Serafín Fanjul es catedrático de Estudios Árabes en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de "La forja del mito" y "La Quimera del Al Andalus".
Fanjul es antropólogo y crítico literario especializado en el análisis de la literatura popular, y traductor de obras de los clásicos islamistas. Es, además, autor de tres novelas y un libro de cuentos. Debatirá con Javier Rubio sobre la malinterpretación histórica del Al Andalus y el peso de la inmigración árabe en la España actual, hablará además, de su otra gran pasión, el americanismo, y dará las claves de su obra de ficción.
segunda-feira, 31 de março de 2008
Entrevista a Serafín Fanjul
Con Magdi ´Allám
En enero de 1520 el Papa León X, Juan de Médicis, bautizaba al marroquí al-Hasan ibn Muhammad, imponiéndole sus propios nombres. En ese instante nacía para la Cristiandad Juan León, conocido por El Africano, escritor y viajero autor de una espléndida Descripción General de África, obra cuya traducción al español tuvimos el honor de realizar hace ya algunos años. En la reciente Pascua de Resurrección, el Papa Benedicto XVI ha cristianado al egipcio Magdi ´Allám, periodista del Corriere Della Sera. Entre uno y otro suceso todos los Pontífices -y antes de León X- han administrado el agua bautismal a miles de neófitos, sin embargo al diario El País no le ha gustado el gesto de Benedicto XVI con el nuevo cristiano y -sirviéndose de la libertad de expresión que no disfrutaría en ningún país musulmán- se ha aplicado a impartir urbi et orbi su campanuda doctrina habitual, sobre lo que el universo mundo debe, o no debe, hacer. Incluido el Papa.
Como no cabe suponer que el periódico de Prisa sea partidario del exterminio de los fugitivos del Islam, de la desigualdad entre los sexos, la ejecución de homosexuales, la prohibición de todas las religiones distintas de la mahometana y de un largo etcétera de abusos contra las ideas y las personas, debemos imaginar benévolamente que su objeción va más bien por el lado de la oportunidad, del sentido de «provocación» que entenderían -han entendido- los musulmanes del mundo entero; es decir, que bautista y bautizado deberían haber renunciado a su derecho a manifestar y administrar su fe como les plazca, en aras de que la bien engrasada progresía europea pueda continuar haciendo su digestión en paz, aun al precio de rendirse otra vez ante el chantaje que a diario nos lanzan los musulmanes. Y seguimos esperando que asomen los moderados, ese ente de razón inventado por políticos y periodistas occidentales remisos a admitir que la realidad es, de verdad, de verdad, tan cruda como la vemos. No es «Síndrome de Estocolmo», es simple connivencia tácita con la Conferencia Islámica que ya ha comenzado el despliegue de sus amenazas. El colmo del esperpento, en el país del Chiquichiqui y de Moratinos, lo bordan personajes -conversos al Islam que lucen apellidos españoles junto a exóticos nombres árabes- negando a otros el derecho a hacer lo mismo que ellos, sólo que con meta final opuesta.
Hace meses, un profesor de la Universidad islámica de al-Azhar (El Cairo) me hizo una entrevista en que pronunció una treintena de veces la palabra «respeto». Naturalmente, se refería al debido a su fe, con lo cual fue muy fácil ponerse de acuerdo, mientras no más intercambiábamos tan gastado vocablo porque, en abstracto, mi interlocutor también reconocía el respeto necesario para el Cristianismo. Pero, como se alcanzará a cualquier lector, los problemas de comprensión -insolubles- empiezan al aludir a casos concretos y, sobre todo, al significado real del mismo término respeto; por ejemplo, al plantear el derecho de los musulmanes egipcios a pasarse al Cristianismo si así lo desean (un caso sangrante, próximo y conocido, es el de Mohamed Hegazi, obligado a vivir en la clandestinidad y escondiéndose de su familia: ver ABC, 19.02.08), en paralelo a los coptos que se islamizan: ¿por qué unos sí y otros no? La respuesta es obvia: porque el Islam es la religión verdadera, en tanto el Cristianismo es falsa. Y a esto llaman diálogo de civilizaciones, diálogo que hube de cortar con cajas destempladas con el representante de al-Azhar cuando se descolgó descubriendo la piedra filosofal: todo esto sucede por culpa del imperialismo americano. Acabáramos.
Es grave que a diario la prensa nos informe de noticias como la condena de un blogger egipcio a cuatro años de cárcel por formular críticas al Islam (ABC, 23.02.07); o de otros dos años de prisión endosados a un sacerdote francés, en Argelia, por atender a cristianos subsaharianos (ABC, 14.02.08); o que cada año la Navidad en Belén aparezca más enjuta y solitaria al ir quedando pocos cristianos en la ciudad. Todo eso es grave por cuanto significa de falta de reciprocidad y por desnudar de modo feroz el alcance real que los musulmanes otorgan a la palabra respeto, pero mucho más inquietantes son las presiones -interiorizadas, admitidas, bien digeridas- que está sufriendo el diputado holandés Geert Wilders por haber producido el cortometraje Fitna (poco podrá decir en quince minutos), aun antes de proyectarlo en público: no toleran más menciones que las hagiográficas, laudatorias y sumisas bajo toneladas de incienso. Presiones idénticas a las padecidas por Ayaan Hirsi Ali, los caricaturistas daneses, Theo Van Gogh (asesinado por un terrorista musulmán), el mismísimo Naguib Mahzfuz (malherido), su traductor al japonés (asesinado), el periodista egipcio Farag Foda (asesinado), Nawal as-Sa´dawi (encausada y acallada mediante una fetua), o el precursor y detonante del retorno de los Asesinos del Viejo de la Montaña, Salmán Rushdie. Y, por favor, que no salga algún erudito de guardia a explicarme que los antiguos Asesinos eran ismaelíes y éstos no, porque ya lo sé.
Un ingenuo expediente, de vez en cuando utilizado en los medios de comunicación occidentales, para calibrar el carácter violento o pacífico del Islam, consiste en rebuscar y aducir aleyas del Corán en que se profieran anatemas, maldiciones o incitaciones al exterminio de los enemigos (sólo en la azora segunda, La vaca, hay 39 alusiones violentas, de las cuales 9 se refieren directamente al «combate por Dios») o por el contrario, alguna de las contadas en que se sugiere un cierto y relativísimo escenario de tolerancia. A esta práctica inocente podría agregarse un ejercicio similar en los hadices de Mahoma, las Tradiciones de su vida, mucho menos conocidas en Occidente. Pero ambos corpus documentales, que componen la base de toda la doctrina jurídica islámica, no dejan de ser teoría, letra, venerada pero letra. Importa más, a nuestro juicio, la historia de las acciones islámicas o la observación de lo que acontece ahora mismo, único terreno en el que podemos intervenir para cambiar el curso de los acontecimientos. Y en estas dos áreas de reflexión hay escasos motivos para el optimismo.
Es urgente que los gobiernos serios de Europa (Alemania, Reino Unido, Francia, hasta Italia) tomen conciencia del calado del conflicto que se está gestando bajo nuestros pies; la feliz siesta gozada hasta septiembre de 2001 no da más de sí, ni nuestro continente tiene derecho a continuar inhibiéndose en la confrontación con el islamismo, dejando a los americanos todo el peso de la lucha. Y por supuesto que no nos referimos sólo a confrontación militar, por más que ésta sea precisa para la supervivencia. Lo primero es defender la libertad de expresión en nuestros países, de manera radical y sin fisuras, sin abandonar a su suerte a quienes se refugian entre nosotros, o apoyando a las claras a cuantos Magdi ´Allám quieran bautizarse donde y como mejor les cuadre, haciendo ver a los recién llegados que las leyes son para cumplirse, o que hurtar el bulto para eludir la integración no es el mejor camino para la concordia. Parecen obviedades, pero hay países -el nuestro, por ejemplo- en que llevar a la práctica lo obvio resulta una prueba de heroísmo.
Serafín Fanjul - Doctor en Filosofia y Letras Árabes y Semitas por la Universidad Complutense de Madrid - Catedrático de Literatura Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid
domingo, 30 de março de 2008
La verdad más incómoda
«Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos y no quiere consolarse, porque ya no existen». Las lágrimas de Raquel colmarían hoy un océano: la profecía de Jeremías evocada por el evangelista se ha hecho hoy realidad abismal y abrumadora. Herodes mataba niños arrastrado por un rapto repentino de cólera; hoy los masacramos con quirúrgica e industrial eficiencia. Los matamos por cientos, por miles, por millones, en una guerra declarada y sistemática a la infancia sin precedentes en la historia humana; los matamos, además, invocando sarcásticamente un sedicente «derecho a decidir». ¿A decidir sobre qué? Un niño gestante no es una verruga o un padrastro que podamos extirpar discrecionalmente; un niño gestante tiene un derecho inalienable a la vida que nadie puede arrogarse, ni siquiera la madre en cuyo seno se aloja. No es este un derecho que se derive de tales o cuales creencias religiosas; es un derecho primario que nace de la solidaridad natural de la especie humana. Cuando ese derecho deja de ser reconocido, podemos afirmar sin hipérbole que nuestra especie ha dejado de ser humana.
Ocurre, paradójicamente, que este derecho primordial es conculcado cuando más se habla de los «derechos de los niños». Ocurre -y aquí la paradoja adquiere dimensiones sobrecogedoras- que quienes más se llenan la boca invocando ad nauseam tales derechos son los mismos que amparan, legitiman y sufragan este crimen contra la infancia. Esta paradoja nos confronta con una enfermedad del espíritu que tiene su raíz en aquel ofuscamiento de la conciencia moral, muy propio de nuestra época, que ya denunciara Isaías: «¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!». Un ofuscamiento de la conciencia moral que empieza en la desnaturalización de las palabras, para terminar en la desnaturalización del alma: cuando el crimen del aborto es transmutado en un sedicente «derecho a decidir» para anteponer un interés personal sobre un derecho primario e inalienable, cuando se hace un mal para lograr un bien egoísta, se acaba pagando una factura costosísima.
Chesterton nos lo recuerda, poniendo como ejemplo a Macbeth, que pensó que asesinando al durmiente Duncan ya no hallaría obstáculo alguno que le permitiera ceñirse la corona de Escocia. Sin embargo, las consecuencias de ese crimen acabarían siendo insoportables. Chesterton nos enseña que la vida humana es una unidad; y que el ser humano acaba pagando siempre por las consecuencias de sus actos. No se puede hacer una locura con la idea de alcanzar la cordura; haciendo un mal, el hombre nunca podrá alcanzar un bien. El aborto se presenta con frecuencia como un mal necesario previo a la consecución de un bien, para enmascarar su naturaleza abominable; pero el mal que cometemos corrompe irrevocablemente nuestra humanidad, nos convierte ya para siempre en alimañas alumbradas por un fuego demoníaco, adoradores de Moloch y Baal, en cuyas aras entregamos en holocausto a nuestros hijos.
En esta fiesta de la Encarnación recordamos que Jesús fue niño y se gestó en el vientre de una mujer; y, a la vez, recordamos a todos los niños que son arrebatados del vientre de su madre. Ese Niño encarnado se convierte así en protector de todos los niños que nunca respirarán y en piedra de escándalo para todos aquellos que amparan, legitiman y sufragan el aborto, también para quienes tácitamente lo consienten y con cobardía o indiferencia vuelven la espalda ante el crimen más alevoso de cuantos puedan imaginarse. A esos niños que son devorados por el Dragón del Apocalipsis quiero dedicar estos hermosos versos de Chesterton -y pido excusas por la pálida traducción, que improviso sobre la marcha-, extraídos de su poema «Por el niño nonato», que sirve de frontispicio a su libro The Wild Knight:
«Yo creo que si ellos me dejaran salir
y adentrarme en el mundo y levantarme
sería bueno durante todos los días
que pasase en la tierra de la fantasía.
Ellos no oirían una palabra de egoísmo
o desdén salida de mis labios.
Si tan sólo pudiera encontrar la puerta,
si tan sólo pudiera nacer...».
Si tan sólo los dejáramos nacer, el mundo se habría salvado.
Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com
Francisco de Goya y Lucientes (1746 - 1828)
Autorretrato (1815) - Museo del Prado (Madrid, España)
Filho do mestre dorador José de Goya y de Gracia Lucientes, começou os estudos em Zaragoza, ensinado pelo pintor José Luzán, instruído em Nápoles, professor na Academia de Desenho de Zaragoza, e foi, mais tarde, em Madrid, pupilo do pintor da corte espanhola Francisco Bayeu, tendo casado com a irmã deste em Julho de 1773.
Em 1770 foi para Itália continuar os estudos, pelos seus próprios meios, regressando no ano seguinte a Zaragoza, onde foi encarregado de pintar frescos para a Catedral local. este trabalho foi executado a espaços durante os dez anos seguintes, até que se incompatibilizou com a Junta da Fábrica (da Basílica de Nossa Senhora) do Pilar.
Em 1775, tendo passado a viver em Madrid, chamado pelo seu cunhado, Francisco Bayeu, foi encarregue de pintar a primeira série de cartões, de um lote que acabaria por chegar em 1792 às 60 pinturas, para a Real Fábrica de Tapeçarias de Santa Bárbara. Neste trabalho foi dirigido pelo artista alemão Anton Raphael Mengs, um dos expoentes do Neoclassicismo, e director artístico da corte espanhola, com o título de Primeiro Pintor da Câmara.
Em 1780 foi eleito membro da Real Academia de São Fernando de Madrid, sendo admitido com um quadro intitulado «Cristo na Cruz». Em 1785 tornou-se director-adjunto de pintura da Academia e no ano seguinte foi nomeado pintor do rei Carlos III. Desta época pertencem os primeiros retratos de personagens da corte espanhola, que começaram com o quadro do Conde de Floridablanca (1783), continuando com o retrato de «Carlos III, caçador» e que terminam com os quadros oficiais do novo rei, Carlos IV, e rainha, Maria Luísa (1789). Retratos em poses convencionais, mas de uma elegância que os relaciona com os retratos de Velasquez.
Nomeado Pintor da Câmara pelo novo rei de Espanha, Goya torna-se neste período, que acabará em 1808, com a invasão francesa da Espanha, o artista mais bem sucedido de Espanha naquela época. Em 1792, viajando pela Andaluzia, sem autorização real, adoece gravemente, só se restabelecendo em Abril de 1793, ficando surdo. São desta época as pinturas de gabinete que representam cenas que representam diversões típicas, mas que terminaram em 1799 com «O Manicómio».
Dessa viagem pelo sul de Espanha nasce a amizade com a duquesa de Alba, que retratará, assim como ao seu marido, em 1795. Em 1796 e 1797 Goya visitará em estadias prolongadas a duquesa de Alba nas suas propriedades na Andaluzia, começando a produzir as gravuras em áqua-tinta a que dará o nome de «Os Caprichos», e que acabarão por constituir uma longa série de 80 gravuras. Quando as termina, em Fevereiro de 1799, coloca-as à venda na loja de perfumes por baixo da sua casa em Madrid. Mas progressivamente vai retirando-as de venda, possivelmente por se reconhecer terem referências a pessoas conhecidas.
Em 31 de Outubro de 1799 foi nomeado Primeiro Pintor da Câmara, com direito a coche. Em 1803 deu ao rei as chapas dos «Caprichos», em troca de uma pensão para o filho Francisco Xavier, nascido em Dezembro de 1784. Em 1798, começa a sua segunda época de retratos de figuras públicas, pintando o ministro Jovellanos e o embaixador francês Guillemardet, passando pelo seu famoso retrato da família real espanhola (1800-1801) e terminando nos retratos, do marquês de San Adrián (1804) e de Bartilé Sureda (1806).
Em 1808, o general Palafox chama-o a Zaragoza para pintar as ruínas e episódios da defesa heróica da cidade contra os franceses. Mas em Dezembro de 1809 Goya jura fidelidade a José Bonaparte, «nomeado» rei de Espanha pelo irmão Napoleão, imperador dos franceses, recebendo em 1811 a condecoração da Ordem Real de Espanha. É desta época a realização dos «Desastres da Guerra» que se prolongarão até 1820, e que, devido ao seu estilo impressionista influenciarão pintores franceses do século XIX, como Monet.
Em 1814, começando o seu processo de «purificação» das suspeitas de colaboracionismo com o regime do «rei José», entrega os primeiros testemunhos que declaram que Goya não era afecto ao governo intruso, pintando os quadros «O Dois de Maio ou a Carga dos Mamelucos» e os «Fuzilamentos da Moncloa», para perpetuar a resistência e a luta do povo espanhol contra Napoleão Bonaparte. Em Dezembro termina o quadro equestre do general Palafox.
No ano seguinte a Inquisição abre um processo por obscenidade pela suas «Majas», mas o pintor consegue a «purificação», sendo-lhe restituído a função de Primeiro Pintor da Câmara. Pinta vários retratos de Fernando VII, após a sua restauração, evocando melhor que ninguém a personalidade cruel do rei.
Com o fim do triénio liberal (1820-1823), o falhanço de uma nova tentativa de instauração de um regime liberal em Espanha (1824), e o reacender das perseguições, pede autorização para ir para França, para as Termas de Plombières, por motivos de saúde, partindo em Maio de 1824.
Em Setembro desse ano instala-se em Bordéus, morrendo em 1828.
Fonte: Enciclopédia Britânica
Índice cronológico de pinturas
http://goya.unizar.es/InfoGoya/Obra/Catalogo_/Pintura_/LienzosIdx.html
Exposição virtual Info Goya
http://goya.unizar.es/default.html
Nasceu em Fuentedetodos, Aragão, Espanha, em 30 de Março de 1746; morreu em Bordéus, França, em 16 de Abril de 1828.
Filho do mestre dorador José de Goya y de Gracia Lucientes, começou os estudos em Zaragoza, ensinado pelo pintor José Luzán, instruído em Nápoles, professor na Academia de Desenho de Zaragoza, e foi, mais tarde, em Madrid, pupilo do pintor da corte espanhola Francisco Bayeu, tendo casado com a irmã deste em Julho de 1773.
Em 1770 foi para Itália continuar os estudos, pelos seus próprios meios, regressando no ano seguinte a Zaragoza, onde foi encarregado de pintar frescos para a Catedral local. este trabalho foi executado a espaços durante os dez anos seguintes, até que se incompatibilizou com a Junta da Fábrica (da Basílica de Nossa Senhora) do Pilar.
Em 1775, tendo passado a viver em Madrid, chamado pelo seu cunhado, Francisco Bayeu, foi encarregue de pintar a primeira série de cartões, de um lote que acabaria por chegar em 1792 às 60 pinturas, para a Real Fábrica de Tapeçarias de Santa Bárbara. Neste trabalho foi dirigido pelo artista alemão Anton Raphael Mengs, um dos expoentes do Neoclassicismo, e director artístico da corte espanhola, com o título de Primeiro Pintor da Câmara.
Em 1780 foi eleito membro da Real Academia de São Fernando de Madrid, sendo admitido com um quadro intitulado «Cristo na Cruz». Em 1785 tornou-se director-adjunto de pintura da Academia e no ano seguinte foi nomeado pintor do rei Carlos III. Desta época pertencem os primeiros retratos de personagens da corte espanhola, que começaram com o quadro do Conde de Floridablanca (1783), continuando com o retrato de «Carlos III, caçador» e que terminam com os quadros oficiais do novo rei, Carlos IV, e rainha, Maria Luísa (1789). Retratos em poses convencionais, mas de uma elegância que os relaciona com os retratos de Velasquez.
Nomeado Pintor da Câmara pelo novo rei de Espanha, Goya torna-se neste período, que acabará em 1808, com a invasão francesa da Espanha, o artista mais bem sucedido de Espanha naquela época. Em 1792, viajando pela Andaluzia, sem autorização real, adoece gravemente, só se restabelecendo em Abril de 1793, ficando surdo. São desta época as pinturas de gabinete que representam cenas que representam diversões típicas, mas que terminaram em 1799 com «O Manicómio».
Dessa viagem pelo sul de Espanha nasce a amizade com a duquesa de Alba, que retratará, assim como ao seu marido, em 1795. Em 1796 e 1797 Goya visitará em estadias prolongadas a duquesa de Alba nas suas propriedades na Andaluzia, começando a produzir as gravuras em áqua-tinta a que dará o nome de «Os Caprichos», e que acabarão por constituir uma longa série de 80 gravuras. Quando as termina, em Fevereiro de 1799, coloca-as à venda na loja de perfumes por baixo da sua casa em Madrid. Mas progressivamente vai retirando-as de venda, possivelmente por se reconhecer terem referências a pessoas conhecidas.
Em 31 de Outubro de 1799 foi nomeado Primeiro Pintor da Câmara, com direito a coche. Em 1803 deu ao rei as chapas dos «Caprichos», em troca de uma pensão para o filho Francisco Xavier, nascido em Dezembro de 1784. Em 1798, começa a sua segunda época de retratos de figuras públicas, pintando o ministro Jovellanos e o embaixador francês Guillemardet, passando pelo seu famoso retrato da família real espanhola (1800-1801) e terminando nos retratos, do marquês de San Adrián (1804) e de Bartilé Sureda (1806).
Em 1808, o general Palafox chama-o a Zaragoza para pintar as ruínas e episódios da defesa heróica da cidade contra os franceses. Mas em Dezembro de 1809 Goya jura fidelidade a José Bonaparte, «nomeado» rei de Espanha pelo irmão Napoleão, imperador dos franceses, recebendo em 1811 a condecoração da Ordem Real de Espanha. É desta época a realização dos «Desastres da Guerra» que se prolongarão até 1820, e que, devido ao seu estilo impressionista influenciarão pintores franceses do século XIX, como Monet.
