Suele ser habitual aseverar que en España no hay antisemitismo. Según esa afirmación repetida hasta la saciedad, en nuestra nación -que expulsó a los judíos hace cinco siglos- el antisemitismo no existe por definición y, como mucho, se producirían algunas manifestaciones de anti-sionismo, bienintencionadas eso sí, porque arrancan de un desinteresado deseo de defender al oprimido pueblo palestino. No dudo de que habrá gente que se creerá esos asertos, pero tengo la absoluta convicción de que no se corresponden, por desgracia, con la realidad.
Permítaseme relatar, en apoyo de mi tesis, lo que sucedió hace unos días en una de las universidades de Madrid. Uno de los profesores decidió organizar una mesa redonda que analizara la existencia o no de antisemitismo en España. El día del acto, los invitados llegaron a la facultad para encontrarse con una gigantesca bandera de Palestina en la entrada, flanqueada por un pasquín en el que se acusaba a Esteban Ibarra, el presidente del Movimiento contra la Intolerancia, de «fascista» y a Jacobo Israel de «adicto a la usura». Dejo a juicio del lector si el conectar con la usura a un judío porque sí es o no una muestra flagrante de antisemitismo.
Sí deseo indicar que los componentes de la mesa redonda tuvieron que cruzar los pasillos de la facultad entre los gritos de una turba de progres que uniformados de la manera tradicional, es decir, pañoleta palestina, ropa desaliñada y aspecto guarro, los increpó de «fascistas» y «judíos». Esteban Ibarra no dudó entonces en enfrentarse con aquellos niñatos para preguntarles dónde estaban ellos cuando él estaba encarcelado por pertenecer a la oposición a Franco y es que si algo de lo que nadie podrá jamás acusar a Ibarra es de ser un nazi o un fascista. Nadie salvo esos mocosos que viven en el seno de una izquierda como la que parió al socialista Mussolini, inventor del fascismo.
La mesa redonda transcurrió relativamente bien, es decir, los reventadores del acto sólo gritaron ocasionalmente. Sin embargo, al concluir las exposiciones, el turno de preguntas se transformó en un acto propio de la Inquisición en el curso del cual -con el apoyo ocasional de alguno de los docentes de la universidad- los asistentes se permitieron, por ejemplo, interrogar sobre su vida privada a Jacobo Israel para saber si, efectivamente, era un empresario, circunstancia que, seguramente, hubiera dejado de manifiesto que, como todo judío, no pasaba de ser una rata interesada única y exclusivamente por el dinero.
El episodio en su conjunto resultó tan bochornoso que el profesor que lo había organizado solicitó al decanato una condena de lo acontecido. No lo consiguió. Imagino que muchos considerarán que se trata de un hecho puntual. No es así. Es un botón de muestra de cómo la universidad -a la que ha renunciado la derecha- se ha convertido en uno de los bunkers del antisemitismo, un antisemitismo mucho más arraigado en España de lo que parece. Porque no se trata sólo de episodios como el relatado.
Ese antisemitismo se percibe en los blogs donde hay gente que habla de los asesinatos rituales cometidos por judíos -¡después del Vaticano II!- o en las poblaciones donde sigue celebrándose algún festejo denominado «matar judíos». No es para estar orgullosos. Es, más bien, para que, mientras siga sucediendo, se nos caiga colectivamente la cara de vergüenza.
César Vidal
www.larazon.es
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