Quizás en vez de un módulo podrían buscarles un apartamento agradable al terrorista -que asesinó no solo a mi hermano y a su mujer en Sevilla sino a otras tres personas en Madrid- y a su pareja que le ayudó en su indigno trabajo. Ya puestos a hacerles la vida agradable a quienes no merecen disfrutar de ella, podríamos seguir añadiendo privilegios, con idea de que estos pistoleros tengan una feliz estancia en las cárceles. Ahora sabemos que este tal Azurmendi y su compañera podrán vivir juntos para criar a su hijo. O sea, que ellos en la cárcel hacen una vida normal, con la diferencia de que nosotros no le hemos dado un tiro por la espalda a un joven matrimonio que se iba a su casa donde les esperaban sus hijos de 4, 7 y 8 años.
¿Se preocuparon esos terroristas entonces de quien iba a criar a esos hijos? No. De lo único que se preocuparon fue de causar el mayor dolor posible, como dijo De Juana. ¿Quienes son estos criminales para ser tratados con tanta deferencia? La mayoría de los presos llevan una vida de infierno por delitos mucho menos graves ¿Porqué ese empeño en beneficiar a los etarras? Que si ayer salió una de la cárcel para quedarse embrazada, que si hoy ponemos juntos a dos para que jueguen a la familia feliz. ¿Pero esto que es? ¿Aquí no hay nadie capaz de acabar con esta desvergüenza? El castigo al penado tiene que ser castigo, si no lo es, la Justicia falla en su misión fundamental. En el lenguaje popular se diría «el que la hace la paga». Pero según se ve, en la España los terroristas pagan poco, porque ellos se consideran de otra casta. Y lo son, pero de la peor raza, la de los asesinos que justifican sus crímenes y además no se arrepienten. No hay nada más abominable. Ellos matan y presumen de hacerlo y nuestros jueces con su benevolencia les animan a seguir. No hace falta la cadena perpetua, a mí me bastaría con que no se rieran de nosotros.
Teresa Jiménez-Becerril
www.abc.es
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