Lloraban todos, el público, el graderío entero, los comentaristas atropellaban las palabras, y hasta los líneas cantaban el «out» con extrema congoja. A Guga Kuerten se le iban los últimos minutos frente a Paul-Henri Mathieu, que le estaba ganando la partida. Kuerten se llevó tres Roland Garros y cuando terminaba de labrar sus victorias dibujaba un corazón en el polvo de ladrillo para decirle al público parisiense lo que significaba en su alma. Para el torneo francés, Kuerten es su amor, su pasión, su jugador favorito, su enamorado...
Una lesión en la cadera le fue apartando primero del número uno, luego del «top diez» y posteriormente de la elite del tenis mundial. Este año, la organización le mandó una invitación al conocer la intención del brasileño de retirarse. Le tocó en primera ronda con Mathieu, el pupilo de Wilander que va a más cada año, y el francés, con su propio público en contra, le ganó en tres sets, 6-3, 6-4 y 6-2. También lloraba el propio Mathieu al final, y qué decir de Guga, hecho un mar de sollozos oculto en su toalla, los ojos enrojecidos mientras la grada bramaba emocionada: «¡Guga, Guga!», al tiempo que se les iba su corazón, su amado. Mathieu le saludó y se retiró, humilde, para que su rival recibiese el merecido homenaje.
José Manuel Cuéllar. Enviado especial de ABC a Paris
http://www.abc.es/
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