Hace unos pocos años Gerardo del Pozo publicó un muy interesante estudio sobre cómo había ido forjando en los últimos siglos la Iglesia Católica su doctrina sobre la libertad religiosa. Con profundidad y acierto, Del Pozo ponía su atención en un sujeto, la Iglesia, con una mirada universal y centrado en las cuestiones de pensamiento. |
En los últimos dos siglos, que es lo que abarca el trabajo de Del Pozo, el derecho de la libertad religiosa ha sido pensado por otros muchos y sufrido distintos avatares, y su historia concreta ha variado de unos países a otros. En cualquier caso, en el texto de Del Pozo tenemos un elemento importante para la comprensión de este problema en distintos lugares y en distintos momentos.
La producción en torno a estas cuestiones está siendo abundante, y aunque haya frutos bastante maduros, como la obra a la que me he referido anteriormente, hay otros campos en los que queda aún mucho por hacer. Recientemente Víctor Manuel Arbeloa ha publicado Clericalismo y anticlericalismo en España (1767-1930); pese a su incuestionable competencia como historiador y al gran trabajo de investigación realizado, solamente se atreve a subtitular su obra "Una introducción", lo que habría que entender, me parece, como una primera aproximación. Él mismo confiesa en el prólogo:
No he querido escribir ni he escrito una historia del anticlericalismo español. Hoy por hoy es imposible, dada la carencia de muchos estudios de base sobre períodos enteros de nuestra historia.
Con todo, es una obra que tomar en consideración, interesante y muy iluminadora de recodos de nuestra historia más reciente, que a la par proyecta mucha luz sobre actitudes, modos y actuaciones del presente. Y no sólo en lo referido directamente a la libertad religiosa, también en el modo de entender la libertad en general, el papel del Estado, la anemia social española y el raquitismo de lo que de hecho se entiende por ciudadano hoy por hoy en España.
El lector, a lo largo de sus páginas, va a encontrarse ciertamente con sucesos de lo más variado que, por sí mismos, ponen de manifiesto una llamativa contradicción de nuestra historia. Hay expulsiones de órdenes religiosas, empezando por la de los jesuitas en el reinado de Carlos III, y prohibición de establecimiento de algunas; restricciones de todo tipo en el ejercicio de los derechos de asociación, expresión y educación; cierre de conventos; desamortizaciones y confiscaciones de bienes; prohibición de hacer votos religiosos; quema de conventos, monasterios, iglesias y demás bienes religiosos, así como otros excidios; cierre por decreto de conventos y monasterios; exclaustraciones forzosas; matanzas de religiosos, etc. En unos casos, quien realiza los actos contra la Iglesia es el poder estatal; en otros, las turbas, a veces con la inhibición de las autoridades. En la mayor parte del tiempo estudiado, salvo pequeños paréntesis, la católica es la religión oficial; y he aquí lo chocante: la Iglesia es con frecuencia constreñida desde los órganos estatales, o vapuleados sus ministros y religiosos por ese pueblo que supuestamente profesa mayoritariamente el catolicismo.
Además de estos sucesos, a lo largo de los distintos capítulos Arbeloa va dejando bocetados una serie de elementos que van hilvanando los aconteceres a lo largo del tiempo y que invitan a futuras profundizaciones. Creo oportuno destacar algunos. Por ejemplo, el del regalismo. Pero no solamente en cuanto conjunto de derechos y ejercicio de los mismos por parte del poder estatal sobre cuestiones internas de la Iglesia. Todo eso está presente con mayor o menor intensidad; ahora bien, lo que van dibujando los hechos es una mentalidad regalista tanto en los perseguidores como en los perseguidos. En general, existe la convicción de que el Estado puede y debe intervenir en asuntos internos de la Iglesia. Esta vigencia social, unos la usarán para ir minando a la Iglesia y otros la invocarán para ser protegidos. No es difícil pensar que, dado el peso de la religión en los años estudiados por Arbeloa, esa mentalidad intervencionista en un aspecto de la sociedad fácilmente se extienda a otras esferas. Este regalismo va a lastrar fuertemente la comprensión de la libertad en España. Curiosamente, los llamados liberales, tratándose de la Iglesia, se van a mostrar fuertemente intervencionistas.
Un acontecimiento, contado con fina ironía, puede servir para ilustrar lo dicho.
Por decreto de 29 de diciembre de 1840, Espartero expulsó de España al vicegerente de la Nunciatura, José Rodríguez de Arellano, que protestó por las decisiones de algunas juntas revolucionarias, que encarcelaban o desterraban obispos, sustituían cabildos catedralicios, o suspendían jueces de la Rota. Se cerró la Nunciatura y se suprimió el tribunal de la Rota, pasando sus facultades al Tribunal Supremo. Todo lo cual no impidió al regente presidir, seis meses más tarde, la procesión del Corpus Christi en Madrid.
Además de esto, son también las motivaciones un factor importante. En muchos casos serán ideológicas. En distintas corrientes y en momentos diversos, van apareciendo grupos y movimientos que ven a la Iglesia como un enemigo de la sociedad, el progreso y la libertad que hay que eliminar. Una de las finalidades de la propaganda, machacona y nada original, es convertir esa religión, particularmente a su jerarquía, en el chivo expiatorio que haga digeribles las envestidas contra ella o desvíe las miradas de las verdaderas causas de muchos males. Veamos un ejemplo.
La tasa de analfabetismo, que en 1877 alcanzaba el 72 por ciento de la población, se había reducido a comienzos de siglo sólo al 64 por ciento. Faltaban miles de escuelas primarias. En 1900, los alumnos de 58 institutos de enseñanza media no llegaban en España a 15.000, mientras los 466 colegios privados (387 dirigidos por laicos y 79 por religiosos) educaban a 30.000. Y, sin embargo, para muchos el primer problema nacional era la enseñanza de los frailes.
Pero también hay una motivación, aparte de la del control del poder sin cortapisas, sumamente importante: el afán de enriquecimiento. Poniendo frecuentemente la excusa de la economía nacional, los bienes de la Iglesia van a ser presa fácil para el lucro de unos pocos; será la ruina de muchos renteros y colonos y el fin de innumerables obras de arte.
Ciertamente, hubo un fuerte integrismo en España, y la jerarquía eclesiástica no supo estar muchas veces a la altura de los tiempos. Con todo, fue dando pasos hasta la formulación, en el Vaticano II, de la libertad religiosa, y hoy el integrismo es algo residual en nuestra tierra. Lo que no puede decirse ni de la mentalidad regalista ni de las ideologías que ven en la religión, en general, y en el catolicismo, en particular, un mal que erradicar de la sociedad; o cuando menos que arrinconar.
Alfonso García Nuño
VÍCTOR MANUEL ARBELOA: CLERICALISMO Y ANTICLERICALISMO EN ESPAÑA (1767-1930). Encuentro (Madrid), 2009, 240 páginas.
http://libros.libertaddigital.com
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