quinta-feira, 30 de setembro de 2010

Palhaços somos nós, os eleitores

Mulher laranja, humorista analfabeto e jogador de futebol aposentado são alguns ingredientes de nosso circo eleitoral. Poderíamos rir se não fôssemos coprotagonistas dessa tragédia burlesca. Porque, no fim, vamos eleger mulheres barbudas, palhaços e anões. Vamos pagar suas contas e encher mais ainda seus bolsos em troca de ideia nenhuma. No centro do picadeiro, estão os juízes do STF, que, por omissão ou indecisão, não conseguiram exigir ficha limpa dos candidatos antes da eleição. Contribuem assim para o voto inconsciente.

“Vou defender aquela corrupção”, disse Weslian, casada há meio século com o ex-governador do Distrito Federal Joaquim Roriz (leia mais). Ela tropeçou nas palavras. Ou talvez tenha derrapado em seu convívio com um marido malabarista, que tudo faz para não perder a boquinha política. Primeiro, Roriz renunciou ao Senado para não ser cassado em processo por corrupção. Depois, com a aparente moralização do processo eleitoral em 2010, renunciou à candidatura porque não se enquadrava na Ficha Limpa. Botou em seu lugar a mulher. Roriz diz: vocês verão a minha foto, mas Weslian é que será a candidata. Vocês vão votar nela, mas é como se o candidato fosse eu. Elementar. Mesmo quem não cursou o ensino fundamental compreende.

Madame Roriz não é uma inocente útil. Como tampouco o é Tiririca, o palhaço que só sabe rubricar seu nome e nunca votou na vida. Na reportagem de capa de ÉPOCA da semana passada, ele disse: “Minha mulher lê pra mim”. A principal plataforma de Tiririca é “ajudar muito o lance dos nordestinos”. Mas ele não sabe como: “De cabeça, não dá pra falar”. Suas maiores credenciais são: “Venho de baixo” e “Tô entrando de coração”. Embora analfabetos sejam inelegíveis pela Constituição, a Justiça de São Paulo preferiu não colocar à prova se o palhaço sabe ler e escrever.

O craque Romário, milionário e malandro, às vezes detido por não pagar pensão alimentícia à ex-mulher e aos filhos Moniquinha e Romarinho, nem tentou driblar a galera, inventando um programa de ideias. O ídolo e goleador prometeu usar o futebol para integrar as crianças carentes. Como deputado federal, conseguirá a façanha jogando futevôlei nas praias da zona nobre do Rio?


Vamos encher o bolso de parlamentares ignorantes em troca de ideia nenhuma. É para ficar tiririca da vida

Nenhum desses três candidatos é inocente – e como algum deles seria útil? Se Tiririca tem potencial para superar 1 milhão de votos como deputado federal apenas por sua popularidade e pelo slogan “Pior do que tá não fica”, é porque palhaços somos nós, os eleitores brasileiros. O único jeito, num país onde o voto continua sendo infelizmente obrigatório, seria uma forte campanha pelo voto consciente. Mas a quem a consciência interessa? A Câmara lançou uma radionovela, alertando para o poder do eleitor de escolher bem seus representantes e fiscalizar o trabalho dos eleitos. O detalhe é que a maioria dos brasileiros nem sequer sabe o que faz um deputado estadual, federal ou senador.

O voto consciente é solapado quando dez juízes, ganhando mais de R$ 26 mil por mês, não conseguem decidir, antes da eleição, se a Lei da Ficha Limpa já vale neste ano ou não. É imoral não exigir de candidatos a cargos públicos o mesmo passado sem nódoas, a mesma integridade que se exige de um cidadão comum. Se bem que, a julgar pelas palavras de Lula em junho do ano passado em defesa do presidente do Senado, José Sarney, alguns homens são menos comuns que outros e merecem tratamento especial.

A Lei da Ficha Limpa foi aprovada, a sociedade aplaudiu, acreditou e, agora, por uma firula jurídica, às vésperas da eleição, o presidente do STF, ministro Cezar Peluso, se diz incapaz de desempatar a indecisão do Supremo. A omissão confunde eleitores já confusos e abre caminho para processos e recursos de candidatos suspeitos de falcatruas. Para culminar o vexame, um vídeo mostra um advogado, genro do juiz do STF Carlos Ayres Britto, em negociação a peso de ouro com Roriz para livrá-lo da pecha de ficha suja. O acordo não chegou a ser firmado. Mas isso sim é um deboche, que deixa o Brasil tiririca da vida.

Ruth de Aquino

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'Faith and Power' - Otro Islam es posible

Bernard Lewis es el arabista vivo más importante. Tiene 94 años, es profesor emérito de Historia de Oriente Medio en Princeton y acaba de publicar un libro con textos aparecidos en actas de congresos y revistas: Faith and Power. Religion and Politics in the Middle East. El texto más antiguo es de 1987 y el más moderno, un inédito sobre el concepto de hurriya, "libertad".


El libro se abre con un ensayo clásico ("License to Kill") publicado en la revista Foreign Affairs a raíz de la declaración de guerra (yihad) que Osama ben Laden lanzó en 1998 "contra los judíos y los cruzados", una "magnífica pieza de elocuencia" que permitió a Lewis predecir lo que vino después. Conectó la yihad de Ben Laden con las guerras de Saladino, puso el foco en Arabia y no en Jerusalén y advirtió de que basta un puñado de personas para desatar un conflicto de ese tipo.

Semanas antes del ataque a las Torres Gemelas, Lewis dio a la imprenta un libro premonitorio: What went wrong? (¿Qué ha fallado?, Siglo XXI, 2002). Nuestro hombre había sido el único que lo había entendido todo, el único que había sabido leer e interpretar los escritos del ayatolá Jomeini, el único en comprender históricamente la realidad en tiempo real.

El método de Lewis es histórico y filológico. Conoce bien tanto la historia como la lengua de los países árabes, de modo que es capaz de ver el sentido verdadero de los fenómenos de cada día. Sabe analizar las noticias de los periódicos a la luz de la tradición histórica islámica, que conoce como nadie. Su secreto consiste en iluminar el presente a partir de un minucioso y vasto conocimiento del pasado. Para entender a Al Qaeda se remonta al asedio de Viena por los turcos; para entender el conflicto del Islam con Occidente analiza la entrada de Napoléon en Egipto; para entender la situación de la mujer en el mundo islámico echa mano de relatos de viajeros árabes que estuvieron en el Londres de la Reina Victoria.

Lewis aboga por la democratización de Oriente Medio y de los países islámicos en general, pero se muestra bastante escéptico al respecto. No será fácil, no será mañana. En el Islam hay elementos que no son incompatibles con la democracia y la libertad tal y como las entendemos en Occidente, pero también los hay que sí lo son. La clave está en la prevalencia de los primeros, para lo que hay que apoyar a aquellos que en el mundo árabe luchan por la libertad y los derechos humanos. En este sentido, sigue la línea de intelectuales como el iraquí Sami Zubaida, profesor emérito de Ciencias Políticas y Sociología del Birbeck College de Londres, que argumenta en sus libros a favor de una conciliación entre Islam y modernidad. Zubaida es también mayor (73 años), pero debe su prestigio a Islam, the People and the State (1979), un análisis en el que desmonta el mito de que la revolución iraní tiene que ver con el fundamentalismo religioso. Al contrario, la rama chiita del Islam se caracteriza porque rechaza de forma explícita la idea de República y porque distingue entre Pueblo y Estado (no acepta, por tanto, la guía de los justos, faqih, como Jomeini). La República Islámica de Irán no tiene precedentes en la tradición chiita.

Una de las tesis fundamentales de Lewis es que la yihad de Osama ben Laden no va dirigida principalmente contra Occidente, sino contra los propios países islámicos. De hecho, si pensamos en el caso de Iraq, las operaciones más importantes de Al Qaeda no han sido contra las tropas de la OTAN, sino contra los chiitas locales (2005), contra los llamados "apóstatas" (2006) o contra los sunitas del movimiento Despertar, que entraron en el gobierno del vencedor de los comicios de 2006, Nuri al Maliki. Desde 2003 han perdido la vida en Iraq 85.000 personas, prácticamente todas a manos de Al Qaeda, un hecho que explica el asentamiento paulatino de la libertad y la democracia en aquel país, así como el desprestigio creciente del grupo terrorista en las naciones islámicas, especialmente en aquellas a las que más ha castigado: Afganistán, Paquistán, Arabia Saudita e Iraq (en este momento, al Qaeda no tiene ningún apoyo en esta última).

Pero no solo se trata de analizar el presente a la luz del pasado, sino de mirar al futuro. Lewis es moderadamente pesimista, como ha expresado en varias entrevistas recientes. No solo será casi imposible exportar la democracia a los países árabo-islámicos, sino que Occidente puede sufrir una importante erosión de sus valores seculares de libertad y tolerancia. Aparte de los casos tradicionales del Líbano y Túnez, la mayor esperanza la cifra en Iraq, Irán y Palestina. En el libro no se analiza particularmente el caso palestino, pero tengo la convicción de que Lewis sigue con interés el desempeño del primer ministro de la ANP, Salam Fayyad, que basa su mandato en cuatro principios: seguridad y convivencia con Israel, relaciones estrechas con Occidente, crecimiento económico y fortalecimiento de las instituciones. Gracias a Fayyad, que mantiene una buena amistad con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, Cisjordania no conoce el desempleo y está creciendo a un ritmo mayor que el de Israel (7%), mientras que Gaza (en manos de los terroristas de Hamas, y apuntillada por la propaganda de las llamadas "flotillas humanitarias") se hunde en la miseria y en un 80% de paro.

