Con Franco esto no pasaba, ha venido a decir el senador Anasagasti de la pitada que recibió el himno de España en la final de la Copa. En efecto, cuando el Barcelona o el Bilbao jugaban la del Generalísimo nadie abucheaba al himno ni al dictador, lo que retrata la disposición hacia el franquismo que entonces tenían las aficiones. Eran gentes muy obedientes, pues como apuntaba el mismo senador, no se podía pitar y no pitaban. O muy cobardes. Aunque más que obediencia había servilismo cuando clubs como el Barça, por ejemplo, nombraban socio de honor a Franco. Y tanta mansedumbre se desplegaba, ay, mientras otros, no nacionalistas, corrían riesgos. Lo cual sitúa a cada cuestión en sus coordenadas. Un abucheo a Franco en un estadio hubiera sido un acto político; la pitada al himno y al Rey en Mestalla no es más que un acto de gamberrismo.
Un gamberrismo organizado y subvencionado, que tiene detrás la mano y la bolsa de gobiernos autonómicos que hacen del deporte gran escuela para impartir la asignatura transversal del odio. Una escuela más, que hay otras. Un par de generaciones sometidas a esa pedagogía innoble y ya tenemos el producto acabado. Miles de fanáticos que silban y tocan bocinas cuando suena el himno, por si al escucharlo les explotara la cabeza como a los marcianos en Mars Attacks al oír el Indian love call. Aunque aquí los únicos que andan con explosiones y que asesinan son los que se proclaman enemigos de la nación que representa el himno. El gamberrismo con ínfulas políticas alumbra camisas pardas.
La actitud de los finos espectadores –han tenido buenos maestros– representa, en realidad, el ideal al que aspira el nacionalismo, que es jugar en España y escupirle al mismo tiempo. A fin de cuentas, esos pobres maleducados que fusionan los fanatismos del fútbol y la tribu son marionetas de unos poderes que hacen grandes negocios mediante la exaltación de un vulgar narcisismo. Poderes que han contado, por cierto, con la aquiescencia de la corte de Madrid para hacer y deshacer a su antojo en sus feudos.
En el Debate del estado de la Nación, Zapatero se burló de muchos asuntos, y de muchas personas. Recordó con especial regodeo que algunos decían que España se rompe. Ja, ja. Qué risa decir que España se fragmenta. "¡Pero si está más unida que nunca!", exclama el presidente que más ha complacido al nacionalismo y más se identifica con sus patrañas. Vino la pitada de Mestalla a desmentir la baladronada. Y cuanto más arreciaba el abucheo, más sonreían las instituciones. Miraban para otro lado, como Televisión Española. Pues no otra cosa han hecho durante años mientras se instruía en el odio, se atropellaban derechos, se quebraba la igualdad ante la ley y la Constitución era socavada. Señores, aquí no pasa nada. Mexan por nos e decimos que chove. ¡Cráneos previlegiados!
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