Rauschenberg es ese tipo de artista que crea modelos de comportamientos, alguien que abre puertas. Cuando tenía 16 años, y estaba en la Escuela de Bellas Artes, tuve mi primer encuentro con su obra en París. Yo la conocía por reproducciones, pero de una manera muy difusa. Y de repente me tropiezo con un cuadro en el que había un pollo disecado y otra obra en la que había una colcha cogida de la calle, con una tela típica americana con muchos colores. Y claro, cuando me encontré con esto descubrí la libertad. Y me decía, qué ocurre, resulta que ahora hay gente que no pinta con pinceles y no tiene la paleta, que tiene otras cosas, otros elementos. Ese modelo de comportamiento es algo que él transmite, a mí y a otros. Y otros también lo han hecho, claro.
Pero quiero decir que la importancia de esos artistas es esa capacidad de transmitir la libertad, de que las cosas se pueden hacer con mil procedimientos y de mil maneras. Son hombres que inventan los materiales, inventan las herramientas, inventan muchas cosas y las usan. Y eso es lo que Rauschenberg transmite.
La última exposición suya la vi en el Metropolitan, cuando ya iba en silla de ruedas, y seguía siendo un ejemplo de mil puertas abiertas. Es de esos artistas que te abren las puertas y que puedes aprender y penetrar por ellas. Yo coincidí con él en Nueva York muy pronto, en el Pontiac Museum, el pequeño centro que hay a las afueras de Nueva York, donde Rockefeller tenía su residencia de verano. Allí habían preparado una exposición a la que invitaron a artistas que trabajaban sobre cuadros de otros. Y también estaban invitados unos artistas Pop (como Lichtenstein), y yo también estaba invitado. Cuando fui allí me encontré que la gente que había organizado la exposición le había puesto a cada uno de los artistas en la solapa su nombre, para que los visitantes los reconocieran y los pudieran saludar. Nada más entrar al museo me encontré a una figura, que era él, que yo no había visto nunca, de verdad, de carne y hueso con el nombre escrito en la solapa. Y ese es el primer contacto que tuve con él.
Luego lo vi en otras ocasiones, pero no he tenido con él una relación como la que tuve con Lichtenstein o con otros artistas del Pop, aunque sí he coincidido muchas veces con él.
Yo creo que él apunta en muchas direcciones. Esa capacidad que tuvo de trasladar a sus cuadros noticias y cosas que aparecían en la Prensa y en los medios de comunicación. Cómo trabajaba con ese procedimiento de la serigrafía, de trasladarlo todo, fue algo muy representativo. Pero también esa peculiar manera con la que pintó al principio con objetos encontrados, pegando, haciendo collage, empleando mil procedimientos.
Él, naturalmente, es un pintor típicamente americano. Y de la Escuela de Nueva York, que en ese momento hizo tantas cosas, y marcó una época. De esos artistas postamericanos que tienen diferencias evidentes con los ingleses. Yo creo que cuando uno ve sus pinturas inmediatamente reconoce que es de esa cultura.
De todo lo que me ha aportado como artista, destacaría sobre todo una actitud: la libertad. La libertad que enseña que puedes hacer todo y con todo. La última visión que tengo de él, de sus cuadros, de su obra, es la visión que antes relataba del Metropolitan. Era una maravilla. Me acuerdo de sus cuadros rojos. Estoy ahora haciendo ese traslado, y veo una serie de cuadros hechos en rojos y en rosas maravillosos. Además, realizados con collage de papeles, con materiales que no eran muy definitivos, más bien materiales pobres. Materiales modestos que habían tenido un desarrollo envejecido maravillosamente. Y habían jugado a su favor, y estaba viendo aquellos cuadros y mi impresión era que estaba ante un clásico. Estaba viendo un artista de museo, estaba contemplando el paso del tiempo. La verdad es que es una pena que desaparezca un artista como él.
Manolo Valdés, pintor y escultor
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