Em 1814, começando o seu processo de «purificação» das suspeitas de colaboracionismo com o regime do «rei José», entrega os primeiros testemunhos que declaram que Goya não era afecto ao governo intruso, pintando os quadros «O Dois de Maio ou a Carga dos Mamelucos» e os «Fuzilamentos da Moncloa», para perpetuar a resistência e a luta do povo espanhol contra Napoleão Bonaparte. Em Dezembro termina o quadro equestre do general Palafox.
No ano seguinte a Inquisição abre um processo por obscenidade pela suas «Majas», mas o pintor consegue a «purificação», sendo-lhe restituído a função de Primeiro Pintor da Câmara. Pinta vários retratos de Fernando VII, após a sua restauração, evocando melhor que ninguém a personalidade cruel do rei.
Com o fim do triénio liberal (1820-1823), o falhanço de uma nova tentativa de instauração de um regime liberal em Espanha (1824), e o reacender das perseguições, pede autorização para ir para França, para as Termas de Plombières, por motivos de saúde, partindo em Maio de 1824.
Em Setembro desse ano instala-se em Bordéus, morrendo em 1828.
Fonte: Enciclopédia Britânica
Índice cronológico de pinturas
http://goya.unizar.es/InfoGoya/Obra/Catalogo_/Pintura_/LienzosIdx.html
Exposição virtual Info Goya
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Dengue, perguntas e respostas
Em 2008, um antigo problema voltou a assustar a população brasileira: a dengue - revelando mais uma vez a miséria da realidade da saúde pública nacional. O Rio de Janeiro foi a cidade mais atingida, com milhares de pessoas infectadas e dezenas de vítimas fatais. Sim, a dengue mata. Por isso, todos os cuidados devem ser tomados. O combate ao mosquito transmissor é a principal arma contra a doença, já que ainda não existe vacina. O tratamento deve ser iniciado rapidamente, assim que detectados os primeiros sintomas: consiste em acompanhamento por parte de especialista e medicação. Confira a seguir informações sobre a doença e as formas de contaminação.
A DOENÇA
1. O que é dengue?
2. Como a doença é transmitida?
3. Como identificar o mosquito transmissor?
4. Quais são os sintomas da doença?
5. Como os médicos identificam e tratam a doença?
6. Por que o diagnóstico correto demora em alguns casos?
7. Que remédios devem ser evitados em caso de suspeita de dengue?
8. Quem já contraiu a doença uma vez torna-se imune?
9. O que é dengue hemorrágica?
10. Qual o tratamento para a dengue hemorrágica?
11. Afinal, por que a dengue mata?
1. O que é dengue?
É uma doença infecciosa provocada por um vírus transmitido ao homem pela picada da fêmea do mosquito Aedes aegypti. Segundo a Organização Mundial da Saúde (OMS), a dengue já é endêmica em mais de 100 países da África, Américas e Ásia. O órgão estima que entre 50 e 100 milhões de pessoas sejam infectadas a cada ano no mundo todo. O vírus é subdivido nos tipos 1, 2, 3 e 4, sendo que a presença do último ainda não foi registrada no Brasil. O mais virulento, aquele que se multiplica mais depressa no organismo, é o do tipo 3. O tipo 1 é o mais explosivo, causa grandes epidemias em pouco tempo. Todos eles podem provocar o desenvolvimento da dengue tradicional e também a hemorrágica, que pode ser fatal. Acredita-se que a dengue tenha chegado ao Brasil no século XVIII, com as embarcações que transportavam os escravos trazidos
da África.
2. Como a doença é transmitida?
Além do Aedes aegypti, o mosquito Aedes albopicutus também pode espalhar o vírus, o que é pouco comum, já que ele não freqüenta ambientes domésticos como o aegypti. A doença é transmitida apenas pela fêmea do mosquito, que se alimenta de sangue para amadurecer seus ovos. A partir do momento em que pica um humano infectado, ela adquire o vírus e se torna uma fonte de contaminação permanente, transmitindo a todos que picar durante a vida - que dura cerca de 30 dias. Não existe transmissão pelo contato direto entre pessoas, por secreções, fontes de água ou alimentos. Casos de transmissão congênita são extremamente raros.
3. Como identificar o mosquito transmissor?
O Aedes aegypti é semelhante a um pernilongo comum. As características que o diferenciam são o corpo escuro - cor café ou preto - rajado de listras brancas. É encontrado principalmente dentro das casas, debaixo de mesas, cadeiras e armários.
4. Quais são os sintomas da doença?
Os principais sintomas são febre alta, geralmente com início súbito, dores musculares e nas articulações, dores de cabeça e também na região dos olhos, garganta e barriga. Fraqueza, náuseas, vômito, diarréia e vermelhidão na pele também são freqüentes. A presença e a intensidade dos sintomas variam de acordo com idade da pessoa infectada, sendo que podem ser mais amenos nas crianças - assim mesmo, eles podem se agravar com o tempo. Condições específicas, como a existência de um quadro anterior da doença, hipertensão arterial, diabetes, asma e outras doenças respiratórias crônicas, além de idade avançada, favorecem a evolução do quadro. Por outro lado, nem todas as pessoas infectadas irão apresentam os sinais. Em outros casos, eles se assemelham aos de uma gripe comum.
5. Como os médicos identificame tratam a doença?
Os médicos utilizam três exames. O primeiro, conhecido como "prova do laço", é simples e pode ser feito em consultório. Com uma caneta, o médico desenha um quadrado de 2,5 centímetros no braço do paciente. Depois de prender sua circulação, verifica quantos pontos vermelhos aparecem dentro deste quadrado - a concentração indicará a eventual presença da doença. Os outros dois exames, uma sorologia e um hemograma, são feitos em laboratório a partir de uma amostra de sangue. Não há medicação específica para a dengue. O tratamento prevê repouso, hidratação oral ou venosa, medicação contra os sintomas, manutenção da circulação sangüínea e observação, para avaliar a regressão do quadro. Enquanto isso, o próprio sistema imunológico é encarregado de destruir o vírus, como em toda a virose.
6. Por que o diagnóstico corretodemora em alguns casos?
Existe a possibilidade de os médicos confundirem os sintomas com os de uma virose normal, já que eles não são padronizados e variam em cada organismo. Como os sinais podem se apresentar mais amenos nas crianças, é maior a possibilidade de que, justamente nelas, a dengue passe despercebida em uma consulta, disfarçada de gripe comum. Por isso, é importante exigir que, a qualquer suspeita de dengue, os exames sejam realizados.
7. Que remédios devem ser evitadosem caso de suspeita de dengue?
Os medicamentos que contenham ácido acetilsalicílico, como AAS, Aspirina e Melhoral. O composto tem efeito anticoagulante, ou seja, diminui a ação das plaquetas, que têm a função de bloquear hemorragias. Combinado a um quadro de dengue, aumenta o risco de sangramentos.
8. Quem já contraiu a doença umavez torna-se imune?
Até hoje, foram identificados quatro tipos de vírus da dengue, e as pessoas tornam-se imunes apenas ao sorotipo já contraído. Ou seja, quem já foi contaminado pelo tipo 1, só pode pegar os tipos 2, 3 e 4 (vale lembrar que este último ainda não foi encontrado no Brasil). Nem sempre é possível saber se alguém é imune a algum dos tipos, já que a dengue pode se apresentar como uma infecção subclínica, ou seja, sem sintomas. Pesquisas mostram ainda que infecções subseqüentes aumentam o risco de desenvolver um quadro severo da doença, principalmente a dengue hemorrágica.
9. O que é dengue hemorrágica?
A dengue hemorrágica se manifesta por uma piora repentina no estado geral do paciente, com aparição e retorno da febre em níveis altos. Assim que a febre regride, o quadro piora, com cólicas abdominais e hemorragias, que podem variar desde manchas avermelhadas na pele até sangramentos na gengiva e presença de sangue no vômito. Os casos mais graves levam o paciente a um quadro de falência circulatória e perda súbita de temperatura, seguido por estado de choque e, então, morte. Segundo a Organização Mundial da Saúde, os primeiros casos de febre hemorrágica foram registrados em 1950, durante epidemias de dengue na Tailândia e nas Filipinas, sendo que depois a complicação se espalhou por vários continentes. O diagnóstico precoce e o acompanhamento são essenciais para garantir a sobrevivência.
10. Qual o tratamento para a dengue hemorrágica?
Se a suspeita de dengue clássica pede um diagnóstico rápido, sinais de dengue hemorrágica exigem tratamento imediato. O fato da febre passar não significa que o paciente está curado. A observação deve ser cuidadosa, e a reidratação pode ser feita em nível ambulatorial, por via venosa. Segundo a Organização Mundial da Saúde, sem tratamento apropriado, a taxa de mortalidade por dengue hemorrágica pode atingir 20%. Com tratamento adequado e intensivo, este índice pode baixar a 1% - recomendado pela OMS. Após obter alta, o paciente deve continuar a ingerir muito líquido (de preferência água e sucos naturais, evitando bebidas industrializadas) e o repouso deve ser estendido por mais uma semana.
11. Afinal, por que a dengue mata?
Existe mais de uma forma de responder a esta pergunta - e nem todas são clínicas. Podem morrer de dengue pessoas que não encontram tratamento em hospitais superlotados, recebem um diagnóstico errado ou não fazem idéia de que a doença pode ser fatal, deixando de procurar auxílio médico. Também existe uma resposta médica. O quadro de distúrbios no sistema circulatório que a dengue hemorrágica desencadeia pode levar o paciente a morte entre 12 a 24 horas. A causa não são as hemorragias, mas sim o quadro de choque instalado pela queda da pressão arterial e a falência circulatória.
CONTAMINAÇÃO E COMBATE
1. Por que ainda não existe vacina contra a dengue?
2. Há diferença entre a picada de um Aedes e a de um mosquito comum?
3. Como combater a proliferação do mosquito?
4. Há como evitar a contaminação?
5. O Rio vive uma epidemia de dengue?
6. A cidade já havia vivido essa situação?
7. Qual o panorama da dengue no país?
8. Que medidas deveriam ter sido tomadas para evitar a situação atual?
1. Por que ainda não existe vacinacontra a dengue?
A principal razão é a existência de quatro vírus diferentes, os tipos 1, 2, 3 e 4, o que dificulta o trabalho. Não adianta disponibilizar uma vacina para apenas o tipo 1 da doença, por exemplo. Isso porque, se a pessoa vacinada contraísse um outro tipo do vírus, poderia ter um quadro ainda mais severo, como acontece nas infecções subseqüentes. Assim, a vacina deve imunizar o organismo contra os quatro tipos de uma só vez - e aí está o grande desafio para a ciência. No Brasil, as principais instituições que trabalham no desenvolvimento da vacina são o Instituto Butantan, em parceria com os Institutos Nacionais de Saúde dos Estados Unidos, e a Fundação Oswaldo Cruz.
2. Há diferença entre a picada de um Aedese a de um mosquito comum?
Não. A sensação de incômodo e coceira provocada pela picada é semelhante à de qualquer mosquito. A diferença entre os dois é que o mosquito comum costuma picar as pessoas durante a noite e o Aedes, durante o dia.
3. Como combater a proliferação do mosquito?
A melhor oportunidade para combater o Aedes é durante sua fase larval, e não a adulta. O mosquito põe seus ovos em recipientes artificiais ou naturais que armazenam água, principalmente da chuva, como latas e garrafas vazias, pratos sob vasos de plantas, caixas d'água descobertas, pneus, calhas, bromélias, bambus ou até buracos em árvores. Os ovos não são desovados na lâmina d'água - ficam presos em uma superfície próxima e, quando o nível sobe, eclodem. Seco, um ovo pode sobreviver até um ano. Por isso, não adianta apenas esvaziar os recipientes - os ovos devem ser definitivamente eliminados, o que é feito pelas equipes de combate com produtos químicos. Quanto ao mosquito, o uso em larga escala de inseticidas e o próprio fumacês - carros que circulam pelos bairros borrifando inseticida - podem ajudam no combate.
4. Há como evitar a contaminação?
Mais uma vez, vale frisar: a melhor forma de combater a dengue é atacar o mosquito em sua fase larval, eliminando os focos de reprodução. Algumas medidas ajudam a afastar o inseto em pequenas áreas e a curto prazo. Pode-se usar inseticidas, embora o Aedes se mostre cada vez mais resistente a eles. Os repelentes apenas afastam os mosquitos, mantendo-os vivos. Além disso, por ser um produto químico, deve-se tomar cuidado com a quantidade usada, principalmente em crianças. As velas de andiroba e citronela também afastam o Aedes, mas apenas em ambientes fechados. E já que os mosquitos têm hábitos diurnos, de nada adianta tomar as medidas apenas durante a noite.
5. O Rio vive uma epidemia de dengue?
Sim. Até o dia 24 de março, a cidade já contava 24.772 casos registrados. O índice de mortalidade por dengue hemorrágica atingiu 20%, patamar 20 vezes maior do que o tolerado pela Organização Mundial da Saúde. O próprio ministro da Saúde, José Gomes Temporão, reconheceu o fato, atribuindo o problema à falta de trabalho preventivo.
6. A cidade já havia vivido essa situação?
A cidade enfrenta explosões de casos de dengue desde 1986, quando ocorreu a primeira epidemia, causada pelo vírus de tipo 1. No início da década de 1990, o tipo 2 apareceu no Brasil e, em 1991, o sorotipo foi responsável pela maioria dos 52.231 casos registrados na capital carioca. Durante a epidemia severa de 2002, foram notificados 140.480 casos - naquele ano, o vírus tipo 3 apareceu no país. É justamente esse, o mais perigoso, que continua a predominar no Rio, cidade em que o calor e as chuvas facilitam a proliferação do Aedes.
7. Qual o panorama da dengue no país?
A dengue ocorre, principalmente, entre os meses de janeiro e maio. Em 2007, 79% dos 559.954 casos suspeitos registrados em todo o país datam deste período, segundo o Ministério da Saúde. Também desse total, 1.541 foram confirmados como dengue hemorrágica, doença que matou 158 pessoas no ano passado, resultando numa taxa de mortalidade de 10,2%. Os estados que mais incrementaram as taxas de 2007 foram Mato Grosso do Sul, Paraná, São Paulo, Rio e Pernambuco. O número de contaminações e mortes por dengue hemorrágica vem aumentando no país por causa da circulação dos três sorotipos da doença, desde 2002, quanto o tipo 3 foi introduzido no país.
8. Que medidas deveriam ter sido tomadas para evitar a situação atual?
O Aedes aegypti desapareceu no Brasil na década de 1950, depois de um extenso trabalho comandado pela Organização Panamericana de Saúde. Mas essa realidade não foi mantida, e o mosquito voltou a se desenvolver no país. Hoje, considera-se praticamente impossível erradicá-lo, levando em conta o elevado crescimento da população, a ocupação desordenada das áreas urbanas, onde o mosquito se desenvolve, e a falta de infra-estrutura dos grandes centros. Além disso, é fundamental para o combate à dengue que as comunidades sejam conscientizadas e o trabalho das equipes na erradicação dos criadouros, intensificados.
Sintomas da dengue
Os sintomas da variante clássica são os mesmo da hemorrágica: na segunda, porém, novos sinais surgem quando a febre passa.
Dengue Clássica
• Febre alta e súbita
• Forte dor de cabeça
• Dor atrás dos olhos
• Perda de paladar
• Falta de apetite
• Manchas vermelhas na pele
• Náuseas, vômitos e tonturas
• Dores nos ossos e articulações
• Moleza no corpo
• Cansaço extremo
Dengue Hemorrágica
• Dores abdominais, fortes e contínuas
• Vômitos persistentes, com ou sem sangue
• Pele pálida, fria e úmida
• Sangramento pelo nariz, boca e gengivas
• Manchas vermelhas na pele
• Sonolência, agitação e confusão mental
• Sede excessiva e boca seca
• Dificuldade respiratória
• Pulso rápido e fraco
• Perda de consciência
VEJA, março de 2008
As causas da dengue
Aprendendo a viver mais perigosamente a cada dia, os residentes da cidade do Rio de Janeiro agora estudam com afinco táticas para evitar o contágio da dengue, não sem certa razão, porque o governo, o que lá seja isso aqui, por enquanto ainda não mostrou sua estonteante eficiência e ainda não promoveu uma reunião com os dirigentes do tráfico, cuja concordância, como se sabe, é necessária para tudo o que se faz na cidade. Na verdade, foi até comovente o ritmo impresso à criação de uma frente de emergência para o combate à doença. Criou-se a entidade numa semana e esperou-se o feriadão após a seguinte para estabelecê-la - emergência da braba mesmo. Vinte vezes a mortandade considerada inevitável pela Organização Mundial de Saúde, mas nós somos mesmo um país nascido para os recordes.
Compulsando rapidamente as fontes disponíveis, pude arrolar as causas mais importantes para a epidemia, que forneço como um serviço público às autoridades da frente de emergência, as quais, presumo em face de nossa experiência diária, ainda estão na fase de distribuir cargos e funções e talvez discutindo o jetom, as horas extras e as refeições. Então, só para dar uma apressadinha, antes que uma ONG defensora da preservação dos insetos hematófagos entre com um mandado de segurança a favor deles e o Judiciário o conceda, partilho com o leitor estas modestas e leigas achegas, talvez úteis.
Acho que a primeira causa eu nem precisava listar. Todo mundo já sabe, é a imprensa, sem a qual suspeito eu, nenhum dos problemas nacionais existiria, a não ser jornalistas desempregados, o que não quer dizer nada. Por enquanto, um jornal ou revista adequadamente enrolado e tripulado, pode matar um mosquito, se bem que seja oneroso demais e dê muito trabalho. Nada disso, os jornalistas se viram e vão ser garis, ou qualquer coisa assim, para isso eles são qualificados. Quanto aos noticiários de rádio e tevê, seriam vantajosamente substituídos por cidadãos e cidadãs que sempre quiseram ser artistas de rádio e tevê e sempre foram excluídos pelo Sistema. E, pronto, mais problema nenhum, ainda mais sem imprensa, para conspirar e ficar fazendo o terrorismo habitual.
Em seguida, sem ordem de importância, vêm a chuva, as bromélias e os argentinos. A chuva já foi acusada com veemência por diversas autoridades e, realmente, está um descalabro. Além de chover sem o menor planejamento e na maior desorganização, chove em qualquer lugar, os critérios são inexistentes. Assim fica difícil trabalhar. O sujeito vai, limpa e enxuga o que pode, vem a chuva e molha tudo novamente. Eu queria ver os americanos conseguirem debelar qualquer mosquito nessas condições. Planejando a chuva como eles, é mole. Quanto às bromélias, sempre estiveram por aí, até bem antes da maioria de nós, mas, agora que apareceram na mídia, não querem mais sair. Devíamos jogar duro: Medida Provisória nelas e banimento para o Nordeste, onde elas iam secar de qualquer jeito e os poucos nordestinos que pegassem dengue iam se beneficiar, pensando que arrepio é ar-condicionado e morrendo em grande felicidade. E, finalmente, em relação aos argentinos, de fato não vi nada alegado até agora, mas estou esperando ouvir um bochincho no boteco: ''Isso é coisa de argentino.'' E você sabia que há bromélias nativas na Argentina? Pois é o que estou lhe dizendo, daqui a pouco eles têm o ananaz atômico.
O comportamento do aedes também precisa ser fortemente denunciado e se faz tardar um pronunciamento no Senado, mostrando como essa criatura delinqüente ameaça as instituições. Em primeiro lugar, a conduta individual da fêmea (sim, como muito se reitera, quem morde é a fêmea, o macho vive de vapores poéticos, como todo macho), que, além de não conter seus impulsos libidinosos, seduzindo os pobres machos ao pecado qual uma Eva díptera sequiosa de prazer carnal, se recusa a usar qualquer método anticonceptivo. Se não ficasse grávida, não precisaria de sangue. Coisa da Zelite perniciosa e libertina, que só pensa nos próprios interesses. Em segundo lugar, suas entidades se negaram até o último instante a admitir que estavam formando quadrilha, fazendo epidemia. A imprensa dizia que sim, os doentes mostravam que sim e nada de eles reconhecerem a patente verdade. Agora estão aí desmascarados, certamente vem CPI, mas no fim vai dar tudo em poça, podem crer. Pouquíssimos mosquitos jamais foram punidos no Brasil, com a exceção dos que morderam certos políticos e jamais conseguiram zumbir uma verdade novamente.
E o complô mundial da indústria farmacêutica, especialmente no setor de analgésicos? O aedes - Zelite é Zelite - não aceita Melhoral e contam aqui que os estoques de remédios, repelentes e inseticidas estão acabando. Quanto aos fabricantes de repelentes e inseticidas, já devem estar gerando empregos (olhem aí, isso ninguém fala) para contadores de dinheiro. Mas é claro que os preços vão baixar, não só, como qualquer um que procurou um repelente ontem verificou, porque as farmácias colaboram e os laboratórios idem e o governo vai retirar os impostos que recaem sobre eles (isso, claro, depois dos necessários estudos, que estarão concluídos assim que a epidemia acabar e já formos uns cem milhões de saudáveis sobreviventes).
Deixei para o fim o principal culpado. Nós, o povo, não há discussão. Sem povo, não haveria epidemia e muitos menos reclamações. É o povo que fica doente ou com medo de estar doente e é o povo que não faz o que devia para não ficar doente. A conclusão impõe-se: o povo é que é o grande problema dos governos, especialmente nas democracias.
