terça-feira, 8 de abril de 2008

Venezuela: la revolución sin epopeya

Todas las revoluciones de alcance han tenido momentos épicos, reales o parcialmente inventados, que luego se transforman en símbolos de heroismo. La francesa tuvo la toma de la Bastilla; la rusa, la llegada de Lenin a la Estación Finlandia de San Petersburgo y el asalto al Palacio de Invierno; la china, la Larga Marcha de Mao Zedong; la cubana, el ataque al cuartel Moncada. El proceso político conducido por Hugo Chávez en Venezuela se distingue, precisamente, por la ausencia de momentos heroicos; o, dicho de otra manera, por un déficit de épica.
Tal carencia debe ser tomada en cuenta a la hora de explicar el rumbo crecientemente errático del líder bolivariano, que en esta etapa de su carrera pareciera movido por el ansia de provocar alguna crisis, generar algún enfrentamiento o producir un drama que otorgue al proceso un mínimo de respetabilidad histórica.

A decir verdad, la revolución bolivariana se ha caracterizado por las palabras y no por la acción, por la lucha mediática y no por el compromiso popular, por los duelos verbales y no por las hazañas militares. Las rendiciones, los tropiezos, las fantasías y los delirios marcan la trayectoria de Hugo Chávez y ya comienzan a moldear su perfil histórico, el perfil de un personaje que aspiraba a la epopeya.

Luego de nueve años de dar vueltas en torno al mismo punto, la revolución bolivariana ha logrado reforzar hasta la patología los peores rasgos del capitalismo rentista de la Venezuela petrolera y ahondar en los vicios del pasado: el desenfrenado consumismo, la corrupción y la dependencia de buena parte de la población de la incierta generosidad del Estado. En vez de construir un hombre nuevo, el proceso impulsado por Chávez ha distorsionado y debilitado aún más las fibras vitales de la sociedad venezolana, una sociedad que padece simultáneamente escasez de productos básicos y exceso de importaciones de bienes suntuarios.

De manera patética, la Venezuela revolucionaria tritura los recursos financieros provenientes del petróleo en gasto corriente, y empeña su futuro con irresponsable ligereza. En este sentido, poco ha cambiado en el país durante estos tiempos. Lo que Chávez ha logrado es dificultar una posible rectificación, más adelante, que permita a nuestra sociedad modernizarse sobre la base del trabajo productivo de la gente. La demagogia, el resentimiento, las divisiones y los abusos estimulados y ejecutados por el régimen han llenado de sombras el alma nacional, realidad que se patentiza en la cruda violencia que semanalmente asola Caracas y otras ciudades y que se manifiesta trágicamente en nuestras cárceles, acumulando muertes en aterradoras proporciones.

Mas ello no parece importar a Chávez y a su cada día más atemorizada corte de adulantes, que sacan todo el provecho personal posible de la ruina del país en tanto aguardan lo que ya se vislumbra como un doloroso final para el régimen. Por fortuna, y a pesar de todo lo dicho, los venezolanos hemos sido, al menos, capaces de rechazar las pretensiones heroicas de este disparatado caudillo que de modo insensato llevamos al poder, y cuya ilusoria revolución ya fracasó.

© AIPE Aníbal Romero, profesor de teoría política en la Universidad Metropolitana de Caracas.

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