La tercera vía de Salam Fayyad (el fayyadismo) es la gran esperanza de Palestina y representa en buena parte ese futuro posible que siempre tiene cabida en los libros de Bernard Lewis: un mundo árabe en el que se abran paso la libertad, el desarrollo económico y la paz.

BERNARD LEWIS: FAITH AND POWER. RELIGION AND POLITICS IN THE MIDDLE EAST. Oxford University Press, 2010, 208 páginas.

Emilio Quintana

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La otra memoria histórica: recuerdo permanente de los mártires del régimen de Pol Pot

El régimen de Pol-Pot eliminó en Camboya a más del 20% de la población en un brutal genocidio en nombre del comunismo. Ahora en Roma descansarán las reliquias de los mártires, entre ellas las de su obispo, en una basílica en la que están otros mártires del siglo XX.


Una Basílica romana, concretamente la de San Bartolomé, mantiene viva una verdadera memoria histórica: la de los mártires del siglo XX. Allí, la Comunidad de San Egidio que tiene encomendado el templo desde 1993, tiene un "memorial permanente" de recuerdo de los cristianos que han dado su vida y que han vertido su sangre durante el pasado siglo en todos los continentes.

Según informa Religión en Libertad, el pasado 16 de septiembre Olivier Schmitthaeusler, obispo auxiliar de Phnom Penh, en Camboya, presidió en San Bartolomé una ceremonia en recuerdo del prelado camboyano mártir Joseph Chlmar Salas y que fue asesinado en septiembre de 1977 durante el genocidio que protagonizaron los jemeres rojos. Allí también se homenajeó a los miles de cristianos camboyanos asesinados en nombre del comunismo.

Igualmente, el obispo Schmitthaeusler hizo entrega a la Comunidad de San Egidio de un fragmento de la cama de madera sobre la que, durante su deportación, el obispo asesinado celebraba de manera clandestina la Liturgia. A partir de este momento, este fragmento estará colocado en el altar en el que están guardados los recuerdos de mártires de Asia y Oceanía. En este Memorial de los Nuevos Mártires existente en Roma se recogen las memorias y las reliquias de un gran número de mártires y testigos del siglo XX.

Como muestra de la brutalidad y el sinsentido del comunismo, todos los responsables de la Iglesia católica y once pastores evangélicos fueron asesinados o murieron de cansancio bajo el régimen de Pol Pot. Todas las iglesias, los conventos y los cementerios fueron sistemáticamente derribados. Tras 1979, con la liberación de los jemeres rojos, "el recuerdo de la fe de monseñor Salas y de los demás mártires ha acompañado el renacimiento de la Iglesia", cuenta la Comunidad de San Egidio.

Durante los años en los que gobernó Pol Pot y sus jemeres rojos se asesinó a unos 2 millones de personas de todas las maneras imaginables, es decir algo más del 20 por ciento de la población. "Basta un millón de buenos revolucionarios para el país que nosotros construimos" decía Pol Pot, del resto se podía prescindir.

Los comunistas camboyanos empezaron vaciando las ciudades y se puso a toda la población a cultivar la tierra en condiciones infrahumanas, sometida a privaciones, torturas y continuas ejecuciones por parte de los guardias rojos. Es, por ejemplo, lo que se hizo con el obispo camboyano asesinado.

La brutal violencia de los Jemeres Rojos iba dirigida contra toda la sociedad. Todo el que llevaba gafas fue ejecutado porque los líderes comunistas daban por hecho que era un intelectual y un cosmopolita. Parecida suerte corrieron los católicos, muchas veces ejecutados mediante crucifixión en la selva siamesa tal y como se ve en la foto.

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Atlas de la División Azul

Como escribe Stanley Payne en su prólogo al Atlas de la División Azul, de Carlos Caballero Jurado, la comandada por Agustín Muñoz Grandes es, probablemente, la más famosa de las innumerables divisiones que participaron en la II Guerra Mundial (pese a que, paradójicamente, España no entró oficialmente en guerra).


La fama de la División Azul obedece a muchas causas. Su comportamiento militar fue excelente, comparable al de las mejores unidades de cualquiera de los bandos –si bien otras divisiones participaron en acciones más espectaculares o decisivas y con mayor empleo de la fuerza–. Además, recibió una atención especial de la propaganda de los beligerantes, por cuanto su intervención parecía un paso hacia la entrada de España en la contienda, aunque en realidad se trataba de todo lo contrario. Los soviéticos se ocuparon mucho de ella, y pretenderían luego acusarla de crímenes de guerra. Los alemanes la ensalzaron, y dieron relevancia nacional a sus ceremonias de juramento; el propio Hitler la alabó. La BBC realizaba una activa propaganda informativa contra ella, pues Inglaterra deseaba perderla de vista cuanto antes. Por alguna razón no muy clara, y desde luego afortunada, Stalin no aprovechó para declarar la guerra a España, algo que seguramente temían los ingleses, por la embarazosa posición diplomática y política en que quedarían y por cómo afectaría ese estado de cosas a Gibraltar. No es de extrañar que, con todas estas circunstancias, la División Azul haya generado una bibliografía ya considerable, historiográfica, memorialística, también literaria o novelística, y con visos de seguir creciendo.

El libro de Caballero da cuenta, con abundante material gráfico, de las circunstancias y modos como se organizó la unidad; de su larga y famosa marcha a pie en dirección a Moscú, donde esperaba participar en un desfile de la victoria que nunca se produjo; de su desvío al frente de Leningrado, lo que representó una decepción y en cierto sentido un perjuicio para sus componentes –por el clima, tan distinto del español–, aunque también les supuso la inestimable ventaja de disfrutar de una posición relativamente estable y de unas instalaciones aceptables –por el contrario, las tropas alemanas hubieron de soportar, en su mayoría, unas marchas y contramarchas infernales–. Caballero se detiene en los memorables y durísimos combates en que participó, en su disolución y en los españoles que siguieron luchando al lado de la Wehrmacht hasta los últimos estertores del III Reich; y también en la odisea de quienes cayeron prisioneros de los soviéticos.

Las grandes unidades italianas, rumanas y húngaras –también de otros países–participaron en calidad de aliadas de Alemania; este no fue el caso, propiamente, de la División Azul, pues Franco no entró oficialmente en la contienda, y aquella, aunque equipada íntegramente por los alemanes, estuvo siempre comandada por españoles. Gracias a los relevos, estuvo siempre menos incompleta que las germanas, que después del fracaso ante Moscú –que estuvo a punto de convertirse en catástrofe general– debieron luchar con plantillas restringidas.

Había una diferencia crucial entre la actitud de los divisionarios españoles y la de los alemanes. Los primeros iban a devolver la visita que los soviéticos nos hicieron durante la Guerra Civil, y creían de buena fe que iban a liberar a los rusos de la opresión comunista. Prueba de ello es la benevolencia con que, en general, trataron a la población, y los crímenes de guerra que les achacó la propaganda staliniana fueron pura fantasía. De hecho, los españoles que han ido recientemente a los escenarios de la lucha para localizar restos y cementerios han sido bien acogidos por los paisanos de más edad, y por los militares. No era para los divisionarios una guerra de conquista, como sí lo era para los alemanes, en especial para los nacionalsocialistas.

Como en todas estas acciones bélicas, queda en el aire la pregunta: ¿para qué sirvió todo aquel esfuerzo, sacrificio y derramamiento de sangre? Claro que, ampliando el radio de la cuestión, siempre cabe preguntarse: ¿para qué sirve la vida?, ¿qué sentido tiene? Sin entrar en disquisiciones metafísicas, puede decirse que la División Azul sirvió como pago por la ayuda alemana en la Guerra Civil; contribuyó, aun si en pequeña medida, a frenar el avance soviético, al que impuso un pesado tributo, y, de forma indirecta, ayudó a impedir una posterior invasión aliada de España, invasión con la que contaba todo el mundo después de la derrota germana: tras su desempeño en Rusia, se hizo general la idea de que la conquista de España no sería un paseo militar, pese al armamento obsoleto de su ejército, y podía crearse en la Península un avispero muy peligroso para la estabilidad de una Europa Occidental en que los comunistas emergían armados y con gran poder.

Imaginan algunos que si hubieran invadido entonces España, los anglosajones habrían impuesto una democracia. Lo más probable es que hubieran impuesto una nueva guerra civil. Y olvidan que en el 36 nadie luchó por la democracia, pues luego de la traumática experiencia de la república no había prácticamente demócratas en España. Por lo pronto, los únicos que se apresuraron a organizar una resistencia a Franco, con la perspectiva de un cambio de situación desde 1944, fueron los maquis comunistas. Grandes demócratas, como es bien sabido. Los liberales hablaron por boca de Marañón: "¿Cómo poner pegas, aunque las haya, a los nacionales?". La División Azul queda, de un modo u otro, como una gran gesta española en el siglo XX.

CARLOS CABALLERO JURADO: ATLAS DE LA DIVISIÓN AZUL. Susaeta (Madrid), 2010, 252 páginas.

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Llega la verdadera película del juicio de Nuremberg



















Göering (testificando), Hess, Von Ribentrop y Keitel en el juicio de Nuremberg. AP


Esta semana se produce en Manhattan un estreno cinematográfico muy especial. Se llama «Nuremberg» pero no es un remake ni una secuela de la película sobre el juicio a los criminales de guerra nazis que en 1961 dirigió Stanley Kramer con Spencer Tracy, Burt Lancaster y Marlene Dietrich. Esto es el documental original, el que en 1945 encargó el ejército de Estados Unidos, y que tal y como lo vemos ahora no llegó a proyectarse nunca. Sesenta y cinco años después las viejas imágenes reviven y golpean con una crudeza insólita.

