El 4 de mayo se cumplieron treinta años de la victoria electoral que abrió las puertas de Downing Street a Margaret Thatcher y dieciocho de su defenestración por algunos compañeros de partido carentes de convicciones y estatura. Los soviéticos la apodaron con acierto «la dama de hierro». En el interior, supo recoger un disgusto general por la decadencia de su país, con reformas que revitalizaron la economía y la sociedad británicas. En el exterior y en alianza con el presidente Reagan, contribuyó a la derrota y disolución de la Unión Soviética y señaló al mundo entero, incluida la Argentina por algún tiempo, el camino del capitalismo democrático. La presente crisis económica ha hecho pensar a los enemigos del libre mercado que había que enterrar definitivamente el legado de lady Thatcher. Muy al contrario: ella acertó al aceptar el diagnóstico de su amigo Ronald Reagan, según el que «el Estado no es la solución, es el problema». Lady Thatcher, por desgracia, con el paso de los años está perdiendo la memoria; mucha mayor desgracia sería que el mundo occidental olvidara a lady Thatcher y su obra. Hija de un tendero metodista y su esposa ama de casa, fue la primera mujer en presidir el partido Tory, formación hasta entonces dirigida por hombres de espíritu paternalista, que por elitismo desconfiaban de las decisiones individuales. También fue la primera mujer en presidir el Gobierno del Reino Unido y lo hizo con el valor suficiente para romper el consenso de todos los partidos favorable al Estado de Bienestar y al control administrativo de la economía. Ha dejado un recuerdo imborrable en quienes la tratamos: sus ojos calaban en los de su interlocutor; ella luego expresaba su pensamiento directa y sencillamente, no dudando en contradecir lo que creía equivocado. Sus discursos llegaban a todos los públicos, favorables o no, por el buen sentido de sus propuestas, expresadas en cortas frases, que traslucían la firmeza de carácter.
Los once años de gobierno de Margaret Thatcher se caracterizaron sobre todo por una lucha ideológica sin cuartel entre quienes apoyaban la liberación de los mercados y quienes consideraban peligrosa la política económica del laissez- faire defendida por la primera ministra. Es la misma lucha que pronto tendremos que entablar quienes aspiramos a ver una España productiva y moderna. Intentarán convencernos de que toda la culpa de la crisis actual la tuvo el sector financiero privado: cierto es que muchos financieros privados pecaron de grave imprudencia, pero fueron los bancos centrales públicos quienes, deseosos de evitar todo desfallecimiento de la expansión económica, mantuvieron de 2001 a 2007 demasiado bajos los tipos de interés. Así suministraron el gas para inflar el globo que luego ha reventado con tanto daño. Pasarán por alto que las hipotecas «subprime» con alto riesgo de impago fueron impulsadas por la política de «Una casa para cada americano» de la Administración de EEUU.
Esa política populista fue financiada con ayuda de dos empresas de carácter público, Fannie Mae y Freddy Mac, que concentran ahora la mitad del riesgo inmobiliario de ese inmenso país. Olvidarán que es el sector más regulado de las economías occidentales, el sector bancario, el que está medio quebrado, menos en España, gracias a la severidad del Banco de España. Dirán que no importa que las finanzas públicas estén al borde de la quiebra ni que la deuda del Estado crezca sin límite. Pasada la tempestad que nos azota, tendremos que replantearnos el papel que el sector público debe desempeñar en una sociedad progresiva, igual que lo hizo ella tras constatar el fracaso del modelo social-demócrata de su país creado tras la Segunda Guerra Mundial.
Durante su primer mandato de 1979 a 1983 Margaret Thatcher trató al IRA con la firmeza necesaria: así, dejó que diez de sus terroristas llevaran su huelga de hambre hasta el final para no ceder a su exigencia de recuperar el estatus de preso político. En cambio, los españoles cedimos al chantaje planteado por de Juana Chaos. El resultado final de la política irlandesa de los Gobiernos británicos ha sido que el Ulster sigue dentro del Reino Unido. La misma firmeza demostró al embarcarse en la Guerra de las Malvinas, para recuperar un territorio ilegalmente invadido por la fuerza de las armas: los argentinos nunca le han agradecido suficientemente que así les librara del dictador general Galtieri. El mismo principio, en una escala mucho menor, tuvo que aplicarlo el Gobierno de Aznar durante la crisis de la Isla Perejil, cuya pronta solución sirvió de aviso de que los españoles estamos decididos a defender Ceuta, Melilla y las Canarias.
Durante ese primer período, Margaret Thatcher comenzó a recortar el poder de los sindicatos que, con sus huelgas políticas, habían echado abajo los Gobiernos de Heath y Callaghan.
También entonces implantó y mantuvo una política monetaria estricta para reducir las altas tasas de inflación, pese a que dio lugar temporalmente a un desempleo de más de dos millones de parados. Esa misma política dio lugar a una reducción de la base industrial de la economía británica pero permitió que se desarrollara el sector de los servicios, en especial el financiero de la City de Londres. Deberíamos aprender de ella que no es posible vivir con una moneda sólida si la economía real no es muy flexible. El euro impone aceptar los cambios que exige la vuelta a la productividad, pese a la resistencia de los socialistas de todos los partidos, como los llamaba Hayek.
Un gran triunfo electoral abrió su segundo período de gobierno, de 1983 a 87. Lo marcó la violentísima huelga contra el cierre de minas ineconómicas, que duró todo un año. Venció la primera ministra, que en años anteriores había acumulado reservas de carbón para evitar los cortes de electricidad con los que los mineros habían doblegado al Estado en dos ocasiones anteriores. Estos también fueron los años de la venta de empresas públicas al sector privado y del gran parque de viviendas protegidas a sus inquilinos, una privatización luego imitada en todo el mundo. Su colaboración y amistad con Ronald Reagan tuvieron su mejor fruto en la resistencia ante las ansias expansionistas de la URSS. Ella supo apreciar los deseos reformistas de Gorbachov y así contribuyó a la disolución del régimen comunista ruso y la liberación de la Europa sojuzgada. Muy criticada fue la moderación de su política frente al apartheid, que sin embargo desembocó finalmente en la liberación de Mandela. También se ha visto mal en el Continente su parco entusiasmo por el lado burocrático de la Unión Europea.
El tercer período de 1987 a 90 nació bajo una estrella menos favorable. El intento de su ministro Lawson de combatir una caída del crecimiento económico con una política fiscal expansiva desembocó en una vuelta a la recesión con inflación. Una reforma fiscal doctrinaria e impopular llevó a que un grupo de sus colaboradores más íntimos, organizado por lord Garel-Jones que tanto le debía, le clavara el metafórico cuchillo por la espalda. El 22 de noviembre de 1990, la futura baronesa Thatcher of Kesteven significó su dimisión a Su Majestad la Reina Isabel II.
La historia de la primera ministra Thatcher confirma que el problema de las sociedades democráticas es el Estado. Lo difícil no es cambiar el rumbo de la economía sino el de la política. Quizá tardemos dos años en salir de esta recesión. Tardaremos mucho más en corregir los defectos de la política. ¿Para cuando la reforma del mercado de trabajo, la mejora de la educación, el verdadero encaje de las autonomías, una ley electoral que sustituya a la «provisional» de 1985?
Pedro Schwartz, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España
http://www.pedroschwartz.com/default.asp
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