Por si necesitáramos otra muestra de la degradación de la cultura política de Estados Unidos, esta mañana nos despertamos con el triste espectáculo mediático de la recepción de la noticia del Premio Nobel de la Paz concedido ayer al presidente Barack Obama.
Para buena parte de la mitad del país que se opuso y se opone con vehemencia a la presidencia de Obama, la concesión del Nobel sólo confirma sus peores sospechas. «Obama no es primordialmente el presidente y defensor de Estados Unidos -su fuerza, sus intereses económico, su supremacía global- sino una especie de diva o estrella internacional, dispuesto siempre a anteponer la popularidad global a sus deberes como patriota estadounidense». Para la prensa estadounidense de esta mañana, la noticia parece ser menos la concesión del premio y más esta posible reacción reaccionaria.
Un premio de la paz es siempre una propuesta arriesgada. La paz, ¿dónde está? ¿Dónde está la paz de Arafat, Peres y Rabin? Puestos a pensar: ¿Dónde está la paz de Teddy Roosevelt, Woodrow Wilson o Jimmy Carter? Y la paz del Sr. Nobel, inventor de la dinamita, ¿dónde se puede encontrar?
Si «la paz» que el Comité Nobel reconoce y premia fuera un estado objetivo, un hecho consumado, los suecos tendrían buenos motivos para pedir la devolución de muchos diplomas y muchos millones. Obviamente, la «paz» del Premio Nobel no es -no puede ser- un estado de cosas, sino un conjunto de valores y actitudes, una disposición. Y la concesión del premio a un novato como Obama -un gran defensor del diálogo, pero con pocos «logros» concretos- no es sino el reconocimiento explícito de este hecho. La paz como promesa.
Los enemigos de Obama no lo verán así. Se quejan amargamente del «culto de personalidad» de Obama, pero al final son ellos mismos los que parecen querer reducirlo todo al nivel personal. En el largo debate sobre la reforma sanitaria, por ejemplo, se ha visto muy claramente que para muchos el objetivo primordial no es intentar arreglar un sistema roto e inmoral, sino entregarle a Obama una sonada derrota política. Y es muy posible que la entrega que hace el Comité Nobel -¡extranjeros!- de un «triunfo» a Obama acabe fortaleciendo esa misma lógica perversa.
JAMES D. FERNÁNDEZ, New York University
www.abc.es
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