Me dispongo a escribir del pito de Anasagasti. Que nadie se asuste. Se trata de un pito figurado, metafórico. Podría hacerlo también del pito del sereno, pero carezco de fuerza argumental para llevarlo a cabo. El único dato que tengo del pito del sereno es la bronca del guardia urbano de «La Verbena de la Paloma» cuando afea a un sereno su obsesión por tocar el pito después de la trifulca de Julián y don Hilarión, el boticario viejo verde.
«Ustedes por allí,/ los otros por allá,/ ni «usté» aquí toca el pito/ ni «usté» aquí toca «na». Coincidirán conmigo, que con tan poca información del pito del sereno, elija el de Anasagasti, así todo junto, porque si fuera Ana Sagasti, por separado, lo de su pito merecería más la atención de los científicos que la de este nada humilde escritor.
Hay otros pitos por ahí que también arrincono en espera de mejor ocasión. El «pito, pito, gorgorito» y el pito del «Manneken Pis» bruseliano, muy retratado por el turismo. Me quedo definitivamente con el de Anasagasti, entre otros motivos, porque viene a cuento. Y a cuento viene, porque el senador del PNV, últimamente faltón y deslenguado, ha celebrado la pitada que los nacionalistas vascos y catalanes dedicaron al Rey y al Himno de España, con una especial alegría y un torpe y comprometedor argumento.
Ha dicho que al Rey le han pitado porque ahora se puede pitar, no como en tiempos de Franco, que estaba prohibido hacerlo al entonces Jefe del Estado. Con ese bagaje argumental, Anasagasti ha llamado «cobardes» a todos los nacionalistas vascos que acudieron en aquellos tiempos a las finales de la Copa de España que presidía el Generalísimo. Porque pitos había, y se vendían en las tiendas especializadas en pitos, en las pitorerías, y también en las papelerías, establecimientos de máscaras y bromas y en los tenderetes de la Plaza Mayor.
No queda tan lejos el franquismo, y había pitos de metal y de plástico, los últimos más asequibles pero menos melódicos y canoros que los metalizados. Ignoro si Iñaki Anasagasti asistió, como aficionado del Athletic de Bilbao, a alguna final disputada por su equipo del alma o no pudo hacerlo por estar en su país, Venezuela. Pero si lo hizo, me reconocerá que los aficionados del Athletic aplaudían casi por unanimidad a Franco, y los que no querían hacerlo, no lo hacían y nada les ocurría. Pero pitos para pitar a Franco los había a miles, y si no le pitaron fue por una sencilla razón. No se atrevieron. Y eso dice muy poco de un «valiente pueblo» enfrentado al Estado Español, que así es como dicen cuando se refieren a España. No tiene mérito montarle una pitada nacionalista al Rey cuando no existe riesgo de multa o de detención.
Que le pregunten a Sarkozy por las medidas que ha adoptado para que los emigrantes en Francia no piten cuando suena «La Marsellesa». Aquí, en España, somos aún más libres. Decir que se pitó al Rey porque ahora se puede y no a Franco porque antes no se autorizaba, es una confesión de cobardía colectiva que habrá molestado sobremanera a los vascos. Anasagasti, pudo haber comprado un pito antes de cualquier final presidida por Franco. Si no sopló o se lo tragó antes de hacerlo, no fue por culpa de Franco. Fue porque no hubo cojones.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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