Hoy llega a La Moncloa el lendakari vasco, es de suponer que en su pretenciosa limusina de jefe de Estado, ikurriña ondeante. Llega, advierte, «sin plan B». «Aquí traigo el plan Ibarretxe, el plan de la convivencia y armonía entre vascos y vascas», dirá, acostumbrado a referirse a sí mismo en tercera persona. Según su autor, traerá la paz a Euskadi y dejará en paz a los españoles siempre que vivan fuera del País Vasco y Navarra. El amo de la casa, el otro gran pacificador, lo recibirá en las escaleras. Quizá baje a su encuentro, quizá no. Da un poco igual. En realidad todo en esta reunión da igual, por solemnes que se pongan sus protagonistas.
Dialogarán hasta la extenuación, ávidos como están ambos de armonía, infinitamente ansiosos por la paz como son. Después nos contarán, exangües tras tanto diálogo franco y profundo, que no están de acuerdo. El anfitrión comunicará a los periodistas que ha estado muy, muy duro y severo con el huésped y que le ha dicho que el plan no vale, que es mal plan, en fin, un mal plantxi. Ibarretxe, el visitante, lamentará que su interlocutor siga tan ciego ante las bondades de su plan. Lastimero, se quejará de que el hombre bueno de La Moncloa le niegue a él, el lendakari electo, lo que hace un año les ofrecía directamente a otros vascos menos educados. Si está muy defraudado, probablemente nos advertirá de que, sin la aprobación de su plan, esos otros, menos sensibles que él, pero igual de defraudados por Zapatero y agobiados por el «conflicto», matarán más. Se supone que con más razón de la que tendrían de aprobarse su plantxi. Hasta aquí el relato de la escenificación intuida.
En realidad, y dicho con crudeza, la pantomima de encuentro institucional de hoy, esta visita de Ibarretxe a La Moncloa, se parece muy mucho a las citas que organizaba con los buenos pagadores del impuesto revolucionario el señor Gorka Aguirre, ahora juzgado por la Audiencia Nacional por colaboración con ETA. Ayer Arzalluz, Urkullu y otros dirigentes del PNV, defendían ante Garzón la benéfica labor del señor Aguirre. Aguirre tenía tan buen trato con los etarras que la policía concluyó que era uno de ellos. Suele pasar. Cuando las afinidades son tantas, las diferencias son irrelevantes. A Ibarretxe le pasa como a Aguirre. Empujado al radicalismo por los pactos del PSE con Batasuna, lo único que le distingue ya del batasunismo etarra son sus modales y la corbata. Pero más grave resulta la certeza de que Zapatero es el empresario dispuesto a pagar. Con propiedad y soberanía que no son suyas. Habrá «Plan B». Se disfrazará de reforma del Estatuto. El Constitucional ya no es obstáculo. «Más autogobierno», prometía Zapatero en Baracaldo hace días. Se pondrán de acuerdo. El espectáculo de hoy es sólo una burla más. Como la burla que se antoja ya casi todo el titulo preliminar de la Constitución Española.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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