Anthony Oliver Scott, que es uno de los principales críticos de cine de «The New York Times» y tuvo de tío abuelo al actor Eli Wallach, ha tenido la oportunidad de ver la película antes de su estreno y ha dejado un vibrante testimonio de su inmortal actualidad. Al parecer, al final el ejército americano optó por no hacer público el documental, quizás por su crudeza, aunque sí usó parte de las imágenes para una versión más suave. Finalmente se exhibe, por primera vez en Estados Unidos, la obra original tal y como la concibió su autor, Stuart Schulberg, gracias a la paciente labor de reconstrucción realizada por su hija, Sandra Schulberg.

Stuart Schulberg estudiaba periodismo en los años 40 en la Universidad de Chicago cuando lo dejó para alistarse en los marines después del ataque a Pearl Harbor. Fue asignado a la unidad de producción de películas de propaganda de la OSS, agencia americana de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, embrión de la futura CIA. A las órdenes del director John Ford, Schulberg fue despachado el verano de 1945 a Europa a buscar material cinematográfico de los nazis que pudiera ser útil en un documental de los juicios de Nuremberg. Durante cuatro meses de espanto Stuart Schulberg y su hermano mayor, el también cineasta Budd Schulberg, recopilaron tanto películas rodadas por los mismos nazis como tomaron imágenes de los efectos de su ocupación. Parte de este material se utilizó como prueba de cargo en Nuremberg.

Pero sobre todo sirvió para armar el documental que ahora se presenta por primera vez, «Nuremberg, sus lecciones para hoy». En él se alternan imágenes del juicio con espantosos testimonios de los crímenes nazis que siguen impactando a pesar de las abundantes referencias a este tema en la cinematografía del siglo XX. La voz del actor Liev Schreiber da consistencia narrativa a una sucesión de fotogramas a veces en muy mal estado por el tiempo transcurrido. Pero que no han perdido un ápice de su histórica potencia y de su desesperada incursión en el horror humano.

Anna Grau - Corresponsal en Nueva York

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quarta-feira, 29 de setembro de 2010

La invención de Palestina

Los palestinos, tal como se conoce hoy a los pobladores árabes del territorio aledaño a Israel, Jordania y Egipto, existen desde 1967. El nombre de Palestina –en concreto, Siria Palestina– se deriva, por decisión del emperador Adriano, que reinó entre 117 y 138 d. C., del de los filisteos, pueblo que había desaparecido alrededor del 500 a. C.


El propósito imperial era el de eliminar el nombre de Judea de la topografía después de la segunda guerra judeo-romana, o rebelión de Bar Kojba. Tras la destrucción del Templo, en el año 70, y de las batallas que se sucedieron hasta el 73, Roma estableció en Judea una legión (la X Fretensis) para impedir cualquier conato de subversión. La dirección política y religiosa de los judíos quedó en manos del Sanedrín (clandestino e itinerante por entonces). Pero ninguna de esas medidas bastó para contener las ansias de libertad del pueblo hebreo, incrementadas por el propósito de Adriano de fundar una nueva ciudad, la Aelia Capitolina, sobre las ruinas de Jerusalem (destruida por las tropas de Tito en el 70), y por los decretos del emperador que prohibían la circuncisión y la santidad del sabbath.

Bar Kojba, a quien algunos consideraban el Mesías, tuvo éxito inicialmente. El hombre gobernó de manera integral durante más de dos años un Estado judío: llegó incluso a acuñar moneda. Adriano reaccionó y reunió en Judea varias legiones, más de las que había convocado Tito en el 70. Logró sitiar y derrotar a Bar Kojba en la fortaleza de Betar. Hay diferentes estimaciones, pero es seguro que perecieron más de 500.000 judíos en aquella guerra (proporcionalmente, para la población de la época, más que en los campos nazis). Los que no murieron, se exiliaron o se convirtieron en esclavos.

Según Dion Casio, 50 ciudades fortificadas y 985 aldeas fueron arrasadas: Adriano pretendía acabar con la identidad judía. Prohibió la Torá y el calendario judío e hizo asesinar a estudiosos y eruditos. Los rollos sagrados fueron quemados solemnemente en el Monte del Templo, donde se instalaron una estatua de Adriano y otra de Júpiter. Fue entonces cuando rebautizó Judea como Palestina y pretendió erigir Aelia Capitolina sobre las ruinas de Jerusalem, ciudad a la que los judíos tenían prohibida la entrada. La vida judía tuvo entonces su centro en Babilonia; hasta que, en el siglo IV, Constantino permitió el ingreso, una vez al año, de los hebreos en su ciudad sagrada para que conmemoraran su derrota ante el Muro Occidental.

Sabemos que para la época de las Cruzadas la vida judía había retornado a la zona, y que Jerusalem había vuelto a ser Jerusalem, si bien ya era codiciada por los musulmanes.

En una página de excepcional valor: http://www.imninalu.net/myths-pals1.htm, puede el lector disponer de una serie de citas de personajes célebres, en su mayoría cristianos, que en los siglos posteriores visitaron lo que solía llamarse (con inusual precisión) Tierra Santa. No me resisto a transcribirlas:

En 1590 un "simple visitante inglés"' en Jerusalem escribió: "Nada allí es interesante, excepto un poco de las viejas murallas que aún permanecen, todo el resto es matas, espinos y cardos".

En 1844, en De Jaffa a Jerusalem, William Thackeray anotó: "Luego entramos en el distrito montañoso, y nuestros pasos se sentían sobre el lecho seco de un antiguo torrente, cuyas aguas deben [de] haber sido abundantes en el pasado, así como la tenaz y turbulenta raza que una vez habitó esos salvajes montes. Debe [de] haber existido algún cultivo unos dos mil años atrás. Las montañas, o grandes montes rocosos que circundan este pasaje rústico, tienen crestas sobre sus laderas hasta la cima; en estas terrazas paralelas hay aún algo de suelo verde: cuando el agua fluía aquí, y el país era habitado por esa extraordinaria población que, según las Sacras Historias, era numerosa en la región, estas terrazas de montaña deben [de] haber sido jardines y viñedos, como los que vemos hoy a lo largo de las costas del Rin. Ahora el distrito es completamente desértico, y se lo recorre entre lo que parecen haber sido muchas cascadas petrificadas. No vimos animales en aquel paisaje rocoso; escasamente una docena de pequeñas aves durante todo el recorrido".

En 1857, el cónsul británico James Finn escribió: "El país está considerablemente despoblado de habitantes y por lo tanto su mayor necesidad es de presencia humana".

Diez años más tarde, Mark Twain escribirá, en The Innocents Abroad: "No hay ni una aldea solitaria a través de toda la extensión [del valle de Jezreel, en Galilea]; no por treinta millas en cualquier dirección (...) Uno puede recorrer diez millas en la región sin ver un alma viva. Para experimentar el tipo de soledad que causa tristeza, ven a Galilea (...) Nazaret es abandono (...) Jericó yace en desolada ruina (...) Bethlehem [Belén] y Bethania, en su pobreza y humillación (...) desposeídas de toda criatura viviente (...) Una región desolada cuyo suelo es rico, pero completamente despojado de todo (...) una expansión silenciosa, lúgubre (...) una desolación (...) Nunca vimos un ser humano en todo el recorrido (...) Difícilmente se ve un árbol o un arbusto en algún lado. Incluso el olivo y el cactus, aquellos amigos del suelo árido e indigno, han desertado (...) Palestina yace en silicio y cenizas (...) desolada".

La vida judía no se había interrumpido, sin embargo, en Jerusalem, cuando a finales del siglo XIX Herzl y otros iniciaron el proyecto sionista. Pero aquello era al principio un erial, deshabitado durante siglos. Para comprender con plenitud el proceso que se llevó a cabo para construir una nación en ese territorio terriblemente hostil recomiendo las obras de dos grandes escritores españoles: Israel, una resurrección, de Julián Marías, publicado en Buenos Aires en 1968 por la editorial Columba, e Israel, 1957, de Josep Pla (Destino, Barcelona, 2002).

Cuando, en 1948, se creó el Estado de Israel en la parte del territorio que correspondía a los judíos de acuerdo con el Decreto de Partición, no fueron los palestinos, que no existían, los que se opusieron y prometieron arrojar a los hebreos al mar, sino la Liga Árabe.

En 1970 Arafat explicó a la periodista Oriana Fallaci: "La cuestión de las fronteras no nos interesa (...) Desde el punto de vista árabe, Palestina no es más que una gota en un enorme océano. Nuestra nación es la nación árabe, que se extiende desde el Océano Atlántico [sic] hasta el Mar Rojo y más allá. La OLP combate a Israel en nombre del panarabismo. Lo que usted llama Jordania no es más que Palestina.

En 1977 Zahir Muhsein, portavoz y miembro de la dirección de la OLP en representación de la organización Al Saiqa, declaró en una entrevista con el diario holandés Trouw:

El pueblo palestino no existe. La creación de un Estado palestino es sólo un medio para proseguir nuestra lucha contra el Estado de Israel por nuestra unidad árabe. En realidad, actualmente no hay diferencias entre jordanos, palestinos, sirios y libaneses. Sólo por razones políticas y tácticas hablamos de la existencia de un pueblo palestino, puesto que los intereses nacionales árabes exigen que postulemos la existencia de un "pueblo palestino" diferenciado para oponerse al sionismo. Jordania, que es el Estado soberano que definió fronteras, no puede reclamar Haifa y Jaffa. En tanto que palestino, puedo sin duda reclamar Haifa, Jaffa, Beer-Sheva y Jerusalem. Sin embargo, desde el momento en que reclamamos nuestros derechos sobre toda Palestina, no perderemos un minuto en unir Palestina y Jordania.

No era, no obstante, algo nuevo. En 1956 Ahmed Shukari, embajador de la Liga Árabe ante la ONU, había expresado con contundencia:

Una creación como Palestina no existe en absoluto. Esa tierra no es nada más que la parte meridional de la Gran Siria.

