Como bien sabe Ángela Murillo, una buena parte de los etarras y de sus secuaces están de euskera más o menos como ella y los magistrados de la Audiencia Nacional, o sea, no entienden ni papa. De ahí que, cuando quieren enterarse de algo, lo ponen en español, como en su periódico Gara, donde las informaciones relevantes están en el idioma del «pueblo opresor» que es el suyo propio. Y el euskera lo dejan más bien para organizar espectáculos en la Audiencia. Que de eso se trata con el idioma, de usarlo como arma de combate y no como medio de comunicación.
Sea para boicotear un juicio en la Audiencia, para ponerle un artefacto explosivo al catedrático Blanco Valdés en Galicia o para freír a multas a todo hijo de vecino en Cataluña. El aspecto grotesco del asunto es que una buena parte de los propios fanáticos, sobre todo en el País Vasco, o no entienden ni papa de su arma de combate o no lo usan ni papa. En la intimidad, quiero decir, cuando el resto de fanáticos no los tiene a tiro. Y algo parecido pasa en Galicia y Cataluña, donde la extremada e incómoda semejanza con la lengua repudiada facilita la comprensión, pero no estimula el uso. Y si no, que se lo pregunten a los empresarios de las salas de cine catalanas, desesperados porque les obligan a doblar cine al catalán y se temen que hasta los más fanáticos hagan lo que los lectores del Gara, enterarse de la película en español, que para eso está un idioma, para enterarse.
Pero como el fanatismo lingüístico tiene a este país temblando tanto como esa pobre intérprete que pedía perdón a la abogada de Otegi hasta por lo que traducía correctamente, seguimos en lo de siempre. En que los fanáticos usan, abusan, reprimen y persiguen mientras tantas élites políticas e intelectuales hacen como que no ven o que no entienden. Ni papa.
Edurne Uriarte - Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco
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