João Ubaldo Ribeiro
Compulsando rapidamente as fontes disponíveis, pude arrolar as causas mais importantes para a epidemia, que forneço como um serviço público às autoridades da frente de emergência, as quais, presumo em face de nossa experiência diária, ainda estão na fase de distribuir cargos e funções e talvez discutindo o jetom, as horas extras e as refeições. Então, só para dar uma apressadinha, antes que uma ONG defensora da preservação dos insetos hematófagos entre com um mandado de segurança a favor deles e o Judiciário o conceda, partilho com o leitor estas modestas e leigas achegas, talvez úteis.
Acho que a primeira causa eu nem precisava listar. Todo mundo já sabe, é a imprensa, sem a qual suspeito eu, nenhum dos problemas nacionais existiria, a não ser jornalistas desempregados, o que não quer dizer nada. Por enquanto, um jornal ou revista adequadamente enrolado e tripulado, pode matar um mosquito, se bem que seja oneroso demais e dê muito trabalho. Nada disso, os jornalistas se viram e vão ser garis, ou qualquer coisa assim, para isso eles são qualificados. Quanto aos noticiários de rádio e tevê, seriam vantajosamente substituídos por cidadãos e cidadãs que sempre quiseram ser artistas de rádio e tevê e sempre foram excluídos pelo Sistema. E, pronto, mais problema nenhum, ainda mais sem imprensa, para conspirar e ficar fazendo o terrorismo habitual.
Em seguida, sem ordem de importância, vêm a chuva, as bromélias e os argentinos. A chuva já foi acusada com veemência por diversas autoridades e, realmente, está um descalabro. Além de chover sem o menor planejamento e na maior desorganização, chove em qualquer lugar, os critérios são inexistentes. Assim fica difícil trabalhar. O sujeito vai, limpa e enxuga o que pode, vem a chuva e molha tudo novamente. Eu queria ver os americanos conseguirem debelar qualquer mosquito nessas condições. Planejando a chuva como eles, é mole. Quanto às bromélias, sempre estiveram por aí, até bem antes da maioria de nós, mas, agora que apareceram na mídia, não querem mais sair. Devíamos jogar duro: Medida Provisória nelas e banimento para o Nordeste, onde elas iam secar de qualquer jeito e os poucos nordestinos que pegassem dengue iam se beneficiar, pensando que arrepio é ar-condicionado e morrendo em grande felicidade. E, finalmente, em relação aos argentinos, de fato não vi nada alegado até agora, mas estou esperando ouvir um bochincho no boteco: ''Isso é coisa de argentino.'' E você sabia que há bromélias nativas na Argentina? Pois é o que estou lhe dizendo, daqui a pouco eles têm o ananaz atômico.
O comportamento do aedes também precisa ser fortemente denunciado e se faz tardar um pronunciamento no Senado, mostrando como essa criatura delinqüente ameaça as instituições. Em primeiro lugar, a conduta individual da fêmea (sim, como muito se reitera, quem morde é a fêmea, o macho vive de vapores poéticos, como todo macho), que, além de não conter seus impulsos libidinosos, seduzindo os pobres machos ao pecado qual uma Eva díptera sequiosa de prazer carnal, se recusa a usar qualquer método anticonceptivo. Se não ficasse grávida, não precisaria de sangue. Coisa da Zelite perniciosa e libertina, que só pensa nos próprios interesses. Em segundo lugar, suas entidades se negaram até o último instante a admitir que estavam formando quadrilha, fazendo epidemia. A imprensa dizia que sim, os doentes mostravam que sim e nada de eles reconhecerem a patente verdade. Agora estão aí desmascarados, certamente vem CPI, mas no fim vai dar tudo em poça, podem crer. Pouquíssimos mosquitos jamais foram punidos no Brasil, com a exceção dos que morderam certos políticos e jamais conseguiram zumbir uma verdade novamente.
E o complô mundial da indústria farmacêutica, especialmente no setor de analgésicos? O aedes - Zelite é Zelite - não aceita Melhoral e contam aqui que os estoques de remédios, repelentes e inseticidas estão acabando. Quanto aos fabricantes de repelentes e inseticidas, já devem estar gerando empregos (olhem aí, isso ninguém fala) para contadores de dinheiro. Mas é claro que os preços vão baixar, não só, como qualquer um que procurou um repelente ontem verificou, porque as farmácias colaboram e os laboratórios idem e o governo vai retirar os impostos que recaem sobre eles (isso, claro, depois dos necessários estudos, que estarão concluídos assim que a epidemia acabar e já formos uns cem milhões de saudáveis sobreviventes).
Deixei para o fim o principal culpado. Nós, o povo, não há discussão. Sem povo, não haveria epidemia e muitos menos reclamações. É o povo que fica doente ou com medo de estar doente e é o povo que não faz o que devia para não ficar doente. A conclusão impõe-se: o povo é que é o grande problema dos governos, especialmente nas democracias.
João Ubaldo Ribeiro
A pressa é inimiga da percepção
Será que podemos desacelerar num mundo viciado em velocidade? Uma antiga fábula francesa conta que um menino chamado Pedro não gostava da escola e torcia para que as aulas acabassem logo. Ele nunca conseguia curtir aquilo que estava fazendo e sempre ansiava pela próxima coisa. No inverno, desejava que fosse verão. No verão, queria a acolhedora lareira do inverno. Mas do que mais gostava era brincar com a amiga Liese, com quem queria se casar um dia.
Certa vez, caminhando pela floresta, viu uma anciã emergir das árvores segurando uma bola prateada da qual pendia um fio dourado. “O que é isso?”, ele perguntou. “Isto é o fio da sua vida”, respondeu ela. “Se você quiser que o tempo passe mais depressa, é só puxar um pouquinho o fio, e uma hora passará como se fosse um segundo. Mas quero alertá-lo: uma vez que o fio tenha sido puxado, ele não pode ser enfiado de volta.” Pedro pegou a bola alegremente. Que presente mais perfeito!
No dia seguinte, enquanto Pedro divagava sobre seu fio mágico, a professora lhe deu uma bronca por não estar prestando atenção. “Queria que já fosse hora de voltar para casa”, pensou Pedro, quando sentiu a bola prateada no bolso. Cuidadosamente ele puxou um pouquinho do fio. De repente, a sineta tocou e a aula acabou. Pedro correu feliz para casa. Como seria fácil a vida dali por diante! Assim ele começou a puxar o fio um pouquinho por dia. Mas numa noite Pedro pensou que, se desse uma puxada um pouco maior, a escola acabaria de uma vez e logo poderia se casar com Liese. Então deu uma puxada maior e, de manhã, acordou para se dar conta de que era um carpinteiro. Quando o dia do pagamento parecia muito distante, Pedro dava uma puxadinha no fio e logo tinha dinheiro no bolso.
Certo dia, Pedro perguntou a Liese quando se casariam. “Daqui a um ano estarei pronta”, disse ela. Naquela noite, não conseguindo dormir, ele puxou o fio dourado debaixo do travesseiro. Pela manhã percebeu que um ano havia passado e ele poderia casar com Liese. Agora se sentia verdadeiramente feliz.
Depois que seu primeiro filho nasceu, Pedro sentiu que não precisava de mais nada na vida. Mas, sempre que a criança adoecia ou chorava, ele dava uma puxadinha no fio. Aí veio uma fase em que os negócios ficaram ruins. Felizmente, Pedro tinha a bola mágica, e podia puxar o fio sempre que quisesse. Mas um dia ele viu, surpreso, que o fio dourado havia se tornado prateado. Olhou para o espelho e notou que seus cabelos estavam grisalhos e o rosto enrugado. Subitamente sentiu medo, e decidiu puxar o fio com mais cuidado.
Com a bola mágica, Pedro poderia acelerar o tempo. Mas para quê?
Liese deu à luz mais crianças e a casa ficou lotada. Pedro pensou ansiosamente como seria mais fácil se seus filhos já fossem crescidos. Deu um grande puxão no fio, e no dia seguinte seus filhos já haviam saído de casa. Ele e Liese estavam sós. Seu cabelo estava totalmente branco e suas costas doíam. Com desalento, viu que o fio mágico se tornara cinza e sem brilho. Decidiu, então, dar uma caminhada na floresta.
De súbito, uma voz surgiu das árvores, “E aí Pedro, você teve uma boa vida?”. Era aquela anciã! “Por causa da sua bola mágica, nunca tive de sofrer ou esperar por nada na vida”, respondeu Pedro. “Mesmo assim, tudo passou tão rápido! Seu presente não me deu boa fortuna.” “Então peça algo”, disse ela. Pedro murmurou: “Eu gostaria de viver minha vida novamente, mas sem a bola mágica. Quero poder experimentar tanto as coisas boas como as ruins, para que a minha vida não seja tão sem significado como um devaneio”. Ele devolveu a bola prateada e, exausto, fechou os olhos.
Quando acordou estava na sua própria cama. Sua mãe o sacudia, dizendo: “Você vai chegar atrasado à aula”. E, quando Pedro caminhou até a escola com Liese, reparou que era uma linda manhã e em quanto se sentia feliz por estar vivo.
Susan Andrews, psicóloga e monja iogue.
Autora do livro Stress a Seu Favor, ela coordena a ecovila Parque Ecológico Visão Futuro.
www.visaofuturo.org.br
susan@edglobo.com.br
Quadros do exílio
Taunay (detalhe) refugiou-se no Brasil entre 1816 e 1821, no reinado de dom João. Suas obras retratam o Rio de Janeiro, mas algumas paisagens exibem características européias.
Olhe o quadro acima. Ele foi pintado em 1818 no alto do terraço do convento de Santo Antônio, com vista para o Largo da Carioca. Mostra um Rio de Janeiro pacífico e bucólico, em que o sol ilumina as ruas e as nuvens dão sombra para a conversa de três frades. Ao lado dos religiosos, bananeiras, como se para provar que se trata de uma paisagem tropical, e não européia. Vacas andam plácidas pelas ruas quase desertas. Só com atenção se enxergam os escravos que encaminham a boiada. As ruas da cidade podiam ser de uma vila italiana, de tão serenas. Ao longe, vê-se o movimento dos navios atracados na baía, a marca de um país aberto. Um Brasil exótico, mas civilizável. “Tudo surge plácido, bucólico e em harmonia: cada qual em seu lugar”, descreve a antropóloga Lilia Moritz Schwarcz. Em seu novo livro, O Sol do Brasil – Nicolas-Antoine Taunay e as Desventuras dos Artistas Franceses na Corte de D. João (Companhia das Letras, 390 páginas, R$ 55), Lilia reconta como um grupo de excepcionais pintores europeus retratou o Brasil joanino como se eles nunca tivessem cruzado o Atlântico.
Desde o título, o livro de Lilia se concentra na trajetória de Nicolas-Antoine Taunay, que chegou ao Brasil com sólida carreira de telas de paisagens e retratos históricos napoleônicos. E começa com uma surpresa. Ao contrário da historiografia oficial, dom João nunca encomendou uma “missão artística francesa” para retratar o país. Em geral, vieram artistas em fuga da restauração pós-napoleônica. Taunay escreveu ao monarca português uma carta que varia entre a bajulação e a humilhação, se oferecendo para “dedicar-se ao seu serviço e àquele de sua augusta família. Seja na qualidade de professor de desenho dos príncipes ou das princesas, seja ao me dar o cargo de conservador de seus quadros e estátuas”. O apelo funcionou e, em 1816, Taunay desembarcou no Rio de Janeiro contratado pelo prazo de seis anos com um vencimento de 800 mil réis, a mesma quantia de seu colega Jean-Baptiste Debret.
Mas, mesmo tendo deixado a Europa, a Europa nunca deixou Taunay. Melancólico, não se adaptou ao ensino e às dificuldades financeiras. Ao contrário de seus conterrâneos, Debret e o arquiteto Grandjean de Montigny, nunca foi um cortesão. Considerava o Rio de então uma provinciana cidade de 80 mil “almas” e dezenas de milhares de escravos, incapaz de entender a verdadeira arte. Reclamava do sol e das dificuldades em reproduzir as tonalidades da iluminação. Retratou a Floresta da Tijuca, onde morava, como se fosse uma mata temperada, incluindo espécies de árvores e animais europeus na paisagem tropical. Em 1821, ele voltou à França e, então, foram o Brasil e seu sol que não saíram mais de suas pinturas. “Taunay parecia um mal-entendido no Brasil e na França”, escreve Lilia Moritz Schwarcz. “Um artista francês vivendo passageiramente no Brasil. Já na França era (mal) recebido como um pintor que perdeu o talento por conta da vivência prolongada no Brasil. No Rio, as telas soavam excessivamente calmas e temperadas; já na França, seriam criticadas pelo excesso da cor, que era entendido como artificial.” Um estrangeiro em duas terras.
Thomas Traumann
Época - Ed. 514 - 24/03/2008
A nova etiqueta para a internet nos aviões
Quando Dom João VI viajou com a corte para o Brasil há 200 anos, todos ficaram durante quase dois meses desconectados da vida cotidiana em terra firme enquanto faziam a travessia entre Lisboa e Salvador. Hoje, só temos uma amostra desse tipo de experiência psicológica de isolamento quando somos passageiros de aviões. Nestes quase 70 anos de aviação comercial, as horas voando representam um dos poucos momentos em que nos desligamos da correria da vida moderna. Nos vôos, apenas a cabine do piloto está em contato com a terra. E mesmo assim para facilitar a operação do vôo.
O acesso à internet em banda larga a bordo de aviões é novidade que começa a ser oferecida neste ano de 2008. Começou em janeiro. A American Airlines saiu na frente equipando seus 15 primeiros aviões de uma frota de quase mil aparelhos para oferecer conexão como um serviço tarifado, disponível para todas as classes de passageiros a bordo. Não é preciso bola de cristal para prever que o acesso à internet banda larga vai se tornar realidade em todas as outras companhias aéreas. Nem para saber que o custo de acesso vai cair até ficar praticamente de graça. Mas as mudanças não param por aí.
Está chegando nos próximos meses a nova geração de telefones celulares, chamada de 3G. Ela tem como principal característica permitir que o celular vire uma maquininha de conexão com a internet banda larga. É isso que os entendidos chamam de internet móvel. E que vai se tornar a forma mais popular de navegação nos próximos meses. Para ter uma idéia, no Japão, onde o 3G já está ativo há mais tempo, 52% dos acessos à internet são feitos pelo celular, e não por computadores.
Companhias aéreas começam a oferecer conexão em vôo. Nossa tranqüilidade vai acabar?
Não é todo mundo que viaja de avião com um notebook, mas qualquer um vai com um celular no bolso. Por isso, não tenham dúvida que a bordo dos vôos, com o telefone 3G, vai acabar aquele parêntese que ocorre entre a decolagem e a aterrissagem. As pessoas vão passar a fazer e a receber ligações telefônicas ou receber e enviar e-mails. A 10.000 metros de altura, muitas vezes do outro lado do planeta e voando sobre oceanos, nossa vida pessoal e doméstica passa a ficar on-line com a vida em terra. Conversas mais íntimas, entreouvidas daqueles passageiros que ainda insistem em falar alto em seus celulares, vão divertir alguns viajantes, constranger outros, aborrecer muitos. Vamos ouvir rusgas de casais, agendamentos de encontros amorosos, fofocas de celebridades e anônimos. Veremos gente se emocionando e reagindo a notícias boas e ruins da vida em terra, que não pára enquanto estamos no ar.
Para muita gente, os vôos serão quase uma extensão do escritório, com acesso a e-mails, telefonemas e videoconferências. Além disso, ninguém vai mais perder futebol, noticiário ou novela. Voando em velocidade de jato, espremidos no estreito tubo de alumínio, vamos ter de rapidamente aprender a etiqueta social do uso do celular e da internet nos aviões para não transformar nossos vôos em sessões de tortura psicológica.
Em todo caso, estou preparando minha inovação. Passa a fazer parte de minha bagagem de mão um aparelhinho que bloqueia eletronicamente o barulho. Parece um iPod. Mas seus fones de ouvido produzem ondas sonoras que anulam o ruído do ambiente. Você só ouve o silêncio. Assim posso ficar conectado em tempo real com a espécie humana quando eu escolher.
Ricardo Neves, consultor de empresas
www.ricardoneves.com.br
www.epoca.com.br/ricardoneves
sábado, 29 de março de 2008
Suba escadas para viver mais
É possível medir o progresso da parte inferior do corpo marcando o tempo necessário para subir uma escada de pelo menos dez degraus o mais rápido possível. Um mês depois é só repetir o teste usando a mesma escada. O ideal é que se leve menos tempo da segunda vez. Essa recomendação está em um guia do Instituto Nacional do Envelhecimento dos Estados Unidos, e mostra como a ginástica pode ser feita de maneira simples e seus progressos medidos sem grande dificuldade.A importância desse saudável exercício é enfatizada nos Estados Unidos com campanhas periódicas para estimular o uso das escadas nos edifícios, como o programa "Escada para a Saúde", promovido - entre outros - pela Organização Pan-Americana da Saúde (Opas), com sede em Washington.
"Usar as escadas é um investimento à saúde", "Seu coração agradece" e "Melhore seu estado físico, passo a passo" são algumas das mensagens promocionais dessas campanhas, que, segundo um estudo médico recente, têm dado resultados. "Para trazer benefícios à saúde é necessário subir e descer escadas todos os dias e quando for possível", aconselha Oliver J. Webb, da Universidade Kingston (Reino Unido).
O especilaista é co-autor de uma pesquisa que revela que as pessoas que freqüentam shopping usam mais os degraus fixos quando lêem mensagens como "subir escadas sete minutos por dia protege seu coração". Segundo um estudo da Universidade de Vic, da Espanha, em conjunto com a Universidade de Birmingham, do Reino Unido, promover o uso das escadas como medida de saúde pública é um discurso útil e eficaz.
Para o alto e avante
A pesquisa mostrou que a exposição a mensagens que explicam os benefícios de usar as escadas aumenta em 45% sua utilização. Para o estudo, foram traduzidas três mensagens que já tinham sido utilizadas outras vezes em países anglo-saxões, e que dessa vez foram colocadas nos patamares entre os lances de escada do metrô de Barcelona durante duas semanas.As mensagens foram "Cuide de sua saúde, suba pela escada", "Ganhe saúde e tempo, vá de escada" e "Suba pela escada. Bastam sete minutos por dia para cuidar de sua saúde".
Com o aumento dos casos de obesidade, os médicos afirmam que é importante fazer a maior quantidade de atividades "casuais" possível durante o dia, como, por exemplo, usar as escadas em vez de utilizar elevadores e escadas rolantes, e caminhar no lugar de usar o carro. Os especialistas coincidem em que a prática de exercícios melhora a condição física e a saúde cardiovascular, fortalece a estrutura óssea e ajuda a controlar o peso. Usar escadas é uma dessas ações cotidianas mais propícias para cumprir a recomendação de fazer atividades físicas.
Usar as escadas é uma das formas mais econômicas e naturais de se fazer exercício sem ir à academia. Mesmo que no início exija um pouco de esforço, depois de algum tempo a "ginástica casual" começa a ser prazerosa, melhorando a saúde dos ossos, do coração e do corpo em geral. Estes são alguns conselhos para realizar essa atividade, que consome o dobro das calorias de uma caminhada:
- Escolha as escadas sempre que for possível, em casa, nos shoppings, no trabalho e nos lugares destinados ao lazer.
- Se você mora em um apartamento alto, pegue o elevador até dois andares abaixo do seu e depois suba as escadas até em casa.
- Quando estiver cansado, suba as escadas devagar, equilibrando bem a respiração com o esforço.
- Ao usar as escadas, fique em posição ereta, sem se inclinar nem deslocar o peso do corpo para frente, concentrando-se apenas no trabalho das pernas e da flexão do pé.
Omar Segura
EFE Reportagens
En breve..... "El Juego del Ángel"
«La próxima vez que quieras salvar un libro, no te juegues la vida… "
"Te llevaré a un lugar secreto donde los libros nunca mueren y donde nadie puede destruirlos"
"El Juego del Ángel" de Carlos Ruiz Zafón.
A la venta en España a partir del 17 de abril.
http://www.eljuegodelangel.com/
"El Juego del Ángel" es una gran aventura de intriga, romance y tragedia, a través de un laberinto de secretos donde el embrujo de los libros, la pasión y la amistad se conjugan en un relato magistral.
Con "El Juego del Ángel", ambientada en la Barcelona de los años 20, el autor de La Sombra del Viento regresa al Cementerio de los Libros Olvidados y nos sumerge de nuevo en su fascinante universo.
"Te llevaré a un lugar secreto donde los libros nunca mueren y donde nadie puede destruirlos"
"El Juego del Ángel" de Carlos Ruiz Zafón.
A la venta en España a partir del 17 de abril.
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"El Juego del Ángel" es una gran aventura de intriga, romance y tragedia, a través de un laberinto de secretos donde el embrujo de los libros, la pasión y la amistad se conjugan en un relato magistral.
Con "El Juego del Ángel", ambientada en la Barcelona de los años 20, el autor de La Sombra del Viento regresa al Cementerio de los Libros Olvidados y nos sumerge de nuevo en su fascinante universo.
Encontrada a suposta '1ª gravação de voz da história'
O historiador David Giovannoni exibe o fonoautograma de Edouard-Leon Scott, feito no século XIX (Foto: Isabelle Trocheris/The New York Times)
Por mais de um século, desde que ele gravou as palavras "Mary tinha um cordeirinho" numa folha de alumínio, Thomas Edison tem sido considerado o pai do som gravado. Mas pesquisadores afirmam que descobriram uma gravação da voz humana, feita por um francês pouco conhecido, que precede em quase duas décadas a invenção do fonógrafo por Edison.