Fiel a la tradición racista que le llevó a perpetrar la matanza de Hebrón de 1929 y otros pogromos masivos en años sucesivos, fiel a la vieja amistad que le unió a Hitler y le llevó a organizar para él la 13ª División de Montaña SS Handschar (favor devuelto por el Führer con el asesinato de 400.000 judíos que en principio iban a ser enviados a Palestina), en 1947 el muftí de Jerusalem, Amin el Husseini, tío de Arafat, dijo ante el comité especial de la ONU para Israel:

Una consideración adicional de gran importancia para el mundo árabe es la uniformidad racial. Los árabes vivieron en una amplia faja que se extiende desde el Mar Mediterráneo hasta el Océano Índico. Hablan una lengua y comparten historia, tradiciones y aspiraciones comunes. Su unidad fue el sólido fundamento para la paz en una de las más importantes y delicadas regiones del mundo. Por esta razón no tiene sentido que las Naciones Unidas faciliten el establecimiento de una entidad extranjera en el interior de tan arraigada unidad.

La uniformidad racial es dudosa, y, por supuesto, Husseini hablaba a conciencia de que en el llamado mundo árabe conviven muchas otras etnias y lenguas: véase el caso de Egipto, al que Nasser denominó República Árabe, donde conviven decenas de razas diferentes y hay una cantidad notable de nubios, etíopes, bereberes, bejas, etc., y donde no todos hablan el dialecto árabe oficial. El verdadero factor de unidad era y es el islam.

Entonces, cuando hablamos de paz, ¿de qué paz hablamos? ¿Entre quién y quién? Es obvio que el señor Abbas habla en nombre de unos 1.300 millones de musulmanes y Netanyahu lo hace en nombre de cerca de ocho millones de israelíes, de los cuales unos siete son judíos. En todo el mundo hay entre 13 y 14 millones de judíos, no todos partidarios de la preservación del Estado de Israel: la mitad no vive allí, y de esa mitad una amplia proporción está decididamente secularizada y asimilada en otros países. Pero aun cuando los 13 o 14 millones constituyesen una unidad comparable a la musulmana, toca a un judío por cada cien musulmanes.

Horacio Vázquez-Rial

vazquezrial@gmail.com

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Sarkozy y la quinta república

No resulta exagerado decir que la V República tiene para los franceses una importancia parecida a la que la Monarquía parlamentaria surgida de la Transición tiene para los españoles. Francia fue la iniciadora de la contemporaneidad en 1789, pero luego tardó mucho tiempo en encontrar acomodo estable en ella. El siglo XIX francés fue casi tan turbulento como el español y durante él se sucedieron los regímenes real, imperial y republicano sin conseguir el apoyo permanente de una mayoría indiscutible de la sociedad francesa. Por lo demás, la posición de Francia en el concierto europeo fue precaria y frágil hasta 1945, y las tres invasiones alemanas que sufrió en menos de un siglo son prueba evidente de ello. Pero ni siquiera el final de la Segunda Guerra Mundial trajo la estabilidad a la escena política francesa, porque la crisis de Argelia impidió que se consolidara la por lo demás meritoria IV República.

El histórico papel de dar a Francia solidez interna y seguridad internacional estaba reservado a Charles de Gaulle. Su llamada a los franceses el 18 de junio de 1940 a rebelarse contra la derrota y la colaboración permitió a Francia acabar la guerra entre los vencedores y situarse en el directorio mundial como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y en 1958 De Gaulle dotó a Francia del régimen político más exitoso de su historia posterior a la caída de la monarquía absoluta, la V República. La confluencia del «gaullismo de guerra» y del «gaullismo institucional» convirtió al general en el fundador de la Francia contemporánea: ningún político occidental del siglo XX puede aspirar a un título semejante. La reciente conmemoración del setenta aniversario del famoso appelde junio de 1940 ha dado lugar en Francia a una reflexión sobre lo que queda del gaullismo. Merece la pena retomar ese hilo, concentrando el análisis sobre el papel que al presidente Sarkozy corresponde en los rumbos actuales de la V República.

Desde el punto de vista institucional, la V República francesa se caracteriza por la subordinación del Parlamento y la primacía del Ejecutivo, con una fortísima apuesta por la figura del presidente de la república; solo en las democracias latinoamericanas se encuentra un énfasis presidencial semejante. Por otro lado, la tradición gaullista espera que el presidente reúna, al menos, los siguientes rasgos: cultivo elegante de la lengua, sentido de la historia, y aptitud para dirigirse con solemnidad y auctoritasal pueblo francés cuando las circunstancias lo requieren. Fue, por supuesto, el propio De Gaulle el que estableció el modelo. Pero resulta sorprendente hasta qué punto sus sucesores se adaptaron a él. Georges Pompidou era profesor de Literatura y autor de una admirable antología de la poesía francesa; Valéry Giscard d'Estaing, que hoy es miembro de la Academia Francesa, siempre ha tenido una precisión verbal que hacía que sus exposiciones se parecieran al desarrollo de un teorema geométrico. Con todo, quizá la vocación literaria más fecunda y sincera haya sido la de François Mitterrand, a quien por lo demás se debe la plena reconciliación de la izquierda francesa con las instituciones gaullistas, que inicialmente el propio Mitterrand había calificado de «golpe de Estado permanente».

En esta secuencia, Jacques Chirac es un personaje de transición. A pesar de su larguísima carrera política —dos veces primer ministro, dos veces presidente de la república—, de su inagotable energía y de su conmovedora voluntad de estar a la altura del listón que dejó puesto De Gaulle, nunca llegó a conseguirlo plenamente. Por otra parte, Chirac ha sido el último presidente de la V República que conoció y trató personalmente al general. Entre los políticos que compartían ese conocimiento había una complicidad que traspasaba las fronteras de los partidos, como pone de manifiesto una anécdota de la toma de posesión del propio Chirac como presidente de la república. En aquel día de mayo de 1995, Mitterrand, su antecesor, lo llevó al despacho presidencial en el palacio del Elíseo. «Ha cambiado usted la decoración», se sorprendió Chirac, que conocía bien el lugar. Mitterrand, siempre aficionado a los efectos históricos y literarios, sonrió y dijo: «Lo he puesto todo como estaba cuando De Gaulle lo abandonó en 1969». Es evidente que la sombra del general presidió aquel traspaso de poderes.

¿Qué papel viene a representar Nicolas Sarkozy en este relato? En el ámbito institucional, su actividad irrefrenable ha ido más allá de lo que marcaban los cánones del gaullismo, que ciertamente daban mucho poder al presidente, pero también querían proteger su dignidad. Sarkozy ha ocupado todos los espacios, eclipsando a su primer ministro, François Fillon, de un modo que carece de precedentes en la V República. Hay que precisar inmediatamente que Fillon, que es un hombre inteligente y discreto, fue el astrónomo que predijo su propio eclipse. Poco antes de la elección de Sarkozy, Fillon publicó un libro que partía de la reforma constitucional del año 2000, por la que se limitó el mandato presidencial de siete a cinco años, reduciéndose así drásticamente el riesgo de cohabitación de un presidente con una mayoría parlamentaria hostil. En esta nueva situación, Fillon sostenía que el presidente de la república debía abandonar toda pretensión de ser un árbitro por encima de los partidos y convertirse en un actor político comprometido y responsable de la ejecución de un programa. De este modo, el primer ministro pasaría a ser, simplemente, el principal colaborador del presidente. Y así ha ocurrido. Pero los riesgos de esa doctrina se ven cada vez con mayor claridad, como acaba de ocurrir con la crisis de los gitanos rumanos: el presidente no puede estar continuamente en las trincheras sin acabar un día malparado. De Gaulle también desafió a la Comunidad Europea, pero con el majestuoso desdén de la «política de la silla vacía», no con improperios de patio de vecindad.

Por otro lado, ni en su manera de actuar en la arena política ni en su vida privada ha cultivado Sarkozy la imagen solemne y reservada de sus antecesores. A diferencia de la mayoría de ellos, tampoco fue a una grande école, y no tiene, por tanto, el temor reverencial por la cosa pública ni la gravitasque adquieren los que estudian en ellas. Se diría que Sarkozy parte de la premisa de que la sociedad civil francesa —que no recibió la impronta de De Gaulle con tanta fuerza como las instituciones estatales— está hoy muy alejada de los severos parámetros del gaullismo; y que ya no tiene sentido que el presidente de la república sea el sumo sacerdote de una religión de Estado cuyos ritos impresionan cada vez menos a los ciudadanos.

Cabría concluir, en este sentido, que con Sarkozy la V República se está deslizando hacia el populismo. La apuesta del presidente es arriesgada, como demuestra la baja cota que su popularidad alcanza hoy en las encuestas. No siempre les gusta a los electores que sus más altos representantes abandonen modos y formas tradicionales de hacer política, sobre todo si se establecieron por un padre fundador unánimemente respetado. Pero la suerte no está echada, y habrá que esperar a la elección presidencial de 2012 para ver si se consolida esta notable inflexión del régimen político francés.

Leopoldo Calvo-Sotelo, profesor del Instituto de Empresa

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El final de los tiempos


¿Habrá un final de los tiempos como una vez hubo un minuto cero en el Universo? Un grupo de físicos se ha rebelado en contra de la tradicional idea de un cosmos infinito y asegura que sí, que todo lo que conocemos tiene fecha de caducidad, y que llegará el día en que la oscuridad lo engulla todo. Según investigadores de la Universidad de California-Berkeley, esto sucederá, con una probabilidad del 50%, dentro de 3.700 millones de años. Desde luego, no estaremos aquí para comprobar si tienen razón. Los investigadores han adelantado su trabajo en el foro científico online arXiv.

