Robert Rauschenberg, que murió el lunes a la edad de 82 años, va a pasar a la historia como un innovador, y no como un imitador. Él mismo lo dejó claro en 1953, cuando borró un dibujo de De Kooning, el artista de la Escuela de Nueva York que más admiraba, para limpiar así, de forma metafórica, la pizarra. De manera más significativa, era un dibujo que era considerado una reliquia de la pintura académica en el contexto artístico contemporáneo. Antes, ya había hecho «tabula rasa» con sus pinturas monocromáticas en blanco y negro. Con ello, intentaba reafirmarse tanto a sí mismo como el mundo en el que vivía, reemplazando de esa manera la crítica y la pasividad por la acción física de sus eventos artísticos y «performances».
Rauschenberg fue uno de los artistas más prolíficos de la historia, rivalizando incluso con Luca «fa presto» Giordano en la prolijidad de su producción y energía y «bravura» de su estilo. Rauschenberg se convirtió en el primer americano que ganó el gran premio en la Bienal de Venecia de 1964 y en el más grande innovador del arte de la posguerra tras Jackson Pollock.
Mientras Rauschenberg ha muerto trabajando, Pollock nunca pudo recuperarse de su incapacidad para superar sus propias pinturas «drip». Su trayectoria no pudo haber sido más diferente. Pollock se estrelló con la muerte en un accidente automovilístico fatal. Rauschenberg -parafraseando a Dylan Thomas- no pasó de manera tan noble a mejor vida. Paralítico después de un ataque de apoplejía, como su propio héroe De Kooning, Rauschenberg continuó trabajando hasta el fin de una vida larga y prolífica. En su estudio al frente de la playa, en Captiva, Florida, adonde se había retirado del mundo artístico neoyorquino hace varios años, se dedicaba a seleccionar desde su silla de ruedas imágenes de sus vastos archivos de fotógrafos propios y, con ayuda de sus asistentes, continuó produciendo un caudal constante de pinturas y esculturas, y atendiendo sus exposiciones y fiestas.
Justo hace dos meses vino a Valencia para celebrar la inauguración de la exposición de su amigo Darryl Pottorf en el IVAM, donde él mismo recibió el premio Julio González el año anterior. Pero los honores y los reconocimientos fueron bastante tardíos para Rauschenberg, menospreciado a menudo como un «payaso Dadá». Rauschenberg -nacido con el nombre de Janis Joplin en el provincial pueblo petrolero de Port Arthur, en Texas- estudió en la legendaria Escuela de Black Mountain, donde sintió a menudo que carecía de la disciplina que los artistas de la Bauhaus, fundadores de la escuela, impusieron a sus discípulos americanos. Ahí estudió fotografía con Aaron Siskind y pintura con los artistas de la Escuela de Nueva York Franz Kline y Jack Twokov. Ahí conoció también al coreógrafo Merce Cunningham y al compositor John Cage, quien se convirtió en su mentor más importante. La traslación de la estética multidisciplinaria e incluyente de Cage, que fue todo un acontecimiento y derribó las fronteras entre las artes con sus técnicas visuales, se convirtió en su tarea vital.
Rauschenberg pasó sus años de formación no en Estados Unidos, sino en París, Milán y Roma gracias a los programas del ejército que otorgaba a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial becas para estudiar. Esas experiencias le dieron un soporte alternativo al estilo imperante neoyorquino de la pintura de acción. Durante su tiempo en el ejército, Rauschenberg trabajó como auxiliar de psiquiatría. Más adelante convertiría un piso de su estudio en Nueva York en una sección donde sus amigos se podían recuperar de diversos traumas. Su estudio era un lugar atestado donde Rauschenberg cocinaba su famoso «gumbo criollo», y donde además tenían lugar diversas actividades de manera simultánea: Bob veía por ejemplo la televisión, mientras pintaba. Otros practicaban para «performances» o simplemente contribuían a la actividad general y a la charla. Rauschenberg adoraba el ambiente grupal del trabajo en colaboración. Una vez decidió añadir movimiento a su grupo de esculturas, y el artista cinético Jean Tinguely era a menudo visto por el estudio conectando el «Oracle» de Rauschenberg.
Su decisión de colocar sonido a sus «combinados», como él los llamaba, le exigió una tecnología más sofisticada, por lo que empezó a trabajar con el ingeniero Billy Kluver de los laboratorios Bell, con el que fundó E.A.T. (Experimentos en Arte y Tecnología), una organización que reunía a artistas con ingenieros y científicos con la capacidad de ayudarse a realizar proyectos. Esa fue una de las típicas ideas revolucionarias de Rauschenberg, que ignoraba barreras que, en su condición de texano, no estaba dispuesto a aceptar. Como director de la compañía de Merce Cunningham, Rauschenberg diseñó los decorados y el vestuario para varios de sus más conocidos espectáculos de danza.
Aunque es famoso por sus «combinados» y sus pinturas en seda, es también significativo que Rauschenberg fue el último artista que creía que el arte podía cambiar el mundo, y él dedicó más de una década a intentar demostrarlo. Mucho antes de que Nixon visitara China, Rauschenberg financió él mismo una amplia exposición de sus obras en Pekín, el primer espectáculo en China de un artista norteamericano que abría las puertas que la política había cerrado de un portazo. La exposición fue parte de la gira mundial de R.O.C.I. (Intercambio Cultural Internacional de Rauschenberg), una organización itinerante que fundó para acercarse a distintas culturas. Cruzando rápidamente el mundo con paradas en México, Cuba, Chile,Tíbet y otros países, el artista trabajó con gente de cada lugar, dejó algunos de sus colaboradores ahí y se llevó a otros a la siguiente parada.
Después de retirarse del mundo del arte neoyorquino, Rauschenberg desapareció de la vida pública hasta que Walter Hopps organizó una retrospectiva completa de sus obras para la colección Menil y el museo Guggenheim, que fue la exposición inaugural en Bilbao. Para entonces, el artista ya había inventado prácticamente todo desde el arte conceptual hasta el Pop Art, desde las colecciones hasta la «perfomance» y las más extravagantes instalaciones basadas en medios técnicos, llenando de esa manera, como él mismo dijo, «la brecha entre el arte y la vida». Aunque ahora se ha marchado, su vida y su arte son un catalizador para la experimentación y la innovación sin temores, que continúan inspirando a las generaciones de artistas actuales.
Barbara Rose
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