Quizá por primera vez con tanta claridad, dos etarras componían esta semana una estampa ridícula, no sólo repulsiva. Txapote y Lasa, cantando, gritando y pateando en la Audiencia, perdidas sus auras de temerarios gudaris. Ridículos para el gran público, derrotados para los suyos. Acabados, incapaces de liderazgo. En el basurero de la sociedad y de la historia. Con la cárcel, el fracaso y el olvido como únicos horizontes.
Que esta sea también la estampa definitiva de ETA depende ahora de López. Dada la debilidad del grupo terrorista, una política eficaz de su Gobierno puede ser la puntilla definitiva de ETA. Y queda por ver si López tiene la voluntad clara de dársela. En todos los frentes y sin una sola concesión a la negociación.
La emoción y las celebraciones alrededor del primer gobierno constitucionalista del País Vasco han hecho olvidar algo que subrayaba Andrés de Blas en «El país». Que el gobierno de López representa una rectificación de la política socialista respecto al futuro del País Vasco. Y añado yo que los planes eran otros, pactar con los nacionalistas y negociar con ETA. Y sólo los imposibles resultados electorales los torcieron. Y dieron lugar a un nuevo abrazo Mayor-Redondo entre López y Basagoiti, en contra de lo que querían Zapatero y el propio López. No es la mejor manera de empezar la legislatura de la puntilla a ETA. Ni la de liderar el vuelco de las instituciones vascas en la persecución de ETA y de todos sus aparatos políticos y culturales.
Aún más lo segundo que lo primero, puesto que la clave de la pervivencia de ETA es la connivencia de tres décadas del poder nacionalista con esos aparatos políticos y culturales. Todo lo que significa rectificar completamente a Zapatero y al López de hace tan sólo dos años.
Edurne Uriarte
Catedrática de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco
www.abc.es
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