terça-feira, 26 de maio de 2009

Kim Jong-il, el dictador atómico


Es tan bajito que se ve obligado a llevar zapatos de plataforma y a peinarse el tupé varios centímetros hacia arriba. Pero más vale no tomarse a guasa su figura porque, tras su esperpéntico aspecto, se esconde uno de los hombres más peligrosos del mundo.

Y es que Kim Jong-il, el caudillo de Corea del Norte, se ha convertido ya en el dictador más atómico y explosivo del planeta. Así, mientras su pueblo se las ve y se las desea para subsistir, el “Querido Líder”, como lo ha bautizado la propaganda oficial, celebró en octubre de 2006 sus nueve años al frente del Partido de los Trabajadores desafiando a la comunidad internacional y haciendo estallar una bomba atómica a modo de ensayo nuclear. El órdago ha vuelto a repetirse esta mañana (madrugada, hora española), cuando Corea del Norte ha efectuado una segunda prueba atómica al detonar un artefacto subterráneo que, según las estimaciones del Ministerio de Defensa ruso, podría tener entre 10 y 20 kilotones. Dicha potencia es el equivalente a las bombas que arrasaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial y supone un notable avance con respecto al ensayo de hace tres años. Además, Pyongyang lanzó poco después tres misiles de corto alcance, lo que ha puesto en máxima alerta a las tropas de la vecina Corea del Sur, con la que permanece técnicamente en guerra desde hace más de medio siglo.

Como ocurrió con la primera prueba, Kim Jong-il pretende con esta diplomacia atómica desbloquear las conversaciones a seis bandas de Pekín sobre su desarme nuclear. En febrero de 2007, Pyongyang accedió a renunciar a su programa nuclear a cambio de petróleo, ayuda humanitaria y reconocimiento diplomático. Aunque el año pasado comenzó a desmantelar su reactor de Yongbyon, Corea del Norte ha rechazado el acuerdo y ha reiniciado su programa atómico. Para ello, se basa en los problemas con Estados Unidos sobre la verificación de su desarme y el endurecimiento del nuevo Gobierno conservador de Seúl, que Kim Jong-il quiere solventar con este nuevo desafío nuclear.

Son las paradojas del régimen estalinista de Pyongyang, que gobierna con puño de hierro uno de los países más pobres y herméticos de la Tierra y, a la espera de lo que ocurra en Cuba, la única dictadura comunista hereditaria. Al frente de este autoritario sistema donde destaca el culto a la personalidad se encuentra Kim Jong-il, que fue nombrado en 1974 sucesor de su padre, el fundador de la República Democrática Popular de Corea y “Gran Líder” Kim Il-sung.

Pero Kim Jong-il es un personaje enigmático y misterioso del que ni siquiera se sabe dónde y cuándo nació. Mientras las biografías propagandísticas aseguran que vino al mundo el 16 de febrero de 1942 en una humilde cabaña de madera del Monte Paektu, considerado el lugar más sagrado de Corea, otros archivos sitúan su nacimiento un año antes en la aldea siberiana de Vyatskoye, en la Unión Soviética, porque allí estaba exiliado su padre durante la ocupación japonesa de su país.

Después de una infancia en el exilio y de la muerte de su madre y de su hermano, la vida de Kim Jong-il en Pyongyang y en sus viajes al extranjero fueron un camino de rosas gracias al poder de su padre, que le allanó su ascenso en el Partido de los Trabajadores.

A pesar de su fama de crápula y de algunas excentricidades, como coleccionar más de 20.000 películas y ser un fiel seguidor de la saga del agente James Bond, Kim Jong-il fue acumulando puestos, de director de Propaganda y Agitación a ministro de Cultura, hasta que tomó el poder a la muerte de su padre, en 1994.

Desde entonces, Corea del Norte ha perdido la ayuda de la extinta Unión Soviética y ha sufrido una hambruna que, según reconoce el propio Gobierno, se cobró 300.000 vidas, pero las organizaciones internacionales elevan la cifra a entre 1,5 y 2 millones de muertos. Para asegurarse la supervivencia de este régimen estalinista, incluido y después sacado del “Eje del Mal” por Estados Unidos, Kim Jong-il ha volcado todos los esfuerzos del país en la política “songun", basada en el predominio militar, y en su programa nuclear. De esta manera, ha intentado disuadir a la Casa Blanca de llevar a cabo un cambio de régimen, como ya hiciera en Irak.

Tras el bloqueo de las conversaciones a seis bandas que se venían manteniendo en Pekín para lograr su desarme y las últimas sanciones económicas después del último lanzamiento de un misil de largo alcance en abril, Kim Jong-il ha vuelto a jugar la baza nuclear para conseguir la ayuda humanitaria que tanto necesita su pueblo. Por ese motivo, no ha dudado en volver a ordenar la detonación de una bomba atómica subterránea con el fin de desbloquear dichas negociaciones. Órdago o farol, su apuesta es tan fuerte que amenaza con desatar una nueva crisis en Asia y con espolear una carrera armamentística en Corea del Sur y Japón para defenderse de sus bravuconadas.

En octubre de 2006, y con el mismo desafío, Kim Jong-il consiguió su propósito y obligó a Estados Unidos a volver a la mesa de negociaciones en Pekín, donde Corea del Norte se comprometió el 13 de febrero de 2007 a cerrar su reactor nuclear de Yongbyon a cambio de reconocimiento diplomático, un millón de toneladas de fuel oil pesado y ayuda humanitaria. Las dificultades para poner en marcha dicho acuerdo han acabado bloqueando las negociaciones en un momento especialmente complicado. No en vano, el “Querido Líder” debe hacer una demostración de fuerza tras los rumores que circulan sobre su deteriorado estado de salud desde el pasado verano, cuando pudo haber sufrido una apoplejía que le obligó a restringir aún más sus contadas apariciones públicas.

Acostumbrado a la fuerza, Kim Jong-il vuelve a utilizar la única diplomacia que conoce: la nuclear. Para algo es un dictador atómico.

Pablo M. Díez, desde Pekin

Nenhum comentário:

 
Locations of visitors to this page