Vasili Semyonovich Grossman nació el 12 de diciembre de 1905 en la ciudad ucraniana de Berdichev, en el seno de una familia judía. Siendo muy niño, sus padres se separaron y tuvo que irse con su madre a vivir a Ginebra. A los 10 años marchó a la ciudad ucraniana de Kiev para cursar el bachillerato. Allí fue acogido por un hermano de su madre, médico de profesión, que contaba con buenos recursos económicos. |
Estudió Química en la Universidad Estatal de Moscú y, una vez licenciado, se instaló en la región industrial de Donbass, en el este de Ucrania, donde trabajó como inspector en una mina y como profesor de Química en un instituto médico. Siempre atraído por la idea de dedicarse a la literatura, decidió abandonar su trabajo y marcharse a vivir a Moscú. En 1934 publicó su primera novela, y tres años más tarde fue admitido en la Unión de Escritores Soviéticos.
Grossman fue un escritor mimado por el régimen estalinista, lo que le permitió disfrutar de consideración, respeto y privilegios envidiables. Tzvetan Todorov, en su ensayo Sobre "Vida y destino", publicado en 2008, da cuenta de un sinfín de indignidades cometidas por Grossman a lo largo de su vida. En 1933 fue detenida su prima Nadia y él no hizo ni dijo nada; cuando más tarde encarcelaron a dos de sus mejores amigos, de nuevo guardó silencio, y cuando en 1938 su tío, el que le había acogido en su casa de Kiev cuando era casi un niño, fue detenido y ejecutado, permaneció impasible. Aún más, el nombre de Vasili Grossman figuraba al pie de una carta, publicada por la prensa en 1937, en la que varios intelectuales solicitaban la pena de muerte para los acusados en el gran proceso contra los dirigentes bolcheviques, entre los que estaba Bujarin. Solamente cuando fue detenida su propia esposa, Olga Mijailovna, Grossman salió de su mutismo, intercedió por ella ante el director del NKDV y consiguió que fuera liberada.
Grossman fue corresponsal de guerra en el frente de Stalingrado hasta la rendición de los alemanes, en 1943. Formó parte de las primeras unidades del Ejército Rojo que liberaron Ucrania, donde miles de personas, la mayoría de ellas judías, habían sido masacradas por orden de Hitler. Entonces supo que su madre había muerto, víctima de los batallones alemanes de exterminio de judíos, en julio de 1941. La muerte de su madre y los últimos días de un grupo de judíos condenados a las cámaras de gas constituyen uno de los capítulos más escalofriantes de su novela Vida y destino.
Stalin, en los últimos años de su vida, puso en marcha un nuevo plan de purgas cuyo objetivo era terminar con el Comité Judío Antifascista. Un grupo de médicos judíos fue acusado de preparar un complot para envenenar a los más altos dirigentes del Partido. Se establecieron las pautas habituales de la estrategia estalinista: sospechas, calumnias, miedo, denuncias, falsas confesiones, autoinculpaciones y, finalmente, condenas. Grossman, a pesar de ser él mismo judío, aceptó firmar una carta oficial en la que se pedía el castigo más severo para los médicos sospechosos. La muerte de Stalin impidió que este plan criminal llegara a realizarse. La mala conciencia acompañaría a Grossman el resto de su vida.
Durante los años siguientes a la muerte de Stalin, Grossman gozó del reconocimiento público. Recibió una prestigiosa condecoración, la Bandera Roja al Trabajo, mientras trabajaba en sus dos obras más importantes, Vida y destino y Todo fluye. Ninguna de ellas sería publicada en Rusia hasta finales de los años ochenta.
En octubre de 1960 Grossman entregó a los editores el manuscrito de Vida y destino. Era el momento cumbre del deshielo de Jruschov y Grossman creía, ingenuamente, que la novela podría ser publicada. Pero unos meses después tres agentes del KGB entraron en su apartamento y confiscaron el manuscrito. Grossman, apartado del círculo de intelectuales, murió el 14 de septiembre de 1964, víctima de un cáncer de estómago. El autor de Vida y destino había tenido la precaución de entregar dos copias de su obra a dos amigos de su absoluta confianza; uno de ellos logró sacar el manuscrito de Rusia. En 1980 Vida y destino fue publicada en Suiza por primera vez.
No parece haber duda de que Grossman no sólo no fue un luchador por la libertad, sino que aprovechó todos los privilegios de los que un intelectual obediente a Stalin podía disfrutar. Pero su ceguera, o su cobardía, no debe ser un impedimento para que se lean con el máximo interés sus dos obras póstumas, en las que dejó un testimonio tan veraz como imprescindible de lo que es la vida bajo un sistema de esclavitud que, en palabras del propio Grossman, Lenin fundó y Stalin se ocupó de construir.
Grossman narra los hechos y describe a sus personajes con una fuerza psicológica que recuerda las mejores obras de Dostoiewski. Vida y destino relata la vida en diferentes lugares de Rusia, desde junio de 1942 hasta febrero de 1943, fecha de la ofensiva soviética sobre Stalingrado. Escenas del frente y de la retaguardia que se suceden y entremezclan para componer la historia de una familia, la del físico Shtrum, protagonista de la novela y con quien, claramente, se identifica el autor.
