Desde la altura del monte Nebo Benedicto XVI ha contemplado la historia que ha cambiado el curso de los tiempos. La historia de Abraham y de Moisés, de los jueces y los profetas de Israel, de Juan Bautista y de aquel Jesús de Nazaret poderoso en obras y palabras, que se presentó como el Mesías y que por ello fue crucificado. Aquel del que algunos testimoniaron que se había levantado de la muerte, y que a partir de aquel momento les cambió la vida empujándoles a llevar su anuncio hasta los confines del orbe. |
El Papa no ha venido a Tierra Santa con una regla de buenas prácticas para el conflicto, ni con una filosofía refinada, ni con un arsenal de buenos sentimientos. Ha venido como testigo de una historia que nos alcanza, la historia de Dios con el hombre. Y por eso Dios ha sido el centro de todos y cada uno de sus discursos. "El Dios que habló en el Sinaí, el Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo en Jesucristo crucificado y resucitado". De esta forma cumple su misión como sucesor de Pedro, y de esta forma se hace entender también por musulmanes y judíos, que reconocen la presencia del Omnipotente y misericordioso, del Dios que no se desentiende de la suerte de los hombres.
Como ha dicho en su visita al presidente israelí Simón Peres, los profetas nos han recordado la promesa del Omnipotente: Él se dejará encontrar, nos escuchará y nos reunirá. Pero nosotros debemos buscarlo con todo el corazón. Este es el núcleo de la peregrinación que Benedicto XVI ha emprendido a despecho de todos los vientos, con la libertad de quien no se deja dictar los discursos ni busca halagar los oídos de quienes le escuchan. Viene como testigo de una historia "que nos une con la época de los apóstoles", la historia del hombre que ha buscado incansablemente a Dios para comprenderse a sí mismo y para guiar rectamente su vida, y de un Dios que ha hecho alianza con el hombre, que se ha implicado en el drama de su existencia para conducirle a la plenitud de su deseo. De nuevo ante el presidente Peres, el Papa ha subrayado que la tarea de los líderes religiosos es "proclamar y testimoniar que el Omnipotente está presente y se puede conocer aun cuando parece estar escondido a nuestra vista, que Él actúa en nuestro mundo para nuestro bien, y que el futuro de la sociedad está marcado por la esperanza cuando vibra en armonía con el orden divino".
Este es el centro del que arranca también el discurso en la mezquita de Amman, otro de los grandes discursos del pontificado, profundización y confirmación de la histórica lección de Ratisbona. En él ha planteado el vínculo inquebrantable entre el amor a Dios y el amor al prójimo, así como la contradicción fundamental de recurrir, en el nombre de Dios, a la violencia o a la exclusión. Ante la mirada atenta y complacida del Príncipe Ghazi Bin Talal, promotor de la carta de los 138 sabios musulmanes titulada Una palabra común, Benedicto XVI ha propuesto una tarea conjunta para cristianos y musulmanes, la de "cultivar para el bien, en el contexto de la fe y de la verdad, el gran potencial de la razón humana". De nuevo la perspicacia de un Papa consciente de la hora en que ha sido llamado a desempeñar su ministerio: "La adhesión genuina a la religión, en vez de restringir nuestras mentes, amplía los horizontes de la comprensión humana. Esto protege a la sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; de esta manera, asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello". ¡Verdaderamente impresionante, y no sólo como mensaje al islam, sino al occidente cada vez más raquítico y empobrecido!
En cuanto al judaísmo, de nuevo es preciso escuchar y no quedar enredados en las pretensiones y los prejuicios. Ya en el monte Nebo ha subrayado el inseparable vínculo que une a la Iglesia con el pueblo hebreo y el deseo de superar cualquier obstáculo que se interponga en la reconciliación de ambos pueblos. Ya en Jerusalén ha recordado que el pueblo judío ha experimentado las terribles consecuencias de las ideologías que niegan la dignidad de toda persona humana, y ha denunciado que el antisemitismo sigue levantando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Después llegó el hondísimo y conmovedor discurso en Yad Vashem, el memorial del Holocausto, un discurso trenzado por el dolor y la esperanza, tomado por entero de la Toráh de Israel. Un impresionante alegato contra el negacionismo, el reduccionismo y el olvido, que algunos despachan simplemente porque el Papa no pronunció la palabra "nazismo" (¡cuántas veces lo habrá hecho en estos años!). Pero una vez más Benedicto XVI no se ha plegado a los cánones y ha preferido iluminar de forma preciosa la oscuridad inmensa de aquella tragedia, porque aunque en ocasiones nos resulte difícil comprender los caminos misteriosos e inescrutables de Dios, Él esta vivo y ante Él no desaparecen los nombres y los rostros de cada uno de los inocentes, sino que los hará justicia, "porque el amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura".
Cuando escribo este primer apunte aún no se han producido las grandes celebraciones litúrgicas en Belén, Nazaret y Jerusalén, los grandes encuentros del Papa peregrino con la porción del pueblo cristiano que habita en Israel y en los territorios palestinos. Pero desde su llegada los sufridos cristianos de esta tierra han estado presentes en todos los gestos y palabras de Benedicto XVI. Les ha recordado la gran dignidad que deriva de su herencia y la particular vocación que les distingue: la de "mantener la presencia de la Iglesia en el cambio del tejido social de estas antiguas tierras". Les ha hecho sentir que la Iglesia universal está con ellos, que les sostiene con su oración y su solidaridad, que espera de ellos la manifestación de una fe que genera cultura (la Universidad de Madaba), que actúa por la caridad (el centro Regina Pacis), que acoge a todos sin distinción y que trabaja por la reconciliación. Como les dijo a los obispos y patriarcas presentes en la catedral de San Jorge en Amman: "Desde los asilos de niños hasta los centros de educación superior, desde los orfanatos hasta las casas de ancianos, desde el trabajo con los refugiados hasta la academia de música, las clínicas médicas y los hospitales, el diálogo interreligioso y las iniciativas culturales, vuestra presencia en esta sociedad es un signo maravilloso de la esperanza que nos califica como cristianos".
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