Por mais de um século, desde que ele gravou as palavras "Mary tinha um cordeirinho" numa folha de alumínio, Thomas Edison tem sido considerado o pai do som gravado. Mas pesquisadores afirmam que descobriram uma gravação da voz humana, feita por um francês pouco conhecido, que precede em quase duas décadas a invenção do fonógrafo por Edison.
A gravação de 10 segundos de uma cantora entoando "Au Clair de la Lune" foi descoberta no início deste mês num arquivo em Paris por um grupo de historiadores de áudio americanos.
Ela foi feita, segundo os pesquisadores, em 9 de abril de 1860, num fonoautógrafo, uma máquina criada para registrar sons visualmente, não para tocá-los. Mas as gravações do fonoautógrafo, ou fonoautogramas, foram tornadas "tocáveis", convertidas de rabiscos no papel para som – por cientistas do laboratório Nacional Lawrence Berkeley, em Berkeley, Califórnia.
"Esta é uma descoberta histórica, a mais antiga gravação de som conhecida", afirmou Samuel Brylawski, o ex chefe da divisão de som gravado da biblioteca do Congresso norte-americano, que não está ligado ao grupo de pesquisa mas que está familiarizado com as descobertas. A escavação de áudio poderia dar uma nova primazia aos fonoautógramo, antes considerado mera curiosidade, e a seu inventor, Edouard-Leon Scott de Martinville, um impressor e mecânico amador que morreu convicto de que sua inovação havia sido impropriamente atribuída a Edison.
Voz no papel
O aparelho de Scott tinha uma estrutura em forma de barril ligada a uma agulha, que extraía as ondas de som das folhas de papel escurecidas com fumaça de uma lâmpada a óleo. As gravações não tinham o propósito de serem ouvidas, já que o conceito de playback de áudio ainda não existia. Em vez disso, Scott buscava criar um registro em papel da fala humana que pudesse ser decifrado mais tarde.
Mas os cientistas de Lawrence Berkeley utilizaram imagens ópticas e uma "agulha virtual" em scans de alta resolução do fonoautógramo, empregando tecnologia moderna para extrair padrões inscritos no papel preto há quase um século e meio. Os cientistas pertencem a um grupo de colaboração informal chamado Primeiros Sons que também inclui historiadores de áudio e engenheiros de som.
David Giovannoni, um historiador de áudio norte-americano que liderou os esforços de pesquisa irá apresentar as descobertas e tocar as gravações em público na sexta-feira (28) na conferência anual das Coleções da Associação do Som Gravado na Universidade de Stanford, em Palo Alto, Califórnia. O fonoautógramo de Scott de 1860 foi feito 17 anos antes de Edison ter recebido uma patente pelo fonógrafo e 28 anos antes de Edison associar um trecho de um oratório de Handel a um cilindro de cera, uma gravação que até agora era considerada pela maioria dos especialistas como a mais antiga que ainda podia ser tocada.
A apresentação de Giovannoni na sexta exibirá descobertas adicionais de fonoautogramas de Scott encontradas em Paris, incluindo gravações feitas em 1853 e 1854. Aqueles primeiros experimentos incluem tentativas de capturar o som da voz humana e uma guitarra, mas a máquina de Scott estava calibrada de forma imperfeita na época.
"Nós conseguimos fazer com que os primeiros fonoautogramas grasnassem e só", afirmou Giovannoni. Mas o fonoautógramo de abril de 1860 é mais do que isso. Numa cópia digital da gravação fornecida ao The New York Times, uma vocalista anônima, presumivelmente mulher, pode ser ouvida com ruídos e chiados ao fundo. A voz, abafada porém audível, canta "'Au clair de la lune, Pierrot repondit', uma sinuosa melodia de 11 notas – uma canção fantasmagórica que parece emergir do lodo sonoro.
Em busca do Santo Graal
A caçada pelo Santo Graal do áudio foi iniciada no outono por Giovannoni e três associados: Patrick Feaster, um especialista em história do fonógrafo que dá aula na Universidade de Indiana e Richard Martin e Meagan Hennessy, proprietários da Archeophone Records, um selo especializado nas primeiras gravações da história. Eles já haviam colaborado antes no disco da Archeophone "Actionable Offenses", uma coletânea de gravações obscenas do século XIX que recebeu duas indicações ao Grammy. Quando Giovannoni levantou a hipótese de compilar uma antologia dos sons mais antigos já gravados, Feater sugeriu a busca dos fonoautogramas de Scott. Historiadores há muito tempo sabem da existência do trabalho de Scott, mas pesquisadores americanos acreditam que eles são os primeiros a fazer uma busca concentrada pelos fonoautogramas de Scott e os primeiros a tentar ouvi-los.
Em dezembro, Giovannoni e um pesquisador assistente viajaram até um escritório de patentes em Paris, o Institut National de la Propriete Industrielle. Lá eles encontraram gravações de 1857 a 1859 que foram incluídas por Scott na requisição de patente de seu fonoautógrafo. Giovannoni afirmou que trabalhou com a equipe do arquivo de lá para conseguir scans dessas gravações alta resolução digital e com qualidade de preservação.
Uma trilha de pistas, incluindo uma referência enigmática sobre gravações de Scott em depósitos de fonoautógramo na "Academia" levou os pesquisadores a outra instituição em Paris, a Academia Francesa de Ciências, onde muitas outras gravações de Scott foram guardadas. Giovanni afirmou que seu momento de "eureca" ocorreu quando ele viu um fonoautógramo de 1860, uma folha de pano meticulosamente preservada medindo 9 por 25 polegadas. "Ela estava intacta", afirmou Giovannoni. "As ondas sonoras estavam impecavelmente limpas e nítidas".
Seus scans foram enviados ao laboratório de Lawrence Berkeley, onde foram convertidos em sons pelos cientistas Carl Haber e Earl Cornell. Eles utilizaram uma tecnologia desenvolvida há muitos anos em colaboração com a biblioteca do Congresso, na qual "mapas" de alta resolução de gravações feitas com sulcos são tocadas num computador usando uma agulha digital. O fonoautógramo de 1860 de 1860 foi separado em 16 canais – um para cada onda de som – que Giovannoni, Feaster e Martin meticulosamente colaram de volta, fazendo ajustes para variações de velocidade das gravações produzidas à mão por Scott.
Pré-história do som
Os ouvintes agora devem ponderar se a esquisitice de ouvir uma gravação feita antes do conceito de reprodução de áudio ter sido sequer imaginado. "Há uma enorme lacuna epistemológica entre nós e Leon Scott, porque ele achou que a maneira de se chegar à essência do som é olhando para ele", afirmou Jonathan Sterne, professor da Universidade McGill, em Montreal, e autor de "O Passado Audível: origens Culturas da Reprodução de Som".
Scott é, de muitas maneiras, um herói pouco provável do som gravado. Nascido em Paris em 1817, ele era um homem de letras, não um cientista, que trabalhava com impressão e como bibliotecário. Ele publicou um livro sobre a história da taquigrafia e evidentemente via a gravação de som como uma extensão da estenografia. Nas memórias que ele mesmo publicou em 1877, ele foi contra Edison por este ter "se apropriado" de seus métodos e desconstruir o propósito da tecnologia de gravação. O objetivo, argumentou Scott, não era reprodução de som, mas "escrever a fala, que é o que a palavra fonógrafo significa".
Realmente, Edison chegou à sua conquista por conta própria. Não há provas de que ele tenha se beneficiado do conhecimento obtido pelo trabalho de Scott para criar o fonógrafo e ele permanece com a distinção de ter sido o primeiro a reproduzir som. "Edison não foi diminuído em nada pela descoberta", afirmou Giovannoni.
New York Times
Cómo convertirse en un icono progre
La caída del muro de Berlín debió simbolizar y comportar una caída, la del monstruoso sistema de ideas que durante décadas había inoculado en el pensamiento occidental virus totalitarios incompatibles con algunos valores definitorios de nuestro sistema, valores que se resumen en uno: la libertad. En concreto, la libertad de pensamiento, de opinión, de expresión.
Siendo cierto que, a finales del siglo XX, eso que genéricamente llamamos democracia liberal ganó la guerra fría y la de los valores, y siendo más cierto aún que los liberticidas de izquierdas se vieron obligados a renovar precipitadamente sus ropajes ideológicos y su arsenal argumental, las lamentables secuelas de la contienda no lo son menos.
El paisaje después de la batalla –de las muchas y largas batallas– es engañoso. Habitamos países opulentos bendecidos por el intercambio y, en general, es indudable el respeto en Occidente a los derechos y libertades tradicionales defendidos por el liberalismo. Sin embargo, los que perdieron han conservado una sensación de superioridad moral absolutamente injustificada. Y la mayoría de los que ganaron se lo han permitido por aquiescencia, silencio, estúpida conformidad con el error y con el horror. Es un hecho indubitado y lamentable que una izquierda aquejada de tics totalitarios ha mantenido la primacía en el espacio discursivo público. Una primacía que arroja violentamente al infierno del desprecio y el ostracismo a aquellas voces que se permiten analizar, glosar o recrear los asuntos públicos sin acatar los postulados del mal llamado "progresismo", que es en realidad recalcitrante reacción travestida.
Pablo Molina es una de esas voces detestadas por los hegemónicos, lo que dice mucho en su favor. Paralelamente, se ha ganado por derecho propio la atención y el respeto de una audiencia que para sí quisieran muchos de los profesionales de la ortodoxia progre. He coincidido felizmente con él en ese prodigioso proyecto virtual llamado Libertad Digital; como él, escribo en el diario de los liberales columnas de opinión para un público cuya magnitud desconcierta, irrita y solivianta a los guardianes del pensamiento; como él, y como el resto de compañeros de andanzas digitales, he sufrido el etiquetaje implacable de los maniqueos; como él, padezco y disfruto de todo ello desde fuera de Madrid, la tierra de los libres en este principio de siglo XXI. Si la omnipresencia del discurso progre puede resultar asfixiante en cualquier caso, enfrentarse a ella desde la periferia es, se lo aseguro, toda una experiencia.
Tanta coincidencia explica por qué sigo con fidelidad inquebrantable todo lo que escribe Pablo Molina. Pero hay una razón mucho más importante: el inmenso placer de leerlo, la constatación de que ahí hay un autor capaz de combinar la energía del combatiente ideológico, la eficacia expositiva y el más extraordinario sentido del humor. Y cada uno de estos raros atributos merece que fijemos nuestra atención.
En lo ideológico, Molina ha comprendido perfectamente, desde el principio y con todas sus consecuencias, algo que escapa a la mayoría de opinadores españoles que se sienten liberal-conservadores: aceptar de forma liminar las categorías que presiden la visión progre del mundo, aunque sea para discrepar, ya significa haber perdido.
En algún momento, que coincide cronológicamente con el felipismo, la gran masa social que en España favorece a la izquierda dejó de considerar necesario dotarse de ideas y comprendió que resultaba mucho más cómodo guiarse por una fácil intuición. Bastaba con tener identificado a un enemigo con el que hay que ser implacable en cualquier caso y bajo cualquier circunstancia; el enemigo es el capitalismo (del que disfrutan), los Estados Unidos (cuya salvaguarda mundial de las libertades les protege), la globalización (que no logran definir), Israel (país del que nada saben), la Iglesia (que reza por ellos), la llamada derecha española (que tantas ventajas les ha dado). Bastaba con sumarse ciega y acríticamente a las causas con las que la descolocada izquierda ha sustituido sus nocivas propuestas de antaño: el calentamiento global, la multiculturalidad, la "España plural", los papeles para todos, el matrimonio homosexual, la canonización del terrorismo palestino, la beatificación de la delincuencia okupa y la justificación de la yihad. La lista, por supuesto, no es exhaustiva. Lo relevante, como traté de explicar en La eclosión liberal, es que las ideas se han sustituido por prejuicios, con lo que el progre evita la discusión cabal, que siempre exige un esfuerzo de formación e información, y recurre sistemáticamente al etiquetaje del contrario, trocado en apestado, en no-persona, en cosa despreciable.
Sabe Pablo Molina, y lo ha demostrado con creces en centenares de artículos y en su imprescindible libro La dictadura progre, que es inútil empezar a hablar –o a escribir– con los pies puestos en ese terreno. Comprende que cualquier articulación de ideas que admita la aberrante superioridad de ese pastiche analfabeto de chantajistas morales y autores ajenos a la izquierda son capaces de empezar a construir sus modelos, hipótesis, análisis o comentarios desde fuera del reino del prejuicio. Lo normal es admitir preventivamente alguno de los espantajos progres, a modo de salvoconducto que les exima del temido estigma (extrema derecha, derecha extrema, facha o casposo son algunas de las modalidades del etiquetaje), para establecer a continuación una serie de adversativas; sin embargo..., a pesar de lo cual..., lo que no es óbice para..., etc.
Hace falta mucha energía para arremangarse y levantar un montón de columnas de opinión, para poner en marcha una carrera de escritor, para forjarse un prestigio como analista... apuntando desde el principio contra los prejuicios hegemónicos, señalarlos insistentemente con el dedo, ponerlos en evidencia, llamarlos por su nombre, mantener sobre ellos el foco de la lucidez y demolerlos sin abandonar la cuchufleta. Y eso es justamente lo que Pablo Molina hace.
Del segundo atributo a destacar, la tremenda eficacia expositiva, está el lector a punto de saber de primera mano en este libro, y sería superfluo que el prologuista se extendiera en ella. Me limitaré a consignar la importancia que autores como Pablo Molina tienen en el contexto de la sociedad abierta y transparente del conocimiento y la inmediatez. Media España es ajena al sistema de prejuicios progres, por mucho que los medios de comunicación se resistan a reflejar equilibradamente esa realidad. Sin internet, el panorama sería pavoroso. Pablo Molina ocupa un destacadísimo lugar entre aquellos que articulan, estructuran y formulan las posiciones ideológicas de esa parte de España. Es uno de los que le da voz y altavoz. En sus escritos encontramos confirmación, a menudo consuelo y reparación, y siempre jocosa lucidez. Lo que nos conduce al tercer atributo.
Nuestro autor, no contento con librar la batalla ideológica desde la posición más difícil, y con ofrecer un torrente generoso de argumentos que son inmediatamente esgrimidos por los lectores en sus personales contiendas, ha optado por dotar a sus escritos de mofa, befa, chanza, refocile burlesco, pirueta guasona y zumba de nivel. Un ejercicio de riesgo al alcance de pocos, del que sale mejor que bien parado. Sale más contento que unas Pascuas, y con él el lector, que encuentra un regalo adicional en su lectura. Parte Molina del columnismo alegre, de una tradición a la que, por edad, habrá alcanzado en el último Campmany y en el Ussía de siempre. Hay un yacimiento impagable, muy difícil de practicar, en ese periodismo político de altura y carcajada. También en eso, Molina es una mina. Que lo disfruten.
Nota: Este texto es el prólogo que ha escrito Juna Carlos Girauta para "Cómo convertirse en un icono progre", el más reciente libro de PABLO MOLINA, que acaba de publicar la editorial Libros Libres y que ya figura en el catálogo del club Criteria.
Pinche aquí para ver el original vídeo de promoción de "Cómo convertirse..." que ha confeccionado la editorial.
«Intelectuales de cerebro incompleto»
Octavio Paz hizo un elogio de la democracia y pidió elecciones libres en Nicaragua al recibir el Premio de la Paz durante la Feria de Fráncfort en octubre de 1984. En México, la izquierda se revolvió agitando a los estudiantes contra tamaño sacrilegio. La turba quemó al poeta en efigie y coreaba por las calles: «¡Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz!». Sólo unos pocos escritores, artistas e intelectuales salimos en defensa del viejo guerrero libertario: Alberto Ruy Sánchez, Gabriel Zaid, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Enrique Krauze, José de la Colina, Ramón Xirau, José Luis Cuevas, Abel Quezada y quien escribe estas líneas. El resto, callaba o participaba en la algarada.
Nada raro, sólo 2 años antes habíamos tenido que cerrar la revista Vuelta durante unos días tras las amenazas de bomba recibidas cuando Gabriel Zaid publicó «Colegas enemigos», un valiente ensayo en el que desentrañaba cómo Roque Dalton -poeta salvadoreño icono de la izquierda guerrillera- había sido ejecutado por sus camaradas. Los inquisidores aún tardarían 10 años en reconocerlo.
En fin, el poeta me envió desde Tokio una edicíón de Desde el país de las ochos islas, la estupenda antología de poesía japonesa de Hiroaki Sato y Burton Watson, junto con una postal que decía: «En Japón, luchadores de peso completo; en México, intelectuales de izquierda de cerebro incompleto».
Octavio Paz sostenía que la libertad de pensamiento y el ejercicio de la crítica eran los pilares fundamentales de la ética intelectual. Y había sostenido esos principios desde su juventud. Uno de los mayores dolores de su vida fue no haberse levantado en el Congreso de Intelectuales Antifascistas, celebrado en Madrid, Valencia y Barcelona en 1937, cuando José Bergamín sumó a la delegación española a la condena contra André Gide (porque se había atrevido a decir la verdad de lo que ocurría en la URSS cuando volvió de un viaje propagandístico organizado por Stalin). Paz y algunos jóvenes escritores de Hora de España discrepaban de aquel auto de fe, pero, a pesar de que se habían manifestado, el miedo les calló. Paz comenzará enseguida a criticar a aquella izquierda totalitaria que negaba o justificaba el Gulag. Desde entonces, la persecución no cesa.
Tulio Demichelli
Una crisis nada seria
Sobrepasado el ecuador de la Gran Guerra (cuando los ciudadanos del imperio se maliciaban ya que pintarían bastos) en los cafés de Viena hizo furor una humorada con tintes de sentencia lapidaria: «La situación en Alemania es seria, pero no desesperada. En Austria, sin embargo, la situación no es seria, sólo desesperada». El diluvio de acero, en cualquier caso, se llevó por delante los juegos de palabras y aquel «mundo de ayer» (que inspiró a Stefan Zweig un hermoso epitafio) se desplomó sobre el tapete de los campos de batalla con la fragilidad casi poética de un castillo de naipes.
«¿En qué momento se nos jodió el Perú?», plantea Vargas Llosa en una de sus páginas. Los europeos hace ya casi un siglo que estamos liberados de tal interrogante. Europa se chingó -es decir, la chingamos- con los bayonetazos, las trincheras, los gases... y los valses. Hemos sobrevivido, luego, a un carrusel de espantos; hemos alzado diques para frenar la sangre; hemos tejido y destejido el manto de Penélope de las fronteras y de las nacionalidades. Claro que, pese a todo, si arrecia el oleaje, unos harán de primos creyendo ser hermanos. O sea, el que más chifle, capador, como diría el clásico. Al resto que les den. O que les castren.
Aún sigue habiendo países cejijuntos que se ponen las pilas si es que vienen mal dadas y otros tan livianos y tan despreocupados que se toman a risa la desesperanza. Entre ellos, España, donde, según Zerolo, todo el monte es orgasmo. ¡Que no pare la música! ¡Que la fiesta no acabe! ¡Danzad, danzad, malditos, y que los pies se os llaguen! ¿El vals? Para las bodas. ¿El pasodoble? Pa los rancios. Lo que hay que bailar es el aurresku. Y la muñeira. Y la sardana. Y hasta que nos expliquen a qué estamos jugando y cuáles son las bazas con las que contamos, iremos dando tumbos hacia ninguna parte. Zapatero, eso sí, nos llevará en vanguardia. Al infierno quizás, pero siempre en vanguardia. El borrico delante para que no se espante.
En los despachos de Londres y París, de Milán y de Frankfurt, los analistas financieros se enfrentan a la crisis igual que el cura de Ars se enfrentaba al Diablo. Rezando sin parar y atándose los machos. Cada día que pasa, la situación se agrava. A principio era un bache, después un socavón y hoy, al parecer, es el cañón del Colorado. El cielo continúa desenladrillándose y el Gobierno, en funciones, sigue sin funcionar y se ha llamado andana. Únicamente Bono ha dicho «mu» tras haber sido tildado de cabestro a las primeras de intercambio. Porque, por el momento, la regresión post-parto nos ha llevado a eso: a una economía de intercambio. Al vulgar toma y daca de regalías y de cargos. Al chalaneo travestido de consensos programáticos. No hay más hipotecas que las parlamentarias, ni impuestos más gravosos que los revolucionarios, ni mayor inflación que la de los escaños.
El presidente victorioso (en funciones continuas de augur irresponsable) ha vislumbrado en su bola de cristal que no hay ningún motivo por el que preocuparse. El señor Zapatero -reconocerlo es de justicia y hay que ensalzar el mérito allá donde se halle- siempre que se equivoca da en el clavo. Si afirma que algo es blanco es que es más negro que un pecado. Si pronostica lluvia, insolación garantizada. Si Hillary, McCain. Y si McCain, Obama. Llega a nacer en Delfos y reabre el oráculo. Lo cual quiere decir que, de aquí a nada, se nos van a caer los palos del sombrajo. Y nos encontraremos colgados de la brocha, igual que los austriacos que olfateaban la catástrofe. Se impone fomentar el optimismo patriótico y no dar argumentos a los reaccionarios. Y, en última instancia, el señor Solbes, ese remiendavirgos del erario, hará lo posible y lo imposible por devolverle la virtud a los balances.
