A partir de su nombramiento como primer lehendakari no nacionalista de nuestra democracia, Patxi López se enfrenta a una responsabilidad histórica de cara a lograr que el País Vasco consume una transición a la libertad que, en buena parte, ha sido secuestrada por el nacionalismo vasco. El propio López ha asegurado que comparecía ante la cámara, "no sólo para ser elegido lehendakari, no sólo para formar un nuevo gobierno y presidirlo, sino para abrir un nuevo tiempo político". Hacer una referencia a un "nuevo tiempo político", dadas las circunstancias, es obligado pero no es garantía suficiente, como no lo ha sido parte de su discurso de que se vayan acometer las profundas y numerosas reformas que son necesarias para desmantelar el régimen que, durante treinta años, ha implantado el nacionalismo en el País Vasco.
Patxi López debe repudiar un pasado de diálogo con ETA y con su entorno, que no se disipa con una voluntad de lograr "una paz con generosidad, pero sin precio político". Patxi López debe lograr también que el euskera deje de ser una imposición en la escuela, pero no ya porque ese imperativo "no respeta la Ley de la Escuela Pública" o "por haber surgido fuera de los consensos necesarios para hacer avanzar la política lingüística", sino porque es un atentado a la libertad individual de los vascos. Asimismo, la posibilidad de que los vascos puedan educarse en castellano no es tampoco suficiente para acabar con las falsificaciones nacionalistas que imperan en la enseñanza.
Ofrecer "un amplio consenso con todos los grupos para llevar a cabo reformas en la radiotelevisión pública en orden a hacer de EiTB un servicio público plural y de calidad, y de convertir a ETB 1 en instrumento útil y eficaz de desarrollo de una cultura en euskera moderna y plural", puede ser, pero no parece, una muestra suficientemente decidida de querer acabar con una televisión política ocupada por los nacionalistas y dedicada a la "construcción nacional".
Por el contrario, la clara reivindicación hecha por López de la vigencia y potencialidad del actual estatuto de autonomía reduce, ciertamente, la posibilidad de aventuras de ruptura constitucional vía reforma estatutaria que entrañaba el olvidado "Plan López". Sin embargo, no estaría de más que el nuevo lehendakari, además de agradecer el apoyo recibido, hubiera hecho referencia al acuerdo político con el PP que ha hecho posible su investidura. Eso, por no decir que su principal oferta de consenso hubiera sido con este partido y no "especialmente con el que ahora va a ser principal partido de la oposición".
Aunque tampoco habría estado de más una reivindicación expresa a los miles de exiliados vascos, la intervención de López ha tenido también muy esperanzadores pasajes como el de que "si queremos que el terrorismo desaparezca no sólo tendremos que detener a terroristas; también deberemos reaccionar ante sus expresiones públicas y conseguir su deslegitimación social, especialmente en los ámbitos de la enseñanza, el asociacionismo y los medios de comunicación".
Mucho se podría criticar también de su oferta de política económica, caracterizada por el recurso al endeudamiento y que incluye medidas tan disparatadas como un "plan vasco de lucha contra el cambio climático". Pero ni es el momento de hacerlo ni, desgraciadamente, suponen una "anormalidad" con lo que ocurre en el resto de España.
Sólo queda confiar en que la acción del Gobierno de López, que tampoco puede vislumbrarse en su totalidad en un discurso de investidura, sirva para llevar de manera estimulante al País Vasco la libertad, la igualdad y el respeto al imperio de la Ley que ha abortado el nacionalismo en estas tres décadas. La salida del PNV es para ello condición necesaria, pero no suficiente. Esperemos, pues, que la bienvenida de López se base en algo más que en el adiós de Ibarretxe.
Editorial en LD
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