaciones, ya desesperadas, por lograr convencer a ETA de que le esperaba un lugar muy cómodo en las instituciones y en las decisiones políticas sobre el futuro del País Vasco y Navarra si colaboraba con el Gobierno de España en mantener viva la estafa. Resultó ser que ETA se fiaba menos del presidente Zapatero que éste de los terroristas a los que nunca ha visto sino como izquierdistas patriotas vascos algo descarriados. Zapatero decidió otorgarle a ETA el acceso a las instituciones en espera de ese acto de camaradería y buena fe que era el mantenimiento de la tregua comprada a los terroristas con promesas de romper el orden constitucional. El fiscal general del Estado hizo de sumo sacerdote de la profanación del espíritu y la letra de la ley. ¿Recuerdan? Del resultado de este juego con la ley y de la trama entre compinches cuando De Juana Chaos paseaba con su novia y Otegui reclamaba ante el juez la asistencia de su protector, Conde Pumpido, cuando los cobradores de ETA recibían el «queo» (aviso) para huir desde un teléfono de la Seguridad del Estado, ya sabemos algo más desde la madrugada del miércoles. Se puede expresar con un nombre: Juan Manuel Piñuel, un español de Melilla, guardia civil, de 41 años, casado y con un hijo.
Pudo haber veinte muertos. O treinta. Los únicos responsables de su muerte habrían sido los terroristas, por supuesto. Harto está uno de repetir obviedades como harto está de oír condenas ridículas que tachan de «ratas» a los etarras y de «salvajadas» sus crímenes. Pero hagamos un poquito de memoria. ¿Quién dio legitimidad negociadora a la banda exhausta? ¿Qué dirigente socialista les otorgó a los testaferros y lacayos de ETA razones propias? ¿Quiénes fueron los que movidos por sus infinitas ansias de paz surgidas de lo más profundo de las entrañas elevaron de nuevo a los asesinos a la categoría de interlocutor del Estado de Derecho? ¿Recuerdan?
¿Se acuerdan de que cuando Zapatero llegó al poder ETA llevaba un año sin matar y no precisamente porque su antecesor le hubiera propuesto planes comunes a ETA en Loyola sino porque el acoso policial y legal estaba cobrándose los éxitos de una política de lucha sin cuartel contra el crimen político? ¿Recuerdan que la kale borroka había desaparecido y que no había terroristas en las instituciones vascas? Ayer, uno de los más grotescos propagandistas de la aventura de Zeta se preguntaba en la radio: ¿Qué tendrá que ver lo de Mondragón con el atentado de hoy? Mucho. El Gobierno trató a ETA como a un socio. Su único enemigo era la oposición democrática. Zapatero no pudo cumplir en la sociedad que él propuso. Ahora el socio exige de nuevo buen trato. Con sus argumentos. El de ayer se llamaba Juan Manuel Piñuel.
Hermann Tertsch
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