Esperen y verán lo que sucede el día, no lejano, en que revienten las alarmas y los americanos dejen de tirar del carro. En Londres, en París, en Milán, en Frankfurt, la situación será muy seria, mas no desesperada. Aquí, naturalmente, sólo será desesperada. ¿O acaso hay algo serio que arraigue en este páramo?
Tomás Cuesta
www.abc.es
Católicos en la vida pública
La Fundación Universitaria San Pablo CEU organiza en Barcelona una nueva edición del Congreso de Católicos y Vida Pública, que se ha convertido ya en un foro de primer orden para expresar el punto de vista de los creyentes españoles ante los grandes debates morales y políticos de nuestro tiempo. La dignidad de la persona, el derecho a la vida, la educación en sus diferentes niveles y el significado del cristianismo en la configuración histórica de la sociedad española en general y de Cataluña en particular, son cuestiones del máximo interés que serán tratadas por autoridades eclesiásticas y especialistas universitarios. Frente a la tendencia laicista que pretende recluir las creencias religiosas en el ámbito privado, la Iglesia reclama con insistencia el protagonismo de los católicos en el espacio público, una necesidad inexcusable en la sociedad de masas y en la actual democracia mediática. La insistencia en este punto de Juan Pablo II y ahora de Benedicto XVI resulta muy significativa. Lo que no está en el foro público carece hoy día de influencia real, y por ello reducir la fe al terreno de la conciencia personal no es un criterio inocente sino una postura ideológica para minusvalorar el papel de la Iglesia. Por lo demás, la propia Constitución -en su artículo 16- proclama la necesidad de una cooperación positiva entre el Estado y las diferentes confesiones religiosas, con una especial referencia por razones históricas y sociales a la Iglesia católica.
El Congreso de Barcelona, inaugurado por el cardenal Martínez Sistach y que hoy será clausurado por el presidente de la Fundación organizadora, reúne a importantes ponentes y convoca a los sectores más activos de la Iglesia en Cataluña, lo mismo que ha sucedido en ocasiones anteriores en Madrid. Aunque algunos sectores radicales prefieren ignorarlo, nuestra sociedad mantiene una fuerte presencia de la perspectiva cristiana a la hora de enfocar materias de la máxima transcendencia en el ámbito ético y político, siempre dentro del proceso de secularización que España comparte con el conjunto de las naciones europeas. Se equivocan las minorías laicistas cuando promueven una legislación hostil a las creencias más arraigadas en nuestro país, de manera que el Gobierno tiene el deber inexcusable de encauzar la nueva legislatura por vías de cooperación con la Conferencia Episcopal. El derecho a la vida y el rechazo al aborto, el apoyo a la familia cristiana o la libertad de enseñanza frente al dogmatismo ideológico que refleja la EpC son materias que la Iglesia defiende y seguirá defendiendo por muchas presiones que reciba. Congresos como el que ahora se celebra en la capital catalana contribuyen sin duda a situar en su justa medida la posición al respecto de los amplios sectores católicos de la sociedad española.
http://congreso.ceu.es/
La política exterior de Chikilicuatre
En materia de política exterior, la legislatura que se ha ido no ha podido ser más desastrosa: Rodríguez Zapatero guarda el dudoso mérito de haber conseguido que España fuera progresivamente marginada de las esferas y asuntos internacionales más relevantes, se quedara sin aliados claros, se juntara con personajes más que dudosos y que fuera ninguneada por muchos en el mundo, incluyendo el vecino Marruecos. Con sus posturas, plantes y desplantes, el presidente se forjó una imagen exterior entre lo exótico, irreverente, infantil y caprichosa. Y en todo caso irrelevante como socio. Sería deseable, por el bien de España y el interés de todos, que en este segundo mandato, el gobierno corrigiera los muchos errores de su política exterior.
Es bien sabido que a José Luis Rodríguez Zapatero la política exterior nunca le ha interesado más que como arma arrojadiza contra el Partido Popular o como irritante antiamericano. Pero el mundo sí importa. Y mucho. Y esto debería metérselo entre ceja y ceja cuanto antes. La crisis de un sistema de hipotecas en América puede poner en peligro nuestra prosperidad y lo que ocurra en Pakistán, en el otro extremo, afecta y mucho a nuestra seguridad. Que se lo pregunten a los terroristas islámicos venidos de ese país para replicar el 11-M en Cataluña.
Es bien sabido que a José Luis Rodríguez Zapatero la política exterior nunca le ha interesado más que como arma arrojadiza contra el Partido Popular o como irritante antiamericano. Pero el mundo sí importa. Y mucho. Y esto debería metérselo entre ceja y ceja cuanto antes. La crisis de un sistema de hipotecas en América puede poner en peligro nuestra prosperidad y lo que ocurra en Pakistán, en el otro extremo, afecta y mucho a nuestra seguridad. Que se lo pregunten a los terroristas islámicos venidos de ese país para replicar el 11-M en Cataluña.
El mundo es mucho más complicado de entender y de gestionar hoy. Y la España de Zapatero no se ha preparado para lidiar adecuadamente con todos sus retos y amenazas. De hecho, hoy España es más vulnerable porque las amenazas que pesan sobre nosotros han crecido en este tiempo mientras que el gobierno ha estropeado muchos de los instrumentos con los que contábamos hace cuatro años para lidiar con ellas.
Mejorar la situación internacional de España no es una cuestión de capricho. Nos estamos jugando nuestro bienestar y nuestra seguridad. España, como cualquier otro país, no se puede enfrentar de manera eficaz a todos los problemas internacionales que la aquejan, necesita de sus socios y aliados para encontrar una solución a los mismos. Y para contar con nuestros aliados, éstos tienen que vernos como una nación seria, coherente y dispuesta a exigir, pero también a contribuir solidariamente. Algo de lo que, tras los primeros cuatro años de Rodríguez Zapatero al frente del gobierno, estamos muy alejados.
¿Querrá ahora Super Z, tras revalidar su mandato, corregir su tiro? ¿Podría hacerlo aunque quisiera? No lo tiene fácil, porque sacar a España del purgatorio donde la ha metido le exige cambiar muchas cosas de las que él personalmente debe estar muy satisfecho.
Para empezar, debería invertir tiempo y esfuerzo para intentar normalizar las relaciones con los Estados Unidos. España no puede vivir contra América, pues acabamos pagándolo en muchos frentes, del diplomático al empresarial. Rodríguez Zapatero sabe que con el presidente Bush tiene poco que hacer y está satisfecho de estar donde está, esto es, en la misma relación bilateral que la que forjó Franco en los años 50, mucha cooperación militar y operativa, pero nulo reconocimiento político. Pero si confía en que el próximo inquilino de la Casa Blanca se lo va a poner más fácil, estará errando otra vez más. El candidato republicano, el senador McCain, es el hombre de la perseverancia y el aguante en Irak. Es el candidato de la victoria y no será sencillo que olvide la insolidaridad manifiesta del presidente español. En el caso de Obama, éste ha dicho que hará cuento esté en su mano para dialogar con los adversarios de Norteamérica, pero ponernos a la cola de Ahmadinejad, Chávez y Castro, no debe servirnos de mucho alivio, sinceramente.
El actual gobierno socialista se está oponiendo activamente a que en el comunicado de la próxima cumbre Estados Unidos-Unión Europea, se condene la política de desestabilización de Chávez en la región y que, en segundo lugar, se haga un llamamiento a la transición democrática en Cuba y se rechace la dictadura hereditaria. Obrando así, poco tiene que ganar a los ojos de los americanos.
En Iberoamérica, España está obligada a abanderar la agenda de la libertad. Debe exigir seguridad jurídica para nuestros inversores y abandonar su apoyo a los regímenes totalitarios, populistas e indigenistas de la zona. Y en Cuba tiene que alimentar la apertura democrática, no el inmovilismo de la dinastía Castro. El apoyo activo a los disidentes es imprescindible y urgente.
Puede que Rodríguez Zapatero sea joven y no lo recuerde, pero debería preguntarle a sus correligionarios de partido qué le pedían a los líderes europeos en 1975, tras la muerte de Franco: que no legitimaran al gobierno heredero de la dictadura, ni más ni menos. Hablar con los castristas no sirve para influir positivamente en ellos, todo lo contrario. Y si el gobierno socialista se contenta con promover la liberación de cuatro disidentes al año, tiene que saber que le llevará más de una década vaciar las cárceles políticas cubanas. Sería mucho más eficaz y moralmente adecuado apoyar con decisión las fuerzas del cambio, empezando por apoyar a las personas que lo promueven, no que lo frenan.
Este es el primer test de una nueva política exterior de Zapatero. El segundo tiene que ver con Afganistán. El presidente español concibe las Fuerzas Armadas como una gran ONG, robusta y de uniforme, pero se muestra realmente incómodo con todo lo que tiene que ver con el uso de la fuerza. Afganistán no ha sido una excepción. Su idea de lo que debe ser una misión de paz bajo el paraguas de las Naciones Unidas le ha llevado a negar la realidad de los hechos y a favorecer una política altamente insolidaria con nuestros aliados de la OTAN, organización donde se encuadran realmente los soldados españoles allí desplegados. España no sólo se ha sumado al grupo de quien se niega a combatir la insurgencia talibán, sino que ha encabezado diversas propuestas cuyo único fin era mermar la capacidad de actuación de quien sí está dispuesto a luchar y morir. De ahí que Zapatero tenga que hacer un gesto en este tema si quiere ser tomado más en serio. Y ese gesto pasa por dos cosas: un aumento de las tropas y el levantamiento de las restricciones que hoy gobiernan las reglas de enfrentamiento por las que se conducen nuestros soldados. Si hay que disparar, que disparen, pues no hay reconstrucción humanitaria posible sin seguridad primero.
En Europa, Zapatero tiene también mucho que hacer. Lo más urgente es que clarifique y explique bien su posición hacia Kosovo. Ha luchado porque no se reconociera su independencia, pero ha dejado que la posición española no tenga consecuencia alguna. Nuestras tropas siguen allí a pesar de no contar con ninguna cobertura legal de las que se impone el mismo gobierno. Merkel y Sarkozy en la derecha y Brown en la izquierda no están dispuestos a cederle un hueco en su mesa y este tipo de actuaciones esquizofrénicas no contribuyen en nada a recuperar la necesaria imagen de seriedad que España requiere.
En fin, en sus primeros cuatro años, Rodríguez Zapatero optó, por acción y omisión, por la marginalidad internacional de España. En esta nueva etapa que se le abre tiene la posibilidad de hacer una cosa bien distinta y llevar a España por la senda de la normalidad. Claro, que si él sigue considerando normal lo marginaly minoritario, nos estará condenando una vez más a una acción exterior más digna de los freakies, como Rodolfo Chikilicuatre, que de un gobierno homologable en nuestro entorno natural.
Rafael L. Bardají - Director de política internacional en la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, en Madrid
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sexta-feira, 28 de março de 2008
La falsificación del ayer envenena el mañana
(texto de la conferencia de Zaragoza, ligeramente retocado)
Les leeré un manifiesto publicado hace semanas en algunos medios:
“Diversos políticos y partidos propugnan una determinada visión de nuestro pasado mediante la llamada Ley de Memoria Histórica. Esta ley, por sí misma, constituye un ataque a las libertades públicas y a la cultura.
De modo implícito, pero inequívoco, la ley atribuye carácter democrático al Frente Popular. Hoy está plenamente documentado lo contrario. Dicho Frente se compuso, de hecho o de derecho, de agrupaciones marxistas radicales, stalinistas, anarquistas, racistas sabinianas, golpistas republicanas y nacionalistas catalanas, todas ellas ajenas a cualquier programa de libertad.
También está acreditado suficientemente que, ya antes de constituirse en Frente, los citados partidos organizaron o colaboraron en el asalto a la república en octubre de 1934, con propósito textual de guerra civil, fracasando tras causar 1.400 muertos en 26 provincias; y que, tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida, proceso revolucionario culminado en el intento de asesinar a líderes de la oposición, cumplido en uno de ellos. Esa destrucción de los elementos democráticos de la legalidad republicana hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las conocidas atrocidades en los dos bandos y entre las propias izquierdas.
La Ley de Memoria Histórica alcanza extremos de perversión ética y legal al igualar como “víctimas de la dictadura” a inocentes, cuyo paradigma podría ser Besteiro, y a asesinos y ladrones de las checas, cuyo modelo sería García Atadell. Así, la ley denigra a los inocentes y pretende que la sociedad recuerde y venere como mártires de la libertad a muchos de los peores criminales que ensombrecen nuestra historia. También erige en campeones de la libertad a las Brigadas Internacionales orientadas por Stalin, a los comunistas que en los años 40 intentaron reavivar la guerra civil o a los etarras que emprendieron en 1968 su carrera de asesinatos. ¿Cabe concebir mayor agravio a la moral, la memoria y la dignidad de nuestra democracia?
La falsificación del pasado corrompe y envenena el presente. Nos hallamos ante una adulteración de nuestra historia agravada por la pretensión de imponerla por ley, un abuso de poder acaso compatible con aquel Frente Popular, pero no con una democracia moderna. La sociedad no puede aceptarlo sin envilecerse: los pueblos que olvidan su historia se condenan a repetir lo peor de ella. Que el silencio no nos condene”.
El manifiesto está firmado por César Alonso de los Ríos (ensayista), Federico Jiménez Losantos (ensayista y periodista), José María Marco (historiador), Adolfo Prego (magistrado del Tribunal Supremo), Milagrosa Romero Samper (historiadora), Pedro Schwartz (catedrático Universidad), José Luis Orella (historiador), Ricardo de la Cierva (historiador), Jesús Palacios (historiador), Juan Carlos Girauta (ensayista), Sebastián Urbina (profesor de Filosofía del Derecho), César Vidal (historiador), Eugenio Togores (historiador), José Vilas Nogueira (catedrático Universidad ), y 7.640 firmas más, entre ellas la mía, que fui el redactor del documento.
Paso a ampliar el contenido del manifiesto. La versión izquierdista-separatista sobre la república y la guerra puede resumirse así: la república llegó democráticamente en abril de 1931 y desde el principio se vio acosada por conjuras de la derecha reaccionaria, que temía perder sus injustos privilegios. Sanjurjo encabezó el primer golpe contra el nuevo régimen, pero fue vencido. Luego surge un hecho inexplicable para esta versión, y es que, tras dos años de experiencias liberadoras y presuntamente favorables al pueblo, este vota muy mayoritariamente al centro derecha, en 1933. Pero en cualquier caso, el nuevo gobierno implanta una opresión y explotación tales que empujan a los catalanes y a los mineros asturianos a una rebelión, aplastada de forma brutal por el poder reaccionario. No obstante, en febrero del 36 ganan las elecciones las izquierdas, agrupadas en el Frente Popular, y a partir de ahí la conspiración militar y fascista se refuerza hasta desatar la guerra civil. El bando reaccionario, mandado por Franco, gana la guerra gracias al apoyo de las potencias fascistas, Alemania e Italia, e implanta una feroz dictadura durante casi cuarenta años. Luego, la transición democrática respetó en exceso al franquismo, etapa vergonzosa que debemos condenar sin paliativos y saltar sobre ella para enlazar nuestra democracia con el Frente Popular.
El punto de vista franquista puede resumirse, a su vez, de este modo: llegó la república mediante un golpe de estado y desde el principio se despeñó en una serie de convulsiones, de ataques a la religión y a la unidad de España. Esa deriva pudo haberse corregido durante el segundo bienio, de derecha, pero la violencia izquierdista y separatista, en lugar de ceder, se incrementó hasta asaltar sangrientamente el poder en octubre del 34. Aunque el ataque fracasó, en febrero de 1936 volvieron al poder en unas elecciones signadas por una radicalización extrema, y enseguida abrieron un proceso de comunistización en el que, como admitía el antifranquista Madariaga, ni la propiedad ni la vida estaban seguras. Por ello se alzó un sector del ejército con vasto apoyo popular, fracasando a medias y dando origen a la guerra civil. Ganaron las fuerzas patrióticas y de orden, y crearon un régimen de democracia orgánica mucho más acorde con la idiosincrasia española, como prueba su duración y la escasa oposición que tuvo. Por desgracia, la transición posterior a la muerte de Franco se realizó traicionando el legado del franquismo y, aunque el peligro comunista ha pasado a la historia, nos hallamos ante una gravísima amenaza separatista que nos empuja a una nueva crisis de convivencia nacional.
Las dos versiones tienen algo de verdad, pero parten, a mi juicio, de visiones en gran medida adulteradas de la historia reciente. La más peligrosa es la versión izquierdista, porque intenta imponerse desde el poder y fundamenta otras medidas antidemocráticas en curso, mientras que no parece haber riesgo de una vuelta al régimen anterior.
Analicemos, pues, la versión izquierdista y separatista. La base de su historiografía, de una multitud de iniciativas políticas actuales, de la llamada ley de memoria histórica y de movimientos emocionales diversos, consiste en la identificación del Frente Popular con la república, y la afirmación de que dicho Frente formó un gobierno legítimo y democrático. Dense cuenta de que esta cuestión constituye la clave del juicio sobre nuestra época: si la tesis mencionada corresponde a la realidad, entonces el franquismo ha de ser rechazado inapelablemente, y lo mismo la monarquía y la democracia que han derivado de ese régimen. De hecho, esta concepción se encuentra en la base de las maniobras actuales contra la Constitución. Sin embargo las cosas no son tan sencillas, como veremos.
La república llegó mediante un golpe de estado, es cierto, pero sus autores fueron los monárquicos, no los republicanos. Tras ganar unas elecciones municipales y despreciar a sus propios votantes y programa, los monárquicos entregaron el poder a sus contrarios. Golpe de estado contra sí mismos explicable solo por una quiebra moral muy profunda y casi sin precedentes. La república nació así con legitimidad suficiente y como un proyecto de democracia liberal. Pero ese proyecto sufrió un primero y salvaje desbordamiento en las jornadas de quemas de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza, apenas inaugurado el nuevo régimen. Lo más grave no fueron los hechos mismos, con ser gravísimos, sino la pretensión, por parte de la izquierda, de que las bandas de delincuentes incendiarios representaban al pueblo, más aún eran el mismo pueblo, con el cual se identificaban, claro está, las izquierdas y parte del mismo gobierno. Ello abrió una profunda brecha en la sociedad española y generó las primeras conspiraciones derechistas, que no surgieron al instaurarse el nuevo régimen, como se dice, sino a partir de actos como los mencionados. La brecha social se amplió con una Constitución no laica, sino anticatólica, contraria al sentimiento religioso mayoritario y a derechos elementales, reduciendo a los religiosos a ciudadanos de segunda y a la indigencia. Aun así, las conspiraciones derechistas contra la república no pasaron de marginales, como probó el golpe de Sanjurjo, falto de respaldo de la gran mayoría de la derecha y saldado con 10 muertos, casi todos rebeldes.
En solo dos años la experiencia de izquierdas, republicano-socialista, dirigida por Azaña quedó desprestigiada. Y no por la acción de las derechas, sino por el fallo de sus reformas, como la agraria, cuya ineptitud lamentaba Azaña; o la del ejército, reforma razonable pero aplicada con tal torpeza que multiplicó las tensiones, como admitió también el propio Azaña; o el estatuto catalán, que para el gobierno era la solución al problema y para los nacionalistas solo el primer paso de una escalada reivindicativa; asimismo el plan de extender la enseñanza quedó neutralizado por la persecución contra la educación religiosa. Finalmente, Azaña no recibió el golpe decisivo de las derechas, sino de las insurrecciones anarquistas, quince veces más mortíferas que el golpe de Sanjurjo, en particular de la represión gubernamental de Casas Viejas.
Las violencias y desbarajustes de la etapa republicano-socialista motivaron la amplia victoria electoral del centro derecha en noviembre de 1933. Y entonces se produjo la quiebra --aunque todavía oculta-- de la república, al rechazar las izquierdas la votación popular. Azaña y sus correligionarios intentaron golpes de estado para impedir gobernar a los ganadores de las elecciones; los líderes del PSOE, el partido más masivo, apartaron al moderado Besteiro y se volcaron en la preparación de una insurrección, concebida como guerra civil, para liquidar la república e imponer un régimen de tipo soviético; los nacionalistas catalanes y vascos emprendieron movimientos de rebeldía. Estas acciones llevaron a la insurrección de octubre del 34, que en Asturias, durante dos semanas, cuajó en guerra civil como había planificado el PSOE; pero en el resto del país la población no siguió a los revolucionarios ni a los nacionalistas catalanes. Ante la derrota, los jefes rebeldes pretendieron que el levantamiento había sido espontáneo, pero hoy sabemos con certeza que mentían. Y tampoco rectificaron sus actitudes. Lejos de ello, lanzaron una enorme campaña nacional e internacional contra la represión gubernamental en Asturias. Esa campaña utilizó la mentira de forma masiva y envenenó el ambiente popular, como había advertido Besteiro.
Podemos considerar aquella insurrección el comienzo de la guerra civil justamente por eso, porque sus promotores no cambiaron nada esencial de las ideas que les habían llevado a sublevarse, y siguieron fomentando el clima de odio necesario para un enfrentamiento definitivo. Si entonces subsistió la república se debió solo a que las derechas, Franco incluido, no replicaron con un contragolpe y defendieron la legalidad.
