sábado, 29 de março de 2008

La política exterior de Chikilicuatre

En materia de política exterior, la legislatura que se ha ido no ha podido ser más desastrosa: Rodríguez Zapatero guarda el dudoso mérito de haber conseguido que España fuera progresivamente marginada de las esferas y asuntos internacionales más relevantes, se quedara sin aliados claros, se juntara con personajes más que dudosos y que fuera ninguneada por muchos en el mundo, incluyendo el vecino Marruecos. Con sus posturas, plantes y desplantes, el presidente se forjó una imagen exterior entre lo exótico, irreverente, infantil y caprichosa. Y en todo caso irrelevante como socio. Sería deseable, por el bien de España y el interés de todos, que en este segundo mandato, el gobierno corrigiera los muchos errores de su política exterior.
Es bien sabido que a José Luis Rodríguez Zapatero la política exterior nunca le ha interesado más que como arma arrojadiza contra el Partido Popular o como irritante antiamericano. Pero el mundo sí importa. Y mucho. Y esto debería metérselo entre ceja y ceja cuanto antes. La crisis de un sistema de hipotecas en América puede poner en peligro nuestra prosperidad y lo que ocurra en Pakistán, en el otro extremo, afecta y mucho a nuestra seguridad. Que se lo pregunten a los terroristas islámicos venidos de ese país para replicar el 11-M en Cataluña.

El mundo es mucho más complicado de entender y de gestionar hoy. Y la España de Zapatero no se ha preparado para lidiar adecuadamente con todos sus retos y amenazas. De hecho, hoy España es más vulnerable porque las amenazas que pesan sobre nosotros han crecido en este tiempo mientras que el gobierno ha estropeado muchos de los instrumentos con los que contábamos hace cuatro años para lidiar con ellas.

Mejorar la situación internacional de España no es una cuestión de capricho. Nos estamos jugando nuestro bienestar y nuestra seguridad. España, como cualquier otro país, no se puede enfrentar de manera eficaz a todos los problemas internacionales que la aquejan, necesita de sus socios y aliados para encontrar una solución a los mismos. Y para contar con nuestros aliados, éstos tienen que vernos como una nación seria, coherente y dispuesta a exigir, pero también a contribuir solidariamente. Algo de lo que, tras los primeros cuatro años de Rodríguez Zapatero al frente del gobierno, estamos muy alejados.

¿Querrá ahora Super Z, tras revalidar su mandato, corregir su tiro? ¿Podría hacerlo aunque quisiera? No lo tiene fácil, porque sacar a España del purgatorio donde la ha metido le exige cambiar muchas cosas de las que él personalmente debe estar muy satisfecho.

Para empezar, debería invertir tiempo y esfuerzo para intentar normalizar las relaciones con los Estados Unidos. España no puede vivir contra América, pues acabamos pagándolo en muchos frentes, del diplomático al empresarial. Rodríguez Zapatero sabe que con el presidente Bush tiene poco que hacer y está satisfecho de estar donde está, esto es, en la misma relación bilateral que la que forjó Franco en los años 50, mucha cooperación militar y operativa, pero nulo reconocimiento político. Pero si confía en que el próximo inquilino de la Casa Blanca se lo va a poner más fácil, estará errando otra vez más. El candidato republicano, el senador McCain, es el hombre de la perseverancia y el aguante en Irak. Es el candidato de la victoria y no será sencillo que olvide la insolidaridad manifiesta del presidente español. En el caso de Obama, éste ha dicho que hará cuento esté en su mano para dialogar con los adversarios de Norteamérica, pero ponernos a la cola de Ahmadinejad, Chávez y Castro, no debe servirnos de mucho alivio, sinceramente.

El actual gobierno socialista se está oponiendo activamente a que en el comunicado de la próxima cumbre Estados Unidos-Unión Europea, se condene la política de desestabilización de Chávez en la región y que, en segundo lugar, se haga un llamamiento a la transición democrática en Cuba y se rechace la dictadura hereditaria. Obrando así, poco tiene que ganar a los ojos de los americanos.

En Iberoamérica, España está obligada a abanderar la agenda de la libertad. Debe exigir seguridad jurídica para nuestros inversores y abandonar su apoyo a los regímenes totalitarios, populistas e indigenistas de la zona. Y en Cuba tiene que alimentar la apertura democrática, no el inmovilismo de la dinastía Castro. El apoyo activo a los disidentes es imprescindible y urgente.
Puede que Rodríguez Zapatero sea joven y no lo recuerde, pero debería preguntarle a sus correligionarios de partido qué le pedían a los líderes europeos en 1975, tras la muerte de Franco: que no legitimaran al gobierno heredero de la dictadura, ni más ni menos. Hablar con los castristas no sirve para influir positivamente en ellos, todo lo contrario. Y si el gobierno socialista se contenta con promover la liberación de cuatro disidentes al año, tiene que saber que le llevará más de una década vaciar las cárceles políticas cubanas. Sería mucho más eficaz y moralmente adecuado apoyar con decisión las fuerzas del cambio, empezando por apoyar a las personas que lo promueven, no que lo frenan.

Este es el primer test de una nueva política exterior de Zapatero. El segundo tiene que ver con Afganistán. El presidente español concibe las Fuerzas Armadas como una gran ONG, robusta y de uniforme, pero se muestra realmente incómodo con todo lo que tiene que ver con el uso de la fuerza. Afganistán no ha sido una excepción. Su idea de lo que debe ser una misión de paz bajo el paraguas de las Naciones Unidas le ha llevado a negar la realidad de los hechos y a favorecer una política altamente insolidaria con nuestros aliados de la OTAN, organización donde se encuadran realmente los soldados españoles allí desplegados. España no sólo se ha sumado al grupo de quien se niega a combatir la insurgencia talibán, sino que ha encabezado diversas propuestas cuyo único fin era mermar la capacidad de actuación de quien sí está dispuesto a luchar y morir. De ahí que Zapatero tenga que hacer un gesto en este tema si quiere ser tomado más en serio. Y ese gesto pasa por dos cosas: un aumento de las tropas y el levantamiento de las restricciones que hoy gobiernan las reglas de enfrentamiento por las que se conducen nuestros soldados. Si hay que disparar, que disparen, pues no hay reconstrucción humanitaria posible sin seguridad primero.

En Europa, Zapatero tiene también mucho que hacer. Lo más urgente es que clarifique y explique bien su posición hacia Kosovo. Ha luchado porque no se reconociera su independencia, pero ha dejado que la posición española no tenga consecuencia alguna. Nuestras tropas siguen allí a pesar de no contar con ninguna cobertura legal de las que se impone el mismo gobierno. Merkel y Sarkozy en la derecha y Brown en la izquierda no están dispuestos a cederle un hueco en su mesa y este tipo de actuaciones esquizofrénicas no contribuyen en nada a recuperar la necesaria imagen de seriedad que España requiere.

En fin, en sus primeros cuatro años, Rodríguez Zapatero optó, por acción y omisión, por la marginalidad internacional de España. En esta nueva etapa que se le abre tiene la posibilidad de hacer una cosa bien distinta y llevar a España por la senda de la normalidad. Claro, que si él sigue considerando normal lo marginaly minoritario, nos estará condenando una vez más a una acción exterior más digna de los freakies, como Rodolfo Chikilicuatre, que de un gobierno homologable en nuestro entorno natural.

Rafael L. Bardají - Director de política internacional en la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, en Madrid
www.abc.es

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