Agradeceremos primero, en lo que vale, la precisión terminológica a la ministra de Igualdad: "las jóvenes pueden ponerse tetas" sin conocimiento de sus padres, luego –según Aído– por qué no van a poder abortar sin ese mismo conocimiento. Hay que salvar el único acierto de lo nuevo de la ministra, que es precisamente la palabra "tetas", la cual, pronunciada hoy día en público con cierta contundencia, te convierte automáticamente en un maltratador de género.
En castellano la palabra de la ministra es tal vez mi segunda acepción favorita después de la primera de Woody Allen, que no es, como se sabe, "te quiero" sino "es benigno". Según la bienpensancia española ambiente, las jóvenes se ponen pudorosamente "pecho", que es una palabra que sirve para poner delante la carpeta del instituto pero para nada más práctico. Aído hace un ejercicio de desmitificación agradecible: son tetas operadas se ponga la gente como se ponga. Gracias, ministra, por el rescate de la infamada palabra castellana, pero no parece demasiado para ser la única intervención ministerial suya que se sostiene, aunque sea siliconada, desde que llegó al cargo.
¿Qué tendrán que ver, por demás, las tetas con el asesinato progre? Como Aído se siga liando ella sola y las alcachofas continúen a su alcance, terminará por emparentar al feto de trece semanas con unos marcianitos cabezones de origen desconocido y comparando el aborto con hacer gárgaras frente al espejo. Para mí que ésta lo que hacía dentro de aquella agencia andaluza de promoción del Flamenco no era estudiar palos y pegar jipíos, sino que estaba empleada de "pensaora" del cante.
Julio Camba escribió sobre esta figura absolutamente incomprensible fuera de España en alguno de esos tomitos que le compilaban sobre esto, lo otro y lo de más allá. En las juergas flamencas clásicas estaban los señoritos, los palmeros, los tocaores, los cantaores, los agradaores, que se encargaban nada más que de agradar (pongamos por caso: "qué arte tiene usted, don Manuel, para coger la chulla de jamón por derecho") y los pensaores, que han evolucionado por lo visto, bajo la Andalucía de Chaves, en pensaoras. La "pensaora", hubiese escrito hoy quizás Camba, es esa sombra que se sienta en la silla de enea presidiendo la juerga flamenca, sin necesidad ni de agradar, sin tocar palmas, con expresión de profunda concentración, casi dolor, y que al final, cuando cesa el griterío, se gana la propina de su cargo a dedo diciendo una sola frase lo más seria posible, para darle a la juerga su necesario toque de gravedad, pues España no ha sido nunca país alegre, contra lo que cree la propia Aído.
– El feto es un ente, no un ser.
Silencio abrumador. Ha hablado. Y ya la "pensaora" de la promoción del flamenco se habrá ganado que la hayan hecho ministra. Aído es una ministra voluntariosa buscando aún la frase definitiva para dejar a todos sus señoritos patituertos. Es "la pensaora" de toda esta fiesta progresista.
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