El Universo comenzó en un Big Bang hace unos 13.000 millones de años y se ha expandido desde entonces. La mejor evidencia de la distancia alcanzada es que la expansión se está acelerando, una idea que prácticamente toda la comunidad científica comparte. De igual forma, la gran mayoría de los físicos cree que esto tiene una importante e inevitable consecuencia: el Universo se expandirá para siempre. Y un Universo que se expande para siempre es infinito y eterno.

Sin embargo, un grupo de físicos, liderados por el investigador Raphael Bousso, de la Universidad de California, no está de acuerdo con esta idea. Aseguran que un universo que se expande de forma infinita no tiene ningún sentido, sencillamente porque las leyes de la física no «funcionan» en un cosmos infinito. Para que funcionen de verdad, el Universo debe tener un fin, y han calculado cuándo llegaremos a ese último momento. Según explica la revista Technology Review del MIT, Bousso y sus colegas tienen un argumento sencillo pero bastante contundente. Más o menos vienen a decir que si el Universo es eterno, cualquier evento que pueda suceder, sucederá, no importa cuán improbable sea. De hecho, puede ocurrir un número infinito de veces.

Problema de medida

Según los investigadores de Berkeley, esto tiene un problema: cuando hay un número infinito de casos de cada posible observación, es imposible determinar las probabilidades de ninguno de ellos. Y cuando eso ocurre, las leyes de la física no pueden aplicarse. «Esto se conoce como el problema de medida de la eterna inflación», explica Bousso. En definitiva, que las leyes de la física aborrecen un universo eterno.

Los investigadores creen que se producirá un final, y que, según sus cálculos, hay un 50% de probabilidades de que se produzca dentro de 3.700 millones de años. Parece que es mucho tiempo, pero no es tanto en realidad, ya que se prevé que la Tierra y el Sol todavía estén «operativos» durante ese tiempo.

Buosso no sabe qué tipo de catástrofe terminará con todo, pero probablemente la Humanidad no estará presente para contarlo por el Twitter. Al menos, nos queda ese consuelo.

J. de J. - Madrid

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terça-feira, 28 de setembro de 2010

La democracia contra Chávez

Contrariamente a lo que sugiere una lectura superficial de los resultados de las elecciones legislativas de Venezuela, Hugo Chávez ha sufrido una estrepitosa derrota. A pesar de haber hecho uso de todas las tropelías imaginables para decantar el resultado a su favor —incluyendo la manipulación de la ley electoral, la intimidación de los electores, el abuso de todos los mecanismos disponibles del Estado y la descalificación o persecución de quienes no se pliegan a sus ambiciones totalitarias— el caudillo venezolano no ha logrado superar la barrera de los dos tercios de diputados que se había propuesto. La prueba más evidente de su fracaso es que la oposición ha vencido claramente en número de votos, un resultado que no se ha traducido en un reparto más equilibrado de los escaños porque el diseño de las circunscripciones estaba previamente arreglado para favorecer a los candidatos del régimen.

Por desgracia, resulta improbable que esta mayoría insuficiente pueda disuadir a Hugo Chávez de seguir adelante con sus delirios revolucionarios. Hasta ahora no ha respetado ningún precepto legal, ni siquiera los que había establecido él mismo, como demostró cuando los venezolanos le dijeron en referéndum que no aceptaban su reelección, lo que no le impidió forzar la legalidad. La entrada del bloque opositor en la Asamblea Nacional debería entenderse, pese a todo, como un claro aviso contra sus planes de constreñir a todo el país en una ideología descabellada que sólo acepta a quienes se someten a su voluntad, aunque por desgracia es previsible que el ex militar golpista asuma este resultado como una ofensa y que reaccione en consecuencia.

La oposición, por su parte, ha conseguido un gran triunfo, pero su prometedor resultado no pasa de ser un primer paso del proceso que debe llevar a la salvación del país. A partir de ahora es necesario reforzar la unidad de todas las fuerzas políticas que se oponen a Chávez, no caer en ninguna de sus provocaciones y prepararse para el momento crucial de la elección presidencial de 2012. Desde la Asamblea es posible dar visibilidad a un candidato unitario que pueda ganar a Hugo Chávez para evitar que consiga perpetuarse en el poder y culminar su delirio totalitario destruyendo Venezuela.

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Venezuela - Democracia a muerte

No es la guerra, pero sí una batalla perdida por el chavismo el pasado domingo. Las primeras reacciones de Chávez y de su entorno muestran que el dirigente venezolano ni está dispuesto a dejar el poder sin más, ni está dispuesto a abandonar el proceso de instauración de la dictadura socialista en Venezuela. A estas alturas le ocurre como con todos los movimientos totalitarios dotados de carismáticos líderes: caerá con su proyecto político, lo que significa que no dejará que éste caiga fácil ni pacíficamente, y morirá matando. El ridículo "Patria, socialismo o muerte" resulta en Chávez estremecedor. Tanto antes como después del domingo, la lucha es a muerte.

Hasta ahora, Chávez se ha movido cómodamente haciendo la revolución a medio camino entre las instituciones y la calle, usando las primeras en un proceso de involución democrático típico de los años treinta, apoyado por el matonismo y el terrorismo callejero: los resortes del Estado democrático, convenientemente adulterados, se utilizan contra las instituciones democráticas, con mayor o menor ruido, con mayor o menor disimulo, hasta el golpe definitivo que otorga poderes absolutos y arbitrarios al dictador. La Asamblea Nacional jugaba un papel clave. Las elecciones del domingo eran un paso importante hacia este punto de no retorno porque revalidaban parte del dominio institucional chavista.

Los miedos del caudillo estaban justificados por las perspectivas electorales y por las consecuencias. El resultado muestra que la oposición al tirano ha aguantado y aguanta bien, dadas las circunstancias en que se ha desarrollado en los últimos años, de acoso creciente y violencia cada vez más explícita. La existencia en Venezuela de una clase media desarrollada y de cierta tradición democrática –con toda la corrupción que se quiera, pero civilizada a fin de cuentas–, es un poderosísimo obstáculo que el dictador no consigue doblegar. Ahora la oposición ha reencontrado una forma de expresión institucional que deberá aguantar si quiere conseguir algún resultado contra la chavización.

Lo fundamental del domingo es que la destrucción de la democracia en Venezuela ya no se hará mediante la legitimación que le daba la Asamblea Nacional. Se hará contra ella, mediante la compra de las voluntades parlamentarias hasta ahora resistentes a los encantos de los petrodólares del tirano, o un uso aún más directo y abierto de la violencia, tanto dentro de las instituciones como en la calle. Para un Chávez que tiene ya muchos de los poderes del Estado, la pérdida de la legitimidad parlamentaria es un duro golpe. Socialmente, la coartada institucional se le ha perdido: para el Estado, otros poderes pueden tomar nota de la progresiva debilidad de tirano. Este peligro de contagio, de extensión y de posibles grietas en el movimiento chavista hace más peligrosa la reacción del petrotirano.

En cualquier caso, lo que para un demócrata es un veredicto inapelable, para un dictador es sólo un aspecto más de la búsqueda del poder absoluto. Con las intenciones intactas, Chávez adaptará el uso de la violencia a las circunstancias, ahora nuevas, sin que le tiemble el pulso. Lo hará desde, al margen o contra la Asamblea Nacional. Su proyecto político contra la democracia liberal es a vida o muerte: o él acaba con la democracia en Venezuela, o morirá en el intento. Hoy, como antes de ayer, la lucha por la democracia en Venezuela sigue siendo una lucha a muerte.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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Las urnas se plantan ante Chávez

La oposición al chavismo no ha cometido el error de la últimas elecciones legislativas y, esta vez sí, se ha presentado a los comicios con una lista unitaria. Una lista de concentración, Mesa para la Unidad, en la que sus candidatos han cerrado filas en pos de la idea común de frenar, más que el avance del chavismo –para lo cual es tarde–, la imposición de una dictadura socialista al estilo de la cubana en Venezuela. Sabia elección la de los opositores y la del electorado, que se ha volcado masivamente con la Mesa para la Unidad otorgándole un 52% de los votos que, por artimañas legales de Chávez, se han transformado en sólo 61 diputados.

El antiguo golpista, que había pedido expresamente a sus encendidos seguidores del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) "demoler a la oposición", se encuentra con unos apoyos parlamentarios realmente mermados. De controlar la práctica totalidad de la cámara ha pasado a una mayoría simple que no le permitirá gobernar por decreto, tal y como ha venido haciendo en el último lustro. Sin esta herramienta, la de elaborar y pasar por la cámara caprichosas leyes orgánicas, el chavismo pierde uno de sus principales pilares de legitimación. A partir de ahora tendrá que negociar estas leyes –por lo general maximalistas–, o abstenerse de presentarlas ante la Asamblea Nacional, lo cual restringirá bastante su radio de acción.

Pero la principal conclusión que cabe extraer de los resultados de las legislativas no es tanto de aritmética parlamentaria, que sigue inclinada del lado de Chávez, como de fuerza popular que ha ganado en los últimos años la causa opositora. Si la Mesa para la Unidad se mantiene firme en su propósito de erradicar a Chávez del escenario político de Venezuela, tiene, con estos números en la mano, una alta probabilidad de conseguirlo en las próximas elecciones presidenciales, que tendrán lugar en el año 2013. Ahí es donde Chávez y su liberticida régimen se la juegan de verdad. La oposición tiene ahora la obligación de perseverar en los principios y valores democráticos que la han hecho acreedora de la última victoria electoral y proyectarlos tres años en el futuro.

