quarta-feira, 27 de janeiro de 2010

Shoah

«Te soñé tantas veces, que perdí tu realidad ...» De los poetas del siglo veinte, Robert Desnos me es, con gran diferencia, el más íntimo. Dosifico su lectura para que el alma no me estalle. Como es fuerza que dosifique un yonki el fármaco clandestino, en el cual sólo reconoce aún un eco de la vida, cuando la vida escapa como un polvo de plomo gris, demasiado sutil y demasiado pesado. «Te soñé tantas veces...»: el dolor, el jodido dolor, que es casi siempre el precio de los minúsculos hallazgos en los cuales un poema -a veces, un solo verso- hace estallar el mundo. Nadie puede hacer añicos el espejo del mundo que es el poema, sin que sus esquirlas lo crucifiquen.

«Desnos, sí, Robert Desnos, poeta francés, sí, soy yo...» La enfermera Alena Kalouskova debió de quedar petrificada. Ella estaba allí cuidando a aquellos moribundos, por los que poca cosa podía ya hacer salvo acompañarlos. Habían sobrevivido sólo a la liberación del campo nazi de Terezin, para agonizar e ir pereciendo de sus horribles heridas, a lo largo de las semanas que siguieron. Tenemos la espantosa foto. Decir que es duro mirar los rostros de esos hombres con el pijama a rayas aún de los presos, es decir nada. ¿Hombres? ¿No es un escupitajo decir «hombres» ante ese rompecabezas de huesos que los alemanes no tuvieron tiempo para acabar de reducir a polvo antes de huir del avance aliado? No logran ni sostenerse. Pero, tirados sobre el suelo, acodados en tierra como malamente pueden, aún sonríen. No he visto nunca una cosa más triste que esa sonrisa suya, que parece estar dando enamorada bienvenida a la muerte. Casi en el centro de la foto, hay uno de ellos que se apoya dolorosamente sobre el antebrazo izquierdo. Y sonríe con un pliegue de los ojos y un minúsculo fruncir la comisura derecha de unos labios que se ven ya demasiado agotados para más esfuerzo. Es éste cuya ficha acaba de leer, en el improvisado hospital, la enfermera Kalouskova. «Se llama usted como el poeta surrealista», le dice en su trabajoso francés, porque algo manda la piedad decir a los que mueren. Y es entonces cuando un rayo ha fulgurado en los ojos, quemados por la fiebre, que son ya lo único vivo de aquel que fuera un hombre. Y un esfuerzo de voz y de memoria sobrehumanos dicta su elegía testamentaria: «¡Sí, sí! Robert Desnos, poeta francés. ¡Soy yo, soy yo!» A un paso de ser nada.

«Te soñé tantas veces...» Judío y resistente, Robert Desnos vio llegar a la Gestapo al apartamento que compartía con su amada Yuki, justo detrás del bello edificio de la Académie Française: allí está la placa que visito siempre. No huyó. Aunque ayudó a escapar por los tejados al camarada que los acompañaba en ese instante. No huyó: le era poco caballeresco dejar que Yuki sola se las viera con esa gente. Era febrero de 1944. En junio del 45, estaría muerto. Un año para cruzar todos los infiernos. O algo peor que todos los infiernos... «Te soñé tantas veces...» El moribundo, al cual una enfermera polaca ha devuelto su nombre de poeta, se debate en sus últimas semanas con lo que fue y perdió: todo. Lucha contra el impuesto olvido, trata de arrancar de su rota cabeza el recuerdo exacto de aquel desgarrador poema, escrito en París por un joven dandy de veintiséis años que llevaba su nombre. Da versiones, fragmentos, esboza versos. Fracasa. Luego, muere.

27 de enero, hoy, día de la Shoah, del exterminio judío. Y yo recuerdo a un hombre sólo: Robert Desnos, «te soñé tantas veces...» La Shoah no es el dolor abstracto de un pueblo. Es un pecado horrible hacer del dolor cosa abstracta. Existe el extremo dolor de cada uno. Y ese dolor es intolerable.

Gabriel Albiac - Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid

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