Los palestinos de Belén construyen con devoción un graderío y un altar donde puede que nunca pise el Papa. De hacerlo, Su Santidad aparecería retratado pegado al muro de la vergüenza, junto a una pintada que grita «libertad para Palestina» y con una torre de vigilancia militar al fondo, en la que sería, sin duda, una de las fotos de esta visita. Por eso mismo, Israel ha emitido una orden de demolición contra tan «impertinente» oratorio argumentando que esa parcela de tierra, tierra de Cisjordania, es intocable porque linda con su telón de acero, y varías veces al día los soldados judíos son enviados allí a parar las obras.
Testimoniar a los cristianos
No va a ser un viaje fácil. Cada gesto, cada palabra y cada silencio, cada presencia y cada ausencia del Pontífice, estará sujeta a escrutinio y al riesgo de incendiar la mecha de la intransigencia entre israelíes y palestinos en este campo de minas que es Tierra Santa. Por mucho que Benedicto XVI haya declarado que llega para «testimoniar a los cristianos» de esta diócesis convulsa, y su nuncio, monseñor Antonio Franco, repita que esta es una visita «pastoral y no política», a los anfitriones les importa bien poco. Para los palestinos, tener al Papa es la oportunidad de oro para que el mundo mire la opresión que padecen. Por eso el miércoles tratarán de que las cámaras le recojan recorriendo el muro.
Para Israel, es una operación de imagen con la vista puesta en Occidente, un reto de seguridad y un escaparate fabuloso para recuperar el maná del alicaído turismo cristiano. Vendrán 15.000 peregrinos, pero con Juan Pablo II fueron 47.000. El Gobierno hebreo ha gastado 8 millones de euros en mejoras para lucirse. Por eso nada debe fallar.
Diplomacia exquisita, rencores entre enemigos, peleas de símbolos, insoslayables ansias de protagonismo., de todo ha habido en las infinitas reuniones preparatorias a mil bandas, -Vaticano, Patriarcado Latino, Custodia Franciscana por medio-, en las que lo más rabiosamente humano se ha mezclado con lo divino.
«Todo aclarado»
«Ya está aclarado», asegura aliviado Wadie Abu Nasser, coordinador de Prensa del Vaticano para esta visita apostólica, pero uno de los primeros escollos fue convencer a los rabinos, que se oponían a que Su Santidad llegara a rezar al Muro de las Lamentaciones mostrando la cruz pectoral. «La llevará, como hizo Juan Pablo II en 2000», reitera el portavoz. Más terrenal ha sido meter en razón al pastor que, hasta el último momento, se negaba a sacar sus cabras del campo de Getsemaní, donde los franciscanos han invertido un millón de dólares en arreglos para la misa multitudinaria de Jerusalén.
También han hecho falta filigranas para diseñar el itinerario del «Papamovil» por la laberíntica parte vieja de la Ciudad Santa. El pontífice no tendrá más remedio que hacer algún trecho a pie, de ahí que el dispositivo de seguridad haya crecido hasta dimensiones sin precedentes: 80.000 policías, que ya se han repartido por los 23 enclaves que tiene previsto visitar Su Santidad en el país.
Porque hay sospechas de tumulto. Por todas partes. En las aldeas árabes próximas a Nazaret, donde se esperan 40.000 fieles, los Servicios Secretos israelíes han alertado de la existencia de panfletos radicales que llaman a atentados, y ese mismo día, 14 de mayo, se esperan manifestaciones coincidiendo con la Naqba, la fecha en que los palestinos rememoran la «catástrofe» de 1948. «El Papa viene a apuntalar la imagen de Israel y, sin querer, a minimizar el sufrimiento palestino bajo la ocupación», reprochaba un grupo cristiano palestino que reclamó la suspensión del viaje en febrero, poco después de la ofensiva militar israelí que dejó este invierno 1.400 muertos en Gaza. «El pontífice no irá allí, pero sí estrechará la mano de quienes ordenaron el ataque», se queja un belenita.
En suelo israelí, la tensión no es para menos. Benedicto XVI figura en la retina de los judíos más exaltados como el Santo Padre alemán, que en enero reintegró al obispo Richard Wilson, culpado de negar el genocidio nazi. Es también heredero y defensor de Pío XII, cuya foto cuelga en el imaginario del Holocausto de Jerusalén junto a una leyenda negra en la que se le acusa de cómplice pasivo del Holocausto. El Papa no la verá, porque no pasará del «Hall del Recuerdo» cuando el lunes visite el memorial, y eso ya ha excitado agrias suspicacias. Tampoco se olvida que el pasado mes de abril, el Sumo Pontífice se dejó poner una kefiya palestina en la plaza de San Pedro.
Como para no dormir. Ahí está el testimonio del Patriarca Latino y máxima autoridad católica en Tierra Santa, Fouad Twal, confesándose ayer ser el hombre más preocupado de todo Oriente Próximo: «Una palabra (del Sumo Pontífice) para los musulmanes, y tendré un problema, una palabra para los judíos, y tendré otro. Al final, él se irá a Roma, y yo me quedaré aquí con las consecuencias».
Laura L. Caro - Jerusalén/Belén
www.abc.es
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