En la final de la Copa del Rey, Televisión Española, ese ente público que el Gobierno quiere que paguemos todos en nuestras facturas de teléfono e internet, ocultó a todos los telespectadores la oportunidad de ver al monarca y escuchar el himno de España. La pitada podía darse o no, ser más o menos general, pero lo que sabían con seguridad que iban a ocultarnos a los españoles eran dos de los símbolos de nuestra Nación, que además es lo único que da sentido a la competición deportiva que iba a desarrollarse a continuación.
Una decisión así es de tal calibre que resulta increíble que la tomara un jefe de Deportes o, en el supuesto de que fuera así, que se permita que un jefe de Deportes la pueda tomar por su cuenta y riesgo. Que haya dimitido Julián Reyes no debe suponer un punto y final a la depuración de responsabilidades. Es, por tanto, obligada la comparecencia inmediata del presidente de RTVE en el Parlamento para que se esclarezca quiénes tomaron unas decisiones que no son propias de una televisión pública y dan más razones a quienes abogamos por su desaparición. Porque RTVE hizo política una vez más, intentando ocultar a los españoles el lamentable estado real de la España plural y falsa de Zapatero.
No obstante, aún más grave que la actuación de RTVE es el patético intento de los políticos de PP y PSOE de quitar importancia al hecho. Ciertamente, mucho más grave es que en Cataluña vayan a prohibir que los niños puedan estudiar en castellano. No fueron "unos pocos", como ha pretendido Rajoy, ni se puede pedir que no se mezclen "política y deporte", como ha hecho De la Vega, cuando su partido subvenciona las campañas a favor de la selección catalana y permite la emisión de sus anuncios en TV3.
Los nacionalistas y los dirigentes de clubes como Athletic, Barcelona o Real Sociedad ya han politizado el deporte. La muestra de gamberrismo organizado y subvencionado que mostraron una parte considerable de los aficionados en la final de la Copa es consecuencia de las tres décadas de pedagogía del odio hacia España y todo lo español que han llevado a cabo los nacionalistas. Una pedagogía de odio a la Nación que han liderado los socialistas cuando han gobernado y gobiernan en Cataluña o Baleares y que han permitido los populares cuando han estado al frente de comunidades como la gallega.
Si fue Fraga quien aprobó una ley de "normalización" calcada a la catalana, es ahora Feijoó quien se está encargado de incumplir sus promesas electorales y desilusionar a quienes apostaron por él como "voto útil" contra nacionalistas y socialistas al nombrar a un partidario de la imposición del gallego como responsable de Política Lingüística de su Gobierno. Tiene razones Galicia Bilingüe para sentirse "decepcionada". Si hay españoles que quieren que se frene el proceso de destrucción de España, en el que la imposición de las lenguas regionales sobre la común es una herramienta esencial, esos son los votantes del PP y en especial los del PP gallego.
Zapatero se mofó de las víctimas del 11-M en el Debate sobre el estado de la Nación, pero no sólo de ellas. También hizo una referencia burlona a quienes constatamos que sí, que España se está rompiendo, un proceso que no sólo no ha frenado, como es su obligación como presidente del Gobierno, sino que ha animado y ayudado resucitando un Estatut que estaba muerto. Una realidad que Rajoy quiso obviar el martes, pero que lo sucedido en la Copa del Rey, a modo de epílogo del Debate, se ha encargado de recordarnos a todos. España no se rompe porque el PP o unos cuantos medios denunciemos lo que está pasando. Lo hace cuando se falta el respeto a sus símbolos, cuando se politiza el deporte con objetivos independentistas. Es obligación de todos los partidos políticos, pero especialmente de PSOE y PP, hacer cuanto esté en su mano para revertir ese proceso. Su reacción a lo ocurrido en Mestalla no nos permite concebir muchas esperanzas.
Editorial LD
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