Entretanto el panorama es aterrador. Con Chávez y su PSUV privados de la coartada parlamentaria, Venezuela se enfrenta a un nuevo tour de force bolivariano como los de hace una década. Chávez tendrá que gobernar contra la voluntad de la Asamblea y no con el propulsor moral y político de la Asamblea tal y como ha venido haciendo hasta ahora. Cabe la posibilidad de que aumente –todavía más– la violencia política en las calles de las ciudades, o de que el dictador ignore a la Asamblea y siga gobernando de la única manera que sabe hacerlo. Probablemente lo que los venezolanos tengan que padecer en el futuro inmediato sea una mezcla de ambas, violencia y desafueros, en las que el chavismo es un auténtico especialista.

La lucha por la democracia y la libertad en Venezuela será larga y tremendamente ardua. Al tiempo perdido hay que sumarle las peculiares características del gobernante en cuestión: un demagogo iluminado que carece del más mínimo respeto por el Estado de Derecho, la democracia representativa y el Imperio de la Ley. Pero torres más altas han caído. Los demócratas venezolanos no deben desfallecer un instante si algún día pretenden recuperar su país.

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Lapidación en nombre de Alá: así es la ley islámica



Una televisión de Dubai ha difundido unas escalofriantes imágenes en la que se ve a un grupo de bestias lapidando a una mujer en nombre de Alá en Pakistán. Estos salvajes no hacen otra cosa que aplicar la Sharia, la ley islámica, que castiga así a las mujeres acusadas, sin pruebas, de adúlteras.


En esa "civilización" islámica con la que algunos se quieren aliar se aplica en muchos países la Sharia, ley divina, que castiga a las mujeres con la muerte a pedradas, si es acusada de adulterio. Como en el Corán la palabra de una mujer vale la mitad que la de un hombre, basta con que un marido acuse a su esposa de serle infiel para que ésta sea asesinada en nombre del profeta.

Una realidad conocida y frecuente en países como Pakistán o Irán pero habitualmente poco visible. La cadena de televisión de Dubái Al Aan ha conseguido y difundido una grabación procedente del norte de Pakistán, cerca de la frontera con Afganistán, en la que se ve con toda su crudeza en qué consiste esta abominable práctica. Una turba de bestias mahometanas machacan literalmente a una mujer, acusada de adulterio, a base de pedradas para provocarle una muerte lenta y despiadada.

R. Vilas

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segunda-feira, 27 de setembro de 2010

Las mordazas de Evo Morales

El acoso al que está siendo sometida la libertad de expresión en los países iberoamericanos subyugados por el chavismo y sus derivados es algo evidente, a no ser que se sufra una ceguera ideológica voluntaria especialmente grave.


Dejando de lado el caso extremo de Cuba, donde ese derecho y muchos otros son papel mojado desde hace más de medio siglo, vemos que en varios países se avanza en la creación de leyes mordaza y otras igualmente perniciosas. Hablamos de países como Venezuela, Argentina, Ecuador o Nicaragua.

Es, sin embargo, en Bolivia donde últimamente están teniendo lugar los episodios más graves. En una sorprendente sentencia que concede derecho al honor a una entidad financiera, un tribunal de cuya independencia resulta lícito dudar ha condenado a casi tres años de prisión al ex presidente Jorge Tuto Quiroga por "difamación, calumnia e injurias" al Banco Unión, de titularidad pública. Asimismo, le ha prohibido volver a presentarse a unas elecciones.

El fallo ha sido tan escandaloso que hasta la Organización de Estados Americanos (OEA) ha salido en defensa del condenado.

La Paz ha tenido la desfachatez de negar que la OEA se haya pronunciado como lo ha hecho, mientras que el vicepresidente de Morales, Álvaro García Linera, ha acusado al Tuto Quiroga de ejercer la "prostitución de la expresión".

Evo Morales.

Todo esto resulta especialmente grave. Se utilizan las leyes de forma arbitraria para perseguir penalmente y arrinconar electoralmente a alguien que resulta incómodo al mandatario indigenista. Quiroga no sólo es un destacado líder opositor; es, además, una de las personas que con mayor firmeza y lucidez denuncian el expansionismo de Chávez.

Por otro lado, Morales ha logrado sacar adelante en la Cámara de Diputados una norma (que todavía debe ser revisada en el Senado) que puede ser utilizada por el poder contra los medios con la excusa de combatir el racismo. La nueva ley, en caso de aprobarse su texto actual, establece sanciones económicas e incluso la suspensión de la licencia de funcionamiento a todo medio de comunicación que "autorizare y publicare ideas racistas y discriminatorias".

Ante las protestas de la oposición, los periodistas y los propietarios de los medios, el Gobierno de Morales y los diputados oficialistas han respondido utilizando su táctica habitual: negar sus intenciones y atacar a los críticos. Desde el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) se ha llegado a decir que las quejas son un "reconocimiento implícito" de que periodistas y opositores son racistas y discriminadores. Sin embargo, esto no es más que una excusa. El hecho de que sea el Ejecutivo el encargado de redactar y aprobar el reglamento de desarrollo de la ley en cuestión es una buena muestra de lo que se puede esperar.

El Gobierno boliviano ha encontrado en una buena causa, la lucha contra el racismo, una excusa para recortar la libertad de expresión. Sin embargo, éste es un derecho que no debe ser recortado por el poder público ni siquiera para tratar de impedir la difusión de las ideas más deleznables. La discriminación racial debe ser combatida por la propia sociedad civil, no mediante leyes mordaza. Y menos cuando el poder político ha demostrado que puede prostituir cualquier causa a fin de afianzar un sistema con rasgos cada vez más totalitarios.

© Instituto Juan de Mariana

Antonio José Chinchetru

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Iberoamérica - La violencia en la región

¿Cómo se mide el éxito o el fracaso de una región? ¿Sirve como parámetro el nivel de violencia? ¿Hay algo que celebrar en ese terreno en América Latina? Por supuesto, pero más que felicitarnos por nuestros aciertos debemos hacerlo por los errores que no cometimos.


En general, el ámbito latinoamericano no ha sido demasiado mortífero, sobre todo durante el último siglo. Mientras nuestros primos europeos se dedicaban a hacerse la guerra y a matarse de las formas más crueles, en nombre del nazi-fascismo o del comunismo, o de pretextos absurdos como el equilibrio de poderes y el espacio vital, el siglo XX latinoamericano fue parco en conflictos internacionales.

Guerra, lo que se dice guerra, sólo hubo una en la región; entre Paraguay y Bolivia, de 1932 a 1935. Unos cien mil soldados de dos de los países más pobres de Sudamérica se dejaron la piel disputando un territorio árido, casi inhabitable, el Chaco, que no servía para casi nada. Fue la primera vez que alguien definió un enfrentamiento bélico como "dos calvos peleando por un peine" (Borges recuperó la frase años más tarde para describir el episodio de las Malvinas). Es cierto que hubo escaramuzas y batallas breves entre Honduras y El Salvador, en la llamada Guerra del Fútbol (1970), y Perú y Ecuador chocaron en la selva limítrofe en 1995, pero ambos episodios no pasaron de ser conflictos armados escasamente importantes, salvo para los muertos y damnificados, por supuesto.

Tuvimos, sin embargo, varias lamentables carnicerías domésticas: la revolución mexicana de 1910, los mataderos centroamericanos de los años setenta y ochenta; los miles de asesinatos cometidos por los ejércitos del Cono Sur en el mismo periodo como reacción a la violencia de la izquierda marxista; la vieja insurgencia asesina de las narcoguerrillas colombianas y de los paramilitares que se les oponían; y el intermitente paredón de fusilamiento en la Cuba comunista, ya fatigado tras medio siglo de sangriento ajetreo. Parece mucho, y acaso lo sea, pero el número de víctimas, no obstante, es la centésima parte del que hubo en Europa en el mismo periodo.

Esta cuenta siniestra no incluye, claro, la creciente violencia generada por las mafias de delincuentes que carecen de color político. Es perfectamente lícito medir el éxito o fracaso de América Latina por el escaso valor relativo de la vida en algunas regiones. John Locke, que es el padre de los Estados modernos en Occidente, advirtió que la primera función del Gobierno era salvaguardar los derechos a la vida, a la propiedad y a la libertad. En algunos países latinoamericanos es una broma hablar del derecho a la vida. En Guatemala, El Salvador, Honduras, en algunas ciudades mexicanas y en Caracas, la tarifa de los sicarios para matar a casi cualquiera es de pocas docenas de dólares. Cuesta menos ordenar un asesinato que comprar un teléfono móvil o un buen par de zapatos.

Pero el dato más grave es que la tendencia se va esparciendo e intensificando. Buenos Aires, la gran urbe latinoamericana, se está convirtiendo en una ciudad muy peligrosa. En Río de Janeiro y en Sao Paulo mucha gente vive aterrorizada. En Guayaquil y Quito, todavía a otra escala, ocurre lo mismo. Santo Domingo, que hasta hace pocos años era un sitio seguro, como la vecina San Juan de Puerto Rico, dos capitales del Caribe fiestero y risueño, son hoy dos lugares en los que la ciudadanía vive con la guardia en alto y las ventanas llenas de rejas por temor a los asaltos y a los robos.

Nadie sabe muy bien cómo frenar el fenómeno. Hay lugares en los que llamar a la policía agrava el problema. El escritor Raúl Rivero suele jurar que alguna vez leyó en un diario mexicano el siguiente titular: "Chocan un tren y un autobús: los heridos y supervivientes huyen despavoridos a la llegada de la policía". Tal vez sea un chiste, pero pudiera ser cierto. Según el presidente mexicano Felipe Calderón, la mitad de los policías de su país, un cuarto de millón de personas, son corruptos. Cuando llegan a la escena del crimen, lo más seguro es esconderse.