De todas formas la derrota izquierdista pudo haber estabilizado una democracia liberal, según el sentido inicial del régimen, pero los derrotados formaron pronto el llamado luego Frente Popular, irreconciliable con las derechas. En cuanto a estas, tras su victoria sufrieron divisiones y los manejos del presidente conservador Alcalá-Zamora, el cual terminó expulsando a la derecha del poder de modo a duras penas legal. La crisis abocó a las elecciones de febrero del 36, que no pueden llamarse democráticas, tanto por las violencias, la huida de las autoridades y las irregularidades en los recuentos, también mencionadas por Azaña, como porque las votaciones reales nunca se publicaron. Durante años, los cálculos de los historiadores variaban en más de un millón de votos, hasta que las investigaciones de Javier Tusell, ya en 1971, proporcionaron cifras más fiables, con un empate aproximado entre derechas e izquierdas.
Así, el triunfo del Frente Popular no procedió de unas elecciones normales y no puede considerarse legítimo. Y su ilegitimidad de origen empeoró al momento con un doble proceso revolucionario. Desde la calle, las masas y partidos izquierdistas imponían su ley en una serie de liberaciones de presos, asesinatos, incendios, ocupaciones de tierras y mil desmanes más, no perseguidos por el gobierno, que en cambio se cebaba contra las débiles réplicas de los grupúsculos falangistas. Y desde el poder, el gobierno mismo procedió a demoler la legalidad republicana para sustituirla por un sistema al estilo del PRI mejicano, reduciendo a la derecha a una oposición impotente, pero que mantuviese una fachada de pluralismo democrático bajo el dominio real e irreversible de las izquierdas. A ese fin despojó arbitrariamente de escaños a las derechas, destituyó ilegalmente a Alcalá-Zamora y suprimió los restos de independencia judicial, sometiendo a los jueces al control de sindicatos y partidos revolucionarios; entre otros atentados a la legalidad. Las reiteradas peticiones de los líderes derechistas en las Cortes para que se cumpliera e hiciera cumplir la ley, una obligación sin la cual todo gobierno se vuelve una tiranía, fueron contestadas con burlas y amenazas de muerte. El asesinato del jefe de la oposición Calvo Sotelo, realizado por fuerzas combinadas de seguridad del estado y milicianos socialistas, culminó el proceso y constituyó un diagnóstico preciso de la situación. De hecho, el proyecto de democracia liberal había dejado de existir tras las elecciones de febrero.
Podemos observar, en resumen, tres fases en la demolición de la república: una primera fase de desbordamiento del régimen durante el bienio republicano-socialista; una segunda fase de asalto armado de las izquierdas al poder durante el bienio de centro derecha; y una tercera de proceso revolucionario abierto y eliminación de la legalidad desde un gobierno salido de unas elecciones no democráticas. El Frente Popular, por tanto, no era ya la república, aunque por motivos propagandísticos usurpara su nombre durante la guerra civil y así se le siga identificando comunmente. Era, de manera precisa, lo contrario de la república, el embrión de un nuevo régimen. Solo una persistente propaganda, el “Himalaya de embustes” denunciado por Besteiro, impide aún a mucha gente percibir estos hechos, hoy perfectamente documentados.
Pero reitero que ni siquiera hace falta saber mucha historia para percatarse de la realidad, basta recurrir a un elemental sentido de la lógica. Figúrense, insisto, a los stalinistas, marxistas del PSOE, racistas del PNV, anarquistas, golpistas de Companys y de Azaña… ¡defendiendo la democracia todos juntos (y matándose de paso entre ellos)! La falsedad es tan chocante, tan estridente como si se pretendiera hacer de Hitler un protector de los judíos. Y sin embargo este formidable engaño se ha impuesto en gran parte de nuestra sociedad, generando a su vez falsedades en cadena, desenfocando de raíz la visión de nuestro pasado y orientando peligrosamente el porvenir.
Muchos creen esas fábulas por ignorancia pero, en mi opinión, sus promotores conocen bastante bien la realidad. No puede ser de otro modo, por cuanto algunos historiadores nos hemos aplicado en los últimos años a poner en claro los datos, su lógica y los documentos que demuestran inapelablemente el fraude histórico. Puesto que nuestras tesis contradicen de frente las más divulgadas hasta hace poco, debiera haberse suscitado un debate intelectual, pero, por cuanto a mí respecta, he topado con una cerrazón tal que ha llevado a Stanley Payne a preguntarse si realmente la democracia ha calado en la universidad española. Este cerrilismo ha cundido mucho más allá de la universidad por medio de ataques personales, hasta la incitación al asesinato o el intento de meterme en la cárcel para “reeducarme”, a raíz de la publicación de Años de hierro. Otra postura defendía el conocido locutor Iñaqui Gabilondo en entrevista a un historiador stalinista llamado Espinosa, el cual, consecuente con su ideología, pedía la censura oficial de mis libros; el locutor, en apariencia más moderado, prefería que la sociedad misma los rechazara, sin prohibiciones expresas. Desde luego, la forma mejor y más honrada de obtener ese rechazo sería precisamente un debate en profundidad, que dejara al desnudo mis supuestas falacias, pero no buscaba nada parecido nuestro buen Gabilondo: su método para alcanzar el deseado rechazo social consistía en combinar el ataque personal con el silenciamiento de mis tesis. El diario El País fue el primero en aplicar la censura y negarme el derecho de réplica, ejemplo seguido por la mayoría de los medios de masas. Podría extenderme, pero lo dicho permite entender cómo la promoción de la falsedad histórica no obedece a ignorancia ni hay en ella la menor inocencia.
Entre las causas de esas posturas cabe percibir una comprensible debilidad humana: muchos intelectuales, políticos, periodistas e historiadores han seguido durante años, sin mayor crítica, una corriente que parecía defender la libertad y facilitaba éxitos profesionales. Dar marcha atrás se vuelve difícil, por más que lo exija la honestidad intelectual. Con todo, es perceptible un cambio de la marea, que seguramente irá en ascenso en los años próximos, pues no se puede tapar el sol con una mano.
Más allá de implicaciones personales, la agresiva persistencia en errores patentes se explica por la crisis ideológica de la izquierda, la cual ha debido abandonar el marxismo, ha asistido a la caída del muro de Berlín, ha puesto de relieve la sustancia de los famosos cien años de honradez, ha practicado el terrorismo desde el poder, etc. Estos graves tropiezos la han obligado a buscar otra fuente de legitimidad y la han encontrado en la historia: al identificarse con un Frente Popular pretendidamente democrático, las izquierdas buscan ganar una legitimidad inmensamente superior a la de las derechas, las cuales descenderían del franquismo, supuesto asesino de aquella libertad. Se comprende bien la importancia de defender el mito.
Y se comprende asimismo que en esa defensa empleen métodos como los del Frente Popular e intenten imponer por ley una versión de la historia, como en los países totalitarios. Esa ley se presenta con el objetivo, en apariencia muy humano, de reivindicar la dignidad de las víctimas del franquismo, pero queda en evidencia al insultar a las víctimas inocentes y prestigiar a los criminales de las chekas o a los terroristas de la ETA. Ello no es una casualidad, sino consecuencia lógica de la gran mentira de base. Se ignora, además, que si bien la represión franquista de posguerra fue brutal, no lo fue más que las de tantas otras posguerras en Europa y el resto del mundo, con la diferencia de que en España casi toda se realizó por medios legales y no por simples asesinatos sin juicio, y que muchos de los ajusticiados habían cometido crímenes sádicos durante la guerra, para verse luego abandonados por sus jefes, que huyeron al exterior sin preocuparse en lo más mínimo de ellos. En esta ley tampoco hallamos ignorancia o inocencia, sino una mezcla de hipocresía y de exhibición triunfante de querencias tiránicas, asentadas en el abuso del poder.
Por lo tanto, y contra una masa de historiografía surgida en los últimos cuarenta años, la sublevación derechista de julio del 36 no combatió a un gobierno legítimo y democrático, sino a un proceso revolucionario. No destruyó ninguna democracia, sino que surgió a causa de la previa destrucción de la democracia por las izquierdas. Esta conclusión terminará imponiéndose sin duda, a pesar de todas las resistencias intelectuales y políticas, porque corresponde claramente a los hechos, y determina una visión radicalmente distinta de nuestra historia posterior.
Si el Frente Popular, lejos de continuar la república, asaltó en 1934 su legalidad, base de la convivencia social entonces, y la hundió en 1936, causando así la guerra civil, ¿cuál podía ser el resultado? La mayoría de la derecha había desconfiado de la república, pero la había aceptado y hasta la había defendido en octubre de 34. Solo tras las elecciones de febrero del 36 llegó a creer que la democracia liberal nunca funcionaría en España. Y, desde luego, ningún régimen de libertades puede funcionar si uno o varios de los principales partidos rechazan sus reglas del juego, como ocurrió entonces. Por consiguiente, el radical enfrentamiento de unos y otros solo podía dar paso a una dictadura. La lucha se planteó entre una opción totalitaria de izquierdas y una autoritaria de derechas. Ganó la autoritaria, que se mantuvo por 36 años, y quienes menos derecho tienen a quejarse de ella son aquellos que la hicieron inevitable y habrían traído una tiranía mucho peor, si hubieran triunfado.
Importa mucho la diferencia entre autoritarismo y totalitarismo. El pensador polaco Leszek Kolakowski, antiguo stalinista, la exponía con bastante claridad cuando, para ilustrar a unos recalcitrantes laboristas ingleses, les hacía notar que él, tras conocer la España de Franco, había constatado en ella mucha más libertad que en los regímenes marxistas. Además, señalaba, Los españoles tienen las fronteras abiertas (…) y ningún régimen totalitario puede funcionar con las fronteras abiertas”. Observaciones parejas haría Solzhenitsin, despertando la ira extrema del mundillo autodenominado progresista. Julián Marías, en sus memorias, observa la misma diferencia: el franquismo no impedía mil actividades independientes de él, e incluso contrarias a él dentro de ciertos límites. Un profesor polaco me indicaba hace tiempo cómo en Polonia el disidente se veía expuesto, además de a la represión, a una total indigencia, pues quedaba excluido de cualquier empleo, al estar toda la economía en manos del estado, es decir, del partido. Nunca ocurrió algo así bajo el franquismo, el cual tampoco desarrolló, ni de lejos, los aparatos de control y vigilancia de la población propios de los totalitarismos. En realidad había mucha menos policía y varias veces menos presos incluso que en la democracia actual. Y tanto Besteiro como los llamados padres espirituales de la república, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala y otros liberales, al paso que maldecían en los más indignados términos a las izquierdas por haber traído la catástrofe, aceptaron el franquismo como un mal menor, justificado por el servicio históricamente trascendental de haber librado al país de la revolución.
Les ruego reparen en este punto: si el franquismo derrotó a un proceso revolucionario, como efectivamente ocurrió, y no a la democracia, toda nuestra perspectiva sobre la historia y el presente derivado de ella debe cambiar. Por lo demás, no fue el único servicio. Franco también frustró el plan izquierdista de enlazar la guerra española con la europea y luego mantuvo a España fuera de la beligerancia, un hecho de consecuencias incalculablemente beneficiosas tanto para España, al librarla de invasiones y destrucciones que habrían dejado empequeñecidas las de la guerra civil, como para los Aliados, según supo apreciar Churchill. También derrotó el franquismo los intentos de volver a una nueva contienda entre españoles al terminar la mundial. Como he intentado exponer en el libro Años de hierro, se trató de servicios de valor inestimable para un país sometido durante tantas décadas a convulsiones causadas por sus políticos, tan a menudo demagogos y utopistas. Finalmente el país prosperó como nunca antes y los viejos odios de la república se diluyeron casi por completo.
Es muy necesario mencionar estos datos porque sin ellos no se explica la evolución posterior de España. Guste o no, el franquismo careció de oposición democrática significativa. Al llegar la transición los pocos centenares de presos políticos en las cárceles eran casi todos comunistas o terroristas, o las dos cosas. Por lo tanto, una evolución política hacia las libertades solo podía venir (o no venir) del propio régimen. Dentro de este cabe distinguir dos tendencias básicas: una entendía el franquismo, llamado democracia orgánica, como la superación tanto del comunismo como de la democracia liberal, y destinado por ello a perpetuarse; otra lo entendía como una respuesta excepcional a una crisis histórica excepcional, una dictadura en el sentido romano, que antes o después debía dejar paso a una situación más acorde con el entorno del oeste europeo. En realidad, pese a no existir alternativa democrática viable mientras vivió Franco, los propios éxitos de la dictadura la encauzaban a una liberalización creciente. Y así, una vez agotado el régimen, y desde él, pudo hacerse la transición. De él salieron Juan Carlos, Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda, los procuradores en Cortes que votaron la reforma democrática, etc. Fue la derecha procedente del franquismo, no la oposición rupturista, quien organizó la evolución política. Lo cual significa que, contra un tópico extendido, pero vacuo, fue posible pasar con normalidad desde una dictadura autoritaria a un sistema de libertades. En cuanto al antifranquismo, agrupaba a comunistas, socialistas, separatistas, partidarios y practicantes del terrorismo, algunos democristianos, pacifistas, carlistas, etc., enjambre variopinto pero coincidente en un plan llamado de “ruptura democrática”, para pasar por encima de cuarenta años de historia y retomar el legado del Frente Popular. Los rupturistas perdieron entonces, por amplia votación popular, frente a la reforma “de la ley a la ley”, pero vuelven hoy a la carga , treinta años después.
Otro efecto de esta distorsión de la historia ha sido el surgimiento de miles y miles de antifranquistas retrospectivos. Durante la dictadura los antifranquistas algo activos éramos muy pocos, además de totalitarios; ahora se han multiplicado y tratan de vencer a Franco, cuando no es posible ni hace falta. Pero si no pueden derrotarle, pueden en cambio destruir nuestro actual sistema de libertades. Si observamos los peligros sufridos por la democracia, veremos que provienen casi siempre de esos antifranquistas. De ellos ha surgido la corrupción rampante, el terrorismo y las connivencias y “diálogos” con él, el terrorismo desde el poder, el separatismo, las intrigas para enterrar a Montesquieu, es decir, para acabar con la separación de poderes, los ataques crecientes a la libertad de expresión, empezando por la libertad de las víctimas más directas del terror, los asaltos a sedes de partidos contrarios, manifestaciones tumultuosas y otros fenómenos parecidos, sin olvidar ciertas complicidades en el 23-F. Josu Ternera, Ibarreche, Carod Rovira, Rodríguez Zapatero, Juan Luis Cebrián, Carrillo, Alfonso Guerra, Roldán, Mas, De Juana Chaos, Rubalcaba y un largo etcétera, comparten ese sentimiento político mal meditado de aversión incondicional al régimen anterior. Comparten una visión negativa de la historia de España, como señalaba Julián Marías de los socialistas, y positiva del Frente Popular, durante el cual, tampoco debe olvidarse, el grito de “Viva España” llegó a considerarse subversivo. En fin, ni ahora ni antes fueron sinónimos antifranquismo y democratismo, y tiene la mayor importancia disolver también ese equívoco interesado. El antifranquismo ha funcionado, además, como una bula para mentir sin inhibiciones y para conductas en otro caso inadmisibles.
¿Cómo ha sido posible una falsificación tan sistemática, y a menudo tan grotesca, de nuestro pasado? No lo entenderíamos sin tomar en cuenta la inhibición intelectual de la derecha. Esta –al igual que gran parte de la izquierda--, procede del franquismo y, tras cosechar un gran éxito al organizar la transición frente a los partidarios de la ruptura, pasó a eludir la batalla de las ideas, juzgó que a los españoles no les interesaba su historia, sino su bolsillo y “mirar al futuro”. Ideas, o más bien falta de ellas, expuestas recientemente por Rajoy, junto con un entusiasmo oficioso o servil por el idioma inglés. “Mirar al futuro” es una expresión demagógica, una de esas frases biensonantes que no significan nada. Por desgracia o por suerte, el futuro permanece oscuro y las pitonisas fallan más de lo aceptable, aunque cobren caro. Con tal actitud, la derecha ha atacado también a algunos intelectuales independientes que recordaban los hechos y ha reducido la política a niveles pedestres.
Pero, por supuesto, a los españoles nos interesa mucho conocer nuestro pasado, aunque solo fuera por el dicho de Cicerón: “si ignoras lo que ocurrió antes de que nacieras, siempre serás un niño”. Y, por cierto, percibimos un auténtico programa de infantilización de la sociedad, desde el enorme aparato del estado y desde la oposición derechista, como el que profetizaba Tocqueville:“Un poder inmenso y tutelar que se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, solo persigue fijarlos irrevocablemente en la infancia”. Pienso ahora en la nena angloparlante de Rajoy. Si la izquierda vive con una visión distorsionada de la historia de España, la derecha, poco lectora, ignora cada vez más el pasado.
Esa mentalidad derechista recuerda, por paradoja, a un marxismo en extremo vulgar, más tosco aún de lo que fue siempre el marxismo español. En plan revolucionario, Rajoy pretende que la gestión económica lo determina todo y que el pasado carece de relevancia actual. Se ha contagiado de la aversión izquierdista-separatista hacia la historia de España y aspira a una ciudadanía sin raíces, futurista, interesada exclusiva o muy preponderantemente en llenarse el bolsillo y aprender inglés. Pero cuando el PP rehúsa clarificar la historia reciente está cavando su propia fosa, pues por un lado deja libre a sus adversarios ese terreno crucial, y por otro demuestra cuánto teme ver confirmadas las horripilantes acusaciones que le hace la izquierda. De nada le sirve al PP afirmar que no existía como partido durante la dictadura, pues sin duda viene del franquismo, sociológica y a menudo personalmente. Así, pues, ¿qué futuro cabe esperar de un partido con un pasado tan negro como el que se le achaca? Es natural que el PP no quiera ni acordarse de él, y no menos natural que sus contrarios se lo recuerden, no vaya a repetir en el futuro sus criminales inclinaciones fascistas. El pasado importa, vaya si importa, incluso más que algún punto de crecimiento económico, aunque no logren entenderlo los expertos del PP, extraños marxistas ultravulgares.
Pero no nos interesa tanto el destino del PP como el de la sociedad española, expuesta nuevamente a ser víctima de sus políticos. La renuncia de la derecha, ya con la UCD, a lo que los marxistas llamaban la lucha ideológica, centrada en amplia medida en la clarificación histórica, ha causado enormes males a la democracia. Consideremos, por ejemplo, el terrorismo de la ETA, auténtico motor de la radicalización separatista, de los odios a España y otras muchas demagogias. El terrorismo, no lo olvidemos, ha tenido aquí durante el siglo XX un papel de mayor relevancia que en cualquier otro país europeo. Él socavó el sistema liberal de la Restauración hasta llevarlo a la crisis, luego convulsionó a la república, y ahora a la democracia. Pues bien, la ETA se ha beneficiado desde la transición de la llamada “solución política”, consistente en negociaciones al margen de la ley, al margen del estado de derecho y con la perspectiva de dar a los pistoleros partes sustanciales de sus exigencias, convirtiendo el asesinato en un modo privilegiado de hacer política. Y este tratamiento privilegiado se debió en gran medida al prestigio de los atentados de la ETA contra el régimen anterior. La gran mayoría de las izquierdas y sus prohombres no habiendo luchado realmente contra Franco o incluso habiendo colaborado con él, arrastraban un sentimiento de reverencia y de inferioridad moral hacia quienes sí habían luchado de verdad: ¡el historial etarra les merecía mucho respeto!
Solo en tiempos de Aznar, y por influencia de Mayor Oreja, empezó el gobierno a obrar conforme a la ley, aplicándola a los asesinos cada vez con menos vacilaciones. La nueva orientación rindió los mejores frutos, reforzó las libertades y sembró la alarma en los partidos dedicados a recoger las consabidas nueces. En un momento dado, el PSOE pareció sumarse a esa línea al proponer y firmar el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, una excelente noticia para toda España. Hoy sabemos que muy pronto los jefes socialistas comenzaron a traicionar lo firmado, hasta transformarlo literalmente en su inverso una vez llegados al poder: un Pacto con los terroristas y los separatistas contra las libertades y la Constitución. Pacto justificado implícitamente en la presunción de que la convivencia establecida en la transición carecería de legitimidad al proceder del franquismo, siendo la legitimidad real la procedente del Frente Popular. Tal inversión, y la involución política correspondiente, resumen la historia de estos últimos años, con sus estatutos enfocados a sustituir la nación española, base de la soberanía, por un conglomerado de pequeñas naciones al gusto de los demagogos regionales, con el acoso al poder judicial, a la Iglesia, a las víctimas del terrorismo, a la libertad de expresión, etc. Y, no en último lugar, con las campañas de adulteración de la historia, campañas nunca abandonadas desde la transición y reforzadas ahora. Esas campañas han creado el ambiente propicio a las demás maniobras involucionistas. La ley que justamente podemos llamar de la adulteración histórica es al mismo tiempo una carga de profundidad contra la monarquía y la democracia actuales, deslegitimadas por su origen. Hoy los partidos frentepopulistas se sienten cerca de la victoria, con un presidente que no reconoce a España como su patria ni la considera nación, y se define como “rojo”, con toda su carga simbólica y política de intención totalitaria.
Estamos ante un problema realmente serio. ¿De dónde nacen estos comportamientos? Echando la vista atrás constatamos que nunca existió aquí una izquierda democrática e identificada con su propio país, y de ahí las convulsiones y desventuras del siglo XX. Bajo la liberal Restauración --régimen con muchos defectos, pero también con grandes virtudes, ante todo sus amplias libertades, una cultura brillante y un progreso económico acumulativo-- las izquierdas practicaron el pistolerismo o lo apoyaron; sabotearon, en combinación o en concomitancia con los separatismos, al sistema que les permitía actuar y agitar libremente; organizaron revueltas y golpes hasta provocar la crisis que desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. Las izquierdas solo se moderaron bajo la dictadura, bien colaborando con ella, como el PSOE, bien cejando en sus violencias, como los anarquistas o los separatistas. Pero todas volvieron a radicalizarse durante la república, hasta destruirla en el proceso antes descrito.
