Juan José Ibarretxe, tan altanero como confuso, tiene anunciada para el próximo martes una visita a La Moncloa. Si después del último atentado de ETA en Álava no rompe su empecinada cooperación con PCTV y ANV bien podría ahorrarse el viaje. La banda terrorista ha vuelto por donde solía y su coche bomba de Legutiano no es una añagaza, sino un atentado de gran magnitud, con muchas arrobas de explosivo que, si solo ha producido un muerto, Juan Manuel Piñuel, es porque los ángeles que protegen a la Guardia Civil son más eficaces, quizás curtidos por la experiencia, que los de las demás personas.
En este doloroso caso, como en el previo de Mondragón, habría que preguntarse, y el Gobierno debiera contestar, cómo es posible que los terroristas puedan estacionar sin mayores problemas ni obstáculos un coche cargado de cientos de kilos de explosivos junto a un cuartel de la Guardia Civil. ¿Todavía no tienen claro José Luis Rodríguez Zapatero y su buenismo patológico que ETA no quiere dejar de matar? En ese ambiente, suma y sigue, Ibarretxe, Íñigo Urkullu, Joseba Egibar y demás santones del nacionalismo vasco siguen postulando el camino de la independencia de Euskadi. ¿Cabe mayor procacidad?
Cuando Legutiano se llamaba Villarreal, desde el siglo XIV hasta hace unos pocos años, y el nacionalismo vasco no había emitido sus primeros mugidos, los problemas ya trituraban a los vecinos del solar español; pero, a diferencia de los de hoy en día, no eran inventados, salidos del magín de unos pocos caciques -recuérdese la teoría de Xabier Arzalluz sobre el árbol y las nueces- que no serían nada sin la anormal situación, violencia incluida que marca el territorio y aflige a sus ciudadanos.
En esto hay que repetir lo que dijo Thomas Hobbes y ya había planteado Aristóteles: primum vivere deinde philosophare. Mientras la vida y el patrimonio de los ciudadanos vascos no estén plenamente asegurados, mientras ETA pueda seguir matando y chantajeando, resulta improcedente, contrario a la razón y la ética y ofensivo para la dignidad del Estado cualquier negociación con la banda terrorista y con quienes, aún condenándola, conviven -¡y hasta gobiernan!- con sus amigos y cómplices. En el País Vasco hay más déficit de Código Penal que de Estatuto y muchísimo más de decencia política que de insatisfacciones centrífugas.
En aras del primum vivere que se merecen los ciudadanos lo que verdaderamente urge es una convocatoria anticipada de las elecciones autonómicas. Un lendakari en precario, mal acompañado y sin más herramienta útil que la reivindicación a Madrid, de lo que sea, no es compatible con las acciones que deben poner fin a ETA. No debemos resignarnos a que la contabilidad, suma y sigue, sea la única acción eficaz del Estado contra el mal llamado problema vasco.
M. Martín Ferrand
www.abc.es
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