Una cosa es desear que alguien se hunda. Y otra distinta es que se hunda de verdad. En estos días se han escrito algunas tonterías sobre el presidente de los Estados Unidos. Hay autores a los que lo único que importa es tener razón (si ya lo decía yo...). Nosotros defendemos a Barack Obama, pero no nos confundimos ni tratamos de confundir a los lectores.
El partido demócrata contaba, justo-justo, con una mayoría cualificada de 60 escaños en el Senado, 100 senadores. La muerte de Ted Kennedy, histórico defensor de la reforma sanitaria, los dejó en 59-41. El azar mueve montañas. El elegido, Scott Brown, había hecho su carrera oponiéndose a todo, al seguro médico, a los bonus de los banqueros, al aborto, a la inyección financiera del Tesoro... El cáncer de Kennedy y la torpeza de la candidata demócrata de Massachusetts, Martha Coakley, hicieron lo demás.
Obama se disculpó a poco de conocerse el resultado electoral (hemos cubierto demasiados frentes en estos doce meses). Pero de inmediato vino la reacción de la Casa Blanca contra ocho grandes banqueros. No era una descalificación de la banca sino un contraataque contra ocho grandes, representados por Loyd Blankfein, de Goldman Sachs. Un banquero poco escrupuloso sabe qué clase de mercancía vende a un comprador. El prestigio de las grandes firmas acredita cada paquete a la venta. Algunas agencias de rating concedían triple A a negocios quebrados. Pero los ocho banqueros querían hacer transacciones, muchas transacciones, una comisión por cada venta. Para ellos un acuerdo a largo plazo podía prolongarse incluso hasta tres meses...
Ni siquiera la furia con que Obama se lanzaba contra esos banqueros permitía pensar que se tratara de una cortina de humo ante la derrota de Massachusetts. Aquello era más: los servicios del Tesoro llevaban meses preparando el golpe. Obama compareció en la Casa Blanca el 21 de enero, respaldado por Paul Volker, 82 años, casi dos metros de estatura, antiguo presidente de la Reserva Federal. Si quieren ustedes pelea, la van a tener. Desde Bruselas, los dos comisarios más influyentes, Joaquín Almunia y Michel Barnier, apoyaban al presidente americano. Gordon Brown, Wolfgang Schäuble, ministro de finanzas alemán, y su homóloga francesa, Christine Lagarde, le seguían.
Otro frente, reforma de la sanidad: Obama quiere pactarla, no imponerla. Obama, recuerda Jaime Ojeda, antiguo embajador de España en Washington, prefiere trabajar sobre la colaboración y el consenso. Una encuesta sostiene que el 85 % de los votantes blancos están desilusionados, con un 30 % abiertamente hostil. Pero la opinión es voluble. «Si vamos a morir, dice Don Sharp, que sea peleando». Estados Unidos es un país muy duro: el americano medio tiene una visión de lo que debe hacer, además de la voluntad para hacerlo. Lo acabamos de ver en Haití: portaaviones, helicópteros, camiones, marines ponen orden en el caos.
El tratamiento médico ha subido sus precios casi un 30 % en los últimos dos años. Los seguros privados son distintos en cada uno de los 50 estados. Los tratamientos se complican sin cesar: scanners, análisis, resonancias... Hay estados pequeños, Montana o Dakota del Norte, con regímenes de trust: una o dos aseguradoras. Los trucos son infinitos: en la medida en que el tratamiento aumenta, las aseguradoras suben sus primas. Una de ellas descubrió que un cliente octogenario había tenido a los tres años una crisis asmática: rescindió su contrato. Frecuentemente Senado y Cámara se enfrentan al debatir un proyecto. Pactan una reconciliación, que significa un trágala. La reconciliación requiere mayoría simple en el Senado, 51-49. Esa posibilidad evitaría el filibusterismo, la sistemática dilación de cada proyecto legislativo.
La cara Este de América, Nueva York, Boston, Filadelfia, da una imagen liberal. Pero el interior del país es distinto. La hostilidad de la derecha más dura deja escapar a veces un mal agüero, ya le matarán. Pero mientras Obama vive, negocia. Conoce la norma del príncipe de Talleyrand: negociar, negociar y volver a negociar... Y cuando la negociación se ha roto, volver cuanto antes a la mesa de negociación.
En la batalla exterior, América ha de estabilizar primero y ganar después dos guerras en una larga línea que comienza en la orilla oriental del Mediterráneo y acaba en India. El centro es Afganistán-Pakistán. La sorpresa ante el fallido atentando de Detroit, con el viaje del nigeriano Abdulmutallab a través de tres continentes, no disminuye sino que crece. Pero habrá de conseguir además que israelíes y árabes pacten el nacimiento del nuevo Estado palestino.
El general-jefe de CENTCOM, David Petraeus, con base en Bagdad, ha abandonado progresivamente el contraterrorismo para concentrarse en la contrainsurgencia. La invasión de un país obliga ante todo a neutralizar a los insurgentes. Mientras su inmediato subordinado, el general Stanley McChrystal, intenta garantizar en Afganistán la seguridad en 20 ó 25 ciudades, abandonar el campo y asegurar que al menos tres grandes instituciones, judicatura, policía, maestros y profesores, avancen poco a poco hacia una mayor estabilidad. Sabemos lo que Estados Unidos se juega. El mundo talibán está más y más dividido, dispuesto cada día a cambiar de campo. Sus divisiones sólo pueden impulsar una economía basada en la amapola. Hay quien sostiene que el fenómeno talibán ha salido de los servicios secretos paquistaníes. La obsesión paquistaní ante India absorbe todas las fuerzas de Islamabad, ver JM Robles Fraga, nº 133 de Política Exterior.
Recordemos la herencia de Obama: un país desprestigiado más allá de sus fronteras. Militares que torturaban en Irak, Afganistán, Cuba, aunque el ejército americano hubiera mantenido a rajatabla, durante 200 años, su sentido del honor. Un número creciente de empresas cotizadas en Wall Street que valoraban ante todo el trabajo especulativo sobre el productivo. Los banqueros preferían no ver la gigantesca burbuja hipotecaria. La mezcla de codicia e incompetencia acabó en un agosto de 2008 en aquel terrible ¡¡crrraaaaak!!
Obama y sus colaboradores presentan un enorme balance: inyección de 787.000 millones en el sistema financiero; frenazo al hundimiento de la industria automóvil; principio de una cierta recuperación; nuevas leyes sobre células madre; reacción, provisional, del consumo; pequeña alza de pedidos en la industria; política de igualdad de salarios de la mujer... ¿Ha habido retrocesos en el frente exterior? No, no los ha habido. Copenhague es una derrota del mundo, sobre todo de Europa: pero Obama ha obtenido de China un compromiso para reducir el 18 % de su CO2 en 2020. En Irán, América resiste mientras el régimen de los clérigos descubre una nueva realidad. Los suicidas de Bagdad, Kabul o Peshawar, están ahí, pero son ellos los que se suicidan, no McChrystal ni Petraeus.
Algunas opciones no salen. Pero otras sí. ¿La reforma sanitaria? No está ni mucho menos perdida. ¿China tras Copenhague? Un poco de paciencia. ¿Irak y Afganistán? Calma y tenacidad. ¿Salida de la crisis? Las dos naciones más pobladas crecen una al 8.5 por cien, la otra al 6.8. Europa, con las excepciones conocidas, empieza a ir mejor. Estados Unidos y Canadá empujan. Quizá la cosa marche un poco, un poquito menos mal.
Darío Valcárcel
www.abc.es
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