Un grupo de intelectuales distinguidos lleva tiempo empeñado en una cruzada contra la "teocracia", oponiéndola a la democracia. Pero ¿puede existir una teocracia? O no puede existir, pues hasta ahora Dios no ha gobernado nunca directamente, o bien todos los regímenes lo son, en cuanto que el poder "viene de Dios", según los creyentes. |
Así, incluso una tiranía es una teocracia, por cuanto, como decía San Isidoro, viene a ser el resultado lamentable de las faltas del pueblo.
Sí puede hablarse, en cambio, de clerocracia: el viejo sistema budista del Tibet, el modo tradicional de gobernarse los judíos, en buena medida también los musulmanes, especialmente hoy en Irán, etc. Es decir, el clero domina directamente la política y el monarca, al menos, tiene carácter sagrado. También en Europa Occidental la influencia del clero y del Papado fue muy fuerte durante siglos, aunque sin alcanzar el nivel de una clerocracia. Pero esta no se opone necesariamente a la democracia, y la influencia de la Iglesia en Europa ha marchado, en general, hacia una creciente autoridad popular. Como enseñaba el padre Suárez, el poder viene de Dios, pero a través del pueblo. Esto era una cuestión de principio, aunque no tuviera una articulación práctica medianamente definida.
Pero ¿qué es la democracia? Aunque etimológicamente significa "poder del pueblo", está claro que eso es un imposible: ¿sobre quiénes, entonces, ejercería su poder ese pueblo? La democracia es realmente la limitación institucional del poder. Tradicionalmente, en Europa se esperaba que el monarca se autolimitase a partir de su formación cristiana y del respeto a sus súbditos. Esto no funcionó demasiado bien, y con Maquiavelo fue desarrollándose otro punto de vista: el príncipe tendría derecho a un poder irrestricto siempre que fuera lo bastante hábil para conquistarlo y retenerlo. En definitiva, se trataba de una concepción absolutista, desarrollada en la segunda parte de la llamada Edad Moderna con las monarquías absolutas y el despotismo de la Ilustración.
La experiencia y la reflexión sobre ella fue abriendo paso, poco a poco, a una concepción de la limitación del poder que no dependía ya de la buena formación, intención y conducta del monarca, sino de una serie de trabas establecidas por ley y desarrolladas progresivamente: la separación de poderes, las libertades políticas, el control de la opinión pública sobre el poder, las votaciones periódicas. A esto llamamos democracia, en realidad.
En rigor, la democracia es, en Europa al menos, cosa del siglo XX, y su origen liberal, enraizado consciente o inconscientemente en la tradición cristiana, está bien a la vista. Hay más evolución que ruptura desde los viejos tiempos de San Isidoro. Pero este sistema, que hoy nos parece el más apropiado para salvaguardar la libertad y la iniciativa individual, y el más fructífero socialmente, no debemos darlo por garantizado. Durante el siglo XX sufrió tremendos y violentos embates, y no deja de sufrirlos hoy, aparte de las amenazas externas como la islámica. En la propia Europa es bien visible una involución política creciente y pacífica: las autoridades de la llamada Europa Unida son opacas, derrochadores o abiertamente corruptas, y no obstante están fabricando constantemente leyes que, ignoradas por los ciudadanos, tienden a condicionar más y más la vida de estos, en un proceso contrario al que preconizaba Isaiah Berlin respecto a la libertad negativa, es decir, a la libertad contra la constante intromisión del poder en la vida corriente, incluso privada, de las personas.
La involución ha sido espectacular en algunos países como España, donde el poder ha colaborado abiertamente con el terrorismo, la independencia judicial apenas subsiste y la oposición ha desaparecido en cualquier sentido, excepto el de intentar apropiarse de pedazos de poder para hacer lo mismo que los socialistas.
Parte de esa involución consiste en la manía de los intelectuales mencionados al principio de, so pretexto de oposición a la teocracia, reducir la religión a la intimidad e impedir la expresión pública de la Iglesia o la crítica política de esta al gobierno. La Iglesia, desde luego, tiene el mismo derecho que cualquier otra entidad a criticar al poder, aunque, desde luego, ello no significa que acierte en su crítica. Pero en estos años, casualmente, ha sido la única oposición moral e intelectual de alguna influencia frente a la involución protagonizada por el PSOE y el PP.
Pío Moa
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