El Gobierno anuncia que retrasará la edad de jubilación, pero lo hace al modo embarullado que unos pocos días antes empleó Adrià, el archipámpano de los fogones, para anunciar que su restaurante cerrará durante un par de años. El género literario del Gobierno, como el del archipámpano de los fogones, es el engañabobos; y consiste en envolver las cosas sencillas en una nube de tinta (o nitrógeno líquido) que las esferifica, las deconstruye, las carameliza y las infla de humo, de tal modo que, cuando te las quieres llevar a la boca, han desaparecido como por arte de birlibirloque. Pero el engañabobos no sería completo si, a la vez que desaparece la comida que querías llevarte a la boca, no desapareciese también el dinero de tu cartera. Y así como el archipámpano de los fogones coge una raspa de sardina, la reboza en algodón de azúcar y la presenta en el plato como una ambrosía culinaria, previo pago de un potosí, el Gobierno birla nuestros dineros, los reboza en el algodón de azúcar de la propaganda y nos los devuelve convertidos en una raspa de sardina cuando nos jubilamos. Conque, traducido de la jerga del engañabobos al román paladino, retrasar la edad de jubilación significa que van a birlarnos más dineros y a ponernos en el plato menos raspas de sardina; aunque, desde luego, la dieta forzosa la compensarán atiborrándonos con el algodón de azúcar de la propaganda, que no sólo de raspas de sardina vive el jubilado.
Para envolver en una nube de tinta su birlibirloque, el Gobierno ha diseñado un «sistema progresivo de plazos» que es la monda, según el cual por cada año que pase el postulante a jubilado tendrá que prolongar un par de meses más su persecución de la raspa de sardina, como Aquiles persigue a la huidiza tortuga en la célebre paradoja de Zenón de Elea, sin alcanzarla nunca. El fin de tan estrambótica carrera lo sitúa el Gobierno en 2024, que es tanto como situarlo en calendas griegas: pues, a menos que uno sea un progresista de tomo y lomo, sabe que el futuro no existe; y también que, cuando se deja para mañana lo que se puede hacer hoy, lo que en realidad se pretende es que el mañana sea la golosina de Tántalo, que cuando ya creemos alcanzarla con la punta de los dedos vuelve a alejarse de nuestro alcance. Y en pos de la golosina de la jubilación seguiremos corriendo, como Aquiles en pos de la tortuga, per saecula saeculorum; porque la cruda verdad que se esconde detrás de esta forma embarullada de retrasar la edad de jubilación es que las raspas de sardina se están acabando. Y antes de que se acaben del todo quieren birlarnos más dineros.
Pero, en el género del engañabobos, a la vez que engatusas con la golosina del futuro, tienes que mantener el engaño del presente con mañas de pícaro, convenciendo a los pobres ilusos de que la raspa de sardina que les sirves en el plato es un suculento manjar. A esta empresa se ha lanzado con entusiasmo el ministro Corbacho, que en una carta escrita con prosa mazorral e inepta asegura a los jubilados que «el mantenimiento de su poder adquisitivo queda plenamente garantizado y mejorado». «Garantizar plenamente el mantenimiento del poder adquisitivo» significa, traducido de la jerga del engañabobos, que España seguirá siendo el país europeo donde más jubilados pasan hambre; o sea, donde más se racanea la raspa de la sardina. Pero, ¿qué significa, en la jerga del engañabobos, «mejorar» el poder adquisitivo de los jubilados? Pues significa que la subida de las retenciones será mayor que la exigua subida de su pensión; o sea, que se encoge la raspa de la sardina a la vez que se aumenta la costra de algodón de azúcar de la propaganda. Una fórmula sabrosísima que el archipámpano de los fogones podría imitar, para endulzar las tripas horras de sus clientes, después del retiro de dos años que nos lo devolverá pletórico de creatividad.
Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com
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