El papel de los militares
A las tres de la tarde el silencio empieza a apoderarse de los aledaños del cuartel de Artillería de Monteleón. Dos soldados franceses retiran cadáveres amontonados en el suelo. Uno de ellos escupe sobre uno de los cuerpos que con desgana amontona en una esquina. Desde donde yo estoy no puedo diferenciar si se trata de un militar o un civil. «Estúpidos orgullosos españoles», grita un capitán francés. Lleva la cara llena de polvo y los ojos aún descompuestos de rabia. «Veníamos a ayudar a un país retrasado y hemos acabado luchando con mujeres, tenderos y putas», comenta el general de Brigada francés, Lefranc. Me cuesta entablar una conversación con él. Un intérprete grita cerca de nosotros, en castellano, «¡rendición o degüello!».
«¿Dónde está su honor?»
Los franceses no esperaban una revuelta como la que ayer sucedió en Madrid. Durante años las tropas napoleónicas han dominado Europa en batallas a campo abierto entre ejércitos regulares. «Era el pueblo el que se abalanzaba sobre nosotros. Palos, cuchillos, piedras... Una muchedumbre incontrolada de rufianes. ¿Dónde está su honor?», pregunta Lefranc. «Esto no es Austerlitz, general», le contesto. «Lo sé. No veníamos a conquistarles, creíamos que se trataba de un país aliado». «Con todo respeto general, ¿preguntaron al pueblo?». Lefranc sube a su caballo y se marcha.
Jóvenes y extranjeros Algunos soldados franceses murieron al quedarse solos, intentando controlar y avisar de las revueltas que avanzaban por un conglomerado de calles que desconocían. «!Aquí hay un grupo!», fue lo último que gritó un joven, que fue acuchillado repetidamente. Ahora, entre la tropa francesa hay ánimo de venganza. «Francia no descansará hasta que los culpables paguen su osadía», dicen. Sin embargo, muchos de los jóvenes soldados que yo podía ver temblaban aún sujetos a sus bayonetas. Los mamelucos, moros, es la tropa que más odio ha despertado. Cuando regresaban a su cuartel del Retiro, con sangre en las manos, dos soldados hablan entre ellos. «¿Dónde estamos luchando?». «Al sur de Francia», contesta el otro.
A las tres de la tarde el silencio empieza a apoderarse de los aledaños del cuartel de Artillería de Monteleón. Dos soldados franceses retiran cadáveres amontonados en el suelo. Uno de ellos escupe sobre uno de los cuerpos que con desgana amontona en una esquina. Desde donde yo estoy no puedo diferenciar si se trata de un militar o un civil. «Estúpidos orgullosos españoles», grita un capitán francés. Lleva la cara llena de polvo y los ojos aún descompuestos de rabia. «Veníamos a ayudar a un país retrasado y hemos acabado luchando con mujeres, tenderos y putas», comenta el general de Brigada francés, Lefranc. Me cuesta entablar una conversación con él. Un intérprete grita cerca de nosotros, en castellano, «¡rendición o degüello!».
«¿Dónde está su honor?»
Los franceses no esperaban una revuelta como la que ayer sucedió en Madrid. Durante años las tropas napoleónicas han dominado Europa en batallas a campo abierto entre ejércitos regulares. «Era el pueblo el que se abalanzaba sobre nosotros. Palos, cuchillos, piedras... Una muchedumbre incontrolada de rufianes. ¿Dónde está su honor?», pregunta Lefranc. «Esto no es Austerlitz, general», le contesto. «Lo sé. No veníamos a conquistarles, creíamos que se trataba de un país aliado». «Con todo respeto general, ¿preguntaron al pueblo?». Lefranc sube a su caballo y se marcha.
Jóvenes y extranjeros Algunos soldados franceses murieron al quedarse solos, intentando controlar y avisar de las revueltas que avanzaban por un conglomerado de calles que desconocían. «!Aquí hay un grupo!», fue lo último que gritó un joven, que fue acuchillado repetidamente. Ahora, entre la tropa francesa hay ánimo de venganza. «Francia no descansará hasta que los culpables paguen su osadía», dicen. Sin embargo, muchos de los jóvenes soldados que yo podía ver temblaban aún sujetos a sus bayonetas. Los mamelucos, moros, es la tropa que más odio ha despertado. Cuando regresaban a su cuartel del Retiro, con sangre en las manos, dos soldados hablan entre ellos. «¿Dónde estamos luchando?». «Al sur de Francia», contesta el otro.
Javier Brandoli
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