quinta-feira, 1 de maio de 2008

Napoleón, Goya, la guerra

Mañana se cumplen 200 años del 2 de Mayo. ABC es un periódico liberal que permite a sus colaboradores mantener versiones distintas a las predominantes, en este caso sobre la invasión de España por los franceses: un fulminante despliegue militar precedido de un movimiento de siglos, la Revolución Francesa. El formidable heroísmo del pueblo de Madrid o la calidad moral de las tropas, desde Bailén a Vitoria, no deben borrar la aportación de Francia al estado moderno.

Vayan al Prado y vean, por favor, la exposición montada por su director, Miguel Zugaza, y por la comisaria Manuela Mena, Goya en tiempos de guerra. Después de un primer recorrido, sentirán la necesidad de volver a empezar. Buscarán quizá el retrato de Jovellanos (204 por 133 cm, Prado), del marqués de San Adrián (209 x 127, museo de Navarra), el Ataque a un campamento militar (36 por 57, M. de la Romana) y Esto es peor (57 por 21, Staatliche Museen, Berlin). La madre huye despavorida con el niño en volandas bajo el fuego de los fusileros. En el grabado berlinés, un cuerpo mutilado y empalado, la guerra total. San Adrián simboliza la España que no pudo ser. Jovellanos reflexiona, trata de abrirse paso en la perplejidad. Goya era, según los sabios, de cultura clásica, viajero como Velázquez por Italia, alérgico a los excesos románticos. Pintor del Rey, pintó los Horrores de la Guerra para explicar lo que veía con sus propios ojos.

Bonaparte fue un rayo, celeste o infernal, de inteligencia estratégica comparable a la de Julio César, unida a la capacidad de destrucción total («cada año tengo un millón de hombres de renta», dijo en 1812). Por él, sin embargo, acabaría imponiéndose la fuerza del derecho, con su doble componente de humanismo y universalidad. El Código Civil y la nueva Ley de Administración alumbrarían un sistema de funcionarios públicos, elegidos por concursos públicos, emisores de resoluciones públicas... Esa revolución bullía en Europa desde siglos atrás, contra la oscuridad y el secreto privados, incrustados en la vida política. Eso llevó, como repetimos siempre, a transformar a los súbditos en ciudadanos, titulares de la soberanía nacional. Ese movimiento de dos siglos, fraguado en Holanda, Inglaterra, Suiza, Francia, se lanzó por el tobogán del 14 de julio de 1789. Bonaparte se hacía con el poder diez años después, el 18 de Brumario. Esa concentración de historia convirtió a Francia en el proyectil que haría saltar por los aires la santabárbara del Antiguo Régimen. La Revolución naufragaría una vez y otra en el Terror. Pero era necesario pagar un precio de sangre, se repite quizá abusivamente, como la madre ha de sufrir las contracciones del parto.

Willian Pfaff, el gran columnista americano, explicaba el domingo: «La Revolución Francesa cambió la historia del mundo occidental... Después, nadie se atrevió a titularse dueño de una nación. El proceso revolucionario y las guerras napoleónicas transformaron Europa al establecer métodos administrativos y organizativos que llevaron al estado napoleónico, con su nuevo derecho y su nuevo sistema de educación. Su sistema no era de clases sino de carreras abiertas al talento».

Escapamos de una simplificación, reconozcámoslo, para caer en otra. Pero creemos que Bonaparte, artillero de origen, fue como el dios de las puertas, de los comienzos, Jano, fenómeno doble, genio del mal, genio del bien, inventor de una clase de guerra basada en el aniquilamiento del enemigo y el arrasamiento del territorio. Heredó de la Revolución un ejército de carniceros al que disciplinó. Dominó Europa del Atlántico a Moscú en diez años. Pero acabó por imponer el Estado moderno sobre sus cuatro patas, Ejército, Justicia, Enseñanza, Sanidad. Esperado en París cuando embarcaba hacia Egipto, en 1798, recorrería su espacio estelar desde 1799 hasta 1815. El Antiguo Régimen necesitó 15 años para acabar con él, gracias a dos buenos militares, Wellington y Koutouzov. Las portuguesas, españolas o italianas tienen hoy derechos gracias al Código Civil francés de 1800.

En la España de 1808, los ilustrados se nutrían de la ciencia y el pensamiento llegado a través de la frontera de Francia. Francia congregaba el saber de Europa. Jovellanos, en el Prado, se pregunta y trata de entender... Según los que saben, su pintor, Goya era un ser de otro mundo, hecho de materia sobrenatural, como Bonaparte.

Darío Valcárcel
www.abc.es

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