Carlos Alberto Montaner

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FARC: la bestia pierde otra cabeza

Mono Jojoy.
Víctor Julio Suárez Rojas, alias Mono Jojoy, jefe militar de las FARC, murió, como temía, en un bombardeo de las Fuerzas Armadas Colombianas. Pero no era ése el fin que merecía: habría sido mejor capturarle y encerrarle de por vida en una cárcel estadounidense, donde los presos lo son verdaderamente.


Jojoy era malo y mentiroso. En una entrevista que le hice en febrero de 2001 prometió a las familias de los secuestrados por las FARC que éstos iban a ser liberados rápida, urgentemente; pero pasaron años y más años... hasta que el Ejército los rescató. A los que rescató, porque aún hay gente retenida en la selva.

Asimismo, ofreció poner fin a los ataques contra la población civil. Cuando le pregunté cómo las FARC, que se proclaman el ejército del pueblo, mata al pueblo, me respondió: "En eso hemos cometido errores. Los explosivos que fabricamos son para [atacar a] las Fuerzas Armadas del Estado". En cuanto a los lazos con el narcotráfico, me dijo: "Cobramos un impuesto a los compradores. Nos pagan alguna chichigua, y eso es lo que queda para que podamos vivir nosotros".

Lo cierto es que, en las últimas dos décadas, las FARC han pasado de custodiar cultivos de coca a producir y exportar la droga. Con la eliminación del Mono Jojoy se ha golpeado también a los cárteles mexicanos, que ya han perdido a varios de sus proveedores de coca.

Los que ven el vaso medio vacío temen que, en venganza, los guerrilleros maten a los secuestrados. Opinan que las autoridades deben advertir el siguiente movimiento de las FARC, porque mientras se recuperan del golpe podrían hacer ataques urbanos indiscriminados. También les preocupa que se genere una división en las filas de los bandidos y surjan grupúsculos: así las cosas, los frentes rebeldes se dispersarían y montarían toldo aparte. Algo parecido sucedió en Colombia cuando se dio muerte a Pablo Escobar (Cártel de Medellín) y se capturó a los hermanos Rodríguez Orejuela (Cártel de Cali). Esto haría más difícil la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. En cambio, los que ven el vaso medio lleno creen que en los próximos días habrá una avalancha de rendiciones, ante el miedo que pueden sentir los guerrilleros una arremetida letal de las Fuerzas Armadas.

Este engendro está siendo decapitado; pero, ojo, aún no hemos acabado con él. Y es que tiene múltiples cabezas. El peligro, pues, no ha pasado: la bestia herida es rabiosa y puede resultar aun más letal que en condiciones normales.

Los que insistan en la lucha armada tienen dos alternativas: rendirse o seguir ocultándose como ratas. Entrenados como están en la guerra de guerrilleras, los farucos pueden parapetarse en la manigua colombiana por largo tiempo, y sus otras cabezas huir al extranjero para, desde allí, preparar la reconstrucción del grupo. En el momento menos esperado, podrían saltar al ataque.

Para finalizar, dejo en claro lo siguiente: espero que en algunos países europeos, Venezuela y México no tergiversen la historia y conviertan al Mono Jojoy en héroe, porque nunca lo fue. Así que, si van a hacer un minuto de silencio, que no sea por él, sino por aquellos a quienes ese criminal, en su atroz lucha, segó la vida.

Pinche aquí para acceder a la web de RAÚL BENOIT.

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Carlos Mendo y el nacimiento de «El País»

«De 1970 a 2010, fue una gran figura del periodismo español. Creía sobre todo en las instituciones, especialmente británicas. Era el más desbordante y arrollador de los compañeros: su carcajada inolvidable nos acompañará hasta el final»



Carlos Mendo, muerto el 23 de agosto, fue uno de los grandes periodistas de los años 1960-2010. Conviví con él en ABC en los años 1970. Los dos queríamos a este periódico carnalmente. Mendo fue repescado por Guillermo Luca de Tena tras ser destituido como director de Efe, la agencia estatal de noticias. Salió literalmente por las orejas del caballo. Manuel Fraga había sido cesado como ministro de Información por una especie de carga de profundidad. Nadie explicó aquella extraña crisis de 1969: lo único evidente es que el Opus Dei ocupó 11 ministerios. Franco estaba ya en la cuesta abajo, camino de la senilidad. Alfredo Sánchez Bella, duro oportunista, sustituyó a Fraga.

Mendo aceptó sin dudar la oferta de Luca de Tena. Mendo y yo comenzamos a hablar casi todas las tardes, de ocho a diez, y muchas noches, hasta la madrugada. No sabría decir cuál de los dos imaginó primero un nuevo periódico. Franco moriría pronto, el momentumestaba ahí.

Yo era amigo de Miguel Ortega, gran médico, hijo mayor de don José Ortega. Miguel nos reunió un día con su hermano José, editor de Revista de Occidente. A José le rondaba desde hacía años la idea de un diario liberal, pero no acertaba a avanzar. Sus amigos profesores no conocían los mecanismos para sacar adelante un proyecto así. Cuando al cabo de unos meses empezamos a trazar el diseño de El País, yo fui a hablar de inmediato con Guillermo Luca de Tena. Ya entonces, a pesar de la jerarquía, habíamos fijado las bases de una amistad. Expliqué el proyecto: Luca de Tena lo entendió —era un hombre silencioso pero muy inteligente— y lo aprobó. Si consigue salir, dijo, mejorará la calidad de la prensa en España. Así fue.

Antonio Fontán escribiría más adelante: en el largo plazo, sobre todo pesarán en España ABC, El País y La Vanguardia. Mendo y yo pasamos un año discutiendo cada día la calidad de la prensa anglosajona, con el New York Timesde dos días atrás en la mano. Cuando José Ortega Spottorno empezó a hablar con nosotros, encontró a dos profesionales que sabían lo que querían. Ortega tenía un discreto apoyo de Alfonso Escámez, presidente del Banco Central. Pocos meses después, los tres habíamos diseñado y constituido una sociedad. Nos acompañaron dos socios más, un abogado de Ortega, Juan José de Carlos, y un gran amigo, Ramón Jordán de Urríes, culto, rico e interesado en el mundo de los periódicos. A partir de entonces, avanzamos, Mendo y yo, en una doble lista de accionistas.

Con ella, 118 socios procedentes de mí y medio centenar de Mendo, volvimos a hablar con Ortega. Los accionistas buscados por mí representaban en torno a un tercio del capital. El editor de la Revista de Occidenteañadió una lista de 20 editores y 110 profesores, escritores, intelectuales, próximos a la revista fundada por Ortega y Gasset. Entre los editores, dos destacaban por su empuje, Pablo García Arenal y Jesús Polanco. García Arenal era un extraordinario tipo, culto, medidor de sus palabras. Polanco era perspicaz y frío, salvo cuando se calentaba. A lo largo de diez años le vi al rojo vivo en tres ocasiones.

En la etapa previa y en la inicial —las únicas de las que puedo hablar, luego fui expulsado— quizá Jesús Polanco sospechara que él era el llamado a prevalecer sobre Ortega y, desde luego, sobre Mendo y sobre mí. Ahora que ninguno de los tres vive, debo decir que Polanco se comportó siempre conmigo sin sombra de deslealtad. Mendo fue verdadero amigo mío hasta el final. Cuando Ortega comprendió que Mendo no dirigiría El País, quiso nombrar a Miguel Delibes. Se lo quitamos de la cabeza. Me autorizó entonces a hacer una gestión con Juan Luis Cebrián. Se constituyó el Consejo de Administración. Desde entonces yo me sentí respaldado por dos consejeros, Joaquín Muñoz, y un catedrático de Derecho Civil entonces venerable para mí, don Alfonso Cossío.

Los accionistas de peso aportados por Ortega Spottorno eran, lo hemos dicho, editores. La lista que yo propuse estaba compuesta por empresarios, profesores de universidad y miembros del recién disuelto Consejo Privado de Don Juan de Borbón. Busqué a otros representantes del socialismo, la socialdemocracia y del partido comunista. Hablé con un abogado sevillano, Isidoro, en el parque de María Luisa. La capilaridad empezó a funcionar. Antonio Menchaca me ayudó a conectar con el nacionalismo vasco. Vi en el País Vasco francés y español a Manuel de Irujo y a Juan Ajuriaguerra. Joaquín Muñoz me puso en contacto con políticos catalanes: Jordi Pujol, ya libre de la cárcel, dirigía la clandestina Convergència Democràtica de Catalunya. También enlazamos con un grupo de empresarios gallegos, que encabezaría Valentín Paz Andrade, y valencianos, presidido por Joaquín Maldonado, democristiano antifranquista. Muñoz Peirats estableció un centro geográfico que mantenía unidos a nuestros accionistas: no a Ortega sino a nosotros. Algunos destacaron por su generosidad: Ramón Areces y José María Areilza se jugaron cada uno seis millones de pesetas, cifra no menor en 1973, que habrían de duplicar en nuevas ampliaciones. Arturo Fierro hizo lo necesario para que los fundadores aportáramos cantidades parecidas: Fierro, al que movilizó el Conde de Barcelona, se comportó con desinterés y generosidad. Mendo acudió a amigos de Fraga, desde Fernando Castiella a Robles Piquer. Aquellos 300 millones iniciales fueron los mejor empleados por un accionariado heteróclito, unido en un gran proyecto.