Al llegar la transición, los principales partidos de izquierda, el PCE y el PSOE, parecieron civilizarse al renunciar ambos a la doctrina que los había guiado a lo largo de su historia, el marxismo en diversas variantes. El marxismo ha sido, justamente, la ideología más totalitaria del siglo XX, y su abandono implicaba un reconocimiento de sus consecuencias nefastas. Sin embargo ese abandono ni nació ni se acompañó de un análisis en profundidad de la doctrina y de las conductas políticas a que había dado lugar. Fue un cambio dictado por la mera esperanza de acceder al poder, un cambio superficial, sin sustituir los principios anteriores por otros de mediana solvencia intelectual; y los viejos tópicos de la guerra y el franquismo permanecieron.
El PCE, sometido a campañas de denuncia de su pasado desde la derecha y la izquierda, no pudo cosechar los frutos de su prestigio como único partido de oposición permanente al régimen de Franco, y por ello sufrió un declive acelerado. Por el contrario el PSOE, visto como una izquierda más aceptable, recibió ayudas morales, políticas y económicas hasta de la UCD y la extrema derecha alemana, y pudo presentarse como el partido de los “cien años de honradez”, patraña del mismo calibre que la democracia del Frente Popular, pero muy eficaz publicitariamente. Como marxista, el PSOE había sido un partido totalitario y esa idea le había llevado a organizar la insurrección de 1917 o, con plena deliberación, la guerra civil en los años 30, amén de incontables actos terroristas, chekas y expolios, o la supeditación del Frente Popular a Stalin mediante la entrega de las reservas financieras españolas. Pero, al revés de lo ocurrido con el PCE, nadie se preocupó de traer a colación ese pasado sombrío, y mucho menos de analizarlo. Prevaleció, dentro y fuera del partido, la imagen autocomplaciente de los cien años famosos, que afianzó a los socialistas en la opinión pública. Y la vieja legitimación ideológica, ya inaceptable, se trasladó a una legitimación histórica sobre la base de la gigantesca falsificación ya examinada. En consecuencia, el PSOE continúa sin ser un partido democrático, y sí un muy grave peligro para la libertad y la unidad de España, como constatamos a cada paso.
Con ello no niego que haya izquierdistas demócratas. Siempre los ha habido, y su paradigma podría ser Julián Besteiro, posible modelo para una regeneración de la izquierda. Besteiro denunció en su día el tenaz “envenenamiento de la mente de los trabajadores” practicado por los otros líderes del PSOE, Largo Caballero y Prieto, y anunció proféticamente el baño de sangre al final de aquel camino. No obstante, la historia de Besteiro es también la de un fracaso: los otros líderes, mucho menos escrupulosos y mucho menos respetuosos con las reglas del juego, lograron marginarlo. Hoy asistimos a un proceso semejante, de especial incidencia, y no por casualidad, en las Vascongadas, con Gotzone Mora, Redondo Terreros, Rosa Díez y otros. Pocos, por desgracia, para lo que exige la situación, y sin apenas ejemplos en otras regiones, prueba del efecto avasallador de un aparato partidista atento en exclusiva a las ventajas del poder y del dinero público, a manejos “sin ninguna idea alta”, como decía Azaña de sus correligionarios. Y sin embargo, o más bien por eso mismo, es absolutamente urgente la formación de una izquierda democrática e identificada con España y no con fantasmas siniestros y utopías extravagantes. Mientras ello no ocurra, nuestra libre convivencia seguirá en vilo.
Ahora les sugiero considerar qué pasaría si todos abandonásemos la asombrosa pretensión de que el Frente Popular o el antifranquismo representaron la libertad. En tal caso podríamos valorar debidamente el hecho crucial de que el resultado de la guerra civil abrió el período de paz más largo, con diferencia, disfrutado por España en los dos siglos pasados y lo que va de este; una paz en lo esencial muy fructífera, pues ha convertido a España en un país reconciliado, próspero y relativamente potente, y por fin ha asentado una convivencia en libertad mucho más firme que cualquier etapa anterior, abriendo perspectivas excelentes para el porvenir. Consideremos asimismo que casi toda Europa occidental debe su democracia y su prosperidad ante todo a Usa, mientras que nosotros nos las debemos ante todo a nosotros mismos, motivo de satisfacción y confianza. La perfección no existe en los negocios humanos y no vamos a ignorar los rasgos negativos del período, pero los positivos pesan más, mucho más, y el balance difícilmente podría ser más favorable.
Y, por el contrario, la persistencia de aquellos mitos infundados nos lleva a mirar con pesadumbre nuestros logros, favorece las utopías baratas y las tendencias disgregadoras y contrarias a las libertades, fomenta entre nosotros conflictos innecesarios que nos hacen perder absurdamente nuestras energías, nos debilitan en todos los sentidos y ensombrecen nuestro porvenir. Los períodos de crecimiento acumulativo de nuestra sociedad se han visto rotos en varias ocasiones por tales fenómenos, y sería una locura despreciar la experiencia para repetir los errores. El falseamiento del ayer envenena el hoy y el mañana, sin duda alguna, y un pueblo que olvida el pasado o lo distorsiona, se expone a repetir lo peor de él, en palabras de Santayana, a caer “en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil”, como expresó Menéndez Pelayo.
Les leeré un manifiesto publicado hace semanas en algunos medios:
“Diversos políticos y partidos propugnan una determinada visión de nuestro pasado mediante la llamada Ley de Memoria Histórica. Esta ley, por sí misma, constituye un ataque a las libertades públicas y a la cultura.
De modo implícito, pero inequívoco, la ley atribuye carácter democrático al Frente Popular. Hoy está plenamente documentado lo contrario. Dicho Frente se compuso, de hecho o de derecho, de agrupaciones marxistas radicales, stalinistas, anarquistas, racistas sabinianas, golpistas republicanas y nacionalistas catalanas, todas ellas ajenas a cualquier programa de libertad.
También está acreditado suficientemente que, ya antes de constituirse en Frente, los citados partidos organizaron o colaboraron en el asalto a la república en octubre de 1934, con propósito textual de guerra civil, fracasando tras causar 1.400 muertos en 26 provincias; y que, tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida, proceso revolucionario culminado en el intento de asesinar a líderes de la oposición, cumplido en uno de ellos. Esa destrucción de los elementos democráticos de la legalidad republicana hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las conocidas atrocidades en los dos bandos y entre las propias izquierdas.
La Ley de Memoria Histórica alcanza extremos de perversión ética y legal al igualar como “víctimas de la dictadura” a inocentes, cuyo paradigma podría ser Besteiro, y a asesinos y ladrones de las checas, cuyo modelo sería García Atadell. Así, la ley denigra a los inocentes y pretende que la sociedad recuerde y venere como mártires de la libertad a muchos de los peores criminales que ensombrecen nuestra historia. También erige en campeones de la libertad a las Brigadas Internacionales orientadas por Stalin, a los comunistas que en los años 40 intentaron reavivar la guerra civil o a los etarras que emprendieron en 1968 su carrera de asesinatos. ¿Cabe concebir mayor agravio a la moral, la memoria y la dignidad de nuestra democracia?
La falsificación del pasado corrompe y envenena el presente. Nos hallamos ante una adulteración de nuestra historia agravada por la pretensión de imponerla por ley, un abuso de poder acaso compatible con aquel Frente Popular, pero no con una democracia moderna. La sociedad no puede aceptarlo sin envilecerse: los pueblos que olvidan su historia se condenan a repetir lo peor de ella. Que el silencio no nos condene”.
El manifiesto está firmado por César Alonso de los Ríos (ensayista), Federico Jiménez Losantos (ensayista y periodista), José María Marco (historiador), Adolfo Prego (magistrado del Tribunal Supremo), Milagrosa Romero Samper (historiadora), Pedro Schwartz (catedrático Universidad), José Luis Orella (historiador), Ricardo de la Cierva (historiador), Jesús Palacios (historiador), Juan Carlos Girauta (ensayista), Sebastián Urbina (profesor de Filosofía del Derecho), César Vidal (historiador), Eugenio Togores (historiador), José Vilas Nogueira (catedrático Universidad ), y 7.640 firmas más, entre ellas la mía, que fui el redactor del documento.
Paso a ampliar el contenido del manifiesto. La versión izquierdista-separatista sobre la república y la guerra puede resumirse así: la república llegó democráticamente en abril de 1931 y desde el principio se vio acosada por conjuras de la derecha reaccionaria, que temía perder sus injustos privilegios. Sanjurjo encabezó el primer golpe contra el nuevo régimen, pero fue vencido. Luego surge un hecho inexplicable para esta versión, y es que, tras dos años de experiencias liberadoras y presuntamente favorables al pueblo, este vota muy mayoritariamente al centro derecha, en 1933. Pero en cualquier caso, el nuevo gobierno implanta una opresión y explotación tales que empujan a los catalanes y a los mineros asturianos a una rebelión, aplastada de forma brutal por el poder reaccionario. No obstante, en febrero del 36 ganan las elecciones las izquierdas, agrupadas en el Frente Popular, y a partir de ahí la conspiración militar y fascista se refuerza hasta desatar la guerra civil. El bando reaccionario, mandado por Franco, gana la guerra gracias al apoyo de las potencias fascistas, Alemania e Italia, e implanta una feroz dictadura durante casi cuarenta años. Luego, la transición democrática respetó en exceso al franquismo, etapa vergonzosa que debemos condenar sin paliativos y saltar sobre ella para enlazar nuestra democracia con el Frente Popular.
El punto de vista franquista puede resumirse, a su vez, de este modo: llegó la república mediante un golpe de estado y desde el principio se despeñó en una serie de convulsiones, de ataques a la religión y a la unidad de España. Esa deriva pudo haberse corregido durante el segundo bienio, de derecha, pero la violencia izquierdista y separatista, en lugar de ceder, se incrementó hasta asaltar sangrientamente el poder en octubre del 34. Aunque el ataque fracasó, en febrero de 1936 volvieron al poder en unas elecciones signadas por una radicalización extrema, y enseguida abrieron un proceso de comunistización en el que, como admitía el antifranquista Madariaga, ni la propiedad ni la vida estaban seguras. Por ello se alzó un sector del ejército con vasto apoyo popular, fracasando a medias y dando origen a la guerra civil. Ganaron las fuerzas patrióticas y de orden, y crearon un régimen de democracia orgánica mucho más acorde con la idiosincrasia española, como prueba su duración y la escasa oposición que tuvo. Por desgracia, la transición posterior a la muerte de Franco se realizó traicionando el legado del franquismo y, aunque el peligro comunista ha pasado a la historia, nos hallamos ante una gravísima amenaza separatista que nos empuja a una nueva crisis de convivencia nacional.
Las dos versiones tienen algo de verdad, pero parten, a mi juicio, de visiones en gran medida adulteradas de la historia reciente. La más peligrosa es la versión izquierdista, porque intenta imponerse desde el poder y fundamenta otras medidas antidemocráticas en curso, mientras que no parece haber riesgo de una vuelta al régimen anterior.
Analicemos, pues, la versión izquierdista y separatista. La base de su historiografía, de una multitud de iniciativas políticas actuales, de la llamada ley de memoria histórica y de movimientos emocionales diversos, consiste en la identificación del Frente Popular con la república, y la afirmación de que dicho Frente formó un gobierno legítimo y democrático. Dense cuenta de que esta cuestión constituye la clave del juicio sobre nuestra época: si la tesis mencionada corresponde a la realidad, entonces el franquismo ha de ser rechazado inapelablemente, y lo mismo la monarquía y la democracia que han derivado de ese régimen. De hecho, esta concepción se encuentra en la base de las maniobras actuales contra la Constitución. Sin embargo las cosas no son tan sencillas, como veremos.
La república llegó mediante un golpe de estado, es cierto, pero sus autores fueron los monárquicos, no los republicanos. Tras ganar unas elecciones municipales y despreciar a sus propios votantes y programa, los monárquicos entregaron el poder a sus contrarios. Golpe de estado contra sí mismos explicable solo por una quiebra moral muy profunda y casi sin precedentes. La república nació así con legitimidad suficiente y como un proyecto de democracia liberal. Pero ese proyecto sufrió un primero y salvaje desbordamiento en las jornadas de quemas de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza, apenas inaugurado el nuevo régimen. Lo más grave no fueron los hechos mismos, con ser gravísimos, sino la pretensión, por parte de la izquierda, de que las bandas de delincuentes incendiarios representaban al pueblo, más aún eran el mismo pueblo, con el cual se identificaban, claro está, las izquierdas y parte del mismo gobierno. Ello abrió una profunda brecha en la sociedad española y generó las primeras conspiraciones derechistas, que no surgieron al instaurarse el nuevo régimen, como se dice, sino a partir de actos como los mencionados. La brecha social se amplió con una Constitución no laica, sino anticatólica, contraria al sentimiento religioso mayoritario y a derechos elementales, reduciendo a los religiosos a ciudadanos de segunda y a la indigencia. Aun así, las conspiraciones derechistas contra la república no pasaron de marginales, como probó el golpe de Sanjurjo, falto de respaldo de la gran mayoría de la derecha y saldado con 10 muertos, casi todos rebeldes.
En solo dos años la experiencia de izquierdas, republicano-socialista, dirigida por Azaña quedó desprestigiada. Y no por la acción de las derechas, sino por el fallo de sus reformas, como la agraria, cuya ineptitud lamentaba Azaña; o la del ejército, reforma razonable pero aplicada con tal torpeza que multiplicó las tensiones, como admitió también el propio Azaña; o el estatuto catalán, que para el gobierno era la solución al problema y para los nacionalistas solo el primer paso de una escalada reivindicativa; asimismo el plan de extender la enseñanza quedó neutralizado por la persecución contra la educación religiosa. Finalmente, Azaña no recibió el golpe decisivo de las derechas, sino de las insurrecciones anarquistas, quince veces más mortíferas que el golpe de Sanjurjo, en particular de la represión gubernamental de Casas Viejas.
Las violencias y desbarajustes de la etapa republicano-socialista motivaron la amplia victoria electoral del centro derecha en noviembre de 1933. Y entonces se produjo la quiebra --aunque todavía oculta-- de la república, al rechazar las izquierdas la votación popular. Azaña y sus correligionarios intentaron golpes de estado para impedir gobernar a los ganadores de las elecciones; los líderes del PSOE, el partido más masivo, apartaron al moderado Besteiro y se volcaron en la preparación de una insurrección, concebida como guerra civil, para liquidar la república e imponer un régimen de tipo soviético; los nacionalistas catalanes y vascos emprendieron movimientos de rebeldía. Estas acciones llevaron a la insurrección de octubre del 34, que en Asturias, durante dos semanas, cuajó en guerra civil como había planificado el PSOE; pero en el resto del país la población no siguió a los revolucionarios ni a los nacionalistas catalanes. Ante la derrota, los jefes rebeldes pretendieron que el levantamiento había sido espontáneo, pero hoy sabemos con certeza que mentían. Y tampoco rectificaron sus actitudes. Lejos de ello, lanzaron una enorme campaña nacional e internacional contra la represión gubernamental en Asturias. Esa campaña utilizó la mentira de forma masiva y envenenó el ambiente popular, como había advertido Besteiro.
Podemos considerar aquella insurrección el comienzo de la guerra civil justamente por eso, porque sus promotores no cambiaron nada esencial de las ideas que les habían llevado a sublevarse, y siguieron fomentando el clima de odio necesario para un enfrentamiento definitivo. Si entonces subsistió la república se debió solo a que las derechas, Franco incluido, no replicaron con un contragolpe y defendieron la legalidad.
De todas formas la derrota izquierdista pudo haber estabilizado una democracia liberal, según el sentido inicial del régimen, pero los derrotados formaron pronto el llamado luego Frente Popular, irreconciliable con las derechas. En cuanto a estas, tras su victoria sufrieron divisiones y los manejos del presidente conservador Alcalá-Zamora, el cual terminó expulsando a la derecha del poder de modo a duras penas legal. La crisis abocó a las elecciones de febrero del 36, que no pueden llamarse democráticas, tanto por las violencias, la huida de las autoridades y las irregularidades en los recuentos, también mencionadas por Azaña, como porque las votaciones reales nunca se publicaron. Durante años, los cálculos de los historiadores variaban en más de un millón de votos, hasta que las investigaciones de Javier Tusell, ya en 1971, proporcionaron cifras más fiables, con un empate aproximado entre derechas e izquierdas.
Así, el triunfo del Frente Popular no procedió de unas elecciones normales y no puede considerarse legítimo. Y su ilegitimidad de origen empeoró al momento con un doble proceso revolucionario. Desde la calle, las masas y partidos izquierdistas imponían su ley en una serie de liberaciones de presos, asesinatos, incendios, ocupaciones de tierras y mil desmanes más, no perseguidos por el gobierno, que en cambio se cebaba contra las débiles réplicas de los grupúsculos falangistas. Y desde el poder, el gobierno mismo procedió a demoler la legalidad republicana para sustituirla por un sistema al estilo del PRI mejicano, reduciendo a la derecha a una oposición impotente, pero que mantuviese una fachada de pluralismo democrático bajo el dominio real e irreversible de las izquierdas. A ese fin despojó arbitrariamente de escaños a las derechas, destituyó ilegalmente a Alcalá-Zamora y suprimió los restos de independencia judicial, sometiendo a los jueces al control de sindicatos y partidos revolucionarios; entre otros atentados a la legalidad. Las reiteradas peticiones de los líderes derechistas en las Cortes para que se cumpliera e hiciera cumplir la ley, una obligación sin la cual todo gobierno se vuelve una tiranía, fueron contestadas con burlas y amenazas de muerte. El asesinato del jefe de la oposición Calvo Sotelo, realizado por fuerzas combinadas de seguridad del estado y milicianos socialistas, culminó el proceso y constituyó un diagnóstico preciso de la situación. De hecho, el proyecto de democracia liberal había dejado de existir tras las elecciones de febrero.
Podemos observar, en resumen, tres fases en la demolición de la república: una primera fase de desbordamiento del régimen durante el bienio republicano-socialista; una segunda fase de asalto armado de las izquierdas al poder durante el bienio de centro derecha; y una tercera de proceso revolucionario abierto y eliminación de la legalidad desde un gobierno salido de unas elecciones no democráticas. El Frente Popular, por tanto, no era ya la república, aunque por motivos propagandísticos usurpara su nombre durante la guerra civil y así se le siga identificando comunmente. Era, de manera precisa, lo contrario de la república, el embrión de un nuevo régimen. Solo una persistente propaganda, el “Himalaya de embustes” denunciado por Besteiro, impide aún a mucha gente percibir estos hechos, hoy perfectamente documentados.
Pero reitero que ni siquiera hace falta saber mucha historia para percatarse de la realidad, basta recurrir a un elemental sentido de la lógica. Figúrense, insisto, a los stalinistas, marxistas del PSOE, racistas del PNV, anarquistas, golpistas de Companys y de Azaña… ¡defendiendo la democracia todos juntos (y matándose de paso entre ellos)! La falsedad es tan chocante, tan estridente como si se pretendiera hacer de Hitler un protector de los judíos. Y sin embargo este formidable engaño se ha impuesto en gran parte de nuestra sociedad, generando a su vez falsedades en cadena, desenfocando de raíz la visión de nuestro pasado y orientando peligrosamente el porvenir.
Muchos creen esas fábulas por ignorancia pero, en mi opinión, sus promotores conocen bastante bien la realidad. No puede ser de otro modo, por cuanto algunos historiadores nos hemos aplicado en los últimos años a poner en claro los datos, su lógica y los documentos que demuestran inapelablemente el fraude histórico. Puesto que nuestras tesis contradicen de frente las más divulgadas hasta hace poco, debiera haberse suscitado un debate intelectual, pero, por cuanto a mí respecta, he topado con una cerrazón tal que ha llevado a Stanley Payne a preguntarse si realmente la democracia ha calado en la universidad española. Este cerrilismo ha cundido mucho más allá de la universidad por medio de ataques personales, hasta la incitación al asesinato o el intento de meterme en la cárcel para “reeducarme”, a raíz de la publicación de Años de hierro. Otra postura defendía el conocido locutor Iñaqui Gabilondo en entrevista a un historiador stalinista llamado Espinosa, el cual, consecuente con su ideología, pedía la censura oficial de mis libros; el locutor, en apariencia más moderado, prefería que la sociedad misma los rechazara, sin prohibiciones expresas. Desde luego, la forma mejor y más honrada de obtener ese rechazo sería precisamente un debate en profundidad, que dejara al desnudo mis supuestas falacias, pero no buscaba nada parecido nuestro buen Gabilondo: su método para alcanzar el deseado rechazo social consistía en combinar el ataque personal con el silenciamiento de mis tesis. El diario El País fue el primero en aplicar la censura y negarme el derecho de réplica, ejemplo seguido por la mayoría de los medios de masas. Podría extenderme, pero lo dicho permite entender cómo la promoción de la falsedad histórica no obedece a ignorancia ni hay en ella la menor inocencia.
Entre las causas de esas posturas cabe percibir una comprensible debilidad humana: muchos intelectuales, políticos, periodistas e historiadores han seguido durante años, sin mayor crítica, una corriente que parecía defender la libertad y facilitaba éxitos profesionales. Dar marcha atrás se vuelve difícil, por más que lo exija la honestidad intelectual. Con todo, es perceptible un cambio de la marea, que seguramente irá en ascenso en los años próximos, pues no se puede tapar el sol con una mano.
