Interpol, un organismo hasta el día de hoy impecable, ha dicho que Chávez y su ternero Correa, que no se suelta de la teta, apoyan a las FARC en Venezuela y Ecuador, que en los territorios de ambos países se entrenan guerrilleros, y que no son todos colombianos, sino también venezolanos y ecuatorianos y de otras naciones del continente. "¡Vaya novedad!", clamarán algunos de mis lectores, avisados de lo que sucede en el mundo.
No, no es novedad. Sí lo es el hecho de que Interpol lo diga. Y es novedad que haya quien se sorprenda cuando la prensa lo pone negro sobre blanco. Porque el internacionalismo es algo que nace con el propio marxismo y se expande a todos los movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX.
La idea de que las clases sociales son las protagonistas de la historia y de que las naciones ocupan un lugar secundario es el origen de lo que se llamó (y algunos aún llaman, como si fueran espiritistas de la historia) "internacionalismo proletario". La Primera Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores se fundó en Londres en 1864, con la participación personal de Marx y Engels. Ciertamente, se disolvió en vida de los padres fundadores, en 1876. La sucedieron la Segunda Internacional, socialdemócrata, y la Tercera o AIT, conocida sobre todo con el nombre de Comintern o Internacional Comunista, creada por Lenin en 1919. Muy tardíamente, se fundó la Cuarta, trostskista.
Lenin no hizo demasiado caso de la cuestión en sus últimos años, los del poder. Había escrito Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación en 1914, en Suiza, un año después de que Stalin pergeñara en Viena El marxismo y la cuestión nacional. El gran dictador fue, tras la toma del poder en Rusia, el primer comisario para los Asuntos de las Nacionalidades, puesto desde el cual emprendió lo que posteriormente sería su política interior permanente: la rusificación de todos los pueblos de la URSS, cosa en la que, como está a la vista, tuvo tanto éxito como Franco en la liquidación de los separatismos en España: cero patatero, y si no que se lo pregunten a los chechenos o a los propios paisanos de Josif Dzugashvili, los georgianos. Y es que a Stalin, como a Franco, no le interesaba el cosmopolitismo, hijo dilecto de la Ilustración, sino las relaciones entre nacionalismos: o los barría del mapa o los asociaba a su programa de sovietización o satelización mediante la fórmula del internacionalismo.
Prácticamente ningún movimiento de importancia en el último siglo y medio, es decir, mientras pervivió de alguna manera el mito del proletariado universal, se limitó a un ámbito geográfico ni descuidó sus alianzas externas. Y aún ahora, cuando los obreros dejaron su lugar a "campesinos" cocaleros, indigenistas y otras gentes, las cosas siguen siendo iguales. Como cuando Franco recibió ayuda de Italia y Alemania (los fascismos también creían en el internacionalismo), y la República Española de la URSS.
Cuba es una creación del internacionalismo proletario de la Unión Soviética. Recibió hasta 1989 un total de 5.000 millones de dólares, lo que, sobre una población de diez millones, hacía una renta per cápita de partida de 500 dólares, mucho más alta que la de muchos otros países del área. El servicio que se pedía a cambio de semejante regalo (que jamás recibió el pueblo cubano) era la extensión de la revolución a toda América Latina: dos, tres, muchos Vietnam, como pretendía Ernesto Guevara.
En fecha tan remota como 1948, Perón le había financiado al joven Fidel Castro el primer Congreso de Estudiantes Latinoamericanos en Bogotá, modelo de todas las demás antirreuniones, desde Seattle hasta Porto Alegre, para boicotear con su presencia la primera reunión de la OEA. Rusia quería mucho más: quería representación militar. Así fue como los "cooperantes" cubanos en el Chile de Allende se dedicaron al relevamiento geográfico estratégico del territorio chileno, como cuenta Norberto Fuentes en Dulces guerreros cubanos.
Colombia y, sobre todo, Venezuela estuvieron siempre en los planes de Castro para el continente, y allá fueron, ya en los años 60, los fusilados Tony La Guardia y Arnaldo Ochoa. Sobre todo, a organizar y reforzar las FARC y otras guerrillas de menor entidad. Sabían a dónde apuntaban, tanto como lo ignoraba el Che respecto de Bolivia, un país inventado por Sucre contra la voluntad de Bolívar que difícilmente salga entero de la experiencia de Evo Morales.
Lo intentaron en todos los países relevantes de la región: Venezuela, Colombia, Brasil, Argentina y Chile. En Colombia sembraron las células enloquecidas del cáncer, con la colaboración de un ejército corrupto al que le convenía tener un enemigo interior porque eso mantenía un estado de excepción permanente que se traducía en un doble salario, y que a la vez negociaba asaltos de los rebeldes a convoys militares, que no eran más que compras bajo mano de armas y alimentos. En Venezuela consiguieron más: poner a un militar golpista adicto al frente del ejecutivo, Hugo Chávez Frías. Ecuador iba a ser irremediablemente atrapado en su estela. Argentina tiene en el Gobierno a los hombres de la guerrilla montonera de los 70, empezando por el presidente, que nunca fue un soldado pero tampoco perdió el contacto con los que sí empleaban las armas.
Lo natural, pues, por historia de las izquierdas armadas y por lógica situacional, es que Chávez financie y entrene a las FARC, y que Correa haga lo propio. Ya no estamos en los 70, cuando todo el mundo (por ejemplo, simultáneamente, los supuestos enemigos irreconciliables de la Triple A y de Montoneros) iba a prepararse a la Libia de Gadafi, de modo que hay que hacerlo en casa. El presidente Uribe, sobre quien tan poco se prodiga la prensa europea, es un grano en el culo de estos tiranos valleinclanescos, que darían risa si no dieran miedo. Y que, de vez en cuando, se permiten acusarlo de "invadir" sus respectivos territorios. Un hombre libre y liberal, al que los Estados Unidos no están ayudando en la medida en que lo merece.
Por otra parte, ha habido un desplazamiento de la capital de la revolución, de La Habana a Caracas. En Cuba, aunque nadie se lo quiera creer, y menos que nadie Yoani Sánchez, la bloguera a la que no dejaron venir a España para recoger el Premio Ortega y Gasset de Periodismo, ha comenzado la apertura. Raúl Castro no es su hermano: le falta de todo para serlo, pero lo que más le falta es paranoia. De modo que se ha puesto a vender neveras y teléfonos móviles (no dudo de que el tenderete sea suyo) a cualquiera. Chávez no pasa por él: se entrevista directamente con su maestro Fidel, en espera de que le susurre al oído la letra divina capaz de producir un golem. El día menos pensado se abre un McDonald's en La Habana y los compañeros del CDR empiezan a ver CSI. La negociación será larga, pero la inteligencia de José María Aznar y la receptividad de Bush para con él han logrado crear un fondo, con la colaboración de varios países, que impida una ruptura del tejido social cubano, atendiendo a los reclamos de Miami sin que nadie deba regresar del solar habanero al viejo bohío de antes del 59.
La revolución, la que sea, siempre antiliberal, pasa ahora por Caracas. Y el enemigo principal, como solía decir el Gran Timonel, es la Colombia de Uribe, que en pocos años ha hecho crecer el Estado como nunca antes desde la independencia. Caen dirigentes de las FARC, o se arrepienten, como los mafiosos, o desertan, pero hay más preparándose para sustituirlos. En eso se va el dinero de un país petrolero y culto que no ha puesto un solo dólar en la construcción de refinerías. La revolución ya no es, como en tiempos de Lenin, sóviets y electrificación, sino crudo y guerrilleros.
Horacio Vázquez-Rial
http://exteriores.libertaddigital.com
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