El grupo encargado de decidir —redacción, contenidos del periódico, edificio, maquinaria, distribución— estaba presidido por José Ortega y formado por Polanco, por Mendo y por mí. Más adelante se incorporaría Cebrián. Un día pedimos hora a Carlos Arias Navarro, teórico presidente del Gobierno. ¿Pero qué utilidad veis a esto?, preguntaba Ortega. No entiendes, José, replicaba Mendo: se trata de poner a Arias en un aprieto. Nos recibió un mes después. Dio buenas y venenosas palabras. La tarde siguiente recapitulamos en la diaria reunión. Ortega se sentía desmoralizado. Habló de devolver el dinero a los accionistas. Uno de nosotros le amenazó de inmediato: este es un viaje sin billete de vuelta; si alguien quisiera tirar la toalla habría que llamar a los sicarios de Valencia. Mendo terció: no, yo conozco a unos chilenos que manejan de maravilla sus bates de béisbol, rompen las rodillas, te quedas para siempre en una silla de ruedas. Ortega empalidecía: nos creía capaces. Una creciente vibración indicaba cómo Polanco reía para sus adentros. No se volvió a hablar de devolución alguna. Para Polanco, aquella tarde volvió a nacer el periódico.

Carlos Mendo era uno de los hombres más generosos, extrovertidos y aficionados a saber, que conocí. Conocía a fondo una de las culturas del mundo, la que hicieron Shakespeare y Poe, Churchill y Roosevelt. Desde sus primeros años de reportero estudió sin cesar las instituciones: británicas en primer lugar; luego, el largo proceso comenzado en Filadelfia y en el Tea Party de 1773. Contaba la jornada del 6 de junio de 1944 como si él hubiera desembarcado en las playas de Normandía. Inolvidables noches, tras el cierre, oyéndole explicar el emplazamiento de cada búnker y cada nido de ametralladoras en la Pointe du Hoc. Los Rangers de Tejas disparando aquellos extraños trabucos con anclas y cuerdas, escalando la roca vertical, de 40 metros, bajo fuego alemán.

«Aquello ocurrió gracias a las instituciones», insistía en la madrugada, machaconamente, lúcido y dispuesto al desembarco…. Su contagioso entusiasmo era emocionante. Fue una suerte trabajar con él.

Darío Valcárcel

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Chávez, el atorrante

Hay caudillos iberoamericanos que buscan el poder para endilgar sus inagotables peroratas a una ciudadanía indefensa. Charlatanes incontinentes que, en condiciones de normalidad democrática, serían acreedores a una camisa de fuerza —por insoportables—, se aferran al poder para gozar así de licencia para castigar a sus compatriotas con sus atorrantes disquisiciones. Hugo Chávez es uno de ellos. Amordaza a la oposición para que nadie interrumpa su inagotable caudal de majaderías. Aprovecha el poder en su mano para autoinvestirse astro de la radio y estrella de la tele. Y en su infinito monólogo acaba convenciéndose a sí mismo de la genialidad de su discurso, de su liderazgo providencial y de que nada hace más feliz a su pueblo que sufrir sus ocurrencias. Es un mecanismo de autosugestión: una fantasía verbalizada durante horas ante una audiencia indefensa acaba pareciendo una realidad incontrovertible. Castro y Chávez son dos perfectos ejemplos del atorrante caudillo iberoamericano, a quienes sus exuberantes sermones les sirven como psicotrópicos que les aislan de la ingrata realidad.

Así se permite Chávez el lujo de despilfarrar el caudal de riqueza del petróleo en tómbolas sociales y megalomanías internacionales. Nada de infraestructuras, proyectos de educación o creación de un tejido empresarial competitivo para que el país salga adelante. Cuando se seque el pozo del crudo y acabe la tómbola, los venezolanos volverán a ser tan pobres como antes. Nada de fomentar una cultura de civismo y tolerancia que ponga fin a una violencia cotidiana que se cobra más muertes que la guerra de Afganistán. Pero ahí está el infalible remedio de sus inagotable tabarra para autoconvencerse de que esos problemas no existen y que no hay más realidad que su charlatanería de fantasía.

Alberto Sotillo

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¿Otra tregua? No, gracias

Va a resultar que tenemos que pagar porque ETA deje de asesinar y, encima, darle las gracias. Al menos eso es lo que dice el último comunicado de la banda, aparecido en Gara, donde se muestra dispuesta a «un alto el fuego permanente» e incluso a «ir más lejos», sin especificar. Pero exige a cambio «recuperar el proceso de diálogo», «establecer los derechos civiles y políticos (en Euskadi)», «desactivar los castigos añadidos impuestos a los presos políticos vascos, así como todas las situaciones de presión, injerencia y violencia». De su presión, injerencia y violencia, ni palabra. De que sus presos no son políticos, sino comunes, menos. De que en el País Vasco ya existen derechos civiles y políticos, que sólo ella viola, menos aún. Y de la entrega de armas, requisito para toda negociación, ni rastro.

Pues este documento, que no merece otro destino que la papelera, les parece a quienes vienen propagando que se ha abierto una nueva etapa en el problema vasco —la izquierda abertzale y los mediadores internacionales—, un primer paso importante para solucionar el conflicto, por lo que piden al Gobierno español que de otros hacia la confluencia, como son la derogación de la Ley de Partidos, el cese de las detenciones o el traslado de presos etarras a cárceles vascas, preludio de su amnistía.

¿Es que no han leído el texto de Gara? ¿O es que siguen empeñados en que ETA diga lo que no dice? Pues ese comunicado dice clarísimo que ETA no está dispuesta a dejar la «lucha armada» hasta que no se le conceda lo que persigue. Punto. Al menos no engaña. Ellos sí que engañan o quieren ser engañados. Y si de verdad quieren la paz y la democracia en Euskadi, que den un ultimátum a ETA para que entregue las armas y se avenga a integrarse en el proceso político. En otro caso, romperán con ella abiertamente, calificándola de lo que es: un cáncer en el País Vasco. En cuanto a los «mediadores internacionales», advertirles de una vez y para siempre que el conflicto vasco nada tiene que ver con el irlandés y, menos aún, con el sudafricano. Bien al contrario. El nacionalismo radical es en Euskadi el explotador, el exterminador, el racista. Mientras las víctimas son sus víctimas. Así que mejor que tales mediadores hagan las maletas y se vayan a casa, si no quieren convertirse en cómplices de los verdugos.

Dicho esto, no hay nada más que hablar. A no ser que en el Gobierno haya todavía quien comparta la idea de la izquierda abertzale de que se ha abierto otra oportunidad de negociar con ETA. No hay indicios de ello, pero conociendo la capacidad de sorprendernos de Zapatero, hay que estar preparados para cualquier cosa.

José María Carrascal

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Vejando a las mujeres vejadas

La Junta de Andalucía se dispone a pagar indemnizaciones de 1.800 euros a las mujeres que acrediten, mediante declaración jurada o testimonio de terceros, haber padecido vejámenes o escarnio público en los aciagos años de la Guerra Civil. A nadie se le escapa que la medida es discriminatoria por partida doble: no ya sólo porque mujeres vejadas y expuestas al escarnio público las hubo también —y a porrillo— en zona roja (pero el sectarismo ideológico ya se sabe que niega que tales tropelías se perpetraran en el «paraíso republicano»); sino, además, porque en ambas zonas hubo hombres buenos que también fueron vejados en aquellos mismos años (donde se prueba que el sectarismo feministoide es la forma más cerril de sectarismo ideológico).

A nadie se le escapa tampoco que las hipotéticas beneficiarias de tales indemnizaciones estarán casi todas muertas, y muchas de ellas —yo quiero pensar que la inmensa mayoría— disfrutando del banquete eterno, que es el resarcimiento sin tasa que nos aguarda tras los padecimientos terrenos. La Junta de Andalucía, menos espléndida que la misericordia divina, ha puesto una tasa de 1.800 euros a sus resarcimientos, que es una forma bastante miserable de cuantificar el dolor. Traducir el dolor en monedas es siempre miserable, y una presunción injuriosa de que el dolor halla consuelo en la satisfacción pecuniaria; pero en las sociedades que no creen en la fuerza reparadora del perdón y que han dejado de abrazar amorosamente la desgracia del prójimo es inevitable esta traducción pecuniaria, que no sólo no remedia el dolor, sino que además lo humilla, porque considera más fuerte el impulso avaricioso. Cifrar el resarcimiento de esas mujeres vejadas o escarnecidas en 1.800 euros es, desde luego, miserable, como ocurre con cualquier propinilla que cuantifica el dolor (aunque cifrarlo en cantidad tan exigua demuestra que la Junta de Andalucía lo valora a precio de saldo); pero aquí la miseria se torna abyección, porque la tal propinilla no está pensada para consolar el dolor —que el dinero no puede consolar, y mucho menos ¡setenta años después!—, sino para reavivarlo. La Junta de Andalucía sabe bien que la inmensa mayoría de las hipotéticas beneficiarias de su propinilla han fallecido ya, lo que convierte su iniciativa en su brindis al sol; como también sabe que las pocas que todavía estén vivas habrán sepultado ese dolor para poder seguir viviendo, lo que convierte su iniciativa en una felonía. La Junta de Andalucía reaviva ahora ese dolor para convertirlo en mercadería política, para traficar con él, para azuzar el resentimiento, que es la fuerza motriz sobre la que se fundan los malos gobiernos.

A nadie se le escapa, en fin, que la expectativa de recibir la propinilla instituida por la Junta de Andalucía a cambio de prestar una declaración jurada (en una época en que jurar es una chirigota) favorecerá el florecimiento de picarescas rocambolescas. De este modo se completará la felonía: el dolor aviesamente reavivado de esas pocas ancianas supervivientes se verá envuelto en una turbamulta de falsas (e inverificables) reclamaciones que dejarán chiquitas las truhanerías de Guzmán de Alfarache. Y las mujeres que sufrieron escarnio y vejación en tiempos de oprobio serán así nuevamente vejadas y escarnecidas, con su dolor tasado a precio de saldo y arrojado a una olla podrida de timos chuscos, para satisfacción de unos mercachifles que han hecho del rencor una opípara mercadería política.

Juan Manuel de Prada

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