Más allá de implicaciones personales, la agresiva persistencia en errores patentes se explica por la crisis ideológica de la izquierda, la cual ha debido abandonar el marxismo, ha asistido a la caída del muro de Berlín, ha puesto de relieve la sustancia de los famosos cien años de honradez, ha practicado el terrorismo desde el poder, etc. Estos graves tropiezos la han obligado a buscar otra fuente de legitimidad y la han encontrado en la historia: al identificarse con un Frente Popular pretendidamente democrático, las izquierdas buscan ganar una legitimidad inmensamente superior a la de las derechas, las cuales descenderían del franquismo, supuesto asesino de aquella libertad. Se comprende bien la importancia de defender el mito.
Y se comprende asimismo que en esa defensa empleen métodos como los del Frente Popular e intenten imponer por ley una versión de la historia, como en los países totalitarios. Esa ley se presenta con el objetivo, en apariencia muy humano, de reivindicar la dignidad de las víctimas del franquismo, pero queda en evidencia al insultar a las víctimas inocentes y prestigiar a los criminales de las chekas o a los terroristas de la ETA. Ello no es una casualidad, sino consecuencia lógica de la gran mentira de base. Se ignora, además, que si bien la represión franquista de posguerra fue brutal, no lo fue más que las de tantas otras posguerras en Europa y el resto del mundo, con la diferencia de que en España casi toda se realizó por medios legales y no por simples asesinatos sin juicio, y que muchos de los ajusticiados habían cometido crímenes sádicos durante la guerra, para verse luego abandonados por sus jefes, que huyeron al exterior sin preocuparse en lo más mínimo de ellos. En esta ley tampoco hallamos ignorancia o inocencia, sino una mezcla de hipocresía y de exhibición triunfante de querencias tiránicas, asentadas en el abuso del poder.
Por lo tanto, y contra una masa de historiografía surgida en los últimos cuarenta años, la sublevación derechista de julio del 36 no combatió a un gobierno legítimo y democrático, sino a un proceso revolucionario. No destruyó ninguna democracia, sino que surgió a causa de la previa destrucción de la democracia por las izquierdas. Esta conclusión terminará imponiéndose sin duda, a pesar de todas las resistencias intelectuales y políticas, porque corresponde claramente a los hechos, y determina una visión radicalmente distinta de nuestra historia posterior.
Si el Frente Popular, lejos de continuar la república, asaltó en 1934 su legalidad, base de la convivencia social entonces, y la hundió en 1936, causando así la guerra civil, ¿cuál podía ser el resultado? La mayoría de la derecha había desconfiado de la república, pero la había aceptado y hasta la había defendido en octubre de 34. Solo tras las elecciones de febrero del 36 llegó a creer que la democracia liberal nunca funcionaría en España. Y, desde luego, ningún régimen de libertades puede funcionar si uno o varios de los principales partidos rechazan sus reglas del juego, como ocurrió entonces. Por consiguiente, el radical enfrentamiento de unos y otros solo podía dar paso a una dictadura. La lucha se planteó entre una opción totalitaria de izquierdas y una autoritaria de derechas. Ganó la autoritaria, que se mantuvo por 36 años, y quienes menos derecho tienen a quejarse de ella son aquellos que la hicieron inevitable y habrían traído una tiranía mucho peor, si hubieran triunfado.
Importa mucho la diferencia entre autoritarismo y totalitarismo. El pensador polaco Leszek Kolakowski, antiguo stalinista, la exponía con bastante claridad cuando, para ilustrar a unos recalcitrantes laboristas ingleses, les hacía notar que él, tras conocer la España de Franco, había constatado en ella mucha más libertad que en los regímenes marxistas. Además, señalaba, Los españoles tienen las fronteras abiertas (…) y ningún régimen totalitario puede funcionar con las fronteras abiertas”. Observaciones parejas haría Solzhenitsin, despertando la ira extrema del mundillo autodenominado progresista. Julián Marías, en sus memorias, observa la misma diferencia: el franquismo no impedía mil actividades independientes de él, e incluso contrarias a él dentro de ciertos límites. Un profesor polaco me indicaba hace tiempo cómo en Polonia el disidente se veía expuesto, además de a la represión, a una total indigencia, pues quedaba excluido de cualquier empleo, al estar toda la economía en manos del estado, es decir, del partido. Nunca ocurrió algo así bajo el franquismo, el cual tampoco desarrolló, ni de lejos, los aparatos de control y vigilancia de la población propios de los totalitarismos. En realidad había mucha menos policía y varias veces menos presos incluso que en la democracia actual. Y tanto Besteiro como los llamados padres espirituales de la república, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala y otros liberales, al paso que maldecían en los más indignados términos a las izquierdas por haber traído la catástrofe, aceptaron el franquismo como un mal menor, justificado por el servicio históricamente trascendental de haber librado al país de la revolución.
Les ruego reparen en este punto: si el franquismo derrotó a un proceso revolucionario, como efectivamente ocurrió, y no a la democracia, toda nuestra perspectiva sobre la historia y el presente derivado de ella debe cambiar. Por lo demás, no fue el único servicio. Franco también frustró el plan izquierdista de enlazar la guerra española con la europea y luego mantuvo a España fuera de la beligerancia, un hecho de consecuencias incalculablemente beneficiosas tanto para España, al librarla de invasiones y destrucciones que habrían dejado empequeñecidas las de la guerra civil, como para los Aliados, según supo apreciar Churchill. También derrotó el franquismo los intentos de volver a una nueva contienda entre españoles al terminar la mundial. Como he intentado exponer en el libro Años de hierro, se trató de servicios de valor inestimable para un país sometido durante tantas décadas a convulsiones causadas por sus políticos, tan a menudo demagogos y utopistas. Finalmente el país prosperó como nunca antes y los viejos odios de la república se diluyeron casi por completo.
Es muy necesario mencionar estos datos porque sin ellos no se explica la evolución posterior de España. Guste o no, el franquismo careció de oposición democrática significativa. Al llegar la transición los pocos centenares de presos políticos en las cárceles eran casi todos comunistas o terroristas, o las dos cosas. Por lo tanto, una evolución política hacia las libertades solo podía venir (o no venir) del propio régimen. Dentro de este cabe distinguir dos tendencias básicas: una entendía el franquismo, llamado democracia orgánica, como la superación tanto del comunismo como de la democracia liberal, y destinado por ello a perpetuarse; otra lo entendía como una respuesta excepcional a una crisis histórica excepcional, una dictadura en el sentido romano, que antes o después debía dejar paso a una situación más acorde con el entorno del oeste europeo. En realidad, pese a no existir alternativa democrática viable mientras vivió Franco, los propios éxitos de la dictadura la encauzaban a una liberalización creciente. Y así, una vez agotado el régimen, y desde él, pudo hacerse la transición. De él salieron Juan Carlos, Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda, los procuradores en Cortes que votaron la reforma democrática, etc. Fue la derecha procedente del franquismo, no la oposición rupturista, quien organizó la evolución política. Lo cual significa que, contra un tópico extendido, pero vacuo, fue posible pasar con normalidad desde una dictadura autoritaria a un sistema de libertades. En cuanto al antifranquismo, agrupaba a comunistas, socialistas, separatistas, partidarios y practicantes del terrorismo, algunos democristianos, pacifistas, carlistas, etc., enjambre variopinto pero coincidente en un plan llamado de “ruptura democrática”, para pasar por encima de cuarenta años de historia y retomar el legado del Frente Popular. Los rupturistas perdieron entonces, por amplia votación popular, frente a la reforma “de la ley a la ley”, pero vuelven hoy a la carga , treinta años después.
Otro efecto de esta distorsión de la historia ha sido el surgimiento de miles y miles de antifranquistas retrospectivos. Durante la dictadura los antifranquistas algo activos éramos muy pocos, además de totalitarios; ahora se han multiplicado y tratan de vencer a Franco, cuando no es posible ni hace falta. Pero si no pueden derrotarle, pueden en cambio destruir nuestro actual sistema de libertades. Si observamos los peligros sufridos por la democracia, veremos que provienen casi siempre de esos antifranquistas. De ellos ha surgido la corrupción rampante, el terrorismo y las connivencias y “diálogos” con él, el terrorismo desde el poder, el separatismo, las intrigas para enterrar a Montesquieu, es decir, para acabar con la separación de poderes, los ataques crecientes a la libertad de expresión, empezando por la libertad de las víctimas más directas del terror, los asaltos a sedes de partidos contrarios, manifestaciones tumultuosas y otros fenómenos parecidos, sin olvidar ciertas complicidades en el 23-F. Josu Ternera, Ibarreche, Carod Rovira, Rodríguez Zapatero, Juan Luis Cebrián, Carrillo, Alfonso Guerra, Roldán, Mas, De Juana Chaos, Rubalcaba y un largo etcétera, comparten ese sentimiento político mal meditado de aversión incondicional al régimen anterior. Comparten una visión negativa de la historia de España, como señalaba Julián Marías de los socialistas, y positiva del Frente Popular, durante el cual, tampoco debe olvidarse, el grito de “Viva España” llegó a considerarse subversivo. En fin, ni ahora ni antes fueron sinónimos antifranquismo y democratismo, y tiene la mayor importancia disolver también ese equívoco interesado. El antifranquismo ha funcionado, además, como una bula para mentir sin inhibiciones y para conductas en otro caso inadmisibles.
¿Cómo ha sido posible una falsificación tan sistemática, y a menudo tan grotesca, de nuestro pasado? No lo entenderíamos sin tomar en cuenta la inhibición intelectual de la derecha. Esta –al igual que gran parte de la izquierda--, procede del franquismo y, tras cosechar un gran éxito al organizar la transición frente a los partidarios de la ruptura, pasó a eludir la batalla de las ideas, juzgó que a los españoles no les interesaba su historia, sino su bolsillo y “mirar al futuro”. Ideas, o más bien falta de ellas, expuestas recientemente por Rajoy, junto con un entusiasmo oficioso o servil por el idioma inglés. “Mirar al futuro” es una expresión demagógica, una de esas frases biensonantes que no significan nada. Por desgracia o por suerte, el futuro permanece oscuro y las pitonisas fallan más de lo aceptable, aunque cobren caro. Con tal actitud, la derecha ha atacado también a algunos intelectuales independientes que recordaban los hechos y ha reducido la política a niveles pedestres.
Pero, por supuesto, a los españoles nos interesa mucho conocer nuestro pasado, aunque solo fuera por el dicho de Cicerón: “si ignoras lo que ocurrió antes de que nacieras, siempre serás un niño”. Y, por cierto, percibimos un auténtico programa de infantilización de la sociedad, desde el enorme aparato del estado y desde la oposición derechista, como el que profetizaba Tocqueville:“Un poder inmenso y tutelar que se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, solo persigue fijarlos irrevocablemente en la infancia”. Pienso ahora en la nena angloparlante de Rajoy. Si la izquierda vive con una visión distorsionada de la historia de España, la derecha, poco lectora, ignora cada vez más el pasado.
Esa mentalidad derechista recuerda, por paradoja, a un marxismo en extremo vulgar, más tosco aún de lo que fue siempre el marxismo español. En plan revolucionario, Rajoy pretende que la gestión económica lo determina todo y que el pasado carece de relevancia actual. Se ha contagiado de la aversión izquierdista-separatista hacia la historia de España y aspira a una ciudadanía sin raíces, futurista, interesada exclusiva o muy preponderantemente en llenarse el bolsillo y aprender inglés. Pero cuando el PP rehúsa clarificar la historia reciente está cavando su propia fosa, pues por un lado deja libre a sus adversarios ese terreno crucial, y por otro demuestra cuánto teme ver confirmadas las horripilantes acusaciones que le hace la izquierda. De nada le sirve al PP afirmar que no existía como partido durante la dictadura, pues sin duda viene del franquismo, sociológica y a menudo personalmente. Así, pues, ¿qué futuro cabe esperar de un partido con un pasado tan negro como el que se le achaca? Es natural que el PP no quiera ni acordarse de él, y no menos natural que sus contrarios se lo recuerden, no vaya a repetir en el futuro sus criminales inclinaciones fascistas. El pasado importa, vaya si importa, incluso más que algún punto de crecimiento económico, aunque no logren entenderlo los expertos del PP, extraños marxistas ultravulgares.
Pero no nos interesa tanto el destino del PP como el de la sociedad española, expuesta nuevamente a ser víctima de sus políticos. La renuncia de la derecha, ya con la UCD, a lo que los marxistas llamaban la lucha ideológica, centrada en amplia medida en la clarificación histórica, ha causado enormes males a la democracia. Consideremos, por ejemplo, el terrorismo de la ETA, auténtico motor de la radicalización separatista, de los odios a España y otras muchas demagogias. El terrorismo, no lo olvidemos, ha tenido aquí durante el siglo XX un papel de mayor relevancia que en cualquier otro país europeo. Él socavó el sistema liberal de la Restauración hasta llevarlo a la crisis, luego convulsionó a la república, y ahora a la democracia. Pues bien, la ETA se ha beneficiado desde la transición de la llamada “solución política”, consistente en negociaciones al margen de la ley, al margen del estado de derecho y con la perspectiva de dar a los pistoleros partes sustanciales de sus exigencias, convirtiendo el asesinato en un modo privilegiado de hacer política. Y este tratamiento privilegiado se debió en gran medida al prestigio de los atentados de la ETA contra el régimen anterior. La gran mayoría de las izquierdas y sus prohombres no habiendo luchado realmente contra Franco o incluso habiendo colaborado con él, arrastraban un sentimiento de reverencia y de inferioridad moral hacia quienes sí habían luchado de verdad: ¡el historial etarra les merecía mucho respeto!
Solo en tiempos de Aznar, y por influencia de Mayor Oreja, empezó el gobierno a obrar conforme a la ley, aplicándola a los asesinos cada vez con menos vacilaciones. La nueva orientación rindió los mejores frutos, reforzó las libertades y sembró la alarma en los partidos dedicados a recoger las consabidas nueces. En un momento dado, el PSOE pareció sumarse a esa línea al proponer y firmar el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, una excelente noticia para toda España. Hoy sabemos que muy pronto los jefes socialistas comenzaron a traicionar lo firmado, hasta transformarlo literalmente en su inverso una vez llegados al poder: un Pacto con los terroristas y los separatistas contra las libertades y la Constitución. Pacto justificado implícitamente en la presunción de que la convivencia establecida en la transición carecería de legitimidad al proceder del franquismo, siendo la legitimidad real la procedente del Frente Popular. Tal inversión, y la involución política correspondiente, resumen la historia de estos últimos años, con sus estatutos enfocados a sustituir la nación española, base de la soberanía, por un conglomerado de pequeñas naciones al gusto de los demagogos regionales, con el acoso al poder judicial, a la Iglesia, a las víctimas del terrorismo, a la libertad de expresión, etc. Y, no en último lugar, con las campañas de adulteración de la historia, campañas nunca abandonadas desde la transición y reforzadas ahora. Esas campañas han creado el ambiente propicio a las demás maniobras involucionistas. La ley que justamente podemos llamar de la adulteración histórica es al mismo tiempo una carga de profundidad contra la monarquía y la democracia actuales, deslegitimadas por su origen. Hoy los partidos frentepopulistas se sienten cerca de la victoria, con un presidente que no reconoce a España como su patria ni la considera nación, y se define como “rojo”, con toda su carga simbólica y política de intención totalitaria.
Estamos ante un problema realmente serio. ¿De dónde nacen estos comportamientos? Echando la vista atrás constatamos que nunca existió aquí una izquierda democrática e identificada con su propio país, y de ahí las convulsiones y desventuras del siglo XX. Bajo la liberal Restauración --régimen con muchos defectos, pero también con grandes virtudes, ante todo sus amplias libertades, una cultura brillante y un progreso económico acumulativo-- las izquierdas practicaron el pistolerismo o lo apoyaron; sabotearon, en combinación o en concomitancia con los separatismos, al sistema que les permitía actuar y agitar libremente; organizaron revueltas y golpes hasta provocar la crisis que desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. Las izquierdas solo se moderaron bajo la dictadura, bien colaborando con ella, como el PSOE, bien cejando en sus violencias, como los anarquistas o los separatistas. Pero todas volvieron a radicalizarse durante la república, hasta destruirla en el proceso antes descrito.
Al llegar la transición, los principales partidos de izquierda, el PCE y el PSOE, parecieron civilizarse al renunciar ambos a la doctrina que los había guiado a lo largo de su historia, el marxismo en diversas variantes. El marxismo ha sido, justamente, la ideología más totalitaria del siglo XX, y su abandono implicaba un reconocimiento de sus consecuencias nefastas. Sin embargo ese abandono ni nació ni se acompañó de un análisis en profundidad de la doctrina y de las conductas políticas a que había dado lugar. Fue un cambio dictado por la mera esperanza de acceder al poder, un cambio superficial, sin sustituir los principios anteriores por otros de mediana solvencia intelectual; y los viejos tópicos de la guerra y el franquismo permanecieron.
El PCE, sometido a campañas de denuncia de su pasado desde la derecha y la izquierda, no pudo cosechar los frutos de su prestigio como único partido de oposición permanente al régimen de Franco, y por ello sufrió un declive acelerado. Por el contrario el PSOE, visto como una izquierda más aceptable, recibió ayudas morales, políticas y económicas hasta de la UCD y la extrema derecha alemana, y pudo presentarse como el partido de los “cien años de honradez”, patraña del mismo calibre que la democracia del Frente Popular, pero muy eficaz publicitariamente. Como marxista, el PSOE había sido un partido totalitario y esa idea le había llevado a organizar la insurrección de 1917 o, con plena deliberación, la guerra civil en los años 30, amén de incontables actos terroristas, chekas y expolios, o la supeditación del Frente Popular a Stalin mediante la entrega de las reservas financieras españolas. Pero, al revés de lo ocurrido con el PCE, nadie se preocupó de traer a colación ese pasado sombrío, y mucho menos de analizarlo. Prevaleció, dentro y fuera del partido, la imagen autocomplaciente de los cien años famosos, que afianzó a los socialistas en la opinión pública. Y la vieja legitimación ideológica, ya inaceptable, se trasladó a una legitimación histórica sobre la base de la gigantesca falsificación ya examinada. En consecuencia, el PSOE continúa sin ser un partido democrático, y sí un muy grave peligro para la libertad y la unidad de España, como constatamos a cada paso.
Con ello no niego que haya izquierdistas demócratas. Siempre los ha habido, y su paradigma podría ser Julián Besteiro, posible modelo para una regeneración de la izquierda. Besteiro denunció en su día el tenaz “envenenamiento de la mente de los trabajadores” practicado por los otros líderes del PSOE, Largo Caballero y Prieto, y anunció proféticamente el baño de sangre al final de aquel camino. No obstante, la historia de Besteiro es también la de un fracaso: los otros líderes, mucho menos escrupulosos y mucho menos respetuosos con las reglas del juego, lograron marginarlo. Hoy asistimos a un proceso semejante, de especial incidencia, y no por casualidad, en las Vascongadas, con Gotzone Mora, Redondo Terreros, Rosa Díez y otros. Pocos, por desgracia, para lo que exige la situación, y sin apenas ejemplos en otras regiones, prueba del efecto avasallador de un aparato partidista atento en exclusiva a las ventajas del poder y del dinero público, a manejos “sin ninguna idea alta”, como decía Azaña de sus correligionarios. Y sin embargo, o más bien por eso mismo, es absolutamente urgente la formación de una izquierda democrática e identificada con España y no con fantasmas siniestros y utopías extravagantes. Mientras ello no ocurra, nuestra libre convivencia seguirá en vilo.
Ahora les sugiero considerar qué pasaría si todos abandonásemos la asombrosa pretensión de que el Frente Popular o el antifranquismo representaron la libertad. En tal caso podríamos valorar debidamente el hecho crucial de que el resultado de la guerra civil abrió el período de paz más largo, con diferencia, disfrutado por España en los dos siglos pasados y lo que va de este; una paz en lo esencial muy fructífera, pues ha convertido a España en un país reconciliado, próspero y relativamente potente, y por fin ha asentado una convivencia en libertad mucho más firme que cualquier etapa anterior, abriendo perspectivas excelentes para el porvenir. Consideremos asimismo que casi toda Europa occidental debe su democracia y su prosperidad ante todo a Usa, mientras que nosotros nos las debemos ante todo a nosotros mismos, motivo de satisfacción y confianza. La perfección no existe en los negocios humanos y no vamos a ignorar los rasgos negativos del período, pero los positivos pesan más, mucho más, y el balance difícilmente podría ser más favorable.
Y, por el contrario, la persistencia de aquellos mitos infundados nos lleva a mirar con pesadumbre nuestros logros, favorece las utopías baratas y las tendencias disgregadoras y contrarias a las libertades, fomenta entre nosotros conflictos innecesarios que nos hacen perder absurdamente nuestras energías, nos debilitan en todos los sentidos y ensombrecen nuestro porvenir. Los períodos de crecimiento acumulativo de nuestra sociedad se han visto rotos en varias ocasiones por tales fenómenos, y sería una locura despreciar la experiencia para repetir los errores. El falseamiento del ayer envenena el hoy y el mañana, sin duda alguna, y un pueblo que olvida el pasado o lo distorsiona, se expone a repetir lo peor de él, en palabras de Santayana, a caer “en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil”, como expresó Menéndez Pelayo.
Pío Moa
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