Todo fluye cuenta el regreso, tras la muerte de Stalin, de uno de los deportados en los campos de Siberia, Ivan Griegórievich, que al llegar a Moscú después de 30 años de cautiverio se presenta en casa de su primo, un científico mimado por el régimen estalinista, llamado Nikolai Andréyevich.
En estas dos novelas, Grossman describe un mundo en el que nadie es libre de decidir su destino, nadie puede pensar, juzgar por sí mismo ni luchar siquiera por su supervivencia, un mundo donde el individuo no existe, donde el Estado omnipotente y omnipresente piensa y decide por todos. A través de Ivan Griegórievich, el protagonista de Todo fluye, Grossman reflexiona sobre la libertad y escribe:
Antes creía que la libertad era libertad de palabra, de prensa, de conciencia. Pero la libertad se extiende a la vida de todos los hombres. La libertad es derecho a sembrar lo que uno quiera, a confeccionar zapatos y abrigos, a hacer pan con el grano que uno ha sembrado, y a venderlo o no venderlo, lo que uno quiera. Y tanto si uno es cerrajero como fundidor de acero o artista, la libertad es el derecho a vivir y trabajar como uno prefiera y no como le ordenen. Pero no hay libertad ni para los que escriben libros, ni para los que cultivan el grano o hacen zapatos.
Si Grossman se identifica con Shtrum en Vida y destino, en Todo fluye lo hace con Nikolai Andréyevich. Ambos son científicos halagados, protegidos y, a la vez, amena1zados por el todopoderoso Estado estalinista, que, a lo largo de su vida, cometen las mismas indignidades y cobardías que cometió el propio escritor y que, también como él mismo, consiguen, mientras vive Stalin, encontrar justificación para sus indeseables actuaciones.
Nikolai Andréyevich, que había justificado su colaboración con el terror estalinista, pues "el miedo por el propio pellejo y el miedo a perder el caviar negro habían alimentado su fuerza ideológica", tras la muerte de Stalin empezó a escuchar la tormentosa voz de su conciencia y el sentimiento de orgullo por su fiel obediencia dejó paso al horror y a la humillación de tener que reconocer su propia responsabilidad en las infamias cometidas.
Y es que el Estado, escribió Grossman,
no sólo oprimía al individuo sino que también lo protegía y lo consolaba de su debilidad, justificaba su nulidad: el Estado cargaba sobre su espalda de hierro todo el peso de la responsabilidad, liberaba a los hombres de la quimera de la conciencia.
Al parecer, cuando Grossman perdió la esperanza de ver publicadas estas dos obras añadió un capítulo a Todo fluye sobre Lenin y su obra. Quiso dejar clara la responsabilidad de Lenin en la dictadura estatalista que sufrió el pueblo ruso: Stalin había construido el Estado sin libertad pero Lenin había sido su fundador. Ese Estado que, una vez construido, "se transformó de servidor del pueblo en autócrata sombrío".
Grossman describe a Lenin como un hombre delicado, dulce y amable con sus amigos, familiares y camaradas y, a la vez, duro, brutal e inmisericorde con sus adversarios políticos.
En la discusión, Lenin no buscaba la verdad, buscaba la victoria. Tenía que ganar a toda costa y, para conseguirlo, muchos medios eran buenos: la zancadilla inesperada, la bofetada simbólica o atizar un mamporro en la cabeza.
Su único objetivo era alcanzar el poder, y para ello "inmoló, mató lo más sagrado que Rusia poseía: la libertad".
"¿Qué condujo a Lenin por el camino de la Revolución? –se pregunta Grossman–. ¿El amor a la humanidad? ¿El deseo de acabar con los desastres de los campesinos, la miseria y la ausencia de derechos humanos? ¿La confianza en la verdad del marxismo, en la justicia de su Partido?". Preguntas para las que Grossman sólo encontró una respuesta: para Lenin, "la Revolución rusa no significaba la libertad de Rusia".
Pocos escritores han sabido explicar mejor que Grossman por qué solamente la defensa de la libertad individual puede evitar el triunfo de las ideologías totalitarias y por qué la pérdida de la conciencia individual, la entrega de la propia responsabilidad en la voluntad general, representada por el Estado, marcan el punto de no retorno en el camino hacia la servidumbre.
Grossman, cuando ya sabía que sus días estaban contados y que sus obras tardarían años en ver la luz en Rusia, escribió para todos lo que habían tenido el privilegio de vivir en el mundo libre con la intención de alertarles contra los engaños, las falacias y las terribles consecuencias de una ideología que, invocando la justicia y la libertad, arrastraron al individuo a la esclavitud.
El hecho de que el Estado sin libertad actuara siempre en nombre de la libertad y de la democracia, que tuviese miedo de dar un paso sin mencionarla, atestigua la fuerza de la libertad.
Grossman, que conoció la tiranía del Estado, del "Stalinestado", como llamó al régimen en el que "el espíritu de Stalin y el espíritu de Estado eran una sola cosa", que tuvo que afrontar la vergüenza de quien pierde su dignidad por no ser capaz de plantar cara a la voluntad perversa de un Estado totalitario, se convirtió, al final de su vida, en uno de los escritores que con más ardor han defendido el valor de la libertad individual.
Alicia Delibes
http://revista.libertaddigital.com
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