sábado, 23 de maio de 2009

De la democracia, su historia y su presente

Hay cosas sobre las que uno lleva pensando años y años, pero cuando llega el momento de ponerlas en palabras se ve obligado a repensarlas con nuevos relieves y menos ambigüedades.
Así me ha sucedido cuando, hace poco, he dado en Madrid un ciclo de conferencias sobre sociedad y política en la antigüedad greco-romana, en las que hacía algunas referencias a hechos contemporáneos. Todo va unido, nada puede ni debe ser aislado. Y todo evoluciona, también. Y lo hace en un ciclo que introduce siempre variantes. Se pasa de un sociedad y política cerradas a otras abiertas, más liberales y democráticas. Y de nuevo a las primeras. Los errores de un régimen traen el contrario y al revés.

En Grecia, la democracia fue una respuesta a la opresión de los tiranos, un acuerdo, desde Solón y luego Clístenes, que fue generalmente aceptado, tras una fase de literatura y pensamiento que la preparó: la que yo he llamado literatura predemocrática, que instauró los valores de la libertad, la igualdad, la crítica, el reparto del poder dentro de acuerdos pacíficos.
Empecé a escribir sobre esto nada menos que en los años sesenta, cuando se abrían paso, en España, esas fuerzas. Poco a poco impregnaban a más y más españoles, eran una necesidad. He seguido pensando y escribiendo sobre el tema hasta ahora. Varía en el detalle, pero es omnipresente. Y también el de las razones humanas e históricas de la democracia, también el de sus éxitos. Y el de sus problemas.

Porque todos tienen noticia del origen de la democracia en Atenas, pero mucho menos de su curso y su decadencia, de sus éxitos y sus excesos (y de los de sus críticos), de comportamientos que han resultado peligrosos y de su caída. Atenas capituló ante Esparta y sus aliados el año 404 a. C. (luego una democracia renovada capituló, otra vez, ante Filipo el 338). Muchas lecciones pueden desprenderse de esto.

Y eso que Atenas era una pequeña ciudad y su democracia era incompleta. No existía todavía para un segmento importante de su población: mujeres, extranjeros domiciliados, esclavos. Aun así, dado que su ambiente a todos llegaba, puede dar lecciones: para bien y para mal.
Lecciones para bien daba, por ejemplo, el poder de la Asamblea, que podía destituir al propio Pericles. Las magistraturas colegiadas y por plazo limitado, la exigencia a los magistrados salientes de rendir cuentas, el que una prepuestación de ley o decreto tuviera que pasar previamente por un doble tamiz, el del Consejo y el de la Asamblea. Más aún, antes de la propuesta formal, cualquier ciudadano podía interponer una graphé paranómwn, un recurso de ilegalidad: si prosperaba, no se admitía la presentación de la propuesta.

Bien nos habría venido esto a nosotros, ciudadanos de un país en que tantas disposiciones, del Gobierno y las Autonomías, que bordean o violan directamente la Constitución, son aprobadas sin más por instancias de varios niveles. Se aplican sin más y luego, solo luego, puede haber un recurso ante los tribunales. El Estatuto catalán es un caso entre tantos, aunque el Tribunal Supremo lo recorte después, ya veremos, el daño está ya hecho.

En fin, otros rasgos de aquella democracia se repiten ahora en todas: el libre debate, la protección a los más débiles. O se intenta hacerlo. Y hay otros que nos gustaría no ver y sin embargo los vemos cada día. Me refiero, por ejemplo, a la politización de la Justicia, que se usó ya contra Pericles, Sócrates y otros más, como Alcibíades, con daño para Atenas. O que el éxito de los políticos dependiera, muchas veces de su sonrisa o sus gestos o su demagogia extremista, de su convertirse en una especie de atletas o de actores de teatro. Cuando Alcibíades ya no sabía cómo llamar la atención, cortó la cola a su perro, para que los atenienses tuvieran algo de que hablar en relación con su persona.

Sobre todo: la democracia es la línea media, esto bien lo vió Aristóteles. Y los trágicos sabían que el exceso, el que alguien creyera que podía conseguirlo todo, traía el desastre. Por obra de los dioses (así Esquilo) o de la propia naturaleza humana (así Tucídides). El forzar graves decisiones sin posible retorno sobre la base de mayorías circunstanciales, irrazonables, ciegas, de mera conveniencia, dañinas además para un sector importante de la población o para la totalidad de ella, trae funestas consecuencias.

Por ejemplo: la guerra civil, esto ocurrió en Atenas cuando insensatamente se embarcó en una imposible guerra externa. O la indiferencia de los más, a los que hubo que pagar para que asistieran a la Asamblea. O el fin de la gran Literatura y el gran Pensamiento. O, simplemente, la derrota, la caída, la vuelta de regímenes en que el poder residía en una o muy pocas personas. Esto sucedió en Atenas. El miedo al desorden hizo crecer en ella, en el siglo IV a. C., el sector filomonárquico, Filipo y Alejandro bien que lo utilizaron.

Con todo, los valores humanos que engendró o hizo culminar la democracia ateniense, no se perdieron. Toda la Antigüedad, desde los reinos helenísticos al imperio romano, incluida su fase cristiana, está impregnada de ellos, pese al descenso de las libertades políticas. Pasaron a la Edad Media y a todo el futuro. El ideal del Buen Rey que gobernaba al pueblo siguiendo un ideal de virtud, fue el dominante. Y quedaron gérmenes visibles o larvados que ayudaron, en el momento adecuado, a recobrar la libertad política.

Sin griegos y romanos no habría retornado esto al mundo, tras intentos, o exitosos o frustrados, procedentes del ambiente del Renacimiento, el Humanismo y la Ilustración.
Así en las ciudades libres de Italia o Alemania, en las Comunidades de Castilla o en las revoluciones francesa o americana. Claro que el peligro acecha siempre a estas Revoluciones cuando, aunque tengan motivaciones comprensibles, rompen los límites. Este es el caso de revoluciones como la francesa y la rusa, que no carecieron de motivos, pero estuvieron plagadas de errores y crímenes. Y de tantas cosas que leemos todos los días en los periódicos.

Ese peligro de romper el límite de lo posible acecha siempre a todas las democracias. Una y otra vez vemos cómo es funesto para ellas, cómo se atraen así la ruina. No se trata de ser agoreros sin motivo. El riesgo acecha siempre a los hombres y a las sociedades cuando se salen del carril legítimo y creen que todo puede dárseles gratis y sin esfuerzo. De aquel difícil equilibrio entre autoridad y libertad, que dijo Tácito. Cuando se abandona la cultura del esfuerzo y se adopta idealismos tan engañosos como imposibles. Cuando se cae en el exceso irracional, en la hybris del poder. Con o sin mayoría.

Yo intentaba, simplemente, exponer hechos, datos, venturas y desgracias de hombres y sociedades dentro de esquemas que se repiten. La historia está viva, ignorarla es suicida. Hay caminos buenos y malos. Y mixtos: lo más deseable se frustra de mil modos, por la ceguera y el error.

Temo que haya bastante de ello, ahora, en España. En temas como el de la unidad de la nación y de su cultura el balance de nuestra democracia es muy decepcionante.

Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia
www.abc.es

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