El que dice ser y llamarse Sindicato de Estudiantes de los Países Catalanes -¿qué países serán esos?- ha promovido en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona una moción, aprobada por el claustro, para rechazar la presencia de los miembros de la Casa Real en su campus académico. Si entendemos la propuesta del sindicato como un acto de afirmación republicana debemos reconocer, a un mismo tiempo, su legitimidad y su extemporaneidad. De parecida manera podrían haberse opuesto a las no solicitadas visitas de los diestros que han de torear en la Feria madrileña de San Isidro o, con mucha más autoridad, a que en la Pompeu Fabra llegue a celebrarse un congreso internacional de jóvenes con talento y sin prejuicios.
Estos chicos, a quienes por universitarios cabría exigirles mayor rigor intelectual, ya se han hecho notar cuando, por ejemplo, impidieron el uso de la palabra a Dolors Nadal, la lideresa del PP. Sus repetidos gestos contra la libertad abundan ya en la corta historia de una universidad que apenas ha cumplido los dieciocho años de experiencia. Ser republicano es tan legítimo como no serlo. Lo que políticamente es una bobada y culturalmente denota escasez es decir, como han hecho en justificación de su actitud excluyente, que «la mayoría de las democracias consolidadas poseen Jefes de Estado elegidos por el pueblo». Habría que abrirles expediente, por su mala docencia, a cuantos enseñan Historia y Ciencia Política en la universidad que recuerda, y no honra, el nombre de quien, hace menos de un siglo, normalizó las normas y el uso del idioma catalán. El que los socialistas de las Islas Baleares tratan de imponer en su territorio como idioma oficial y público con exclusión del castellano.
Ser republicano, sindicalista o estudiante, no exige acreditar ignorancia ni carecer de buenos modales como se empecinan en demostrar estos aguerridos y pendencieros mozos catalanes. Anteponer la forma del Estado a la exigencia democrática y el ansia de libertad no es muy inteligente, impedir la libre circulación de las personas, aunque pertenezcan a una Casa Real, no es civilizado y no saber matizar entre el Reino Unido o la República de Venezuela no es universitario. Entre los Estados europeos, un brillante conjunto de Casas Reales, de Monarquías parlamentarias, acredita la posibilidad democrática de la Corona y su valía benefactora del progreso.
Lo que verdaderamente acreditan los integrantes de tan centrífugo sindicato son ganas de armar bronca. Ellos, como tantas otras insignificantes minorías -insignificantes en número y contenido-, se hacen notar con la constante perturbación del orden establecido. Sin reconocer obligación alguna reivindican derechos que, sin aportación al bienestar colectivo, tratan de destruir los supuestos de nuestra difícil convivencia. Esa es la subversión.
M. Martín Ferrand
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