La ciencia ofrece un conocimiento indiscutible sobre el comienzo de la vida de los individuos de cada especie y de lo peculiar de todo cuerpo humano. Cada uno hereda el material genético que le aporta pertenecer a una especie y la identidad biológica como individuo concreto. Desde el genoma heredado se construye su organismo y vive su propia trayectoria, que es discontinua, con etapas (cigoto, embrión, neonato...).
Lo peculiar de la estructura biológica individual es que tiene un «titular» con nombre propio. El cuerpo humano manifiesta, en la plenitud propia de cada etapa, al ser con ese nombre propio. Dice quién es: la cara, los gestos, la forma de moverse identifican al titular de ese cuerpo construido desde un ADN, tan suyo que permite seguirle el rastro.
La biología humana muestra que lo que hace humano a cada cuerpo es no estar encerrado en los procesos biológicos. Mientras la biología dicta la vida a todo animal no-humano, el humano es capaz de técnica, educación y cultura, con lo que soluciona los problemas no resueltos por la biología. La criatura humana nace siempre sin acabar y necesitada de un acabado propio en un entorno familiar.
La ciencia reconoce en cada hombre una fuerza vital propia que le libera de quedar encerrado en el automatismo de los procesos biológicos, especialmente los cerebrales. La ciencia no explica el porqué de ese plus que libera la vida biológica del encierro convirtiéndola en biografía, pero el pensamiento sí nos permite ir más allá del dato científico y comprender que, proceda de donde proceda, el plus liberador pertenece a cada hombre por tener estructura biológica humana. Y puesto que su plus le permite abrirse más allá del nicho ecológico y vivir con y para los demás, no debe nunca ser tratado como esclavo, ni ser destruido.
Natalia López Moratalla
Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Navarra
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