«Es un ser vivo, pero no un ser humano». Así es como define nuestra ministra de Igualdad al niño que vive y crece en el vientre de su madre. Saltándose todas las reglas lógicas que siempre han guiado la ciencia por las cuales todo ser vivo pertenece a una especie determinada. Causaría risa si no se tratase de una gran tragedia. Pero tal vez lo más trágico de todo este asunto es la incapacidad de nuestra sociedad para reaccionar ante este insulto a la inteligencia de los españoles y sobre todo ante el genocidio que supone una ley asesina que pretende instaurar un orden nuevo, en el que el hombre por el mero hecho de no ser deseado tenga que morir. Es una gran cobardía pensar que como a mí no me afecta, no tengo por qué intervenir ni oponerme a la promulgación de leyes profundamente injustas. Dicen que el que calla otorga, y la historia juzgará el silencio consentidor de una sociedad anestesiada o tal vez amordazada por los poderosos, que desde instancias superiores acallan o ridiculizan todas las voces que disienten y reclaman justicia para los inocentes e indefensos. Si somos cristianos, debemos comprometernos con la lucha por la justicia, pues sin ella no puede existir la caridad, y sin duda ninguna, la injusticia más grave que existe en España es la muerte anual de cientos de miles de niños en el mismo vientre de su madre. Frente a esta cultura de la muerte, revestida de tintes progresistas pero más antigua que el mismo pecado humano, nosotros seguiremos anunciando la cultura del respeto absoluto a la vida, especialmente la más débil e indefensa.
Jesús Higueras
www.abc.es
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