Durante la noche del 14 al 15 de abril de 1912, la Wallace Hartley Band, más conocida como La Orquesta del Titanic, tuvo un comportamiento heroico. Todo el mundo conoce la historia. Mientras el RMS Titanic, el más lujoso y moderno trasatlántico de todos los tiempos, se hundía en las frías aguas del Atlántico Norte los ocho integrantes del grupo musical, primero en el salón de primera clase y después en la cubierta de botes, no dejaron de interpretar su repertorio para contribuir al mantenimiento de la calma y evitar el pánico del paisaje. Los ocho perecieron ahogados y su memoria, un siglo después, sirve de ejemplo de abnegación y entrega en el cumplimiento del deber.
En Zapaterolandia, un Estado sin enjundia y una Nación en porciones, la conducta colectiva se asemeja mucho, demasiado, a la que inmortalizó la orquesta de Wallace Hartley. La diferencia estriba en que, en el Titanic, el número de pasajeros era de 2.224. Ocho hombres se sacrificaron en bien de esos dos millares y pico de personas y, seguro, algunos entre ellos y gracias a la música no engrosaron la lista de los 1517 fallecidos. La proporción se invierte en nuestro caso. Un gigantesco coro de más de 40 millones de ciudadanos, arrebatados por «una corazonada» y otras cuantas zarandajas propagandísticas, asistimos a nuestro propio naufragio colectivo en beneficio de un solo pasajero, José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que, para mayor sarcasmo, nos ha estrellado con sus quimeras y obstinaciones contra el iceberg de la crisis financiera internacional y, peor aún, contra el de nuestras crisis domésticas que, desde el ladrillo a la falta de productividad, ahondan la profundidad del problema económico vigente.
Si Rodrigo Rato, como debiera, siguiese al frente del Fondo Monetario Internacional el Gobierno, tan hábil en exculpaciones como corto en percepciones y nulo en resoluciones, podría aducir razones partidistas para disimular el gravísimo señalamiento que acaba de hacernos el FMI. La economía mundial se recupera, excepto la española. El PIB decae y el paro sigue creciendo. Sobrepasará el 20 por ciento. A pesar de ello, en una rara conducta más grave y demoledora que las crisis que nos afligen, el coro nacional sigue en cubierta sin dejar de cantar. Nos hundimos, parece que contentos, sin que la contestación al único y privilegiado pasajero le tache de las posibilidades del futuro.
M. Martín Ferrand
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