quarta-feira, 1 de julho de 2009

Ortega y Chávez abrazan a Ahmadineyad

Mahmud Ahmadineyad.
Miles de opositores iraníes arriesgan diariamente sus vidas desafiando a una dictadura brutal y denunciando como fraudulenta la victoria electoral de Mahmud Ahmadineyad.

La mayoría de los gobiernos del mundo rehúsan felicitar al presidente iraní, evitando legitimar al régimen y desalentar a quienes protestan en favor de la democracia en las calles de Teherán. Mientras esto sucede, Daniel Ortega, evidenciando su cuestionable sentido de la oportunidad y su ausencia de convicciones democráticas, envió una nota de felicitación al "querido hermano Ahmadineyad", con un cálido cierre: "Con el cariño y admiración de siempre, le saluda su hermano".

Ortega también le extendió "un saludo fraterno y revolucionario, desde este país y esta revolución que vio la luz de la Victoria en el mismo año de 1979 en que Irán se insurreccionaba y se liberaba para fundar la República Islámica y su propia Revolución". Sin duda, Ortega todavía debe apreciar los millones de dólares en asistencia enviados por Irán al gobierno sandinista en esa época. Seguramente por casualidad, esos préstamos nunca han sido pagados.

Con su servil misiva, Ortega siguió el ejemplo de su líder, Hugo Chávez. El venezolano se dio prisa en colocarse junto al patético puñado de dirigentes extranjeros –principalmente, de regímenes autoritarios– que felicitaron a Ahmadineyad. Chávez aplaudió "una victoria muy grande e importante" del presidente iraní, a la vez que denunció las críticas mundiales a la elección como una "viciosa e improcedente campaña de desprestigio". Antes de la elección, Chávez había calificado a Ahmadineyad como "un combatiente valeroso en pro de la Revolución Islámica, la defensa del Tercer Mundo y la lucha contra el imperialismo".

Hugo Chávez.
Que Chávez y Ortega celebren gozosos la victoria de Ahmadineyad no es sorprendente: ambos son radicales antiestadounidenses que tienen relaciones cercanas con Irán y muy poco aprecio por el contenido de las normas democráticas. Como tuve oportunidad de analizar en detalle en un artículo anterior ("Ofensiva iraní en Latinoamérica"), el régimen de los ayatolás ha estado ampliando su influencia en América Latina. Sus lazos no se extienden sólo a Ortega y Chávez, también Evo Morales. Esto último se torna preocupante cuando se sabe que la Associated Press (AP) obtuvo, a fines de mayo, un documento de la inteligencia israelí en el que se indicaba que los gobiernos de Venezuela y Bolivia estaban proporcionando uranio a Irán, que como sabemos está empeñado en construir armas atómicas. Si eso es cierto, la asociación Ahmadineyad-Chávez tiene implicaciones más amplias: al amparo de sus lazos con el venezolano, los iraníes han establecido en Caracas una base de operaciones para el grupo terrorista Hezbolá, que ellos patrocinan, y que también tiene, lo mismo que Hamás, una activa presencia en la Triple Frontera, que comparten Brasil, Paraguay y Argentina.

A finales de abril, un informe del Departamento de Estado señaló que desde 2007 Nicaragua está permitiendo el ingreso sin visa a su territorio de ciudadanos iraníes. Esto preocupa, dadas las cálidas relaciones que Ortega ha buscado con Irán y Ahmadineyad. Ortega mezcla lo anecdótico, como darle al presidente iraní la Medalla de la Libertad y la Medalla Rubén Darío –dos de los más altos honores nicaragüenses–, con lo sustancialmente grave: bajo su gobierno, Teherán ha abierto una fastuosa embajada en Managua, creando así inquietudes sobre las verdaderas intenciones iraníes, ya que el número de supuestos diplomáticos excede por mucho lo normal. Asimismo, hay reportes de prensa en que se acusa a los iraníes de infiltrar en el país, con cobertura diplomática, a miembros de la Guardia Revolucionaria. Cabe señalar que el intercambio comercial de Irán con Nicaragua –y, en general, con Latinoamérica– es minúsculo.

La atención del mundo está centrada en las violentas medidas tomadas por el gobierno de Irán contra los manifestantes opositores y en su programa nuclear. Pero no debemos olvidar que la creciente intromisión de los ayatolás en América Latina plantea una amenaza a la estabilidad de la región. Es vergonzoso que Chávez y Ortega hayan prodigado elogios a Ahmadineyad y respaldado su elección. Mientras el régimen iraní ha estado matando manifestantes, Venezuela y Nicaragua lo aplauden e increpan a sus críticos. Una vez más, al escoger lo que consideran ejemplos que seguir, Chávez y Ortega demuestran su verdadera vocación autoritaria.


© AIPE

JAIME DAREMBLUM, director del Centro de Estudios Latinoamericanos del Hudson Institute (Washington).

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