quarta-feira, 26 de março de 2008

Falsas promesas

En estos días en que tanto en España -hasta el pasado día 9- como en los Estados Unidos se hacen promesas de dudoso cumplimiento, vale recordar la bien conocida frase «hay pequeñas mentiras, grandes mentiras, y estadísticas» que se ha atribuido unas veces a Mark Twain y otras a Disraeli. Yo me inclino por el primero, quien dijo además «Los hombres de Estado inventarán mentiras baratas, haciendo recaer las culpas en las naciones atacadas por el imperialismo, en un grotesco proceso de engaño a las gentes». Quizá se refiriera a los hechos que condujeron a la Guerra de Cuba.

Hay aspectos de aquella guerra que recuerdan similitudes poco admirables entre el presidente Theodore Roosevelt y el presidente George Bush.

Es de todos conocida la obcecación de George Bush por implicarse en la guerra en general y con Irak en particular, aún a costa de mentiras, pero es menos conocido que este interés bélico y las fábulas de ciertos presidentes americanos para iniciar confrontaciones no es nuevo: En 1897, Theodore Roosevelt fue nombrado secretario de Estado de la Marina y fue el responsable de que se desencadenase la guerra entre los Estados Unidos y España por la cual perdimos, además de Cuba, Guam, Puerto Rico y las Filipinas a cambio de 20 millones de dólares, como recoge el tratado firmado en París el 10 de diciembre de 1898.

Inmediatamente después de la Guerra Hispano-Estadounidense, Roosevelt aprovechó su popularidad para ser elegido gobernador de Nueva York, y ahí comenzó su escalada política hasta llegar a presidente. Roosevelt justificó sus acciones con el argumento de que la guerra preparaba a las naciones subdesarrolladas para la democracia. Exactamente la excusa preferida de George Bush.

Como bien describe nuestro Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal después de su estancia en Cuba, la isla sufría muchos años de inseguridad e insatisfacciones por una prolongada guerra de guerrillas a la que el gobierno español no supo dar las soluciones adecuadas. Y los Estados Unidos tenían intereses comerciales en la zona. En esas circunstancias, el envío del acorazado americano Maine a La Habana sin autorización fue una medida intimidatoria para que España aceptara vender Cuba a los Estados Unidos.

El 25 de febrero de 1898, el Maine se hundió. Aunque se abrió una investigación sobre la causa de la explosión que terminó con el barco, que ahora se sabe que fue fortuita, la prensa sensacionalista, sobre todo dirigida por William Randolph Hearst, quería la guerra a toda costa, y publicaba al día siguiente del hundimiento del Maine: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo».

Theodore Roosevelt no desaprovechó la ocasión de desencadenar una guerra en la que él había trabajado con gran diligencia, así que se mostró convencido de que los españoles eran los responsables del sabotaje al Maine. Tanto como para, esa misma mañana, al descubrir con alegría que su superior, el también recién nombrado ministro de Marina, John Davis Long, no estaría en todo el día en la oficina, puesto que había ido a que le viese su osteópata, y urdir su macabra trama. Como de costumbre, ya que no se fiaba de Roosevelt, Long le había dicho a su adjunto que no hiciera nada mientras él estuviese ausente, pero Theodore no le hizo caso. Así, dictó órdenes y las mandó codificadas a todo el mundo, incluyendo un telegrama al comodor George Washington Devi, comandante de la flota del Pacífico, ordenándole salir inmediatamente hacia Hong Kong y mantener los buques llenos de carbón y dispuestos a luchar contra la flota española que se encontraba en la bahía de Manila en cuanto empezara la guerra. También mandó un mensajero al Congreso pidiendo una legislación especial para el período de guerra.

Naturalmente, todo esto no gustó nada a Long que le dijo al presidente Mc Kinley lo que pensaba de Theodore Roosevelt, incluyendo las frases «parece que el demonio ha tomado posesión de él», y «ha ocasionado una explosión mayor con su conducta que la del Maine».

Una vez logró que se entablase la guerra Hispano-Estadounidense, Roosevelt no tenía intención de quedarse en Washington, a pesar de que Edith, su segunda esposa, estaba gravemente enferma. Siempre había deseado probar valentía en combate y ahora no pensaba dejar pasar la oportunidad. Según parece, aquello fue una excusa para alejarse de una casa en que, a la enfermedad de su esposa, había que añadir los problemas ocasionados especialmente por la hija de su primer matrimonio, de 14 años, que se decía que era incontrolable, lo que es muy frecuente, como todos sabemos, en niñas de esa edad. No obstante, Edith, a pesar de su enfermedad y la posterior operación a que tuvo que someterse, el primer día que se levantó fue a ver a su marido en su club para animarle a combatir. Por lo cual, el 6 de mayo de 1898, Theodore Roosevelt se unió a los llamados «Rough Riders» como coronel. Lo demás ya es historia. Y la historia dice que, a pesar de su gran ventaja propagandística durante la guerra, los republicanos (curiosamente el mismo partido en que milita Bush), lo nombraron vicepresidente, un cargo de escasa relevancia en la época, de donde hubiera vuelto al anonimato de no ser por el asesinato del presidente McKinley en 1901. Y así, en tres años aproximadamente, Theodore Roosevelt llegó desde un puesto relativamente sin importancia, al de presidente de los Estados Unidos, sacrificando los intereses de España con mentiras.

Hoy resulta incomprensible que los españoles no prestaran atención en aproximadamente 30 años a los avances navales americanos, hasta que ocurrieron los desastres de la bahía de Manila y de Cuba. Porque el éxito de los barcos Monitor y Merrimac durante la Guerra Civil Americana, que demostraron la gran superioridad de los barcos de guerra acorazados sobre los de madera, trascendió por toda Europa. El Merrimac fue el primer barco acorazado. Construido por los suristas, hundió diversas fragatas tradicionales del norte, hasta que los unionistas encargaron a Ericsson, un ingeniero sueco, la construcción del Monitor, también de acero. El enfrentamiento de ambos supuso una revolución, por lo que la moderna marina de guerra americana estaba constituida toda por excelentes barcos acorazados, mientras que la flota española mantenía sus antiguos barcos de madera.

Seguro que todos los lectores notarían la gran similitud en lo que se refiere a la utilización de la guerra por el actual presidente americano y por el que quería ser presidente, y lo fue. Excepto que sin duda alguna, Roosevelt tenía muchos más aspectos atractivos, incluyendo su valentía personal, en contraposición a la cobardía de George Bush, que por fin se está ya reconociendo y a la que me he estado refiriendo en esta página durante bastante tiempo. Recuerdo a los lectores que lo primero que hizo el presidente Bush el 11-S fue montarse en el Force One para correr a esconderse, en lugar de ir al centro de mando que posee en su bunker de la Casa Blanca, asustado y ofendido con los militares americanos, sobre todo por la destrucción del Pentágono, de lo que se habló muy poco, en contraposición con el ataque a las Torres Gemelas.

De todas formas, es aparente la ambición personal de muchos políticos, que tan bien recoge lafrase del libro «El misterioso extranjero» de Twain con la que iniciaba el artículo.

Santiago Grisolía, bioquímico

Um comentário:

Anônimo disse...

la senda del 98 ?

 
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