terça-feira, 8 de abril de 2008

Brasil, astro sin satélites (de momento)

Hace doscientos años, el rey de Portugal, Don Joâo, y su familia se refugiaron, huyendo del ejército francés, que tenía ocupada la Península Ibérica, en Río de Janeiro. En los mismos días, la Familia Real española se acogía en Bayona a la magnanimidad de Napoleón. Esta disparidad de respuestas institucionales determinó no sólo el destino histórico de España y Portugal, también los de Brasil y la América Española.
Como dijo el presidente brasileño, Luiz Inácio da Silva (Lula), en la conmemoración del acontecimiento, "los Braganza tuvieron un papel decisivo en la identidad brasileña y pusieron las bases del régimen político del país". Los lusitanos de América se ahorraron las guerras de independencia, hermanándose en una incipiente nacionalidad, mientras que Hispanoamérica las provocó contra su metrópolis, fomentando el espíritu separatista y levantisco de sus pueblos. Quizás por eso Brasil ha sido siempre considerado "el país del futuro", al tiempo que los países hispanoamericanos han sido vistos demasiadas veces como países "sin futuro". Pero dejemos esto a los historiadores.

En contra de lo que dice el conocido chiste, el porvenir de Brasil ya no es un futurible. Se palpa. Y no sólo por los méritos de los brasileños, sino porque hay poderosas fuerzas transnacionales, de tipo económico, político y diplomático, que están cooptando a Brasil para que acceda al escaso elenco de países líderes de rango mundial. Desde luego, así lo ven los Estados Unidos (dos encuentros Lula-Bush en 2007), Francia (cuatro encuentros Lula-Sarkozy en 2008), la Unión Europea (asociación estratégica) y los inversores (la inversión extranjera en Brasil ha registrado un crecmiento del 84% en 2007).

Si el bloque latinoamericano obtiene alguna vez un puesto permanente en el Consejo de Seguridad, Brasil será el candidato natural de las grandes potencias. Pero Itamaraty (el Ministerio de Exteriores brasileño) declinaría, discretamente, el privilegio y preferiría compartir la permanencia con algún colega rotatorio de habla española. Admirable diplomacia brasileña: su estilo es suave, sutil y suasorio; no necesita el típico melodrama hispanoamericano para hacerse escuchar.

Un ejemplo: la BBC, que acaba de abrir una edición brasileña en portugués, pregunta al consejero de Asuntos Internacionales del presidente Da Dilva por qué Brasil parece no estar haciendo nada por ejercer el liderazgo (pregunta inocente, como se ve), y el señor Marco Aurelio García contesta: "La cuestión es si Brasil quiere ser un polo en solitario o quiere ser un polo con América del Sur. Queremos ser un polo con América del Sur". Así, ¿quién se resiste a la recatada modestia de Brasil? No, desde luego, el ecuatoriano Correa y el colombiano Uribe, amansados por Brasilia en su reciente rifirrafe, y tampoco Raúl Castro, que escucha con gusto a Lula. Ni el boliviano Morales, que recibe masivas inversiones brasileñas en el sector energético. Qué decir de la ruptura de la incomunicación de Bolivia y Ecuador con la cuenca del Amazonas, gracias a las nuevas carreteras transcontinentales. O de Argentina, que tiene su primer mercado exterior en Brasil.
¿En qué se basan las zancadas brasileñas hacia el futuro? Quizás en ese "instinto de realidad", de inspiración positivista, del que carecen muchos gobernantes hispanoamericanos. El ex presidente Fernando Henrique Cardoso, de formación académica marxista, hizo las paces con el Fondo Monetario Internacional. Lula da Silva, antiguo tragaempresarios sindical, arbitra una economía liderada por las empresas industriales que crece al 5%, con una inflación del 4% (Argentina, en 2007, creció al 8%, pero con un 20% de inflación). Quince años más así, y Brasil tocará "su futuro" ( cinco años más así, y Argentina retornará al corralito). A todo esto, Da Silva no ha abjurado de su ideología socialdemócrata: un 20% de los hogares recibe fondos sociales, lo cual palía la pobreza de parte importante del país. El descubrimiento de vastos yacimientos marinos de petróleo puede hacer de Brasil otra Venezuela. ¿Será Brasil el primer petropaís sensato?

¿Qué separa aún a Brasil de su futuro? Desde luego, la corrupción, estrechamente ligada a los amplísimos segmentos corporativistas de su economía. También la mala gestión de las finanzas públicas; el sistema fiscal es un mecanismo confuso e incongruente, lo que permite una enorme evasión fiscal. El mercado de trabajo es rígido, lo que genera altas tasas de desempleo (17%). El sistema de pensiones está en déficit, resultado del favoritismo clientelar y burocrático de los trabajadores organizados. Asimisimo, vastas capas de la población joven reciben una educación muy pobre.

Junto a una diplomacia y una industria de primera, Brasil cuenta con un impresionante poder militar. En esta esfera no hay ámbito sudamericano que valga: aunque el Gobierno dice favorecer la creación de un Consejo Sudamericano de Defensa, los militares son reticentes. A uno de ellos, el almirante (retirado) Mario César Flores, debemos esta reflexión: "La política de defensa de un país debe ser función de los fundamentos que trazan las preocupaciones nacionales; ¿son tan comunes esos fundamentos nacionales de los países sudamericanos como para justificar la compleja articulación de sus políticas?". Es dudoso.

Brasil tiene un presupuesto de defensa (2007) de 16.200 millones de dólares, casi lo mismo que la suma de lo que gastan los demás países iberoamericanos (16.746). La geopolítica de cada una de esas naciones es diferente; la brasileña es central y dominante de todas las otras por separado. Su industria militar sería, a escala europea, de tamaño medio. La de Argentina, la segunda del continente, representa una fracción de la brasileña, y no hay otras que merezcan el nombre. Brasil dispondrá pronto de un submarino con propulsión nuclear de diseño propio, y aunque no ha traspasado el umbral del arma atómica, podría hacerlo. Argentina se bajó de esa carrera tras su último Gobierno militar. Ante todo esto, se puede afirmar que el militarismo revolucionario de Venezuela es de corto recorrido.

Brasil ejerce su forma peculiar de liderazgo, aunque rehúya la palabra. Esto en parte es posible (y deseable) por la mala cabeza de algunos de los líderes y de las políticas de los países de habla española. La calidad y naturaleza del liderazgo brasileño determinará a la larga la incorporación, o no, del país al grupo de las grandes potencias del mundo. Las naciones hispanoamericanas harían bien en idear formas pluralistas de liderazgo en áreas relevantes para nuestro mundo y nuestro tiempo. Si no lo logran, quedarán atrapadas en la órbita brasileña.

Antonio Sánchez-Gijón
www.libertaddigital.com

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