Nadie había atrevido a llegar tan lejos como nuestra precoz ministra de Igualdad, licenciada en Empresariales y experta en la promoción del flamenco; esto es, sobradamente cualificada para pontificar sobre algo que ha traído en jaque a científicos de todos los credos y tendencias políticas desde hace décadas. Ni siquiera los ideólogos del nazismo, que inventaron la categoría de «infrahumanos» o «subhumanos» para legitimar la castración y/o aniquilación masiva de judíos, gitanos, disminuidos físicos y/o psíquicos, eslavos y demás individuos despreciables a los ojos de Hitler, osaron privarles por completo de naturaleza humana. Pero Aído, blindada en la audacia que otorga la juventud, ha traspasado ese umbral y hecho una aportación impagable al debate que trae en jaque a biólogos, médicos, filósofos y genetistas. Ha resuelto la duda que ha hecho verter ríos de tinta a los más ilustres pensadores desde que existe cultura escrita, e incluso antes. Ha dado con la respuesta: antes de la decimocuarta semana de gestación hay vida, pero no es humana. Suponemos que al menos alcanzará la categoría de animal, puesto que los vegetales se encuentran un poco alejados en la escala evolutiva, e incluso es posible que el ente en cuestión pueda considerarse mamífero. ¿O estamos ante un alienígena?
Si nuestra brillante representante del socialismo zapateril hubiese vivido el acontecimiento de ser madre, seguramente pensaría de modo completamente distinto. Claro que en tal caso no habría podido disfrutar del goce incomparable que trae el hecho de hacer carrera en su partido, que con la barriga de Chacón agotó el cupo de embarazadas destinadas al escaparate. Pero si, por azar, hubiese experimentado el alumbrar de esa vida indefinida en su interior, se habría dado cuenta de hasta qué punto es no sólo humana, sino completamente independiente de las personas que la engendraron. En plural, porque son dos, por mucho que se empeñe este Gobierno en privar de derechos y de responsabilidad al padre. Es una criatura que se hace sentir desde los primeros instantes y que cobra inmediatamente forma. La forma de una persona mucho más real de lo que a las propagandistas del aborto les gustaría que fuera.
Claro que ¿quién soy yo para cuestionar el saber de la señorita Aído? ¿Quién es César Nombela? ¿Quiénes son los 1.000 científicos que han formado el manifiesto contra el aborto o los 2.000 en quienes se refugia la ministra, pese a que ninguno se ha permitido ser tajante en semejante cuestión? ¡Ignorantes!
Lo que se merece esta mujer no son críticas, sino un Nobel.
Isabel San Sebastián, periodista y escritora
www.elmundo.es
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