Me daba pereza ver Avatar, pero al final me decidí y el primer día del año lo celebré en un cine con gafas tridimensionales. No se me ocurrió mejor plan para darle la bienvenida al 2010 que disfrutar de uno de los vistosos espectáculos del cineasta James Cameron.
Nunca me ha atraído el género de ciencia ficción y otras películas de este director –la saga de Terminator o la romántica Titanic– me parecieron muy bien realizadas, pero no figuran entre mis favoritas. Cameron es un maestro de la grandilocuencia cinematográfica y las súper producciones al servicio de historias bastante esquemáticas. Posiblemente su acierto en taquilla radica en su capacidad de contarnos un cuento con mucho artificio y pirotecnia.
Reconozco que Avatar me gustó más de lo que esperaba. Visualmente es muy bonita y explota una visión cercana a la que tenía el filósofo Jean-Jacques Rousseau de la naturaleza y el concepto del "buen salvaje". Grosso modo, la trama se desarrolla en el planeta Pandora, donde los terrestres han llegado con sus grandes maquinarias para conquistar a la tribu de los Na´vi, unos seres atléticos y azules que se pasaban el día correteando semidesnudos por la jungla hasta el desembarco del ejército extranjero.
Como en todo relato clásico, hay un soldado que, por medio de una complicada traslación virtual llamada Avatar, acaba por enamorarse de una atractiva y resuelta Na´vi que resulta ser la hija del jefe del clan. El muchacho toma partido por esta nueva familia que lo adopta y, en la batalla final contra las tropas de ocupación que pretenden arrasar con los recursos naturales de la frondosa Pandora, lucha junto a sus amigos azulados. Adivinen si después de tantas vicisitudes los enamorados terminan por ser felices y comer perdices y otros bichos de la selva.
Después de ver esta mega producción que apunta como gran favorita en los Oscar, no volví a pensar en la amable fábula, con sus malos y buenos tan de cómic. Pero, para mi sorpresa, Avatar se ha convertido en el centro de todo tipo de debates que incluyen aspectos religiosos e incluso políticos.
Por lo pronto, el Vaticano le ha dado un suspenso por considerar que hay un mensaje implícito a favor del panteísmo y la deificación de medioambiente en detrimento de un solo Dios Todopoderoso. Y en China, donde la gente ha abarrotado los cines con lentes 3-D, el Gobierno ha decidido retirarla de casi todas las salas de proyección con la excusa de que hay que proteger la industria cinematográfica nacional. Con sus usuales métodos de tortura, han sustituido la popular cinta hollywoodiense por una aburrida película sobre la vida de Confucio. Lo que parece que está detrás de la prohibición oficial es el temor a que el público se identifique demasiado con los esclavizados y humillados Na´vis, y acaben organizando una rebelión que pudiera despertar el espíritu de Tiananmen. ¿Será que la religión y las dictaduras son el opio de los pueblos?
Las feministas se han quejado de que los Na´vi machos tienen más musculatura que su contrapartida femenina. Los activistas antitabaco han protestado porque en una escena alguien comete el crimen de encender un cigarrillo. La derecha conservadora se siente ofendida porque podría tratarse de una alegoría antiamericana. Algo que, por otra parte, tiene contentos a los progres que demonizan la política exterior de Estados Unidos.
Debo ser aún más simple que los guiones de Cameron, porque, en medio del encanto de un filme que me recordó a los mágicos ballets del Cirque du Soleil, todo aquello me pareció un refrito del manido discurso en torno a los males de la civilización frente a una inocencia de pueblos menos desarrollados, lo que aparentemente es sinónimo de virtud intrínseca. Creo que fue uno de los críticos de la revista New Yorker quien, con mucha ironía, señaló en su reseña sobre Avatar que los habitantes del planeta azul desconocían la maravilla de los libros, la pintura o, peor aún, el prodigio del cine. Pareciera que el hombre está obligado a pedir perdón por su imaginación y audacia a unos seres que aún saltan de liana en liana y tienen como mascota a un brontosaurio.
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